Fortunas de Andrómeda y PerseoFortunas de Andrómeda y PerseoPedro Calderón de la BarcaActo III
Acto III
Salen BATO y PERSEO con el escudo y caduceo.
BATO:
¿Adónde vamos, señor,
por estos incultos valles,
que, por funestos, el sol
los visita nunca o tarde?
¿Dónde, después que te hallé
libre de aquel riesgo grande
en que te dejé, y saliste
dél victorioso y triunfante,
ahora en más lejos países
nunca habitados de nadie,
caminamos hechos libro
de caballeros andantes?
Sácame de aquesta duda,
dímelo, por Dios.
PERSEO:
Si sabes
como te he contado, Bato,
los sucesos admirables
que me pasaron, y que
por mayor timbre y realce,
Mercurio y Palas, en quien
yerve sin fuego la sangre
del gran Júpiter, me adornan
deste escudo de diamante
y este caduceo, con que
venciendo el común ultraje
de Medusa, volver pueda
donde altivo y arrogante,
con un horror venza otro;
¿qué preguntas?
BATO:
¿Ahora sales
con que a buscar a Merluza
vienes? ¿Por ventura sabes
que es una mujer que tiene
por moño y por aladares
milagros y basiliscos,
con licencia del romance?
PERSEO:
Sí sé.
BATO:
Pues ¿cómo con esa
flema vienes en su alcance?
PERSEO:
Como no hay riesgo que no
venza, temor que no allane,
peligro que no atropelle,
dificultad que no arrastre
un amor, que lo que adora
ve en peligro. Si llegases
tú a saber cómo se siente
el menos violento achaque
de quien gasta a un mismo tiempo
su vida y la de su amante;
vieras que aun el más difícil
remedio parece fácil.
Mas tú, ¿por qué has de saberlo?
Que primores semejantes
no caben en pechos viles;
solo en reales pechos caben.
Y pues no veo la hora
de conseguir el fin, antes
que de los contados días
el breve término pase,
mira si habrá quién nos diga
por ese monte, ese valle,
del sitio donde esta fiera
se alberga.
BATO:
¿No es disparate
que de la que huyen hoy todos,
quieres que te diga nadie?
PERSEO:
Pues sígueme.
BATO:
¿Qué papel
he de hacer yo?
PERSEO:
El ayudarme
a darla muerte.
BATO:
Por eso
mejor es que un doctor llames
y a un boticario, que son
asesinos familiares.
PERSEO:
Sígueme, digo.
BATO:
¿Habrá, cielos,
nacido en el mundo alguien
menos a los sastres dado,
y más dado a los desastres?
PERSEO:
No temas, pues vas conmigo.
BATO:
Contigo iba, y si no echase
a correr, me hubieran dado
con algo un poquito antes.
Y pues ya tengo experiencia,
que es remedio saludable
el huir, déjame huir.
LIDORO:
(Dentro.)
O prendedles o matadles.
BATO:
Pues que nos dan a escoger,
el prendernos es más fácil.
PERSEO:
¿Qué gente y armas es esta?
(Sale LIDORO con algunos, con arcos y flechas.)
LIDORO:
Ignorados caminantes,
a quien trae su destino
sin saber a donde os trae;
daos a prisión.
BATO:
Yo, por mí,
dado estoy; ¿dónde es la cárcel?
PERSEO:
¿Este no es el otro joven
de Acaya?
LIDORO:
¿Qué esperas? Date
a prisión.
PERSEO:
Pues ¿qué delito
es que este monte pisase?
LIDORO:
Ninguno; mas sin ninguno,
hay hados inexorables
que dan la muerte sin culpa
de quien muere ni quien mate.
Y porque con el consuelo
mueras de que ellos te hacen
la sinrazón, y no yo,
infelice joven, sabe
que este monte de Medusa
teatro es, en cuyo boscaje
no hay verde tronco que no
sea un humano cadáver.
No han bastado contra ella
sacrificios, hasta darle
a Júpiter en Acaya
humos que ardieron en balde.
LIDORO:
De su sangre, respondió
que habían de fabricarse
los remedios de otras ruinas;
y así, hoy los naturales
hemos elegido un medio
para derramar su sangre.
Este es que todos, armados
de arcos y flechas, se amparen
de las sombras de los troncos,
y poniendo a sus umbrales
condenado a muerte a uno,
sea el reclamo que la saque,
para que mientras él muere
todos los demás disparen,
y corone amor de plumas
a la flecha que le alcance.
Sobre cuál había de ser
al que la suerte tocase,
fue voto ser el primero
que por esta senda pase.
LIDORO:
A los dos cupo la suerte,
y pues en desdichas tales
podéis quejaros de todos
sin ofenderos de nadie,
y uno es el que ha de morir,
ahora entre los dos echarse
podrá otra suerte.
UNO:
Es en vano,
supuesto que hay ley que mande
que cuando de dos el uno
muera y el otro se salve,
sea el que muere el de peor
cara; y así, ese se ate
de pies y manos.
BATO:
¿Pues yo,
cuando esa ley se guarde,
soy el de peor cara?
UNO:
Sí,
y mucho peor.
BATO:
No se engañen,
fación por fación me miren,
vean que soy como un ángel.
Miren ¡qué rostro si lloro!
Si río, ¡miren qué semblante!
Al mesurarme, ¡qué tez!
¡Y qué ceño al enojarme!
UNO:
Este ha de ser el que muera.
BATO:
Miren que soy como un ángel,
sino que no caen en ello.
PERSEO:
Si la novedad os place
de que haya quien morir quiera,
haced cuenta que me cabe
la suerte. Yo me prefiero
ser a quien Medusa llame;
y como espada ni escudo
me quitéis, a sus umbrales
iré delante de todos.
LIDORO:
Si a aqueso te atreves, parte;
que aquel edificio que
a tierra en ruinas se abate,
es su albergue.
PERSEO:
Retiraos
todos, y solo dejadme.
LIDORO:
Retiraos, y cada uno
detrás de su tronco aguarde.
UNO:
Tengamos aqueste preso,
por si esotro se escapare.
BATO:
Sayón de capa y espada,
¿qué os va a vós en que me maten?
LIDORO:
¿Quién será este joven, cielos,
tan soberbio y arrogante?
BATO:
Es un joven quesicosa,
que se sabe y no se sabe.
(Vase.)
PERSEO:
¿Qué es aquesto, corazón,
ahora con pavor lates?
Mas ¡ay, que el primer recelo
no es de ánimo cobarde,
porque una cosa es temerle
y otra cosa es despreciarle!
Sus dos hermanas, sin duda,
son las que a la puerta salen.
Hasta mejor ocasión,
estas ruinas me recaten.
(Salen SIRENE y LIBIA.)
LIBIA:
Mientras que Medusa duerme,
porque no nos sobresalte
ningún temor, la campaña
reconozcamos.
SIRENE:
De nadie
pisada se mira.
LIBIA:
En tanto
que nuestros desvelos guarden
su sueño, para engañar
la posta, el cuidado cante.
LIBIA:
(Canta.)
Pisa, pisa con tiento las flores.
Quedito, pasito, amor, que no sabes
en cual dellas se esconden los celos;
y puesto que son de tus flores el áspid.
LAS DOS:
No, no los despiertes;
duerman y callen.
PERSEO:
¡Quién al tomar una y otra
vuelta, a una y a otra tocase
con aqueste caduceo,
introduciendo el suave
sueño de Argos en sus ojos,
porque, ellas dormidas, pase (Toca el caduceo a LIBIA.)
yo donde duerme Medusa!
Mercurio mi intento ampare.
LIBIA:
Pisa, pisa quedito las flores,
quedito, pasito, amor, que no sabes...
¿Qué es esto? ¿Qué ardiente yelo
hay que en mis venas se esparce,
que me estremece?
SIRENE:
¿Qué tienes?
LIBIA:
No sé, pasa tú adelante.
SIRENE:
¿En cuál dellas se esconden los celos?
y puesto que son de sus flores el áspid...
Mas ¡ay triste! A mí también
hay letargo que me embargue
los sentidos.
LIBIA:
¿Qué te turba?
SIRENE:
Tampoco lo sé.
PERSEO:
Ya hace
su efecto el sueño.
LIBIA:
A pesar,
velamos, de efectos tales.
LAS DOS:
No, no los despiertes,
duerman y callen.
SIRENE:
En vano yo me resisto.
LIBIA:
También yo me animo en balde.
SIRENE:
Vela tú mientras yo duermo.
LIBIA:
No a mí el cuidado me encargues,
mejor velarás que yo.
SIRENE:
Pues venzámonos iguales,
diciendo una y otra vez,
para que el sueño se engañe...
LAS DOS:
Pisa, pisa con tiento las flores.
(Duérmense.)
PERSEO:
Ya al sueño las dos rendidas,
no hay quien la entrada me guarde.
Por medio pasaré dellas,
mas, ¡ay, que al paso me sale
Medusa! ¿Qué haré después
de verme, si helado antes
que me vea, me ha dejado
el ver monstruo semejante?
(Sale MEDUSA vestida de pieles, y la cabeza llena de culebras.)
MEDUSA:
¿Cómo de mis dos hermanas
hoy el siempre vigilante
cuidado fallece? ¿Cuándo
fue posible que me falte
de una la asistencia, el tiempo
que el venenoso coraje
de mis nunca muertas iras,
rendido al sueño descanse?
¿Qué hubiera sido, si algunos
de tantos como combaten
mi vida, hubiera gozado
desta ocasión, y al hallarme
sin ojos que me defiendan,
hubieran podido darme
la muerte? ¡Libia y Sirene
en profundo sueño yacen!
PERSEO:
Cobrado el primer asombro
que el verla me dio, acercarme
puedo ya en fe deste escudo.
MEDUSA:
¡Sirene! ¡Libia! No trate
despertarlas, que no es sueño,
sino letargo el que hace
tan usado efecto en ellas.
¡Oh vengativas deidades,
en cuya ojeriza vivo,
para horror de los mortales,
racional fiera en los montes,
humano monstruo en los valles!
¿Qué novedad será esta
de que hoy me desamparen
las que me velan?
PERSEO:
Medusa.
MEDUSA:
¿Quién puede haber que a nombrarme
se atreva, siendo mi nombre
tan escándalo en el aire,
que aun a los ecos tal vez
cayeron muertas las aves?
PERSEO:
Medusa.
MEDUSA:
¿Cúya eres, voz
tan osada, que me llames,
cuando otras me huyeron?
PERSEO:
Vuelve
los ojos.
MEDUSA:
Y en ellos tales
iras, que ellas te escarmienten
de osadía semejante. (Enséñale el espejo.)
Mas ¡ay infeliz de mí!
¿Qué es lo que miro?
PERSEO:
Tu imagen.
MEDUSA:
¿Esta soy yo?
PERSEO:
Sí, esta eres.
MEDUSA:
¿Qué mucho que a todos mate,
si aun me da la muerte a mí
el horror de mi semblante?
¡Qué horrible forma! ¡Qué fea!
¡Qué asombrosa! ¡Qué espantable!
Quita, oh tú, quien quiera que eres,
ese cristal de delante
de mis ojos: no cometas
en mí barbarismos tales
como hacer la que padece
de la persona que hace.
PERSEO:
Si das la muerte a quien miras,
mírate a ti.
MEDUSA:
Que me espante
de mí es fuerza, y que de mí
huya.
(Entra MEDUSA huyendo, y PERSEO detrás de ella.)
PERSEO:
Seguiré tu alcance.
MEDUSA:
Sirene, Libia, acudidme
a valerme y ampararme,
que me dan muerte.
SIRENE:
Las voces
de Medusa el viento trae.
LIBIA:
Si ha despertado, a asistirla
las dos acudamos, antes
que sepa el descuido.
MEDUSA:
(Dentro.)
¡Ay triste!
SIRENE:
Pues ¿de cuándo acá sus ayes
lastimosamente suenan?
LIBIA:
Vamos a ver qué lo cause.
(Vanse.)
(Sale MEDUSA y PERSEO.)
PERSEO:
A tu vista muere.
MEDUSA:
No
me aflijas más: baste, baste
el saber que mi veneno
ya por mis venas se esparce,
y que cebado en mi mismo
corazón, tan sin mí late,
que neutral de fuego y nieve,
ni bien yela ni bien arde.
PERSEO:
Hasta que tu mismo aliento
te ahogue, te deje y te falte,
te he de estar dando en los ojos
la luz de aquestos cristales.
MEDUSA:
Cerraré los ojos yo.
Mas ¡ay de mí, que ya es tarde!
Pues ya mi ponzoña ha hecho
su efecto en mí, y que cobarde
no hay ira que no fallezca,
no hay rencor que no desmaye.
Mas con todo huiré de ti,
porque yo conmigo acabe,
respirando Etnas de fuego,
mongibelos y volcanes,
solo porque no blasones,
solo porque no te alabes
que tú me diste la muerte.
PERSEO:
Por más que de mí huir trates,
te he de seguir, hasta que
vierta mi acero tu sangre.
(Éntrase huyendo, y salen las dos.)
LIBIA:
De un hombre huyendo, vencida,
aquí tropieza, allí cae.
SIRENE:
Huyamos, Libia, pues fuimos
de desdicha semejante
causa; no a las dos también
su venganza nos alcance.
LIBIA:
Dices bien, aquestos montes
nos favorezcan y amparen.
(Sale LIDORO y gente.)
LIDORO:
Deteneos, ¿dónde vais?
SIRENE:
Huyendo, por no ver darle
la muerte a Medusa un joven.
(Vanse.)
LIDORO:
Vamos todos a ayudarle,
que es vergonzosa omisión,
que un extranjero nos gane
el aplauso.
BATO:
¿Para qué
hemos de ir, si ya ella sale
huyendo dél?
PERSEO:
Aunque intentes
huir al monte, he de alcanzarte.
MEDUSA:
¿Qué más pretendes de mí,
si ya me resisto en balde,
y tropezando en mi sombra,
soy de mí misma cadáver?
PERSEO:
Ahora, que ya en la tierra
muerta a tu veneno yaces,
este acero será bien
que con tu púrpura esmalte
las flores de África, adonde
nazca en cada gota un áspid.
(Córtale la cabeza, y salta por el tablado.)
BATO:
Eso yo también lo hiciera,
a saber que era tan fácil.
Salte hacia otra parte usted,
seora cabeza, y no salte
hacia mí, se lo suplico.
LIDORO:
Al ver acción semejante,
la admiración y el silencio
solo es justo que te alaben.
Dame los brazos y piensa
qué premio habrá con que pague
tan heroica acción.
PERSEO:
El premio
me ha de dar aquesta sangre;
y pues he de cobrar della,
no es bien que tú me lo pagues.
LIDORO:
Pues ¿qué premio della aguardas?
PERSEO:
No sé más de que es constante,
si aquel oráculo creo
de Acaya, que ella ha de darle.
LIDORO:
¿Eres tú de Acaya?
PERSEO:
Estaba
en ella cuando llegaste
tú a su gran templo.
LIDORO:
Bien dices,
porque si vuelvo a acordarme,
de la sangre de Medusa
dijo que había de formarse
el remedio de otras ruinas;
mas, aunque el creerlo es fácil,
no es fácil el verlo, pues
aunque su sangre derrames,
¿adónde el remedio está
que della puede esperarse?
PERSEO:
Para responder, la tierra
pienso que en bocas se abre.
(Ábrese la tierra, y sale el caballo Pegaso.)
LIDORO:
Horrible bostezo es
una grieta, y della nace,
si no me miente el asombro,
un bruto.
PERSEO:
No es sino una ave,
pues las alas en el viento
es lo primero que bate.
LIDORO:
Monstruo es de dos especies,
pues hijo es de tierra y aire.
PERSEO:
Sobre la cumbre del monte
Parnaso, émulo de Atlante,
ha parado el primer vuelo.
LIDORO:
No aquí la admiración pare,
pues hiriendo con la uña
el fuego a sus pedernales,
en vez de brotar centellas,
brotan líquidos cristales.
BATO:
La fuente de los poetas
será.
UNO:
¿Qué hay de que lo saques?
BATO:
De que quitará la sed,
y no quitará la hambre.
PERSEO:
Bato.
BATO:
¿Qué quieres?
PERSEO:
Que al monte
subas al punto, y me bajes
aquel caballo, en que pueda
volver volando.
BATO:
No es fácil
que suba yo, y que él se deje
coger de mí.
PERSEO:
Yo a alcanzarle
subiré, pues para mí
la tierra le aborta. Trayte
tú esa cabeza, y conmigo
ven.
BATO:
¿Qué cabeza?
PERSEO:
Ignorante,
esa de Medusa.
BATO:
¿Yo?
PERSEO:
¿Pues quién?
BATO:
El turco.
PERSEO:
No tardes.
Álzala del suelo y ven. (Vala a coger, y ella salta.)
BATO:
Lleve el diablo quien tal hace.
PERSEO:
Vive Júpiter, villano,
si no la trais, que te mate,
porque ella ha de ser blasón
de mis hechos inmortales.
BATO:
¿Por dónde tengo de asirla?
PERSEO:
Por cualquiera troncado áspid.
BATO:
Buenas señas para mí;
¡ay que muerden!
PERSEO:
No te espanten,
que muertos están.
BATO:
Sepamos,
cuando yo con ella cargue
y te siga, ¿en qué he de ir yo,
si tú volando te partes?
PERSEO:
A las ancas del Pegaso
irás.
BATO:
Pues, ¿y de qué sabes
que sufre ancas?
PERSEO:
Trayla, pues.
BATO:
Yo llevo, para librarme
de los peligros del vuelo,
linda cabeza de mártir.
PERSEO:
Vosotros quedad en paz,
que el volverme es importante.
LIDORO:
¿No admitirás de nosotros
las gracias de semejante
acción?
PERSEO:
No, que las que espero,
amor me ha de dar triunfante
de otra fiera.
LIDORO:
Oye.
PERSEO:
Es en vano.
LIDORO:
Pues dinos, ya que te partes,
¿quién eres?
PERSEO:
Perseo, hijo
de Júpiter y de Dánae.
(Vanse.)
LIDORO:
¡Dánae y Júpiter, cielos!
Sin duda este es de sus graves
fortunas causa en los celos
del rey Acrisio, su padre:
y aunque me acuerden los más,
tanto me obligan sus partes,
que he de seguirle a saber
si puedo en algo pagarle
esta fineza, inquiriendo
en qué las fortunas paren
de Perseo, ilustre hijo
de Júpiter y de Dánae.
(Salen todos los que pudieren al son de cajas destempladas, cantando, y detrás ANDRÓMEDA vestida de luto.)
UNOS:
(Dentro.)
¡Muera Andrómeda!
OTROS:
¡Muera!
OTROS:
¡Viva Trinacria!
MÚSICA:
La que nace para ser
estrago de la fortuna,
supla, calle, llore y sufra,
y consolada con que
la que es desdicha no es culpa,
supla, calle, llore y sufra.
ANDRÓMEDA:
«¿La que nace para ser
estrago de la fortuna,
supla, calle, llore y sufra,
y consolada con que
la que es desdicha no es culpa,
supla, calle, llore y sufra?».
Miente la alevosa voz
que consolarme procura
inútilmente, asentando
en los ecos que pronuncia
que, porque culpa no es
la que a este fin me reduzga,
no es desdicha; porque antes,
si bien lo advierte y lo juzga,
es ser desdicha dos veces,
que el que culpado se angustia,
en la culpa que comete
halla honestada la injuria;
mas quien la padece, ¡ay triste!,
sin cometerla, es locura
persuadirse a que es consuelo
el fracaso a que se ajusta.
Y así, miente, otra vez digo,
la voz que aleve articula
que en disculpa de su hado,
no siendo el hado disculpa.
MÚSICA:
La que nace para ser
estrago de la fortuna,
supla y calle, llore y sufra.
ANDRÓMEDA:
¿Cuánto le fuera mejor
a mi fatal desventura,
morir culpada que no
inocente? Estrella injusta,
¿por qué a mí no me dictaste
la vanidad que perjura
me condena? Fuera mía,
pues es mía la fortuna,
la causa della; que yo
me holgara en pena tan dura
de ser la culpada siempre,
porque no llorara nunca.
ELLA y MÚSICA:
Que consolada con que
la que es desdicha, no es culpa,
supla, llore, calle y sufra.
LIBIA:
Andrómeda, ya es en vano (Descúbrese el mar.)
el llanto: esta peña dura
que dentro del mar permite
que en sus golfos se descubra
tan a todas partes, que
por todas partes la inundan,
cerrando el paso a que puedas
desde ella ponerte en fuga,
es donde hemos de dejarte
entregada a la sañuda
cólera de las Nereidas,
sacras enemigas tuyas.
LIBIA:
Ellas han de recibirte,
para que la ofensa suya,
en Venus se satisfaga,
pues Venus es en quien dura.
Retiraos todas. Sagradas
deidades, justas o injustas,
ahí os queda vuestra ofensa,
ahí os queda vuestra injuria,
o remitidla o vengadla,
que a vuestra obediencia suma
toca el ponérosla donde
gima ciega y diga muda.
TODOS:
La que nace para ser
estrago de la fortuna,
sufra y calle, llore y supla.
(Vanse.)
ANDRÓMEDA:
Oíd, esperad... Mas, ¡ay triste!,
en vano un infeliz busca
piedad en orejas que oyen,
cuando oyen lo que no escuchan.
Altos montes de Trinacria
que al cielo eleváis las puntas,
siendo el cóncavo palacio
del alcázar de la luna,
rocas rústicas, pilastras
de sus dóricas columnas,
abrid en el centro vuestro
la más horrorosa gruta,
para que a un vivo cadáver
le sirva de sepultura,
antes que siendo ese golfo
de sus verdes años tumba,
la dé un monstruo en sus entrañas
pira, monumento y urna.
ANDRÓMEDA:
¿Es posible que aquel joven,
después que ciego aventura
mi vida y honor, se ausenta,
sin que de mis desventuras
sea testigo? Siquiera
consolara mis injurias
su lástima; que el ver que otro
siente, si no alivia, ayuda
a hacer más tratable el daño.
Mas ¡ay de mí, qué locura!
y más cuando dulces ecos (Música dentro.)
la esfera del aire turban,
porque mi llanto y su acento
uno en el otro confundan.
(Salen seis Nereidas, vestidas de azul y oro, cantando y bailando todas.)
NEREIDA 1ª:
Ya la que es soberbia.
NEREIDA 2ª:
Quiso que presuman.
NEREIDA 3ª:
Que reina podía.
NEREIDA 1ª:
Ser de la hermosura.
NEREIDA 2ª:
Víctima es sagrada.
NEREIDA 3ª:
A las aras tuyas.
¡Albricias, hermosa
deidad de la espuma!
ANDRÓMEDA:
Bellas ninfas de Nereo
(sagrado río que inunda
los imperios de Trinacria,
patria mía y patria suya,
desde el alto Lilibeo,
que fue su cuna y mi cuna,
hasta esta funesta boca,
donde con el mar se junta),
si sois, como sois deidades,
a quien toda esa cerúlea
república no hay escollo
en que no os labre y construya
templos de coral y nácar
en sus bóvedas profundas,
mostrad que lo sois en ser
piadosas: que no hay ninguna
acción en que más se muestre
la deidad que a un dios ilustra
que en la piedad; y más cuando
a la cuchilla que empuña,
el ruego le embota el filo,
le mella el llanto la punta.
ANDRÓMEDA:
A vuestras plantas postrada
yace una pompa caduca,
que solo para morir
infausta, amaneció augusta.
Si mi madre apasionada,
con amor y sin cordura,
me alabó sobradamente
el afecto la disculpa.
¿Cuándo el amor de los padres
hizo fe? ¿Qué sierpe astuta
sus viboreznos no cría
con cariño y con blandura,
pareciéndole que son,
llenos de escamas y arrugas,
más hermosos que las aves,
que ramilletes de plumas,
cuando ellos la tierra arrastran,
esotros el aire sulcan?
ANDRÓMEDA:
Y cuando fuese indecoro
que con los dioses presuma
competir, ¿fue culpa mía
la que fue vanidad suya?
Duélaos la flor de mis años,
mirad que el prado os acusa,
que cuando floridas todas,
esta sola dejéis mustia.
Acordaos de que fuimos
amigas, cuando estas rubias
arenas a nuestros bailes
la scena dieron, de cuyas
mudanzas el viento ahora
no sin ocasión murmura,
viendo que de extremo a extremo
pasan; pues siendo las unas
festivas, queréis contra arte
que a trágicas se reduzgan.
ANDRÓMEDA:
Más airosas quedaréis
en pasión tan absoluta,
como el decir que yo era
más hermosa, bella y pura,
que Venus y que vosotras,
en hacer, como seguras,
desperdicio del baldón
y de la arrogancia burla.
Contra la enseñanza no hay
silogismo que concluya,
sin que él mismo a su primera
consecuencia se confunda.
Dígalo el Sol: ¿qué importara
a sus bellas luces rubias,
que hubiera uno que dijera
que le parecían obscuras?
¿Ofendiérase por eso?
ANDRÓMEDA:
No, que la venganza suya,
fuera al que su luz disfama,
ver que a su luz se deslumbra.
Pues siendo así, ¿qué más noble,
más piadosa ni más justa
satisfación puedo daros,
que absorta, elevada y muda,
arrojarme a vuestras plantas?
Pues no puede haber ninguna
que más claramente diga
quién obedece y quién triunfa.
Y pues como allá en el sol
nada a su esplendor perturba,
y yo confieso que el vuestro
a mí a su sombra me ilustra,
no vengativas, no fieras,
no crueles, no sañudas...
NEREIDA 1ª:
No prosigas, calla, calla.
NEREIDA 2ª:
No con piedad nos arguyas.
NEREIDA 3ª:
Sin tiempo nos lisonjeas.
NEREIDA 2ª:
Sin ocasión nos adulas.
NEREIDA 1ª:
Y pues ya echada la suerte
a vista de la fortuna,
humildades afectadas,
más que virtud, son industria;
de tus ropas te despoja.
NEREIDA 2ª:
De tu adorno te desnuda.
ANDRÓMEDA:
Amigas.
NEREIDA 3ª:
En competencia
de discreción y hermosura,
no hay amigas que no sean
enemigas.
ANDRÓMEDA:
¡Suerte injusta!
NEREIDA 1ª:
En ese elevado escollo
están las cadenas rudas
que han de atarla.
ANDRÓMEDA:
¡Ay infelice!
TODOS:
En él arrastrando suba.
(Átanla a un escollo con unas cadenas.)
ANDRÓMEDA:
¿Para qué? Soltad, que yo
corrida, que con la angustia
usase del rendimiento,
quiero apelar a la furia.
Falsas, mentidas deidades,
de vuestro rencor se induzga,
pues no puede serlo, en quien,
rogada, la saña dura,
ya no quiero que piadosas
conmigo estéis, pues ninguna
desdicha puede ya serlo
para mí más importuna,
que ver desaprovechada
de las lágrimas la astucia,
en quien usa tan mal dellas,
que dellas con fieras usa.
ANDRÓMEDA:
Y así por echarle a mal,
ya el llanto de afecto muda;
que ninguna piedad vuestra
será mejor que ninguna.
Y supuesto que el despecho,
mejor que yo lo divulga,
voluntariamente doble
la cerviz a la coyunda.
Este destinado escollo,
cátedra de mi fortuna,
el peso de mis desdichas
sobre sus espaldas sufra.
Y habiendo de llorar alguien,
llore aquesta peña ruda
antes que a vosotras, pues
menos toscas, menos brutas
son las que ostentan el serlo,
que las que lo disimulan.
NEREIDA 1ª:
Llega esas argollas, ata.
NEREIDA 2ª:
Ve, y esa cadena añuda.
NEREIDA 3ª:
Sí haré.
NEREIDA 4ª:
Yo también.
NEREIDA 2ª:
Ahora
verás si el viento te escucha.
TODOS:
¿Quién merece ser, tú o Venus,
la reina de la hermosura?
(Vanse.)
ANDRÓMEDA:
¿Cuál de vosotras, estrellas,
de cuantas la arquitectura
celeste esmaltáis, a quien
es dado (¡qué ansias!) que influyan
la mía? No es porque quiere
darla quejas, lo pregunta
la voz, que antes para darla
gracias, en saberlo estudia,
al ver que tan liberal
en mí su influjo ejecuta,
que haga que quepan en mí
todas las desdichas juntas.
¿Habrá, dime, ¡oh tú!, entre tantas
la más pobre, más obscura,
más trémula, más infausta,
más apagada y más turbia?
¿Habrá, digo, en este estado,
porque digas que no apura
mi voz tu poder, algún
consuelo, esperanza alguna?
ECOS:
Una.
ANDRÓMEDA:
Una el eco me responde;
mas, ¡ay!, que no es piedad suya,
sino delito, pues siempre
algo de lo que oye, hurta.
Y así, por mi desconsuelo,
volver pretendo a la duda.
¿Qué más puede ser que sea
mi infelice desventura?
ECOS:
Ventura.
ANDRÓMEDA:
Segunda vez, ladrón eco,
la postrer sílaba usurpas
de mi última razón;
mas no por eso, segunda
causa creeré que te tray.
ECOS:
Ay.
ANDRÓMEDA:
Pues nada en ti me asegura.
ECOS:
Segura.
ANDRÓMEDA:
¿Qué fuera, ¡ay de mí!, que el eco
algo en mi favor pronuncia?
Pues a mis preguntas dice,
si sus respuestas se aúnan,
que en el estado en que estoy,
una ventura hay segura.
Mas ¿qué ventura, ¡ay de mí!,
puede ser, si ya se enturbian
las ondas, a la batida
que la disforme estatura (Saliendo la fiera toda de escamas.)
de un vivo escollo, que ya
bajel animado, sulca
al mar, encrespa la tez
de su verdinegra bruma,
de sus presas y sus garras
viene aguzando las puntas
contra mí?
PERSEO:
(Dentro.)
En aquesta peña
te apea.
BATO:
Es cosa muy justa.
(Aparece PERSEO en el caballo en lo alto con lanza y escudo.)
PERSEO:
Ya que Andrómeda y el monstruo
quiere el cielo que descubra
a tan buen tiempo.
ANDRÓMEDA:
¡Piedad,
altos dioses!
PERSEO:
¿Qué te angustia,
hermosa Andrómeda bella,
si Perseo es en tu ayuda?
Alado Belerofonte,
bruto y ave en piel y pluma,
que aborto fuiste engendrado
de la sangre de Medusa, (Baja el caballo.)
abate el vuelo a esas ondas,
que su campaña cerúlea
hoy el teatro ha de ser
de la más desigual lucha
que vio el sol en cuantos giros
dora, ilumina y ilustra.
ANDRÓMEDA:
¿Qué es esto, ¡cielos!, que veo?
De la más alta, más suma
región nuevo alado asombro
la esfera del aire cruza.
Un joven trae, y si no
me mienten y me perturban,
el joven es de la selva.
Oye, aguarda, espera, escucha;
que a tanta costa, no quiero,
como tu riesgo, tu ayuda.
Menos importa que yo
muera, que ver que aventuras
tu vida hoy por mi vida.
PERSEO:
Por más que a las iras tuyas
los polos del cielo giman,
los ejes del orbe crujan,
sobresaltados del mar
que a apagar sus luces suba
cuando en horribles bramidos
sus ondas al sol escupas,
no has de ponerme pavor.
ANDRÓMEDA:
Deja, deja que esa furia
se cebe antes en mi pecho,
que en el tuyo; no presumas
que es favor el que tirano
más que me alivia, me asusta.
En partida lid los dos
ya se apartan, ya se juntan.
¡Piedad, dioses! Y esta vez
concederlo no se excusa,
pues para mí no la pido.
(El monstruo se retira cayendo.)
PERSEO:
Ya que la aleve cicuta
de tu sangre, la azul playa
vuelve campaña purpúrea,
huye vencido a mi acero;
y porque en el mar te hundas,
a nunca más ver tu horror
mira en la acerada luna
deste escudo, en quien impresa
quedó la faz de Medusa.
ANDRÓMEDA:
Rastros de sangre dejando,
el monstruo se ha puesto en fuga.
PERSEO:
Ya que vencido de mí,
el mar su terror sepulta,
es bien, hermosa beldad,
que ahora a desatarte acuda;
libre estás.
(Baja al tablado.)
ANDRÓMEDA:
De dos albricias
soy deudora a mi fortuna;
mas miento, que no soy yo
sino solamente de una,
pues no es mi vida hacedora
donde está anterior la tuya.
Dime quién eres, porque
agradecida y confusa
sepa a quién esta fineza
debo.
PERSEO:
Quien tu amparo busca
con tal riesgo, que no es
este el mayor de quien triunfa.
Mas ¿qué mucho facilite
más que el hado dificulta,
amor, que en estas finezas
todos sus méritos fundan,
para arrojarme a tus plantas?
¡Qué gran dicha!
ANDRÓMEDA:
¡Qué ventura!
PERSEO:
¡Qué felicidad!
ANDRÓMEDA:
¡Qué suerte!
(Sale BATO.)
BATO:
Bien podéis, cuando os oculta
el miedo por esas peñas,
llegar, que ya con mi ayuda,
mi amo dio la muerte al monstruo,
quitando a su dentadura
el que hoy no tenga por postre
manjar blanco de pechugas.
UNOS:
¡Viva quien la fiera vence!
OTROS:
¡Viva quien del monstruo triunfa!
(Sale el REY y los que pudieren.)
REY:
Dame, extranjero, los brazos,
y supuesto que es sin duda
que quien ha hecho tal hazaña,
heroica sangre le ilustra,
en premio della, porque
ella sola es paga justa,
en diciéndonos quién eres,
Andrómeda será tuya.
PERSEO:
Pues oye yo soy.
GENTE:
(Dentro.)
¡Qué asombro!
REY:
Tente, espera, ¿qué os asusta
segunda vez, que esas voces
dais?
(Sale LIDORO.)
LIDORO:
Yo te lo diré, escucha.
Mató a Medusa el ínclito Perseo,
y de su sangre concibió la tierra
aquel blanco caballo, en quien le veo
los rumbos acertar por donde yerra.
Yo, llevado del noble alto deseo
de ver que en sí tanto prodigio encierra,
sabiendo que a Trinacria venía, intento
seguir por agua al que navega en viento.
Embarqueme tras él, y cuando hacía
punta el bajel del África a la Europa,
gozando en tormentosa travesía
dulce tranquilidad del viento en popa,
absorto vi que sobre mí venía
frisando con las nubes en quien topa,
un bulto tal, que en el boreal espacio,
era templo tal vez, tal vez palacio.
LIDORO:
Este, pues, estrechándole la esfera
al aire, en quien ocupa lo que oprime,
sus espaldas fatiga de manera,
que cuando más bramar intenta, gime.
Bien que pesada fábrica y ligera,
ni senda deja en él, ni huella imprime,
siendo de un horizonte a otro horizonte,
monte y ciudad, sin ser ciudad ni monte.
Alguna vez que acaso él declinaba,
o que acaso el bajel hacia él subía,
nuestra atención en ecos escuchaba
ya humana voz, ya métrica armonía;
de suerte que el horror que nos causaba
en lisonjas a tiempos convertía,
haciendo el gusto aquí, y allí el disgusto,
pesado al gozo y apacible al susto.
Con este pues prodigio, siempre a vista,
navegué hasta la orilla desa playa,
donde he visto del monstruo la conquista
de quien jamás es fuerza ejemplar haya,
donde porque un asombro a otro resista,
o porque uno en aumento de otro vaya,
donde del monstruo fue la lid sangrienta,
parece que la fábrica se asienta.
REY:
Absorto estoy.
ANDRÓMEDA:
Yo confusa.
PERSEO:
Yo turbado.
LIDORO:
Yo suspenso.
BATO:
¿Y habrá algún bobo después,
que piense que es verdad esto?
(JUNO en su carroza.)
JUNO:
Por no asistir al aplauso
que ya, declarado el cielo,
da de Júpiter al hijo,
a pesar de mis desprecios,
dejé el coro de los dioses,
Discordia, y contigo vengo
desde aquí a verle, porque
la necedad de los celos
siempre anda acechando el daño.
Y así, aquí nos retiremos,
ya que vencidas las dos
quedamos.
DISCORDIA:
De mis deseos
servida estás; pero no,
señora, de mis efectos,
porque trató de impedirlos
al gran Júpiter supremo,
que de Mercurio y de Palas
poco importara el esfuerzo.
PALAS:
No importara sino mucho,
pues escudo y caduceo
fueron de su triunfo causa.
JUNO:
Pues ¿por qué, si es triunfo vuestro,
no le asistís en el coro
de los dioses?
MERCURIO:
Porque queremos
no perderos a las dos
de vista, percibiendo
que no intentéis perturbarle
sus venturas a Perseo.
REY:
A tanta admiración, solo
responder puede el silencio.
Y pues antes que tu voz,
quién eres dijo el portento,
dale a Andrómeda la mano.
(Sale FINEO, y vale a dar a PERSEO, y LIDORO le tira una flecha .)
FINEO:
No dará tal, que primero
que sus extrañas fortunas
a lograr lleguen tal premio,
morirá al arrojadizo
rayo del templado acero
deste arpón.
LIDORO:
No morirá,
sin que tú mueras primero.
FINEO:
¡Ay infelice de mí,
que antes de matar me han muerto!
Justamente esta venganza
de mí han tomado los cielos.
(Cáese.)
LIDORO:
Ya con esto te he pagado
aquella fineza, puesto
que si mataste una hidra
que tenía en el cabello
los áspides, yo maté
a quien los tenía en el pecho,
no siendo menos rabiosos
que los áspides, los celos.
REY:
Retirad ese cadáver:
y tú, gallardo extranjero,
por aquesta acción, de quien
eligió por instrumento
el cielo, en venganza noble
de las iras de Fineo,
dame los brazos.
ANDRÓMEDA:
Y a todos:
sí, pues todos le debemos,
que puesto en salvo el amor,
muera el aborrecimiento.
DISCORDIA:
Todo nos sucede mal,
que este era el último esfuerzo
que de las Furias tenía
reservado.
JUNO:
Sus efectos
siguieron a los demás.
PALAS:
Claro está, que el favor nuestro
había de llevar en Lidoro
lo que perdiera en Fineo.
MERCURIO:
Y aún no ha de parar aquí
su aplauso, que todo el cielo
la gala le ha de cantar.
JUNO y DISCORDIA:
¿Cómo?
LAS DOS:
Dígalo el efecto.
(Ábrese el cielo.)
REY:
¿Qué nueva luz nos alumbra?
LIDORO:
Iluminados los vientos.
PERSEO:
Se transparentan a visos,
se traslucen a reflejos.
ANDRÓMEDA:
Todo el coro de los dioses
rasga sus azules velos.
TODOS:
Nueva música se escucha.
BATO:
¿En qué ha de parar aquesto?
MÚSICA:
¡Viva, viva la gala del gran Perseo,
que de Júpiter hijo, merece serlo!
(Aparécese JÚPITER en un sol.)
JÚPITER:
Yo, el festivo parabién
de vuestro aplauso agradezco,
y en el traje de Cupido,
que fue mi disfraz primero,
le recibo, por hacer
de mis finezas acuerdo,
como al fin primera causa
de tan gloriosos efectos.
Y así, para que prosiga,
vuelva a decir vuestro acento.
TODOS:
(Con música y representando.)
¡Viva, viva la gala
del gran Perseo, (Vuela JÚPITER.)
que de Júpiter hijo
merece serlo,
cuando a padre tan grande
ponen sus celos,
con dos monstruos vencidos
en paz dos reinos!