Gotas de sangre/¡Viva la Juana!...

¡Viva la Juana!...


El caso de Juana Weber y las consecuencias de este caso es de lo más típico que se conoce. Es toda una mentalidad, todo un tratado de Psicología.

Se acusó a Juana Weber de haber causado la muerte de varios niños, tres de ellos sobrinos de la acusada, asfixiándolos, no se sabe cómo... Sólo sabíase que Juana Weber se las arregló de modo que, en el momento preciso, se ausentaron de la casa los que la habitaban, alejándolos ella misma con fútiles pretextos, y cuando volvieron a ella, horas después, vieron a Juana a la cabecera de la cama, con la mano izquierda debajo del delantal y con la derecha crispada sobre el corazón de la criatura muerta... Entonces se habló de crimen, de locura, de erotomanía lúgubre, de perversidades orgánicas, de todo un poco. Pero la procesada fue absuelta porque los médicos forenses, como sabios, no se pusieron de acuerdo.

La más elemental de las precauciones aconsejaba a todo padre de familia alejarse de semejante mujer, sobre cuyo proceso vagaba una sombra, pavorosa, de duda. Pero no fue así, sino todo lo contrario, y Juana Weber, solicitada por varios padres de familia, salió de la prisión para entrar en el domicilio de un hortelano de Chambon, padre de dos chicas y un chico.

Enferma el chico, hallándose a su cuidado Juana Weber; aleja ésta, con fútiles pretextos, a la familia, y cuando la familia vuelve a la casa, ve a Juana a la cabecera de la cama, con la mano izquierda debajo del delantal y con la derecha crispada sobre el corazón de la criatura, que acababa de morir.

Los periódicos se apoderan del hecho, denunciándolo; los médicos del villorrio opinan que la criatura murió violentamente; los médicos forenses de París, sin pronunciarse de modo decisivo, entienden que el niño pudo morir de resultas de una presión lenta y continua sobre el tórax, y el dedo del villorrio, haciendo de dedo de Dios, señala y acusa a Juana Weber.

La más elemental de las precauciones aconseja a toda familia el apartamiento de una mujer tan misteriosa y sospechada. Pues no, señor.

«Todos los días -dice Le Matin- Juana Weber recibe cartas que la solicitan con insistencia, y que reclaman ahora, como reclamaron antes, su presencia en otros hogares. De Charleroi recibió últimamente un telegrama en dicho sentido.»

Es decir, pues, que si no se vuelve a procesar, por falta de indicios en tan nebuloso asunto, a la acusada, ésta servirá en otras casas y se la volverá a encontrar a la cabecera de una cama, con la mano izquierda debajo del delantal y con la derecha crispada sobre el corazón de una criatura muerta...

¡Qué mentalidad tan estupenda!... ¡Qué extraordinaria lección de moral!... Vagan por ahí legiones de mujeres sin trabajo, que se darían con un canto en los pechos por encontrar ocupación y pan. Para ellas están cerradas las puertas de los hogares. Para Juana Weber están abiertas de par en par. Se la escribe, se la telegrafía, se la pide con insistencia, se la ruega...

-A ver, Juana, haga usted el favor de venir de prisa... a asfixiarme un chico...

Juana ha dicho que el hortelano de Chambon, enamorado de ella, que es un montón de carne soez, con unos ojos a lo Soleilland, la hizo proposiciones enfermizas. Ahora compiten con el hortelano otros padres de familia.

-Venga usted, Juana, a cuidar mi prole...

Y si Juana probara, como dos y dos son cuatro, que antes fue y ahora es, completamente inocente, una víctima del azar, probablemente moriría de hambre por falta de trabajo.

... Yo me he preguntado muchas veces si hay apaches porque no se puede acabar con ellos o si no se acaba con ellos porque hay un apache en el fondo de la sociedad que les persigue...