Gotas de ajenjo/XVIII
XVIII
Rígido ya, sobre su blanco lecho
descansa al fin. La trémula bujía
que baña en luz su descarnado pecho,
deja en la sombra su cabeza fría.
Su esposa, al golpe despiadado y rudo
del pesar, triste, en su aflicción le nombra;
mas él, inmóvil, permanece mudo,
con los ojos abiertos en la sombra.
Mujer... no llores más, tu pena es vana;
¿tanto alarde por qué? ¡Torna al reposo!
No solloces ni grites... que mañana
los labios besarás de un nuevo esposo.