Felipe IV y el duque de Medina de las Torres
I Muy metido en el embozo Cruza un galán una calle Cuando tan negra es la noche Que sus estrellas no salen: El ala de su sombrero Sobre la gorguera cae Y las ondulantes plumas Viento y lluvia a la par baten: Tiénese bajo un balcón, Un pito de plata tañe Y otro corresponde adentro Mientras una reja se abre. Rica en gracias y atavío Poco tarde en presentarse La hermosa que ha de causar Sus glorias o sus pesares. Pone en los cruzados hierros Manos con preciosos guantes Y el faldellín de tuan Agitaron auras suaves. En pláticas de placer Se engolfan los dos amantes, Dulces favores suplican, Lloran desdén, juran paces Y comparan sus amores Con muy ingeniosas frases Ella al rayo del estío Que seca la flor del valle, Y él a la encendida llama Que despiden los volcanes, Que le abrasa el corazón De cuyas cenizas nace. Así de su fiel cariño Quiso hacer hermoso alarde Cuando vio un hombre tras sí Puesto en acción de escucharle. Tiró luego del estoque Y ardiendo en enojos graves Al desconocido inmóvil Dirigió razones tales: -«Tras cobarde sois traidor: »¡Malhaya tal felonía »Si os pagan por ser espía »Que escucháis cita de amor! »Mañero sois en andar, »Que si os llegara a sentir »Sería vuestro avanzar »Precipitarse a morir. »¿A quién buscáis? ¿qué queréis? »¿Quién sois, villano? decid: »Mas no importa que no habléis, »Sacad la espada y reñid.» El incógnito animoso Del embozo se deshace Y antes que los dos riñesen Así quiso contestarle: -«Quien soy yo saber queréis: »Quizá os pese ¡vive Dios!; »Ya que no me conocéis »Sabed que soy más que vos. »Yo recuerdo que en palacio »No ostentáis tanta bravura, »Que soléis hablar despacio, »Que os portáis con más mesura; »Que a nadie llamáis villano »Y que nunca os viera allí »Con el estoque en la mano, »Mas con el sombrero, sí. »¡Duque!, ya podéis reñir, »Que nada importa mi nombre, »Pues solo presumo de hombre »Para vencer o morir.» A la voz del rey Felipe, Voz de truenos y huracanes, El de Medina a sus pies Rendido de hinojos cae: De su triste corazón Roncos los suspiros salen Y el monarca de Castilla Fue prosiguiendo al alzarle: -«Duque, del reino saldréis »Pues conviene a mi persona »Y es forzoso que olvidéis »A María Calderona. »De su hermosura liviana »Mi pecho prendado fue; »Pero yo os juro a mi fe »Que se ha de acordar mañana »Y en el rincón de un convento »Sola quedará con Dios »Para llorar su tormento »La que quiso amar a dos.» Dijo el rey y a poco rato Queda en soledad la calle: Ni se escucha voz alguna, Ni en la reja se ve a nadie. II - María Calderona Las trenzas sin alheñar, Pálido y triste el semblante, Con dos lágrimas hermosas En los ojos celestiales, Bajo de artesón dorado, Sentada en el almadraque De un escaño de marfil Gime una mujer sus males. «¡Ay de aquellas noches, dice, »En que el rey me presentasteis »Con secreto misterioso, »Conde-Duque de Olivares! »Porque amor y majestad »Mal pudieron hermanarse »Sobrando de humilde en él »Lo que en ella de arrogante: »Porque ofenden al cariño »Condiciones desiguales »Y los abrazos de un rey »Oprimen aun cuando halaguen; »Pues las penas de servirle »Con las dudas de agradarle, »Los temores de ofenderle »Cuando toda ofensa es grande, »Los respetos de atención »Y atención de vasallaje »Son grillos en complacerle »Y obstáculos en amarle.» Así dijo y de sus ojos Las dos lágrimas errantes Al perderse en las mejillas Sobre el blanco seno caen. Inmóvil parece allí Nïobe de los pesares A quien quitan los dolores Fuerzas para lamentarse Y en tan abatido estado Seguiría si no entrase De improviso un hombre adusto, Ministro de los altares. -«El gran Felipe, señora, »Nunca tolera el desmán »De la que infiel y traidora »Tiene citas a un galán. »La majestad no se inclina »(Pues fuera menos valer) »A estimar a una mujer »Manceba del de Medina. »Dama infiel a los amores »Del monarca de Castilla »Tema todos los rigores »Del dogal y la cuchilla.» -«No os atañe, prelado, a vos »Hablar de amor ni desdén: »O no habléis, o hablar de Dios, »Que lo demás no está bien. »En un tiempo con decoro »Tuvo la iglesia en su altar »Cruz de leño, obispos de oro »Fieles en decir y obrar: »Mas en tiempos desgraciados »Pierde la Iglesia el tesoro »Si al tener las cruces de oro »Son de leño los prelados. »Vos de la cristiana grey »Sois guía, sois conductor; »Dejad la venganza al rey »Mientras os cumple mejor »Predicar con santo intento »De las ofensas perdón »Y tras de la absolución »Dar el pan del Sacramento.» -«Por compadecer a vos »Mal cumpliera con mi ley »Desobedeciendo al rey »Que ocupa el lugar de Dios. »Mucho siento ¡vive el cielo! »Vuestro desliz y aflicción »Y antes de daros el velo »Yo os daré la absolución. »Tosco sayal vestiréis »Y del claustro en las moradas »Vuestra culpa lloraréis »Entre vírgenes sagradas.» -«¿Monja yo...? ¿Quién dio tal ley...? «¿Yo en un claustro retirado...? -«Monja por fuerza o de grado.» -«¿Quién puede mandarlo?» -El rey.» Dijo el prelado y al punto De aquella mansión se parte. Va murmurando en voz baja, Practica la puerta y sale Y sin recoger el vuelo De sus hábitos talares Con las delicadas sedas La larga escalera barre. Pero al cabo de tres días Presentóse al rey, a darle Los cabellos de la hermosa Puestos en un azafate.