Germanofilia ciega

​Germanofilia ciega​ de Álvaro Alcalá-Galiano y Osma
Nota: «Germanofilia ciega». (La Correspondencia de España, 21 de octubre de 1918)
LO DEL DIA

GERMANOFILIA CIEGA

 Para los que desde el preludio de esta gran guerra mundial nos colocamos resueltamente al lado de los aliados; para los que aseguramos llenos de fe el triunfo inevitable de las Naciones de la Entente sobre el pangermanismo brutal y agresivo (mucho antes de que los Estados Unidos se vieran obligados por los submarinos alemanes á entrar en el conflicto), la derrota de los Imperiors Centrales y el derrumbamiento de la «Mittel Europa» no nos ha causado estupo alguno.

 Sabíamos que esa hora, la hora de la expiación, había de llegar. Lo que no supusimos es que, al sonar, cambiara tan repentinamente el decorado del «Teatro de la Guerra» hasta el punto de venirse abajo en unas semanas todo el gran andamiaje del vastísimo edificio que el Estado Mayor alemán iba levantando sobre los territorios invadidos para mayor gloria de «una más grande Alemania».

 Y he aquí que la gran «ofensiva alemana» tan cacareada por los diarios teutónicos se estrella otra vez en el Marne, que el mariscal Foch acosa y derrota á los ejércitos imperiales; que se rompen las líneas inexpugnables, haciéndose millares de prisioneros y tomándole ciudades y aldeas; que los belgas resucitan; que los ingléses, á pesar de que sólo iban á batirse «hasta el último francés», asestan al adversario golpes mortales, arrebatándole primero en Africa sus colonias, luego en Asia cerrándole la puerta á los ensueños de «Berlín-Bagdad» y ahora liberando las ciudades de Francia y Bélgica.

 Y Bulgaria se rinde incondicionalmente; Turquía pide la paz; Austria-Hungría se tambalea sobre sus cimientos y cae á tierra en fragmentos federales. Alemania misma, «la invencible», retrocede espantada ante el castigo que la amenaza, clamando un «mea culpa» inspirado por el miedo, «no» por la contrición. Grita hipócritamente que sólo hace una «guerra defensiva». Sabe ya que ante el Tribunal del Mundo ha de rendir cuentas por las iniquidades cometidas en Bélgica, en Rumania, en Serbia, y en Brest-Litowski... Por todo el Imperio vibra un clamor de odio contra los responsables de la guerra. Se pide la abdicación del Kaiser y de su hijo, y en el cielo tempestuoso de Alemania se refleja el crepúsculo de los ídolos de ayer: los Hindenburg, los Ludendorff, los Tirpitz, los Bernhardi, los Chamberlain, los Reventlow, caudillos y apóstoles del pangermanismo agonizante...

 Los Imperios Centrales han sido derrotados totalmente. Esto es una verdad irrefutable que han comprendido ya hasta los búlgaros y turcos al separarse de Alemani, su funesta aliada. Pues esta verdad no la han comprendido aún los germanófilos españoles.

 ¿Fidelidad espiritual por un ideal que se han forjado ellos mismos, y que no quieren claudicar? ¿Falta de sentido de la realidad y sobre todo del sentido común? ¿Despecho rencoroso ante un error fatal? De todo hay.

 Cabe decir en favor del germanófilo sincero que aún está palpitando de emoción y de susto ante el giro reprentino del conflicto europeo, como un señor que recibiese una ducha fría hallándose en plena siesta. No sabe aún explicarse lo que ha sucedido...

 ¿Pero cómo el pueblo invencible retrocede soltando sus conquistas? ¿El pueblo "providencial" se habrá quedado de pronto sin la protección visible de la Providencia? ¿Qué significan estas veleidades celestiales? Porque no es de suponer que el oro de los aliados haya corrompido hasta el paraíso. Y sin embargo, aquí abajo, en la tierra, hay alemanes que gritan contra su representante el Kaiser; hay mitines contra la dinastía, campañas de Prensa contra el militarismo. ¿Qué es esto? ¿El pueblo más disciplinado de la Tierra se ha cansado de pronto de la disciplina?

 ¿Ya no gobierna sólo el Estado Mayor, sino los ministros, el Parlamento, el pueblo? No es posible.

 Y el germanófilo, atónito, sobresaltado, coge un diario de «su» Prensa, esa Prensa publicada en español, pero al parecer redactada por el Gran Cuartel General Alemán. Al echar un vistazo por sus hojas respira con desahogo. ¡Ah, ya decía él! —Mentira todas esas noticia. Mentira eso de que ganan la guerra los aliados. Falso el que en Alemania sienta nadie desfallecimiento. Patrañas todo ello, propagandas por los pérfidos Gobiernos de la Entente que se coligaron para destruir al noble y leal pueblo alemán, que es, sea dicho de paso, el pueblo más pacífico del universo. Alemania jamás soñó con conquistas y hace sólo una guerra «defensiva».

 Si ha invadido Bélgica, Francia, Polonia, Rusia, Serbia y Rumania, ha sido debido á las viles maquinaciones de la Entente; si ha echado á pique buques neutrales, debe atribuirse á que le han obligado a ellos sus enemigos, y sabemos, por lo tanto, quiénes son los culpables.

 El crítico militar germanófilo, que suele ser un Napoleón de la estrategia sobre el papel, pone en guardia á sus lectores contra las informaciones «tendenciosas» de la Prensa aliada. Alemania, digan lo que quieran sus envidiosos adversarios es «invencible» y se halla hoy más fuerte y más unida que al comenzar la guerra. La natalidad creciente supera hoy á las pérdidas que ha podido tener en hombres el Imperio durante cuatro años de guerra. No hay siquiera hambre, porque este pueblo «viril» se ha acostumbrado á no comer. Si Alemania «vencedora» ofrece la paz á sus adversarios, es para que éstos se percaten de una vez de la imposibilidad de vencerla por las armas. Lo demuestra su maravilloso repliegue, tanto en Francia como en Bélgica, que los aliados no han sabido contener. Los aliados, á pesar de su enorme superioridad numérica, no han roto el frente germánico, y sólo «ocupan» las ciudades y posiciones que los alemanes «evacuan» voluntariamente según plan preconcebido de su Estado Mayor... ¿Que dejan millares de prisioneros? debe tomarse como propina insignificante de un pueblo que aún puede llamar á las armas á diez millones de hombres y otros tantos el año que viene... Que abandonan millares de cañones? Pues ha de comprender el lector que el Estado Mayor alemán ya sabe lo que se hace y sus motivos tendrá para dejarlos. No hay que asustarse. Los países de la Entente están ya agotados, y realizan su último esfuerzo en esta guerra estéril contra Alemania. Nadie ignora que hubieran pedido ya la paz y aceptado las condiciones de Alemania si no fuese por el imperialismo de Lloyd George y Clemenceau, y el maquiavelismo del Presidente Wilson.

 Y el germanófilo, tranquilo, satisfecho, vuelve a dormirse al son de este «Deutschland über Alles», entonado por sus sabios directores espirituales que pretenden aislarnos del Mundo, convertirnos en una Turquía occidental y dejarnos solos y desamparados cuando llegue la hora de la paz.

 ALVARO ALCALA GALIANO