Cantos de la tarde (1860)
Fidelia​
 de Clemente Zenea


FIDELIA

Et dans chaque feuille qui tombe
Je vois un présage de mort.
Millevoye.


Bien me acuerdo! –Hace diez años!
y era una tarde serena!
Yo era joven y entusiasta,
pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque
sentados sobre una piedra,
mirando a orillas de un río
como temblaban las hierbas.

–Yo no soy el que era entonces
corazón en primavera,
llama que sube a los cielos,
alma sin culpas ni penas!
Tú tampoco eres la misma,
no eres ya la que tú eras,
los destinos han cambiado:
yo estoy triste y tú estás muerta!

Le hablé al oído en secreto
y ella inclinó la cabeza,
rompió a llorar como un niño
y yo amé por vez primera.
Nos juramos fe constante,
dulce gozo y paz eterna,
y llevar al otro mundo
un amor y una creencia.
Tomamos ¡ay! por testigos
de esta entrevista suprema,
unas aguas que se agotan
y unas plantas que se secan!...
nubes que pasan fugaces,
auras que rápidas vuelan,
la música de las hojas,
y el perfume de las selvas!

No consultamos entonces
nuestra suerte venidera,
y en alas de la esperanza
lanzamos finas promesas;
no vimos que en torno nuestro
se doblegaban enfermas,
sobre los débiles tallos
las flores amarillentas;
y en aquel loco delirio
no presumimos siquiera
que yo al fin me hallara triste!
que tú al fin te hallaras muerta!
                
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Después en tropel alegre
vinieron bailes y fiestas,
y ella expuso a un mundo vano
su hermosura y su modestia.
La lisonja que seduce
y el engaño que envenena,
para borrar mi memoria
quisieron besar sus huellas;
pero su arcángel custodio
bajó a cuidar su pureza,
y protegió con sus alas
las ilusiones primeras:
conservó sus ricos sueños
y para gloria más cierta
en el vaso de su alma
guardó el olor de las selvas;
guardó el recuerdo apacible
de aquella tarde serena;
mirra de santos consuelos,
áloe de la inocencia...

–Yo no tuve ángel de guarda
y para colmo de penas
desde aquel mismo momento
está en eclipse mi estrella;
que en un estrado una noche,
al grato son de la orquesta,
yo no sé por que motivo
se enlutaron mis ideas;
sentí un dolor misterioso,
torné los ojos a ella,
presentí lo venidero:
me vi triste y la vi muerta!

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Con estos temores vagos
partí a lejanas riberas,
y allá bañé mis memorias
con una lágrima acerba.
Juzgué su amor por el mío,
entibióse mi firmeza,
y en la duda del retorno
olvidé su imagen bella.
Pero al volver a mis playas
¿qué cosa Dios me reserva?...
Un duro remordimiento,
y el cadáver de Fidelia!

Baja Arturo al Occidente
bañado en púrpura regia,
y al soplar del manso Alisio
las eolias arpas suenan;
gime el ave sobre un sauce
perezosa y soñolienta,
se respira un fresco ambiente,
huele el campo a flores nuevas;
las campanas de la tarde
saludan a las tinieblas,
y en los brazos del reposo
se tiende naturaleza!...
¡Y tus ojos se han cerrado!
¡Y llegó tu noche eterna!
Y he venido a acompañarte
y ya estás bajo de tierra!...

Bien me acuerdo! –Hace diez años
de aquella santa promesa,
y hoy vengo a cumplir mis votos,
y a verte por vez postrera!
Ya he sabido lo pasado...
supe tu amor y tus penas,
y hay una voz que me dice
que en tu alma inmortal me llevas.

Mas... lo pasado fue gloria,
pero el presente, Fidelia,
el presente es un martirio,
¡yo estoy triste y tú estás muerta!