XCIII

¡Oh, Dios! ¿Satán te vence? Ángel eterno,

¿abate la virtud con tu permiso?

Ya no caben las almas en su infierno.

¡Oh, Dios! ¡Qué solo está tu paraíso!


Como dueño de todas las maldades,

cambia en horrible lo sagrado y bello;

y Tú, en tanto, explosión de claridades,

no tienes para herirlo... ni un destello.


Él corrompe a la virgen impoluta

que tú formaste; y, sumergida en llanto,

esa virgen se torna prostituta

y va al infierno al expirar... ¡Dios Santo!


Dejas que te arrebate ese murciélago

tus hechuras, o acaso es que no alcanza

tu poder a extinguirlo en ese piélago

donde se lee: ¿Perded toda esperanza?