Fábulas argentinas
Flores quemadas

de Godofredo Daireaux


El fuego devastador había pasado por allí; destruyendo, arrasando todo y dejando en lugar de la lozana y tupida vegetación, una extensa mancha negra, de aspecto fúnebre.

La oveja, asimismo, a los pocos días, ya empezaba a recorrer el campo quemado, encontrando entre los troncos calcinados de las pajas brotes verdes que saboreaba con tanto mayor deleite, cuanto más tiernos eran.

Alcanzaba ya a saciar su hambre con relativa facilidad y pensaba que las quemazones no son, por fin, tan temibles como lo suelen ponderar algunos.

Y justamente encontró a la mariposa que andaba revoloteando por todos lados, triste como alma en pena que busca, sin poderla encontrar, la puerta del cielo, y lamentando el terrible desastre causado por el fuego.

La oveja le preguntó, entre dos bocados, por qué lloraba tanto; y contestó ella entre dos sollozos: «por las flores».

La oveja se echó a reír, encontrando peregrina esta idea de llorar por las flores, cuando con sólo dos noches de rocío volvía a crecer el pasto con tanta fuerza.

-Cierto es que las flores son bonitas -dijo-, con sus colores tan variados, y su perfume tan suave; pero aunque me guste también comerlas porque dan más sabor al pasto, creo que muy bien puede uno pasarlo sin ellas, y que no porque falten, se debe dejar de comer ni deshacerse en llanto.

-¡Ay! -contestó la mariposa-. El pasto volverá a crecer seguramente y las ovejas a llenarse; pero las flores, ellas no volverán en todo el año con sus colores hermosos y su delicioso perfume; siempre habrá de comer para la hacienda, pero no ya para las mariposas.