Galicia regionalista
Señoras y Señores:
Cuando el famoso historiador Girald escribía: «por la patria trabajan, por ella pelean, por ella encuentran agradable la muerte,» estaba bien lejos de pensar que casi mil años después, un hombre de su raza, delante de gentes que son de su misma sangre y como quien dice de su tribu, había de repetir sus palabras con el mismo amor y el mismo profético acento.
Nunca he sentido tan hondamente como en este instante, la falta del dón de la palabra. Es esta, por más espontánea, más leal. Va como flecha encendida á clavarse en las carnes vivas del que escucha. No hay defensa contra sus heridas inmortales. Ni se vela, ni se esconde. Sale toda entera del corazón del que habla presa de las inacabables angustias de quien quiere decir lo que dentro de su alma se esconde y guarda como en un tabernáculo.
Y, ¿cómo podrá darse á la palabra escrita, esa virtud y fuerza, ese tono y relieve natural que hace que lo que es como muerto, viva y centellee, que lo que es como eco, sea voz potente, que lo que pasa como un rumor tenga la duración y hasta los ruidos sin término de las olas del occéano? De una sola manera; haciendo que lo que se lée, se haya escrito antes con el corazón, en el mayor recogimiento, pensando que lo han de oír aquellos que en perfecta comunión de ideas con nosotros, piensan lo que pensamos, quieren lo que queremos, y en amores y en esperanzas, van por aquellos derechos caminos en que sólo se pierden los condenados á eterna derrota.
Yo no sé, señores, si en este momento llevo á cumplido término uno de esos actos que forman época en la vida de los pueblos: sé, sí, que quisiera que así fuese. Cuando tantas cuestiones se suscitan, cuando tantas voces se oyen, cuando es tan grande el estrago de las pasiones, cuando, en fin, son tantos los problemas que se plantean, abordarlos que nos importan, es decir que se tiene conciencia de ellos y se comprende la necesidad de resolverlos. Y yo os digo: comprender ciertas cosas, es estar á su altura, es amarlas, es poner sangre y alma en lo que los demás sólo ponen los instintos de la propia conservación.
No esperéis de mí ahora que repita de nuevo las alabanzas que de nuestro hermosísimo país y de sus gentes tengo hechas. Fueran éstas cosa diversa, fuera esta tierra bendecida la más pobre y mísera, yo la amaría con doble esfuerzo, yo me tendría por dichoso de ser hijo de madre á quien tan hondas penas afligen, y en la que anidan tan nobles y gloriosas esperanzas. Porque así es el verdadero amor, tanto más profundo, cuanto menos esperado.
Yo sé que todos, allá en lo íntimo de vuestro ser, decís lo mismo. Que todos sentís por Galicia el amor que ni se cansa ni se acaba; fuente viva en que el alma apaga la sed inmortal de glorias, que no son de este mundo. Mas, permitidme que en esta solemne ocasión, repita lo que siempre:—cuanto he amado y cuanto amo; cuanto fué mi vida, cuanto la constituye al presente; en los momentos de la amarga soledad, como en los risueños días de las esperanzas juveniles, todo se ha reducido y compendiado por mí, en esta frase: Galicia y sus cosas. Símbolo santo, en el cual he personificado mis deseos, mis esperanzas, -mi seguridad del triunfo; grito de guerra que me dijo siempre que este pueblo, hasta el presente olvidado y muerto para los demás, ha de alcanzar bien pronto el puesto de los pueblos y de las razas directivas. Dios; ese Dios inmaterial y eterno, vivo antes, vivo ahora, vivo siempre; Dios, principio y fin, á quien he sentido dentro de mí y en los demás; Dios, que no abandona á los que en él creen y en él esperan desde la soledad de sus tristezas y en medio de la vacuidad de los triunfos mundanales, Dios, repito, satisface en este momento las inacabables ansias de mi alma, y como á Moisés, me permite ver desde mi desierto la tierra prometida á los que en él han esperado y á los que hablaron por su boca. Permitid que así lo diga, los tiempos no son propicios para tales declaraciones; además no sientan bien en ciertos labios, lo conozco: pero no importa. Conviene que en ocasiones los que son acusados, demuestren que creen y esperan en la eterna justicia y en el perdón eterno.
Esto por lo que á mí toca, porque en cuanto á mi pueblo, á nuestra Galicia, yo tengo la seguridad de que se ha de cumplir en ella la divina sentencia, «los últimos serán los primeros!» Por esto mismo tiene el presente certamen á ojos de todos una importancia excepcional.
Diverso de cuantos antes de ahora se celebraron en esta tierra, es de ella por entero. En este sentido es el primero y el más genuinamente gallego; y tanto, que al espíritu provincial que le informa, debo sin duda alguna la inmerecida honra de presidir este acto; al menos en este sentido he admitido tan alta distinción y me he creído en el deber ineludible de aceptarla con alma y vida, puesto que las ideas profesadas, reciben en este momento, la sanción necesaria para ser fecundas.
Ya sé, señores, que las corrientes á que aludo y que no necesito expresar porque están formuladas en vuestro corazón,, si prevalecen, no es sin contradicción. Espíritus superficiales, desconociendo la fuerza y vitalidad de ciertos movimientos espontáneos en los pueblos, creen hijas de la moda pasajera, las tendencias á la vida regional, las ansias sentidas por la renovación de la pequeña patria. Pero es porque no conocen los sucesos, sino cuando se producen; no se han tomado el trabajo de estudiar la historia del movimiento provincial y llegar hasta sus causas. En el mismo momento en que la Francia republicana completaba la revolución, y recogiendo todos los poderes en sus manos daba con la centralización, base sólida al edificio que levantaba, aparecían los girondinos, como una protesta: apenas el humanismo ponía en todas las liras una misma nota, cuando brotaron con todos sus exclusivismos las literaturas provinciales y á la musa del hombre sucedió la del país. Y en fin, cuando se corría con doble fuerza hacia la noble quimera de la lengua universal, renacían y se mostraban los dialectos refractarios, como los calificaron con una palabra desdeñosa, pero exacta, los que en el siglo de todas las compasiones, no comprenden que los débiles y los vencidos, sienten la muerte lo mismo que los fuertes y vencedores.
Los que creen, pues, que el movimiento regionalista iniciado en España es cosa pasajera, conocen muy poco la historia de la Europa moderna y la índole y condición de los problemas que la civilización va planteando á su paso. Grandes planetas ó estrellas desconocidas, todas quieren girar en su órbita, que no por eso se rompe la armonía sideral. Así también entre las diversas familias acampadas sobre esos inmensos territorios que se llaman grandes naciones. ¿Por acaso son todas tan hermanas, que no puedan vivir sin confundirse? ¿Tienen todas una misma sangre y alimentan idénticos ideales? Dígalo nuestra España, en donde viven en perpetuo conflicto intelectual, pueblos verdaderamente europeos, y pueblos cuyo origen, cuya raza y civilización son por entero africanos. Las llanuras centrales que sirven para unir lo que Dios creó separado, participan de las condiciones de las gentes que sobre ellas descendieron y en ellas se confunden, y sólo son dueñas de las gracias especiales que da á sus habitantes, una extensa y desolada llanura, un sol ardiente, una landa estéril y una tierra sin agua. Pero nada más. Especie de tienda en la soledad de los desiertos, sólo el propio contentamiento de los que bajo ella acampan, puede declararse satisfecho en medio de tales asperezas y soledades. ¿Y creéis acaso que estas diversas agrupaciones, distintas por la sangre que las anima, por la tierra que las alimenta, y por las gentes de quienes vienen, no han de sentir la influencia de los medios en que viven, y no ha de ser visible todo esto en las diversas manifestaciones de la voluntad y de la inteligencia? Comparad, señores, la historia de los reyes de Córdoba, v. g., con los de Navarra: la indiferencia del árabe, su instinto societario rudimental, es visible á través de las blanduras orientales de una civilización superior de la cual gozan, pero que les ahoga porque no es suya ni está hecha para ellos. Volved la vista á las rudas quebradas á que se han retirado con su fe, el germano con sus nativas durezas y el celta con su grande instinto civilizador; bien pronto se percibe que bajo la ruda corteza del jefe feudal, y entre las indecibles angustias del hombre lijio, se ocultan los gérmenes del hombre moderno. En Córdoba, lo incierto, lo pasajero; un pueblo que caerá bien pronto para no levantarse jamás: en la villa feudal, lo de firme asiento, lo que va poco á poco, pero de una manera segura, al inevitable triunfo.
¿Qué lazo de sangre, que lazo histórico ha de unir naciones cuya cultura tiene tan distinto origen y fundamento? La Bética fecunda que no ha conocido el feudalismo, guarda como un recuerdo de sus dominadores la vasta latifundia, y con ella, el instinto comunista;. los pueblos del Norte y Noroeste, que se han criado á los agrios pechos de la servidumbre y de la lucha comunal, han ido conquistando sus derechos, su tierra, su personalidad, con tan lenta perseverancia y tenacidad, que tienen y conocen el noble orgullo de sentirse hombres. Es en ellos donde el espíritu individualista tiene más seguro asiento. Y tanto es así, tan poderosa es la vida de que se sienten dotados, que lo que hay en los pueblos de más personal y de más lenta, pero segura generación, los idiomas, se han formado, cuantos se hablan en España, en lo más agrio y áspero de la cordillera pirenaica. No recordaré el éuscaro, que parece como adherido al suelo de las tres provincias hermanas, único y perpetuo. Pero mirad; nace el catalán en el corazón de la Cerdaña y ya ganando la costa mediterránea. Como un torrente baja el castellano de las alturas cantábricas é inunda Aragón y la España central. El bable, su hermano, tiene origen en las Asturias orientales y desciende hacia las llanuras de León para confundirse con el castellano. El gallego, en fin, se cría bajo estos cielos y domina á lo largo de la costa atlántica: son tres lenguas hermanas y marchan paralelamente hacia sus destinos, lo mismo que los pueblos que les dieran vida, fruto de tres pueblos distintos y tres distintas civilizaciones. La una romana, la otra visigoda; sueva la última. De esa altiva cordillera pirenaica, bajan las aguas que riegan á España, las lenguas que hablamos y las civilizaciones que nos son propias.
¿Creéis, pues, que basta un decreto y bastan cincuenta años de centralización para borrar de una vez para siempre las diferencias de clima, de historia y de sangre? ¿No os dice nada lo que pasa en Cataluña? ¿Nada tampoco estos juegos florales, puros hijos del espíritu regional que anima hoy á los verdaderos pensadores gallegos? iAh! si de veras creéis que todo esto es «simplemente candoroso,» os olvidáis demasiado de que la centralización es régimen de conquista y no de sociedad. Y tened en cuenta, señores, que yo no hablo en este momento como hombre de partido ni obedeciendo á sus mandatos, sino pura y simplemente como hijo de Galicia, que desea su prosperidad y que cree hallarla siguiendo esos derroteros. El respeto que siempre me ha inspirado la opinión de los demás, me obliga á hacer esta salvedad, necesaria siempre, y en esta ocasión más que nunca necesaria.
He dicho que estos juegos florales son puros hijos del espíritu regional, y no tengo por qué detenerme á probarlo; es verdad que está en vuestros corazones: lo que tengo sí que hacer es congratularme de que así suceda. Por ellos entramos en la renovación de los pueblos enteramente modernos, por ellos vamos hacia lo que entre nosotros, por una ley fatal de la historia, viene de lejos y es ya viejo. No me detendré á contar la legendaria resistencia de estos pueblos y la manera providencial con que hemos sabido conservar hasta el presente todo lo nuestro, por más que haya sido á costa de la postración y del olvido, pues sólo hemos resistido á la manera de los débiles, aislándonos. Pero rotas las vallas, iniciado el movimiento en frente del peligro, viendo como lo que tanto costó está en víspera de la eterna ruina, nos hemos dicho todos ¿por qué consentirlo? Las lenguas son las verdaderas banderas nacionales: llevan. sus propios colores. Conservemos la nuestra y peleemos en su nombre y á su sombra. Ella refleja nuestra vida intelectual y afectiva; se ha criado en nuestras entrañas, es á un tiempo nuestra madre y nuestra hija: diez siglos pusieron en ella cuanto nos pertenece. De dos millones de habitantes, millón y medio sólo sabe y sólo habla el gallego. Cultivémosle, pues, démosle la vida y relieve, la consistencia y la duración de que sólo es capaz la obra literaria.
No consintamos que llegue un tiempo en que para conocer nuestra brillante literatura medieval, tengamos que estudiar, como una lengua muerta, la que hablaron nuestros padres. Seamos, de nuevo hijos de Joan Airas, de Pero da Ponte, de Bernal de Bonaval, de Airas Núñez, de Abril Pérez, de Alfonso de Coton, de Lopo Lias, de Payo Gómez Charino que duerme un sueño de paz bajo el cielo que nos cubre, de tantos otros trovadores y juglares como en el siglo xiii hicieron resonar en las cortes de León y Castilla, la lira de Galicia, uniendo, á la dulzura de unas almas á ella propicias, las de la lengua, entonces inmortal, en que se expresaban.
Como veis, señores, el estudio y renovación de las lenguas no oficiales, es una de las obras más patrióticas é interesantes que pueden emprender los pueblos con habla propia. Es, además, cosa que con vertiginoso empeño se está llevando á cabo en la mayor parte de las naciones europeas. A la conservación de estos, idiomas deben los pueblos el tener una doble existencia; á su cultivo, deben asimismo obras literarias imperecederas, en que el genio de cada raza aparece en toda su plenitud y con toda su gracia nativa y verdad esencial. Ellas engendran las literaturas regionales, y estas, á su vez, son una renovación más, dentro de las literaturas nacionales, hoy estériles y ahogadas bajo el doble peso del concepticismo y de lo convencional. Por fuerza han de recibir las primeras, su bautismo, en el Jordán de la inspiración popular; por fuerza también han de reflejar la vida interior de su pueblo, sentir sus pasiones, hacerlas patentes: en una palabra ser verdaderas. Y por esta vía y nueva evolución, vienen ellas á aumentar el acervo común de la literatura patria y á infundirle la vida que va perdiendo con su hierático estacionamiento. Vuestro P. Sarmiento—nombre que nunca podrán pronunciar labios gallegos sin respeto ni emoción,—hablaba ya de esto mismo á mediados del pasado siglo. Ved, señores, que antiguo es esto que creen algunos fruto del mundo actual, y llamado á desaparecer con él.
Semejante consideración bastaría por sí sola para defender estos movimientos al parecer ariscos y altivos, pero que no son otra cosa que la expresión más elemental de la defensa, si no tuviéramos razones de un orden superior para consignar que nada hay en ellos que sea hijo del capricho, ó si se quiere del candor provincial; antes entra por mucho el convencimiento de que como seres vivos, los organismos político regionales, rechazan por instinto la centralización, esto es, la muerte. Ved sino cómo se van quedando, estos pueblos. El absenteismo de las inteligencias, es cada, vez mayor. Y pues nada es la ciudad, los que sé sienten capaces de más, la abandonan, tristes es cierto, pero la abandonan, marchando en busca de lo que aquí no pueden hallar. Esto que parece cosa sencilla y sin mayor importancia, es, sin embargo, interesantísimo y de funestos resultados para la cultura provincial. Tal vez constituye el mayor de los peligros que amenazan la vida de estos organismos; porque ausente el maestro y el hermano y natural protector, decaen los que le siguen y desalientan los que quedan en la más peligrosa y enemiga de las orfandades. A ocupar sus puestos vienen los demás; y ¡ay! este es un nuevo motivo para sentir la falta de los que se ausentan. En el siglo xiii, Santiago era un emporio. En el siglo xvi le acompañaban en sus prosperidades Pontevedra y la Coruña. Tenían arte, ciencia, literatura propia. ¿Qué son hoy? A últimos del siglo pasado vivían entre nosotros, economistas como Sánchez, filósofos como Castro, filólogos como Valle Inclán, anticuarios como los P. P. Rodríguez y Sobreira, químicos como Neira, jurisconsultos como Hervella, estatuarios como Ferreira, pintores como Vidal, pendolistas como Patino... ¡decid ahora si hay soledad comparable á la soledad de las provincias despojadas! Los que son su gloria, viven ausentes de ellas, y las olvidan; ¡que no hay nada más duro que las prosperidades, para con aquellos que nada han puesto en ellas!
No se diga por lo tanto que una pueril vanidad mueve á estas pequeñas agrupaciones á querer recobrar su personalidad moral y social. Tienen que hacerlo así so pena de la vida. Todas sus fuerzas las abandonan, todos sus naturales intereses desertan de ellas, todo impide á sus hombres nacer ó engrandecerse bajo el cielo del país natal. No habléis de Beocias, que habeis fabricado con vuestras manos: acordaos de la Atenas del siglo de Pericles, y si os parece mejor, de la Florencia contemporánea de la Divina Comedia. Estos mismos actos que llevamos á cabo son una prueba de que la región se siente herida y olvidada, que quiere por propio movimiento salir de la postración inmerecida que la aflige. Ya lo veis; son sus poetas los que entran en la liza, es su lengua la que hablan, son las cosas gallegas las que se refieren ó se ensalzan; en una palabra, es Galicia, que palpita una y entera, en todo cuanto se hace, se dice ó se piensa. ¡Debemos enorgullecemos de ser testigos y actores en tan noble y tan interesante acción!
No es, señores, vana figura retórica ni ansia de ganar simpatías que de antemano me tiene otorgadas vuestra grandísima benevolencia; no, es algo más serio que un movimiento de gratitud ó cortesía lo que me obliga á confesar que habéis merecido bien de la patria gallega y que una vez más os habéis mostrado al nivel de las naciones que todo lo fían á su propio esfuerzo. Los que lejos de aquí sepan que se han celebrado estas gratísimas fiestas de la inteligencia, en un reducido pueblo de provincia, preguntarán si por casualidad se han Juntado sus hijos bajo el cielo trasparente que nos cubre, en medio de los hermosos valles que nos rodean y al pié de los mares que nos envían sus frescuras y sus murmullos, para algo más que para una fiesta ática. Lo hubieran hallado natural, si ellos gozaran de estos horizontes, de estas bellezas, de estos aires embalsamados; si supieran que dentro del breve recinto, como en cuerpo noble y bien dispuesto, late corazón generosísimo; si ellos, en fin, vieran y comprendieran todas estas cosas no dejarían de exclamar con el poeta, que la tierra blanda, dulce y deleitosa, produce los hombres semejantes á ella.
Perdonad, señores, que al separarme de vosotros no acierte á pronunciar aquellas palabras necesarias para hacer por siempre grato, el recuerdo de este día y lo inolvidable de esta solemnidad. Frío el labio, muerto el corazón, ya no sé hallar en él los acentos necesarios para herir vuestras fibras sensibles y cautivar vuestras simpatías. Sé que algo arrancado de lo más profundo de mi ser, tenía que deciros: algo parecido á la bendición y al beso que el padre da á la hija amada en el momento de entregarla al escogido de su corazón. Pero ni sé, ni puedo. Todos los ocasos son tristes y penosos, como lo son todos los adioses.
- ↑ En el primer certamen que se ha celebrado exclusivamente gallego y regionalista ha llevado la voz como presidente, en el mes agosto, D. Manuel Murguía, historiador insigne á quien la Redacción de La España Regional se complace en contar como compañero; por este motivo la publicación del discurso del señor Murguía es para nosotros un deber, que cumplimos gustosísimos dado lo mucho que como obra literaria vale el discurso y la importancia que á la empresa del regionalismo tiene esta manifestación solemne y conmovedora de las aspiraciones de nuestros amigos de Galicia. — (N. de la R.)