LXXXII

Hermosa y sana, en el pasado estío

murmuraba en mi oído sin espanto:

–Yo quisiera morirme, amado mío;

más que el mundo, me gusta el camposanto.


Y de fiebre voraz bajo el imperio,

moribunda, ayer tarde me decía:

–No me dejes llevar al cementerio;

yo no quiero morirme todavía.


¡Oh, Señor! ¡Y qué frágiles nacimos!...

¡Y qué variables somos y seremos!

Si la muerte está lejos, la pedimos;

pero si cerca está... no la queremos.