Galerna de Joaquín Dicenta
Capítulo V


Al punto de las ocho están los hombres en la barca de Pablo.

La marea ha subido lo suficiente para el calado de Reina de los Ángeles; el barómetro marca buen tiempo y el viento permitirá dar vela al trasponer la barra.

-¡Casi que no llegas! -dice Pablo al hermano de Mariuca-. ¡Ea! ¡Desamarra! Y vosotros -sigue encarándose con el resto de la tripulación- armad los remos. A la cuenta que las botavaras están listas.

Suelta la amarra, y desatracada Reina de los Ángeles, cada hombre empuña un remo. Con otro más largo dispónese Pablo a gobernar hasta que sea momento de calar el timón.

Los ocho remos se hunden a compás en el agua.

- ¡Avante! -grita Pablo.

Y los remos suben y quedan suspensos en el aire para hundirse otra vez. Reina de los Ángeles cabecea gallardamente; da un crujido que suena a bostezo y avanza por la ría.

Son hombres duros, hechos al mar los tripulantes. De chicuelos comenzaron su oficio; como los de sus viviendas conocen todos los pasos de la costa.

Del patrón no hay que hablar. Seguro va quien con él navegue; fuera parte, según decir de los marineros, aquello que disponga Dios.

Hierve la marmita encima de la hornilla, cociendo el rancho que debe almorzarse a las diez, cuando acabe la maniobra y se halle en franquía la lancha.

El grumete, hermano de Pablo, revuelve el caldo, que trasciende a ajos y a laurel; los peces brincan entre la espuma.

-¡Hala, que estáis dormíos! -, vocea el patrón-. Hay que ganar la barra pronto. El viento sopla favorable ande está el bonito y no es razón desperdiciarlo. A llegar pronto y a volverse pronto también; con tres veintenas de quintales habemos de tornar. No vale dar motivo a que los vizcaínos nos llamen flojos. Mia la su lancha. Está armándose en el otro muelle. Antes de ella tenemos que salir. Vaya, ¡apretar, gandules!...

¡Salir antes de los vizcaínos! -gruñe un viejo que rema a popa. Bien se conoce, presumío, que está Mariuca en la fábrica. Por contentarla quiés pasar delante de los otros. ¡Se merece la presunción! ¡Y vaya por ella! -agrega hundiendo el remo bravamente en el agua-. ¡Vaya por la moza que a la costera del otro año será nuestra patrona!

-¡Vaya! - gritan, los marineros, redoblando el fuerte empuje de las palas. Pablo sonríe a popa y Reina de los Ángeles pasa casi rozando con la tierra por junto al muelle de la fábrica.

Para verla pasar dejan su trajín las obreras. La lancha vizcaína lleva diez metros por delante.

Al frente de todas se encuentra Mariuca. Hasta las corvas se ha metido en el agua que cubre los escaloncillos del muelle. A su espalda yérguese la buena moza de Petrona. La sangre del bonito reluce sobre su pecho de ébano, como un pectoral de rubís.

-¡Buena pesca! -gritan las mujeres-. ¡La Santa Virgen de la Peña sus acompañe a todos!...

-¡Anda con Dios, Juan! -vocea la Petrona. -¡Y no te tardes, que no me gusta de esperar!

Los marineros porean con sus dicharachos la despedida de la moza.

-¡Adiós, Mariuca!... -exclama Pablo.

-¡Adiós, Pablo! -murmura ella bajando vergonzosa los ojos-. ¡Adiós, no entoavía!... -repite-. Voy a darte el último dende las peñas del castillo.

Y sale corriendo por la senda que al castillo conduce. Síguela Petrona, que hace rodar los guijos con sus saltos de bestia brava. Los marineros han llegado frente a la ermita y descubren, al enfrontarla, sus cabezas.

Del antiguo castillo no más queda un cubo donde estableció su vivienda el guarda de la fábrica. Al pie del cubo hay una sucesión de peñotes que las altas mareas cubren. Allí, cuando no a los altos del faro, se dirigen los pescadores para observar el Océano en los tiempos dudosos.

Ahora es bella la mar. En tonos verdes se tiende al largo de las peñas; en tonos azules, que van del turquí al prusia, sube hasta el límite del horizonte. Las olas rompen tenues; el agua es rizosa, el viento suave. Sobre el cielo, libre de nubes, brilla el astro solar; las gaviotas revolotean con perezosa languidez. La peña que divide la barra parece un monstruo que subió de las honduras oceánicas para dormir en la superficie, acariciado por el sol.

Antes aún que la barca llegan las mozas al castillo. Escalan el cubo y bajan corriendo por las peñas. A la última arribaron; la espuma de las olas adorna sus pies con madroños de plata; una lancha asoma por la ría.

Es Reina de los Ángeles. Cumpliendo los deseos de Pablo, adelantóse a la vizcaína.

El patrón la dirige a la barra; desármanse los remos; ízanse los palos y las dos velas, la pequeña y la grande, trepan a su largo con el auxilio del cordaje, al resbalar de las correderas.

Descuélganse las velas, deshaciendo rítmicos los blancos pliegues de su lona. Cuando ni un pliegue queda por deshacer, Pablo pone el timón al frente; las velas se hinchan, el aire las distiende hacia los fondos del espacio, y la lancha sigue viento en popa.

Vuelo es el suyo, que no andar.

Alas de ave cerniéndose encima del Cantábrico parecen las dos lonas.

-¡Adiós, Mariuca! -grita Pablo quitándose la boina y sacudiéndola en el aire.

-¡Adiós, Pablo! -contesta ella agitando los brazos.

-¡Adiós, Juan! -repite la Petrona.

Cuando cesan las voces, los ojos siguen diciendo adiós, hablando silenciosamente.

Ligera va la barca, a saltos graciosos, entre las rizadas espumas, dócil a las órdenes del timón, abiertas de par en par las velas.

Ligera va. Ya pasó de los tonos verdes; ya entra en los turquís; ya se mete en los prusia; ya es punto blanco, apenas visible en el confín del Océano.

Ligera va la barca. Las olas vienen suaves; lánguidamente se deshacen contra el animalote de piedra dormido bajo las caricias del sol...