Fundación de la ciudad de Montevideo: Diario del Gobernador de Buenos Aires

Fundación de Montevideo.

Diario del Gobernador de Buenos Aires.

El día 1.º de diciembre del año de 1723 me dio noticia el capitán Pedro Gronardo, práctico de este Río de la Plata, que, habiendo llegado a la ensenada de Montevideo con motivo de conducir un navío del asiento de negros que volvía a Inglaterra, había hallado en ella uno de guerra de 50 cañones, portugués, con otros tres más chicos, mandados por don Manuel de Noroña; y en tierra, en 18 toldos, hasta 300 hombres que se fortificaban, y que le habían dicho venían a apoderarse y establecerse en aquel puerto, y le mandaron saliese de él. El mismo día despaché, por la guardia de San Juan, a la Colonia del Sacramento al capitán de caballos don Martín José de Echaurri con carta para el gobernador de ella, en que le pedía me informase de esta novedad; y llamé a los capitanes y demás oficiales de los navíos de registro, y les propuse, en vista de todo, la precisión de armar en guerra éstos, a lo que se halló la dificultad de estar la capitana sin palo de trinquete, y los otros dos no ser capaces de oponerse.

El día 2 envié al capitán de caballos don Alonso de la Vega y al de infantería don Francisco Cárdenas con orden de que, si Echaurri, volviendo a la referida guardia, confirmase la noticia de hallarse los portugueses establecidos en Montevideo, continuase su marcha Vega, reforzando su destacamento con la gente de ella, y Cárdenas quedase con la infantería, como se ejecutó. El día 7 se puso delante de los portugueses con su gente, la que se reforzó en pocos días hasta el número de 200 caballos.

El día 3 volvió Echaurri de la Colonia con carta del gobernador, en que me decía que por orden de su Soberano se hallaba el Maestre de Campo don Manuel de Freytas Fonseca establecido en Montevideo como en tierras pertenecientes a su corona; lo mismo el referido Maestre de Campo respondió a Vega, que llevaba orden de reconvenirle de la -2- novedad que intentaba. Con esta confirmación volví a juntar todos los oficiales de registro y a los de la maestranza, y, explicándoles lo indispensable del apresto de sus navíos, se resolvió que, sin perder tiempo, se trabajase a este fin; lo que se consiguió antes de 34 días, poniendo en la capitana algunos cañones de a 18 y 380 hombres entre la guarnición y equipaje; la almiranta con los que se pudieron montar de a 12 y 250 hombres, y el patache a proporción, añadiéndoseles un navío del asiento de negros, que también se armó en guerra con oficiales y guarnición españolas, precediendo algunas protestas de los ministros de su nación que, a vista de la necesidad y paga que se les daba, convinieron en ello, asegurados de su repugnancia por lo que les pudiese sobrevenir.

A vista de estos aparatos me escribió don Antonio Pedro Vasconcellos, gobernador de la Colonia, protestándome de parte de Su Majestad Portuguesa, y los demás príncipes garantes de la paz, sobre las consecuencias de mi resolución. A lo que le respondí que éstas eran muy anticipadas, pero esperaba no llegasen tarde las mías en defensa de la justa causa del Rey, mi amo. Un ayudante suyo me entregó la carta, y le previne, como también a él, que no me volviese a enviar embarcación, porque no le admitiría; y si tuviese que mandarme, lo hiciese por la guardia de San Juan, que estaba prevenida para recibir sus órdenes. Al mismo tiempo escribí largo al señor Freytas, reconviniéndoles con los tratados de paz entre las dos coronas, la posesión que se les dio de la Colonia, la religión con que he observado la buena correspondencia que el Rey me manda con ellos y la impensada irregular resolución suya de apoderarse de los dominios de otro príncipe, con quien mantenía el suyo una paz establecida con tanta solemnidad. Me respondió que no le tocaba especular los capítulos de la paz de Utreque, que ignoraba lo que había pasado en la posesión que se les dio de la Colonia del Sacramento, y sólo sabía que su amo le había mandado establecerse en estas tierras, sin disputa pertenecientes a su corona, y que, como soldado, conocería yo que no podía abandonarlas sin expresa orden de su gobierno. Al mismo tiempo supe que el gobernador de la Colonia le había socorrido con gente, caballos y vacas luego que llegó, sin que se le pudiese impedir, por haberlo ejecutado antes que tuviese noticia de su desembarco. Así procuré ceñirle para que no lo hiciese otra vez, quitándole más de 1.200 caballos y mucho ganado, con la desgracia que le sobrevino de quemársele sus sembrados, por cuyo accidente repitió otro ayudante a decirme le hiciese saber si tenía orden de mi Rey para declarar la guerra, pues mis operaciones lo daban a entender, y que los instrumentos de que me había valido para estas extorsiones los tenía guardados para enviárselos al suyo. A lo que respondí que las órdenes que tenía repetidas del mío eran de mantener una buena correspondencia, como lo había hecho, y que el incendio de los campos nacería de -3- alguna de las muchas casualidades a que estábamos expuestos en este país, y que no ignoraba los nombres de los que habían conducido el socorro a Montevideo.

El día 4 de Enero el comandante del destacamento que tenía en Montevideo les quitó, a las 11 del día, 450 caballos y porción de vacas, que los tenían pastando debajo de su cañón.

En todo este tiempo procuré, sin perder instante ni reservar fatiga, disponer que toda la guarnición, menos parte de la infantería que quedó para la de los navíos, pasase a la parte septentrional de este río, como también las milicias que pude juntar; y embarcando en los dos navíos menores todo el tren de la artillería con que había de atacarlos en su fortificación, y dispuestos los víveres y municiones así por tierra como por mar, pues la disposición mía fue de envestirlos a un mismo tiempo por las dos partes, fiándome en el todo de la fuerza de los navíos, y obrando por mí como si no los tuviera, me embarqué el día 20 de enero para hacerlos levar; y, por no permitirlo el tiempo, pasé a la guardia de San Juan, dejando orden para que lo hicieran al primer viento. Hallándome en ella, disponiendo mi marcha con la gente que pude juntar, el día 22 de enero recibí carta de don Manuel de Freytas, con fecha de 19, en que me expresaba que, en vista de los aparatos con que intentaba atacarle, se retiraba, abandonando el puerto y protestando la posesión que había tomado de él, a dar cuenta a su Rey de mis operaciones, de las que no sabía cómo podría responder, siendo dirigidas a un rompimiento declarado. No me dio lugar a responderle, porque el mismo día 19 se hizo a la vela, llevándose toda su gente.

Yo continué con la mía la marcha a Montevideo, dando orden para que los dos navíos grandes se mantuviesen en el surgidero, por no exponerlos a pasar el banco, y desembarcasen la guarnición de infantería y vecinos; y los dos pequeños siguiesen su rumbo para echar en tierra la artillería y municiones. Como lo ejecutó el comandante de ellos, don Salvador García Posse, viniéndose a este puerto, donde hallé un reducto que habían formado, bastantemente capaz, con diez explanadas en que tenían la artillería que retiraron con precipitación, dejando alguna tablazón y otros fragmentos.

Luego que la nuestra se echó a tierra, hice volver los dos navíos, y en ellos toda la gente de las milicias y parte de la guarnición, quedándome sólo con 50 caballos y 60 infantes, con los oficiales correspondientes, con una compañía de voluntarios poco numerosa y 30 indios para guardar el ganado, lo que me vi precisado a ejecutar, así por evitar -4- el expendio en su manutención, como por dar alivio a la guarnición por lo fatigada que se hallaba, y también a los vecinos, que les era ya insufrible el trabajo. Sin perder día, con la aprobación del ingeniero don Domingo Petrarca, empecé una batería a la punta que hace al este la ensenada, para defenderla; y continuando en ella la noche del día 23 de febrero, me avisaron de la gran guardia que habían descubierto un navío que traía el rumbo a este puerto. A las 8 hizo seña con un cañonazo, y di orden para que se colocase el cañón que se pudiese en la batería empezada. El 24, al amanecer, se reconoció ser navío de guerra, y que venía continuando sus señas, y a poco después que era portugués. A las 9 dio fondo debajo de la batería que ignoraba, y con uno de los cuatro cañones que tenía montados disparé sin bala, pidiéndole bote; después de algunos amagos que hizo de rehusar enviarle, lo despachó con bandera blanca, a la que se le correspondió con la nuestra. Y estando a menos de tiro de fusil de la referida batería, donde venía sin conocimiento, o con sobrada malicia, a perderse, se le habló para que fuese al puerto; y lo ejecutó hasta a tiro de pistola de donde yo estaba, y luego que nos pudo reconocer arreó su bandera, largó la vela y a toda diligencia viró para su bordo. Viendo una demostración tan irregular e impensada, mandé a un bote que tenía con gente vizcaína, le diesen caza; y lo ejecutaron con tal resolución que, llevándole un tiro de cañón de ventaja, le sacaron de bajo de su artillería y de la fusilería de una lancha que venía en su socorro; habiéndole herido algunos echándole a pique, y cogídole cinco marineros que me los trajeron, escapándose los demás, que se echaron al agua y los recogió su lancha. En este tiempo el navío empezó a disparar al bote con bala, y le correspondimos en la misma moneda, con tres cañones de a 24 y uno de a 18, a cuya novedad cesó su fuego, como también el nuestro, y le volví a llamar con cañón sin bala; y a esta seña despachó con un oficial a tierra la lancha que le había quedado, y me dio noticia de que el navío era portugués, armado en guerra con 32 cañones montados, llamado Santa Catalina, y que venía con 130 hombres de desembarco para aumentar la guarnición de Montevideo, ignorándose en el Río Janeiro, cuando le despacharon, la retirada de los suyos de este puerto. Con el mismo oficial restituí los prisioneros, y le envíe algunas terneras, y el día inmediato volvieron a tierra los oficiales, trayéndome tarros de dulce, por los que recompensé a los marineros con dinero, y a ellos con cosas comestibles de su gusto. El día 26 se levó, y este mismo se descubrieron otras tres velas, las que, según el rumbo que llevaban, salieron de la Colonia; dos días después se volvieron a perder de vista.

Luego que llegué a Montevideo empecé a construir la referida batería de la punta del este, con el seguro de que vendrían los indios Tapes, -5- como lo tenía prevenido; pero, habiéndose retardado éstos, la concluí poniendo en ella cuatro cañones de a 24 y 6 de a 18 en batería.

El día 25 de marzo llegaron 1.000 Tapes, y el inmediato empezaron a trabajar en las demás fortificaciones delineadas, y continúan en ellas.

A 2 de abril salí de Montevideo, dejando 110 hombres de guarnición con los oficiales correspondientes, y los 1.000 indios armados. Este suceso sólo se debe atribuir a la justicia de la causa; pues, hallándose los portugueses con orden de su soberano para mantenerse, como me lo aseguraron, y fuerzas con que poderlo hacer, y esperanza próxima de frecuentes socorros, podían causarnos sobrado cuidado antes de su precipitada retirada, con el pretexto de que no querían romper la guerra, y que mis aparatos para este fin causarían mi ruina; cuando se deja considerar que éstos fueron los que les obligaron a tomar su partido, y que los previne después de haberles reconvenido de su irregular determinación, y a vista de sus respuestas, en las que me aseguraban se defenderían hasta lo último, creyendo, sin duda, que mi ánimo sería sólo de mantener el país con protestas por escrito. En todo este tiempo se les ha hecho ver que las órdenes que tengo del Rey son de mantener la mejor correspondencia con ellos, como lo he practicado; pero para defender el país hasta perder la vida, no necesito de ningunas. Y así en nada se ha faltado a la mayor cortesanía con ellos, en todo lo que no ha sido permitirles usurpar el terreno, por lo que espero que Su Majestad se dé por servido.

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Es copia del diario de cuando se poblaron los portugueses en Montevideo el año de 1723, de a donde se les obligó a retirarse precipitadamente el 19 de enero de 1724, por las disposiciones de mi padre el Teniente General de los Reales Ejércitos, don Bruno Mauricio de Zavala, lo que ejecutó por la orden que tenía en la Real Instrucción, fecha en Buen Retiro, a 12 de octubre de 1716. Y en virtud de esta misma instrucción desde luego pobló y fortificó la ciudad de Montevideo; y este diario lo encontré entre los papeles de mi padre, escrito de letra de su secretario, don Matías de Goycuria. Buenos Aires, a 26 de diciembre de 1779.

Francisco Bruno de Zavala.

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