Geórgicas (Fray Luis de León)/I
Lo que fecunda el campo, el conveniente
romper del duro suelo, el sazonado
juntar la vid al olmo, y juntamente
cómo se cura el buey, cómo el ganado;
y de la escasa abeja diligente
su industria, y saber mucho no enseñado,
aquí, Mecenas claro, comenzando
por orden cada cosa iré cantando.
¡Oh vos, lumbreras claras de la vida,
que el año producís andando el cielo,
alma Ceres y Baco!, si en florida
espiga por don vuestro mudó el suelo
la primera bellota, y la bebida
con las halladas uvas perdió el hielo,
y vos, dioses propicios del aldea,
venid, Faunos, a do mi voz desea.
Venid, Faunos, venid, coro lucido
de Drïadas, pues vuestros dones canto;
y tú, Neptuno, a quien el campo herido
con el grande tridente, con espanto
el caballo produjo, y del florido
bosque el cultivador; y de otro canto
de novillos pastor tres veces ciento,
que pacen de la Cea el grueso asiento.
Y tú, pastor de ovejas, Pan, dejados
tus bosques y tus valles de Liceo,
si son de ti tus Ménalos ya amados,
ven presto favorable aquí, ¡oh Tegeo!;
y tú, Minerva, ven, que a los collados
la gruesa oliva hallando diste arreo;
y el mozo inventador del corvo arado,
y el del ciprés entero por cayado.
Y vos, dioses y diosas, igualmente,
cuantos tenéis por obra y por oficio
la guarda de los campos, juntamente
aquellos que con vuestro beneficio
las mieses levantáis no sin simiente,
y aquellos que enviáis del edificio
del cielo, para el bien de los sembrados,
largos hilos de lluvia derramados.
Y finalmente tú, de quien se duda
a cuál divinidad serás alzado,
si de lo terreno que se muda
querrás y de tu Roma el gran cuidado,
de arte que, colgada de tu ayuda,
la redondez te adore coronado
con el materno mirto frente y sienes,
señor del aire y campo y de sus bienes.
si fueres del mar por dios tenido,
y a ti solo adorare el marinero,
y Tule lo postrer de lo sabido,
y diere por ti Teti el mar entero,
por ti para su yerno, o añadido
a los meses tardíos por lucero
en el lugar que está desocupado,
entre Virgo y las Quelas asentado.
Que, si lo miras, ya para tu asiento
los brazos encogió el Escorpio ardiente,
y más de la mitad con miramiento
te deja de su silla reluciente.
Pues, o te venga desto más contento,
seas el que fueres finalmente
-que no te esperará rey el infierno,
ni tú desearás tan mal gobierno.
Aunque el Elíseo campo Grecia admire,
y Proserpina huya demandada
volverse con su madre -ansí que inspire
en mí tu deidad apiadada
del labrador que ignora por do tire,
y da favor aquesta empresa osada.
Ven, pues, y desde luego acostumbrado
aprende como dios ser invocado.
En el verano nuevo, cuando el frío
humor en la alta sierra desatado
desciende, convertido en largo río,
y el campo con el céfiro alentado
el seno afloja, que cerraba el frío,
al punto gima el buey con el arado
hincándolo, y la reja desgastada
con el arar relumbre como espada.
Aquella mies sin duda corresponde
con lo que siempre el labrador desea,
que en dos tiempos el hielo en sí la esconde,
y en dos tiempos el sol la ve y recrea;
sus frutos las paneras rompen, donde
se encierran. Mas tu estudio y vela sea
antes de abrir con reja el nuevo suelo,
las mañas conocer del viento y cielo:
Los vientos y los modos diferentes
del aire y sus diversas calidades,
lo propio de las tierras, las simientes
qué huyen o a quién hacen amistades;
que aquí se dan los trigos, las ardientes
uvas mejor allí, las variedades
de frutas hallan dicha en otra parte,
y lo que sin cultura nace y arte.
¿No ves, por aventura, cómo envía
Cilicia su azafrán? ¿El indio feo
nos da el rico marfil? ¿Y cómo cría
encienso el viciosísimo Sabeo?
¿Los Cálibes dan hierro y a porfía
el Ponto el venenoso castoreo;
Y Epiro en dar las yeguas tiene gloria,
que en Elis se aventajan con victoria?
Que luego, en el principio, divididas,
la suya a su lugar, naturaleza
aquestas leyes puso, establecidas
con liga y ñudo eterno de firmeza;
luego cuando las piedras esparcidas
lanzó Deucalïón por la grandeza
del yermo suelo y tierra espaciosa,
de do los hombres nacen, dura cosa.
Ansí que, como digo, el mes primero
del año el fuerte buey con el arado,
trastorne el fértil suelo, porque quiero
que cueza con su ardor el quebrantado
terrón el seco estío; y si es ligero
el campo, a la ligera sea tocado;
allí, porque no ahogue yerba el trigo,
aquí, porque no espire el jugo amigo.
También harás que a veces repartido
goce el segado campo de reposo,
y que por luengo espacio entorpecido
con moho se endurezca el perezoso;
sembrarás cebada allí, venido
su tiempo, de do en vaina sonoroso
coges el legumbre, o fue arrancada
de do por ti la arveja delicada;
de donde sacaste del lupino
triste la caña flaca vocinglera.
Mas quema, adonde nace, el campo el lino,
y la bañada en sueño dormidera
le quema y las avenas. El contino
uso trocando, ansí, pues, se aligera,
con tal que sin empacho ni recelo
hartes de estiércol grueso el flaco suelo.
De estiércol y ceniza torpe, inmunda,
esparce largo el campo adelgazado,
que ansí y mudando esquilmo se fecunda
la tierra; y no es ninguna del no arado
suelo la utilidad. A la infecunda
haza provecho a veces ha causado
quemarla, y que al rastrojo seco asido
corra abrasando el fuego y dé estallido.
porque ansí se esfuerza ocultamente
y más se engruesa el campo, o porque luego,
quemado lo vicioso totalmente
perece, y suda el daño con el fuego;
porque aquel ardor eficazmente
descubre más caminos y lo ciego
relaja de los poros, por do venga
el jugo a lo sembrado y lo mantenga;
es porque endurece el fuego al suelo,
y aprieta más las venas desatadas,
a que ni recios soles, ni del cielo
las lluvias menudas enviadas,
ni el Cierzo penetrable, envuelto en hielo,
le abrase. Y mucho sirve a las aradas
quien rompe los terrenos descuidados
con puntas y con zarzos arrastrados.
No mira al que esto hace del dorado
cielo la roja Ceres sin provecho;
ni menos al que el brazo atravesado
los lomos que alzó arando en el barbecho,
los corta de través con el arado,
y al sesgo diligente y al derecho
la tierra sin cesar desasosiega,
y doma y trae sujeta ansí la vega.
Húmidos equinoccios, fríos, serenos,
labradores, pedid, que el polvoroso
hielo da ricos panes, hace amenos
prados; y si presume de abundoso
el suelo de la Frigia, y si sus llenos
campos admira el Gárgaro gozoso,
de esta sazón de tiempo más le viene,
que de cuanta cultura y labor tiene.
¿Qué diré del que luego que ha esparcido
la simiente, prosigue, y del arena
flaca lo amontonado y mal asido
deshace, y que después con larga vena
del agua que le sigue, el esparcido
campo baña; y lo mismo cuando pena,
y hierve el abrasado suelo ardiendo,
y sus yerbas en él se van muriendo;
Al punto de la altura recostada
abre camino el agua, que cayendo
hiere las lisas piedras, y encontrada,
ronco murmullo mueve, y templa yendo
la tierra abierta y seca de abrasada?
¿y del que en yerba el vicio va paciendo
de las mieses, que igualan las aradas,
porque después no se echen de granadas?
¿Del que el humor en lagos recogido
con bebedora arena lo destierra?
El río, mayormente si salido
de madre, y largamente por la tierra
en los inciertos meses extendido,
con cieno que dejó la ocupa y cierra,
por do las anchas fosas llenas sudan
con aguas que estantías no se mudan.
Y no -dado que el hombre y buey a una,
cultivando la tierra y trabajando,
hayan aquesto hecho-, no es ninguna
la ofensa que el mal ánsar hace andando,
y las grullas de Tracia y la importuna
endivia los sembrados enredando
con sus amargas hebras, ni es beleño,
las sombras a los panes muy pequeño.
Que el mismo Eterno Padre quiso en parte
no fuese la labranza del barbecho
fácil, y fue el primero que con arte
los campos meneó, porque de hecho
el cuidado forzoso fuese parte
para aguzar el torpe humano pecho;
no consintiendo que su monarquía
se entorpeciese con pereza fría.
Porque ante de su reino por ninguno
el campo ni fue arado ni mollido,
ni el señalar con lindes cada uno
su parte o el dividir fue permitido;
servían al común sin miedo alguno,
la tierra daba fruto no pedido.
El ansimismo puso mal veneno
a las serpientes negras en el seno.
Él les mandó a los lobos que salteen;
al mar que se levante, y, sacudida,
quiso que miel las hojas no goteen;
y dél la luz del fuego fue ascondida,
los vinos que corrían no se veen,
que fue por él su vena reprimida,
para que imaginando el uso hiciese
las artes poco a poco y las puliese,
Y para que buscase el trigo arando,
y para que del seno el ascondido
fuego, a los pedernales golpeando,
sacase. Allí primero fue sentido
el barco de los ríos, y allí, cuando
redujo a cierta suma, y su apellido
compuso a cada estrella el marinero,
Osas, Virgilias, Híadas, Lucero.
Y entonces se inventó el cazar las fieras
con lazos, y con ligas engañosas
el enredar las aves, y las fieras
selvas cercar con canes; las undosas
mares con redes largas barrederas
el uno escudriñaba; y con ñudosas
mangas el otro hiriendo a su albedrío,
el hondo penetró del ancho río.
Y entonces el rigor del hierro vino,
y fue la cortadora sierra hallada,
que a fuerza de las cuñas cortó el pino,
fácil para el hender, la edad dorada.
Nacieron muchas artes, que el contino
trabajo pertinaz y la apretada
falta, que en lo preciso no reposa,
todo lo sobrepuja poderosa.
Ceres nos enseñó a romper la tierra
con hierro, cuando ya casi faltaba
bellota en el sagrado monte y sierra,
y la comida Epiro nos negaba.
Mas luego al pan le vino nueva guerra,
la niebla dañadora, que gastaba
la espiga, y el baldío y desechado
cardo, que se erizaba en el sembrado.
Ahóganse las mieses; sube y crece
selva desagradable, abrojo, espina,
y en lo que cultivado resplandece
reina la grama inútil, la malina
avena. Y si tu mano desfallece
en perseguir con rastro a la contina
el campo, y si no espantas con ruido
las aves, o con honda y estallido;
Si no estrechares tú con podadera
las sombras del umbroso y negro suelo;
si en el otoño y en la primavera
con votos no pidieres agua al cielo,
en vano, ¡ay!, los montones de la era
ajena mirarás, y tu consuelo,
con que consolarás tu merecida
hambre, será la encina sacudida.
También nos convendrá que dicho quede
qué armas ha de usar el esforzado
rústico, sin las cuales no se puede
sembrar ni mejorar lo ya sembrado.
La reja es lo primero, y le sucede
el roble del muy grave y corvo arado;
la carreta de Ceres Eleusina,
que despacio volviéndose camina.
Los trillos, las rastreras, los pesados
rastros desigualmente; los tejidos
cestos, alhajas viles, los trabados
zarzos de rama y mimbre, los debidos
arneros al dios Baco, que ayuntados
con acuerdos tendrás y apercibidos
de antes todos éstos, si la amada
gloria del fértil campo te es guardada.
Con tiempo, allá en la selva, retorcido
con fuerza valentísima es domado
el olmo para cama, y constreñido
recibe forma en sí de corvo arado;
de allí por ocho pies sale extendido
derecho ansí el timón, y a cada lado
su oreja y su dental, y de antemano
se corte al yugo el tejo bien liviano.
El tejo y la alta haya, y juntamente
la esteva se apareje, que plantada
detrás en el arado prestamente
vuelva las bajas ruedas; y colgada
la leña dura en el hogar caliente,
allí será del humo examinada.
Y puédote decir otras mil cosas,
que los ancianos mandan provechosas.
Mil cosas, si te place estar atento,
y tan menuda cuenta no es penosa.
La era, lo primero, de cimiento
trastórnala, y con greda pegajosa
macízala después; y desde el centro
por toda al derredor con poderosa
y bien rolliza piedra ansí rodando,
lo desigual del suelo irás quitando,
Por que no nazcan yerbas, ni, hendida,
el polvo en ella reine, ocasionada
a ser de mil cojijos ofendida;
que a veces hace en ella su morada
y su troj el ratón, y su manida
el topo ciego pone allí cavada,
y el sapo allí se halla cada día,
y cuanta sabandija el suelo cría.
Y a veces el gorgojo atala y gasta
grande montón de trigo, y la hormiga
ensila mucho más de lo que basta,
temiendo la vejez pobre y mendiga;
que si tu diligencia no contrasta
mil daños amenazan a la espiga;
y atenderás también, si te es gustoso,
adivinar lo estéril, lo abundoso.
Atiende cuando en flor el almendrera
se viste por el campo, y de florida
las ramas encorvare; la panera,
si el fruto viene a colmo, enriquecida
será por un igual, y grande era
verá con gran calor; mas, si caída
la flor, se fuere en hoja, muy menguadas
espigas trillarás y mal granadas.
Y visto he yo que muchos sembradores
los granos medicinan, y primero
con alpechín los bañan, con licores
otros, para que el fruto más entero
hincha la falsa vaina, y los ardores
del fuego, aunque pequeño, más ligero
los cuezan y enmollezcan, y aun he vido
el trigo desdecir muy escogido.
He visto que después de gran cuidado
desdice poco a poco, si el humano
velar en cada un año lo granado
no escoge y lo mejor con propria mano;
que ansí por ley en todo lo criado
decae y vuelve atrás el ser liviano,
y viene, empeorándole contino,
a estado menos bueno y menos dino.
No de otra forma y modo que acontece
al que con remo y fuerza apenas lleva
el barco la agua arriba, si enflaquece,
y si de cuanto puede no hace prueba,
si acaso el brazo afloja y desfallece,
ya la raudal corriente se le lleva
y al punto en pos de sí arrebatado,
y como cuesta abajo despeñado.
Y, allende desto, importa el tener cuenta
-tanto a nosotros como al marinero,
que el Ponto y que el estrecho Abido tienta
llevado por el mar ventoso y fiero
al patrio y dulce nido donde asienta-
con el Arcturo y con el Carretero,
sus Cabras y su día juntamente
con la Culebra austral resplandeciente.
Cuando la Libra iguales horas diere
al sueño y a la vela, y justamente
la redondez por medio dividiere
entre la noche y luz, el buey valiente
traed a la melena, y por do fuere
con mano, ¡oh labradores!, diligente
esparcid las cebadas, hasta cuando
lo crudo del invierno venga helando.
Y por el mismo modo es apropiado
tiempo para entregar el lino al suelo,
y de la dormidera el dedicado
grano a la santa Ceres sin recelo,
cuando está seco el campo, y el nublado
alto y suspenso se anda por el cielo;
mas de las habas es la sementera,
cuando aparece ya la primavera.
Y a ti también, alfalfa, los llovidos
sulcos te acogerán bien en su seno,
y al mijo en cada un año a sus debidos
cuidados sazón viene y tiempo bueno,
cuando ya el blanco Toro con lucidos
cuernos del año nuevo, y del sereno
aire la puerta abriendo, se pusiere
el Can contraria estrella, y le cediere.
Empero, si labrares para el trigo
las tierras, o si para las cebadas,
y fueres de los panes sólo amigo,
primero se te ascondan las llamadas
Virgilias, y primero, como digo,
se asconda la Corona, que entregadas
al sulco las simientes le confíes,
y al suelo sin razón tu año fíes.
Que muchos comenzaron no caída
la Maya, mas al fin la espiga vana
burló sus esperanzas. Si esparcida
la arveja o vil faselo, o la gitana
lenteja fuere en precio de ti habida,
su tiempo te dirá, su sazón sana
sus rayos el Bootes cubijando;
comienza, y llega al hielo ansí sembrando.
Que por aqueste fin del sol dorado
la redondez del cielo dividida
con número medido y limitado,
por doce claros signos es regida,
y en cinco zonas todo está cortado;
la una de las cuales encendida
la tiene de contino el sol presente,
y el fuego que la tuesta eternamente.
De aquésta al derredor las dos postreras,
por la siniestra y por la diestra mano,
se extienden verdinegras, con las fieras
lluvias, con el rigor del hielo insano;
y entre éstas y la media van dos veras,
dadas por don al hombre soberano,
y en ambas al través hecho el camino
por do los signos andan de contino.
Que cuanto se levanta el cielo alzado
encima los alcázares Rifeos,
tanto se va sumiendo recostado
hacia el Ábrego y Libia y los Guineos.
Aqueste quicio vemos ensalzado;
debajo de los pies aquellos feos
y hondos infernales; el Cerbero
le ve y del negro lago el mal barquero.
Aquí va dando vueltas las Serpiente
grandísima, a manera de un gran río,
por entre las dos Osas reluciente;
las Osas que en el mar nunca el pie frío
lanzaron; mas allí continamente
que es calma, dicen, todo y estantío,
en noche profundísima espesando
lo escuro las tinieblas y engrosando.
dicen que la Aurora, despedida
de aquí, les lleva el día, y al momento
que torna a descubrírsenos nacida,
y que de sus caballos el aliento
nos toca, y de la tarde la lucida
estrella allí con presto movimiento
sus luces les enciende. Por manera
que el cielo nos es seña verdadera.
Es seña que nos dice sin engaño
del aire las mudanzas revoltoso,
la mies, la sementera, y cuándo el año
concede dar el remo al mar undoso;
cuándo se puede al agua echar sin daño
la nave, y cuándo el pino poderoso
con su sazón debida viene a tierra,
cortado en la fragosa y alta sierra.
Ansí que no es sin fruto el tener cuenta
en ver si nace el signo o si se pone,
y el año que con una y justa cuenta
de cuatro tiempos varios se compone.
Si fuere que la lluvia no consienta
salir al labrador, no se perdone
de hace mil cosas que, la nube huida,
convienen y se hacen de corrida.
Que el labrador la reja allí embotada
afila de su espacio, y cava el leño
en barco; o si le place, a su manada
almagra, y el montón grande o pequeño
a cuenta le reduce; es aguzada
la horca de dos puntas; alza el dueño
el roto valladar; allí se apresta
lo que la vid caediza tiene enhiesta.
Entonces con los mimbres es tejido
el fácil canastillo; tuesta el fuego
entonces las espigas, y es molido
el grano con la piedra, y al sosiego
santo el hacer también le es permitido
por ley algunas obras, porque el riego
no hay fiesta que lo vede, ni es vedado
cercar con valladares el sembrado.
Ni menos el armar al ave engaño,
ni el encender los cardos, ni el roñoso
ganado zambullir en fresco baño;
y a veces sobrepone al espacioso
asnillo el labrador, conforme al año,
aceite o vil manzana, y va y gozoso
le torna del mercado a su morada
con pez o cualquier piedra aderezada.
Y para el trabajar, también la luna,
a días, es feliz en su carrera:
huye su quinta luz, en quien a una
Tesífone nacieron y Meguera,
y el Orco verdinegro y la Laguna:
y en tal día la tierra lanzó afuera
con parto abominable a Tifoeo,
a Jápeto, Porfirio, Reto y Ceo.
En tal día produjo infelizmente
a todos los hermanos conjurados
de dar asalto al cielo osadamente.
Tres veces procuraron levantados
sobreponer al Pelio el eminente
Osa y Olimpo, y fueron derrocados
tres veces con el rayo soberano
los montes, que el furor alzaba en vano.
Empero es felicísimo el seteno
que al décimo sucede, en poner vides,
en el domar los bueyes, y es muy bueno
para tejer lo urdido; y si partides
de vuestra casa, el proprio es el noveno,
aunque es malo a los hurtos y a sus lides;
y a cosas es mejor la noche fría,
cuando al alba el suelo se rocía
De noche muy mejor la paja leve,
de noche mejor mucho el seco prado
se corta, que a las noches se les debe
un correoso humor; y desvelado
a los candiles largos del sol breve
con hierro aguza alguno delicado
la tea, y su mujer, que también vela
corre la lanzadera por la tela.
Corre por el telar, y engaña el duro
y luengo trabajar ansí cantando
cuece el dulce mosto al fuego puro,
el cobre hirviente a tiempos espumando.
Mas el estío al trigo ya maduro
la hoz aguda aplica, y volteando
en la espaciosa era, son trilladas
las mieses, del calor del sol tostadas.
Ara cuando se puede arar desnudo,
y siembra por el mismo modo y arte;
que el tiempo del invierno es como ñudo
que ata al labrador la mano y arte
que cuando reina el frío y hielo crudo,
los labradores por la mayor parte
gozan de lo allegado, y juntamente
a veces se convidan dulcemente.
Convídalos a ello el tiempo helado,
hecho para el regalo, y que del pecho
desata las congojas y cuidado;
como cuando con viento al fin derecho
entran el puerto dulce y deseado,
cargados los navíos de provecho,
alegres con laurel los marineros
coronan a los árboles veleros.
Bien es verdad que es proprio a la cosecha
del roble y del laurel y verde oliva
y del sangriento mirto, y que aprovecha
para enredar la grulla fugitiva,
para poner al ciervo en red estrecha,
seguir la liebre, herir la corza esquiva
con honda que estallide, en cuanto al suelo
la nieve cubre, al río enfrena el hielo
¿Qué diré del otoño y su mudanza,
ya cuando van los días de corrida,
lo que se ha de velar en la labranza?
¿Y cuando va el verano de vencida,
y cuando por los campos la mies lanza
y eriza sus espigas conmovida,
y en las cañas los granos ya cuajados
de leche, se demuestran muy hinchados?
Que he visto yo en la siega misma, y cuando
llamaba el labrador los segadores,
de mil contrarios vientos batallando
venir las guerras todas y furores,
que de raíz las mieses arrancando
enteras, por los aires voladores
subieron; y llevó la caña, el grano,
envuelta en torbellino el soplo insano,
Y viene muchas veces desde el cielo
de agua innumerable un golpe fiero,
y las nubes derraman sobre el suelo,
que el Cierzo amontonara, un mar entero
húndese el alto cielo, y lo que al hielo
y al sol labrara el buey, el aguacero
lo anega y quedan llenos los fosados;
los ríos resonando van hinchados.
Crecen los hondos ríos; todo el llano
con olas hervorosas bulle, y luego
del nublo tenebroso la alta mano
lanza tronando rayos hechos fuego,
con que la tierra tiembla, con que en vano
las alimañas huyen, con que el ciego
y abatido pavor generalmente
los ánimos humilla de la gente.
Mas él, con tino ardiente, poderoso
las Ceraunias puntas encumbradas,
el Ródope o el Ato montuoso
derrueca; y luego al punto, desplegadas
sus alas, se redobla furioso
el Ábrego y la lluvia, desatadas
las nubes, espesísima; al crecido
viento la playa y bosques dan bramido.
Pues con recelo desto pon cuidado
en advertir los meses, las estrellas,
los sinos do se asconde el viejo helado
y a do el Cilenio esparce sus centellas;
mas sobre todo da lo situado
a las diosas y a Ceres, grande entre ellas,
a quien festejarás con larga mano,
fenecido el invierno y el verano.
En las primeras yerbas santo ofrece,
cuando se viste el campo de hermosura.
Entonces el cordero es gordo y crece;
el sueño baña entonces la dulzura;
entonces ya, cocido, se enmollece
el vino, y de la sombra la espesura
entonce es agradable en la montaña.
Entonces, pues, tu rústica compaña.
Adore, pues, a Ceres lo aldeano,
y tú el panal le mezcla, y leche y vino,
y la dichosa hostia vaya a mano,
tres veces de las mieses el camino;
la gente le acompañe y coro ufano
y llame ansí con voces de contino
a Ceres, y ninguno sea osado
la hoz meter primero en lo sembrado,
La hoz en las espigas, si primero,
de encina coronado, no dijere
a Ceres su cantar, y placentero
con saltos descompuestos la sirviere.
Y porque con indicio verdadero
podamos conocer lo que viniere,
las lluvias, los calores, los estíos,
los vientos que producen hielo y fríos:
El cielo estatuyó lo que la luna
nos dice, que por meses se renueva;
qué signo aplaca el viento, y lo que una
y muchas veces visto es cierta prueba
para que el labrador por ley ninguna
de la cabaña lueñe el hato mueva;
mas junto al derredor de su morada
apaste receloso su manada.
Que en yendo ya los vientos a alterarse,
las costas de los mares conmovidos
comienzan enojadas a hincharse,
y se oyen por las sierras estallidos;
resuenan las riberas, que turbarse
empiezan, o se espesan los rüidos
del bosque y sus murmullos de hora en hora,
indicios de la fuerza movedora.
Y apenas ya las ondas se contienen
de hacer a los navíos guerra fiera,
cuando del mar sus cuervos prestos vienen
trayendo vocería a la ribera;
y cuando las cercetas se detienen
y espacian por lo seco, y la junquera
y los sabidos lagos olvidando,
la garza sobre el ñublo va volando.
Y vemos muchas veces los cometas,
si vientos se aparejan, derrocarse
del cielo, y de sus llamas luengas vetas
en pos de sí luciendo señalarse,
por las escuras noches y secretas,
y muchas revolando levantarse
las pajas y las hojas ya caídas,
y plumas sobre el agua andar movidas
Mas si fulmina de do el Cierzo espira,
si truena donde el Euro vive y mora,
cuanto del prado y campo el cielo mira
anda nadando todo en breve hora;
y todo marinero en la mar tira
las velas hechas agua y las mejora,
mas nunca por faltarles el aviso
la lluvia al hombre ofende de improviso.
Porque, o la grulla luego alzando el vuelo,
como el vapor del valle se levanta,
le huye, o la becerra vuelta al cielo
atrae el aire a sí, o suena y canta
la rana en el charcal su antiguo duelo,
vuela y no se cansa ni quebranta
de andar, cercando el lago a la contina
mil veces la parlera golondrina.
saca del secreto de su techo
los huevos de ordinario la hormiga,
cursando su sendero angosto, estrecho;
y por beber los mares se fatiga
el arco grande de colores hecho,
el escuadrón de cuervos de la amiga
comida en grande número volviendo,
con las espesas alas hace estruendo.
También del mar mil aves diferentes
y las que en torno de los Asios prados
los lagos escudriñan diligentes,
los lagos del Caístro no salados,
-verás cómo a porfía hombros, frentes
se esparcen y rocían, y en los vados
ya corren, ya se sumen, y ansí en vano
se estudian de bañar con juego ufano.
Y la sagaz corneja también llama
la lluvia con voz llena, y se pasea
a solas por la arena; y por la llama
del olio y vil candil, si centellea,
las siervas que, mandadas de su ama,
velan de noche e hilan su tarea,
conocen el llover, porque producen
las mechas unos hongos que relucen.
Y puedes con señales no menores,
llovido, colegir lo raso y puro;
que ni en los celestiales resplandores
se muestra la luz bota, el rayo escuro,
ni menos en la luna, los tenores
que sigue de su hermano rojo y puro,
ni andan por el aire derramadas
como unas lanas blancas y delgadas.
Ni menos en el sol las alas tienden
los alciones, de la Teti amados;
ni los lechones con la boca entienden
en derramar los haces desatados;
mas antes a los valles se descienden,
y en ellos se recuestan, rellanados
los húmidos vapores, y en el techo
apenas abre la lechuza el pecho.
Apenas viendo que es el sol ya ido
canta, y el esmerjón se ve ensalzado
altísimo en el aire; y su debido
paga por el cabello colorado
la ciris, que a doquiera que del nido
cortando por el cielo va delgado
le sigue el enemigo crudo y fiero
con grande estruendo y con volar ligero.
Síguela el esmerjón por dondequiera,
y ella de la parte do él se avía
con ala el aire líquido ligera
huyendo va cortando, y se desvía;
y sus voces los cuervos o tercera
cuarta vez repiten a porfía,
y a veces en los árboles alzados,
no sé con qué dulzura alborozados,
Alegres, más que suelen travesean
consigo y con la hojas; con rüido
y cuando ya las lluvias no gotean,
gustan de reveer su dulce nido
y sus pequeños hijos. No que sean
por esto más divinos en sentido,
ni, cuanto a lo que creo, que por hado
más cierto o más discurso les sea dado;
Sino que cuando el tiempo variable
y el movedizo humor su senda altera,
y el Ábrego con soplo deleznable
lo ralo espesa, afloja lo que fuera
espeso, luego aviene que lo instable
del ánimo se trueca en su manera
y siente agora el pecho un movimiento,
y otro si conduce lluvia el viento.
De aquí vienen aquellos acordados
cantos que dan las aves gorjeando,
el juego y el placer de los ganados,
los cuervos con los cuellos pompeando.
Mas si los soles miras presurados,
las lunas que los siguen rodeando,
ni el día venidero hará engaño,
ni la serena noche burla y daño.
La luna en el principio que su puro
ardor, que le torna, va cogiendo,
si con escuro cuerno el aire escuro
cercare en sí, gran lluvia apercibiendo
se va contra la mar y suelo duro;
mas si se colocare apareciendo,
es viento, porque al viento la dorada
luna se pone siempre colorada.
Mas si en su cuarta luz -que siempre ha sido
pronóstico la cuarta, verdadero-
con afilado cuerno y con lucido
saliere, aquel día todo entero,
y los demás por todo el mes cumplido
sin vientos lucirán, y el marinero
dará sus votos, salvo en la ribera,
a Glauco, a Panopea, a Melicera.
Y el sol, o cuando sale o cuando encierra
sus rayos en las ondas, da señales:
y el sol en sus señales nunca yerra,
salga por las puertas orientales,
láncese debajo de la tierra,
y suban las estrellas celestiales:
que lo que señalare el sol divino,
certísimo sucede de contino.
Que si cuando en Oriente se mostrare,
con manchas esparciere su salida,
y nube en la mitad de sí encerrare,
su media redondez ansí ascondida;
no dudes de la lluvia si tardare,
que ya de golpe viene, y de corrida
el Noto, despeñándose furioso,
a hatos, mieses y árboles dañoso.
Y si por entre el ñublo espeso opuesto,
por partes diferentes descubriere,
nacido el sol, sus rayos, o con gesto
la aurora deslucido apareciere,
del lecho de Titón, de flor compuesto;
la hoja podrá mucho si pudiere
las uvas defender, según saltando
con el granizo el techo irá sonando.
Y aun es más de provecho el tener cuenta
con cuando el sol, pasada su carrera,
se parte ya del cielo, que presenta
entonces cada vez de su manera
su rostro, como vemos; que, si alienta
la lluvia, es verdinegro; si la fiera
pujanza de los Euros, tiñe luego
su rostro de color de sangre y fuego.
Y si del claro rostro el ardor puro
con manchas a mezclarse comenzare,
verás en un momento el aire escuro
hervir en lluvia y viento; y, si cerrare
la noche, no será nadie tan duro;
serálo el que en tal noche me rogare
correr por la mar alta puesta en guerra,
desamarrar la nave de la tierra.
Mas si, y cuando el día el sol conduce,
y cuando nos asconde el que ha traído,
su redondez entera y pura luce,
en vano el ñublo entonce habrás temido,
del Cierzo, que a pureza le reduce,
verás la selva y monte ser movido.
Da el sol ciertas señales, finalmente,
de todo lo que al campo es conveniente.
Él te dirá lo que la luz tardía,
la estrella de la tarde te acarrea;
él te dirá qué piensa el Mediodía,
el húmido Africano qué desea,
las nubes de dó el viento, y dónde guía,
él hace que se entienda y que se vea;
que ¿quién será tan tonto y tan osado
que diga que el sol burla o que es burlado?
También el sol avisa a la contina
los ciegos movimientos que se ordenan,
las guerras que se emprenden, y adivina
los fraudes que en secreto se encadenan;
del César en la muerte el mesmo, indina
por quien ansí los hados nos condenan,
cubrió su luz; temieron los malvados
siglos en noche eterna ser dejados.
Aunque también entonces y las tierras,
y los tendidos mares señas dieron,
las aves importunas y las perras;
al Etna muchas veces todos vieron
hervir y rebosar por campo y sierras,
rompidas las hornazas que tuvieron
los Cíclopes, y en bolas hecho el fuego
lanzar y piedras, hechas polvo luego.
Sonó por todo el aire en Alemaña
de armas temeroso y gran sonido;
tembló más de lo usado la montaña
de los fragosos Alpes, y fue oído
en los callados bosques son de extraña
figura, y ya de noche escurecido,
fantasmas fueron vistas matizadas
con formas y colores nunca usadas.
Hablaron los salvajes animales
lo que no es de decir; el curso el río
detuvo; abrióse el suelo; en los umbrales
sagrados sudó el bronce; lloró el frío
marfil, y el Po, venciendo sus canales,
con avenida enorme y desvarío
las selvas trastornaba, y del ejido
las chozas y el ganado lleva asido.
Y siempre en aquel tiempo se hallaron
señales de amenaza en la asadura
que abría el sacrificio, y no cesaron
los pozos de manar en sangre pura,
ni las ciudades grandes se excusaron
de oír aullar los lobos por la escura
noche, ni en luz serena el cielo y clara
tantos rayos jamás de sí lanzara;
Ni tantas veces nunca se encendieron
los aires con cometas. Y ansí avino
que vieron otra vez, los campos vieron
filipos los Romanos, que sin tino
escuadras contra escuadras concurrieron;
ni tuvo el crudo cielo por indino
que Ematia por dos veces, ¡ay!, bañada
con nuestra sangre fuese ansí engrosada,
Será que en algún tiempo, trastornando
la tierra el labrador con corvo arado,
los hierros de los dardos irá hallando,
el hierro del orín casi gastado;
y en los vacíos yelmos arrastrando
encontrará con el legón pesado,
y rotos los sepulcros, allí espesos
con pasmo mirará los grandes huesos.
Dioses, de nuestra patria propio amparo;
dioses, que os traspasastes della al cielo,
y tú, Remo, y tú, Vesta, a quien es caro
el Tibre turbio y el romano suelo;
que al menos este mozo, alto y raro,
socorra aqueste siglo envuelto en duelo;
no os pese, que ya asaz con muertes duras
penamos las troyanas falsas juras.
Que vea que ya el cielo soberano
de ti nos tiene envidia, y se lamenta
que más te ocupes, César, con lo humano,
do en fuero o desafuero ya no hay cuenta,
do hierve en guerras todo, do el insano
furor en tantas formas se presenta,
la esteva no se precia, los sembrados
se yerman de cultores despojados.
Llevados los obreros, se ensilvecen;
las hoces se transforman en espadas,
los Partos de una parte se embravecen,
de otra las Germanias alteradas;
los pueblos, que vecinos más parecen,
guerrean; ya sus ligas quebrantadas,
esparce por doquiera el Marte crudo
lo fiero, lo sangriento, lo sañudo;
Como cuando del puesto libre extiende
el paso por el campo la cuadrega,
y cuanto se adelanta más se enciende,
y del correr las alas más desplega,
y en balde el cuadreguero tira, y tiende
las riendas, o le plega o no le plega,
llevado de lo potros, de las ruedas,
que sordas a los frenos no están quedas.