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GESTOS
I

¡Q

ué! ¿no lo habíais pensado? Ese hombre que apoya vuestro pedido, que os promete serviros, pero que contesta arrastrando las palabras que salen de sus labios, tristes, melancólicamente, como de un abismo, frías y cansadas—ese hombre, á quien envidiáis por su talento y por su actuación en la vida, que tiene mujer hermosa y es padre de hijos sanos—mientras lo interrogais y os contesta, medita el suicidio y os compadece.
II

Hay una voz que se alza amedrentando conciencias. Una lengua noble se agita, esta vez, en una boca que no tiembla. Y esa voz suena como un castigo.

Hay que apagar esa voz, sellar esa boca, inmovilizar esa lengua.

Y entonces, siempre á espaldas—rugigo de odio—suena, allá lejos, la befa de la canalla.

III

La manada de lobos está tranquila; pero todos están hambrientos...

De pronto los animales abren las fauces. Gritan. Y se lanzan la dentellada bárbara.

La lucha es fiera.

La manada de lobos va avanzando y despedazándose.

Y todos vencen. Pero todos sucumben.

¿Quién promovió aquel combate de exterminio?

La manada de lobos estaba tranquila; pero todos estaban hambrientos...

Y un viajero juguetón, al pasar, por entretenerse, había dejado caer, allí cerca, un mendrugo!...