LXXVIII

Oigo el silencio. En las tinieblas flota

el fuego fatuo. El aura, entumecida,

el ala inquieta... está como dormida;

no se escucha ni el eco de una nota.


¡Esta es su tumba!... ¡Abandonada! Rota

por el tiempo…la negra cruz, caída...

en su redor, la tierra, removida,

ni el tallo de una flor siquiera brota!


¿Y ella? dime, sepulcro tenebroso

responde: ¿en dónde está?... Dime, ¿qué

de los encantos de su cuerpo hermoso?


¿De sus pies, de sus manos... de su seno?

¿De aquellos ojos de mirada triste?

¿De aquellos labios purpurinos?...