Fundación de la ciudad de Montevideo: ilustrados con notas y disertaciones (1836)
de Bruno Mauricio de Zabala
Discurso preliminar a las actas de la fundación de Montevideo de Pedro de Angelis
Nota: Se respeta la ortografía original de la época


DISCURSO PRELIMINAR


A LAS


ACTAS DE LA FUNDACIÓN DE MONTEVIDEO.




El mejor seno que forma el Rio de la Plata al desembocar en el Oceano, fuè cabalmente el ùltimo punto que ocuparon los españoles durante su larga dominacion en el Nuevo Mundo: y cuando se resolvieron á poblarlo, no fué por las ventajas que les ofrecia, sino por el temor que otros las aprovecharan.

Desde algun tiempo la corte de Madrid miraba con recelo el establecimiento de los portugueses en la Colonia del Sacramento, cuya ocupacion era un ataque à sus derechos de soberania. Sin embargo eran ambiguos los tìtulos en que se fundaban, la exacta demarcacion de los dominios de ambas coronas en Amèrica, habia sido un manantial inagotable de reclamaciones y debates. La corte de Lisboa, mas osada que la de España en llevar adelante sus pretensiones, habia dado órden al Virey de Rio Janeiro de apoderarse de hecho de la Colonia, y la inesperada aparicion de los lusitanos en estos parages obligò à las autoridades españolas á tomar las armas para rechazarlos.

Una fuerza de 260 soldados, auxiliados por 3,000 guaranís, cruzó el rio para ir à atacar á estos advenedizos en sus propias trincheras. El Maestre de campo, Vera Muxica, que la mandaba, habia organizado una vanguardia de 4,000 caballos sueltos, para recibir sin estrado la primera descarga de la artilleria enemiga. Los indios, mas sagaces que su gefe, le representaron los inconvenientes de esta disposicion, que lejos de ahorrarlos, los exponía à ser arrollados por sus mismos caballos.

Mientras se peleaba en América para defender los derechos de la corona de España, sus ministros los desamparaban en las conferencias de Badajoz y de Ryswick, suscribiendo ignominiosamente á la entrega de la Colonia. Pero la adhesion de Portugal à la grande alianza contra Felipe V, y los auxilios que prestò à su competidor, el Archiduque D. Carlos, desbarataron estos planes, y una nueva expedicion, que saliò de Buenos Aires en 1704, obligò á los portugueses à retirarse de aquella plaza, despues de haber arrasado sus fortificaciones. De este modo la Colonia, ò mas bien sus escombros, pasó á los españoles, en cuyo poder quedò hasta el año de 1715, en que, por efecto del tratado de Utrecht, volviò á ser ocupada por los lusitanos.

Entretanto, á los desastres de la guerra de sucesion, encendida por el testamento de Carlos II, sucedieron otros amagos, debidos á la política astuta é insidiosa del Cardenal Alberoni, que se preponia nada menos el someter à su influjo á una gran parte de Europa, atacando à Italia, conspirando en Francia, y preparando el restablecimiento de los Estuardos en Inglaterra. Estas intrigas convertieron en enemigos de la monarquia española a sus antiguos aliados; y mientras una escuadra inglesa destrozaba las fuerzas navales de Felipe V en las aguas de Siracusa, los ejércitos franceses, al mando del mismo Duque de Berwick, que habia afianzado su trono en Almanza, volvian à transitar los Pirineos para llevar la guerra al corazon de sus estados.

En estos momentos de ansiedad y conflicto, se inculcaba à los Vireyes y Gobernadores de América que redoblasen su celo para poner los puntos vulnerables de la costa en estado de defensa. Entre ellos se hizo especial recomendacion de Montevideo y Maldonado, asechados por dos enemigos poderosos, segun lo insinuaba la correspondencia secreta de los embajadores de España acerca de las cortes de Lisboa é Inglaterra: y de conformidad con estas òrdenes, el dia 17 de Junio de 1719, salió de Buenos Aires una embarcacion para elegir un buen parage inmediato à la ciudad, donde establecer un muelle, ó un castillo, para el abrigo de los galeones. De esta idea se pasò á la de poblarlo, y sin nada variar del plan que el Marques de Capecelatro dijo tenia la Corte de Lisboa para este objeto, se enviaron familias de Canarias, como los portugueses debian haberlas traido de las Açores.

Las fortificaciones empezaron à levantarse en 1724, segun el plan presentado por el piloto D. Domingo Petrarca, y modificado en algunos detalles por el Marques de Verbon, general en gefe del real cuerpo de ingenieros de España. Cerca de 350 personas trabajaban a esta obra, en la que, en menos de dos años, se insumieron 287,000 pesos: pero con tanta lentitud, que apenas se pudo concluirla el año de 1744, à esfuerzos del Gobernador de Buenos Aires, que lo era entonces D. Domingo Ortiz de Rozas. Esta falta de actividad era efecto de la escasez de recursos, por mas reiteradas y ejecutivas que fuesen las órdenes mandadas al Virey del Perú para que los franquease.

Entretanto eran continuos los temores del gobierno español por los peligros á que consideraba expuestos sus dominios. En 1736, poco antes de estallar una nueva guerra entre España é Inglaterra, avisaba su Ministro en Londres, que "habian salido del puerto de las Dunas una fragata y una balandra, aprestadas por comerciantes ingleses, para apoderarse de un territorio que se aseguraba haber entre la demarcacion del Brasil y la del Paraguay, y que comprendia un lago de grande extensión, con posible comunicacion al Rio Negro: suponiéndose que la entrada del lago, por la parte del mar, es solo de un cuarto de legua ancho, y que los territorios vecinos son ricos de minas y fértiles." Y en el duplicado de este oficio se agregaba, que "se tenia ademas noticia de los proyectos de la corte de Rusia de apoderarse del citado lago y territorio, y que se recelaba que á este fin habia despachado, à principios de Junio del mismo año de 1736, dos navios que desembocaron la Sonda, à los que debian seguir otros que se aprestaban en Arcangel."

Por mas que se empeñase el Gobernador Salcedo en disipar estos temores, no pudo conseguirlo, y lo que mas se encomendò al cuidado de su sucesor Rozas, fué: evitar el arribo de las embarcaciones inglesas ó rusianas; y tomar las noticias precisas de la situacion y circunstancias del expresado lago. Habian pasado cuatro años entre el primer aviso y este encargo, y la corte de Madrid habia permanecido inmovil entre sus dudas y alarmas! No eran estos sus únicos recelos: otros le inspiraba la presencia de los portugueses en la Colonia del Sacramento, que, aunque mas reales que las expediciones marìtimas de Rusia è Inglaterra, no merecian estos cuidados, por el corto numero de la tropa que guarnecia aquel punto. Este estado duró hasta el año de 1750, en que, por el articulo XIII del tratado ajustado en Madrid, Portugal cedia à España todos los establecimientos que habia formado en la màrgen oriental del Rio de la Plata, inclusa la Colonia del Sacramento.

Casi en la misma època se resolvió el Rey á organizar un gobierno en Montevideo, y condecorò con el título de gobernador a D. Joaquin de Viana: pero nada se hizo para fomentar la poblacion é industria de esta provincia, una de las mas desatendidas de las antiguas colonias. Ningun acto importante, ni una sola medida eficaz, recuerdan la existencia de un poder que la dominó por cerca de un siglo! Solo la naturaleza desarrollaba sus fuerzas, y cubria aquellos campos solitarios con un prodigioso número de ganados; sin que esto bastase á despertar de su apatia á la corte de España, que solo se conmovia al anuncio de algun nuevo hallazgo de minas.

Ninguna importancia damos á los reconocimientos que se hicieron en Madrid en 1749, de los metales y piedras preciosas que se pretendió haber descubierto en la Sierra de las Minas, al norte de Montevideo: basta leer los informes de los que los practicaron, para convencerse de su ignorancia. Pero nos importaba multiplicar las pruebas de un hecho, que se presenta con todos los visos de la inverosimilitud, y del que sin embargo ya no es posible dudar:—esto es, que el Rey de España tenia que echar mano de un platero, para valorar el mèrito de una mina de diamantes, y que el primer ensayador de la casa de moneda de Madrid, por donde rodaban tantos caudales, era un idiota.

Estos documentos nos han sido franqueados con su acostumbrada liberalidad por el Señor Canònigo, Dr. D. Saturnino Segurola, à cuyo celo ilustrado es debida la conservacion de tantos materiales importantes para la história de estas provincias.


Buenos Aires, Noviembre de 1836.

PEDRO DE ANGELIS