Gonzalo de Oyón
En la cárcel estoy. ¡Dios de mis padres!
Desde este calabozo te bendigo.
Ellos me dañan, luego soy tu amigo.
¡Vuelve, oh Señor, tu vista a mi prisión!...
¡Ah!, pero no estoy solo; cerca escucho
ese grito maniático, irritado,
que el crimen lanza; ¡al crimen asociado
estoy, al asesino y al ladrón!.
¡Bien... sí, muy bien!, acaso, Torres, Pombo,
también estos lugares habitaron,
y sus oídos castos insultaron
las risas del sarcasmo criminal...
Por ventura sufrieron cual yo sufro,
y asaltaba su oído este anatema,
esta voz del delito, voz blasfema,
que cunde por el aire sepulcral...
Pero no; me equivoco: no podía
llegar a tanto el orgulloso ibero;
Morillo fue valiente, fue guerrero,
no tuvo la vileza del reptil;
Morillo arcabuceaba noblemente,
ante el brillante sol del meridiano;
Morillo pudo y supo ser tirano,
pero no pudo ni alcanzó a ser vil.
¡Oh de las almas vasto lazareto!,
do la virtud se ofrece en sacrificio,
en las aras sacrílegas del vicio,
¡abusando del nombre de la ley!
¿Qué hago yo aquí? Yo aquí soy tan extraño
como el honor en el febril bufete
donde López, estúpido juguete,
teme en Obando a su amo y a su rey...
¡Y nos llaman iguales!... Este cancro
que ara en mi mente con su ardor contino,
¿siéntelo por ventura el asesino,
monarca de la lóbrega prisión?
El, que no tiene honor, se goza y ríe
de la palabra que estremece mi alma;
él goza; yo agonizo, él oye en calma
lo que hiela mi pobre corazón.