Mujeres caritativas recogieron de sobre las rocas a Mariuca y echaron camino de la aldea, sosteniendo con los brazos suyos a la viuda del amor de una noche.

Sólo queda el Hereje al borde del acantilado.

Con los cabellos esparcidos, el cuerpo de Hércules rechoncho desafiando al vendaval y los recios puños increpando al espacio, es vengativa divinidad tallada en la piedra.

Sus labios se mueven. Sus acentos no se pueden oír. Apagados son por las voces del huracán y por los rugidos del Océano.

¿Qué habla el Hereje? ¿Qué frases tiemblan en sus labios?...

¡Quién sabe!... Profeta de rencores parece.

Tal vez emplaza al Océano para que rebase sus límites, para que borre sus fronteras y entre en tierra de hombres a barrer las iniquidades.


San Vicente de la Barquera, 1908.