Felipe II y el Confesor
Tribunal para el perdón Tiene la Iglesia en su ley Que no admite distinción De villano ni de rey Pues todos iguales son. En contrito desconsuelo Es el hombre allí un gusano Que se arrastra por el suelo, Tiende el ministro su mano Y un ángel firma en el cielo. Allí son las oraciones Las que tienen prez y honor; No hay alcurnias ni blasones, Pues no distingue el Señor De pecheros o infanzones. Fe pura y los labios fieles Es lo que ama un Dios desnudo; De nada sirven laureles, Corona sobre el escudo Y grifos en los cuarteles. Como humilde pecador Felipe viene a llorar A los pies del confesor; Como siervo ha de rogar El que siempre fue señor. Al sayal tosco se humilla Cetro y púrpura real, Que donde tiene su silla El ministro celestial El rey dobla la rodilla. «Mal aconsejado andáis, »Dice el ministro, en ceder »Al amor que respiráis, »¡Oh rey!, por esa mujer »Si católico os llamáis. »Un nombre supuesto os guía »Al infierno y a su llama, »Lloraréis vuestra alegría »Cuando sepáis que esa dama »Se llama Sara, es judía. »Si se envilece un menguado »De la más ínfima grey »De una hebrea enamorado..., »Si tal atentara un rey... »¿Quién absuelve su pecado? »Cabeza que está proscrita »Por los eternos rigores »¿Qué insensato solicita »Ceñirla de gayas flores »Cuando el cielo las marchita? »¡O cielo santo! perdona, »Dijo el rey; fue error humano, »Porque si alguno blasona »Más que yo de buen cristiano »He de darle mi corona. »Os lo juro, yo ignoré »Su bastarda villanía; »Cuantas veces la miré »No vi a Sara, vi a María »De la santa cruz al pie. »Vila cual ángel de Edén »Que cuando diadema de oro »Me fatigase la sien, »La tomara por decoro »Y la ciñera también. »Humillando mi esplendor »Su virtud no vi humillada »Y sabed, el confesor, »Que es tan pura su mirada »Como el cáliz de una flor. «La habéis delatado a Nos; »Quien la condena es la ley, »Quien ha de juzgarnos, Dios: »A Felipe como rey, »Como sacerdote a vos. »¿Con que exige mi conciencia »Que ella muera, olvide yo? »¡Cielos, qué cruel sentencia!» Y el ministro respondió: -«Esa es, rey, tu penitencia.» Confuso el rey se retira, Pues si le dan el perdón Piden la condenación De aquella por quien suspira. Puesto está en grave tormento, Resignado en lo exterior Y afligido en lo interior Al dejar el sacramento. Ama Felipe, mas ve Que el cetro que está en su mano Obedece al Vaticano Y éste grita: «auto de fe». Mas no puede en su dolor Templo y ministro dejar Sin decir en el altar: Yo no fui su delator.»