LXXX

Y bien: ¡qué importan los cielos azules

que el sol abrillanta,

la aurora que nace, la tarde que muere,

la noche sombría;

la flor que perfuma y el ave que canta...

si todo es tan viejo, si nada me gusta,

si todo me hastía!


El oro, el talento, los dulces placeres,

los sueños de gloria,

las vírgenes bellas de labios que guardan

fugaz ambrosía,

¡cómo han de importarme! Si todo es escoria,

si todo es tan viejo, si nada me gusta,

si todo me hastía.


Mas, ¡ay!, algo existe que intensas fruiciones

a mi alma procura;

y ese algo es una hueco muy hondo que forma

una piedra muy fría,

do sé que se extinguen placer y amargura, do todo se pudre, do todo se acaba,

do nadie se hastía.


Por eso yo aguardo, con loca impaciencia,

bajar hasta el fondo

tan lúgubre y triste de aquel hueco negro

que ha mucho que espío,

y en él, con las penas horribles que escondo,

dejar para siempre este pérfido monstruo

que llaman Hastío.