Estamos en plena hora de siesta. Antes, a esta altura del día, la gente no trabajaba. El criollo filósofo, meditativo ó simplemente haragán, permanecía en la inacción. Generalmente, mientras la tormenta amenazaba destruir los sembrados, el criollo dormía. Hoy el laborioso de Europa, que fecunda estas tierras, vive perpetuamente en acecho del cielo. Por eso ahora, á medida que la tormenta avanza, se escuchan voces de mando, como en una batalla, y se ven cruzar, en silencio, las sombras de los soldados de la eterna faena, guadañas y picos al hombro, guiando para los corrales y pesebres á sus pacientes compañeros. Sin embargo. á pesar de sus previsiones, antes de llegar á las casas las primeras gotas de lluvia, que caen gruesas como garbanzos, sorprenden á los soldados. Estos apuran entonces al grupo de bestias que cruzan con dificultad, en trote desigual, por en medio de los surcos recientemente abiertos.
De los caminos estrechos, donde hay un colchón de polvo, asciende un olor á tierra húmeda que se aspira con delicia. Todavía el aire está inmóvil, pero en la atmósfera hay más claridad, las gotas, gruesas como garbanzos, han dejado de caer y los pequeños zig-zag de los relámpagos han cesado allá arriba, así como los rezongos del trueno.
De pronto una linea rojo-blanca divide en dos el horizonte dejando por un instante, en las nubes, marcado un cauce de fuego, y un trueno formidable rueda de sombra en sombra.
Sopla entonces viento. Es viento de tempestad que forma remolinos en los callejones levantando, en espirales monstruosas, el polvo depositado en las partes secas, debajo de los árboles tupidos de follaje, donde las gotas, gruesas como garbanzos, no han podido penetrar. Un jinete que va al pueblo á galope tendido, desaparece entre las nubes de polvo. Su silueta se pierde á las veces envuelta en un remolino del que sale casi asfixiado, castigando enérgicamente á su cabalgadura. Los chingolos y los jilgueros atraviesan el campo asustados, corridos por el vendabal. Las lechuzas y los caranchos parece que se regocijaran, como si estuvieran de fiesta. Un cuervo también pasa graznando de placer porque ha oído, á la distancia, el balido de un corderillo extraviado á quien tal vez la madre no encontrará mañana. Y eso quiere decir osamenta en perspectiva. Los teros aletean, solos ó en pequeños grupos, cerca de tierra persistiendo en su grito monótono y estridente. Un caballo, que anda suelto, alza la cabeza mohina y mira al cielo como interrogándolo. En seguida agacha las orejas quedando en actitud pensativa.
Al poco rato cesa el batir del viento de tempestad y los truenos y los relámpagos se suceden ya con largas intermitencias.
Y es entonces que cae sobre los campos la lluvia fecunda y gloriosa...