La rebelde, la rústica peonza
dijo a la perinola con enfado
allá en su jerigonza:
Suerte bien desigual nos ha tocado.
A ti con mucho mimo,
cuando te hacen andar, te dan impulso,
entre dos dedos revolviendo tu eje:
no se me trata a mí con tanto pulso.
Yo, cuando me andan, gimo
al compás de la bárbara correa,
con que un muchacho hereje
me arrima cada golpe que me brea;
y cuanto más el movimiento animo,
con más fuerte rigor me zarandea.
-Querida (respondió la perinola),
en ti consiste sola
el trato que te dan: tú lo evitaras,
a ser juguete, como yo, ligero;
mas ¿qué han de hacer contigo,
si en apartando el látigo te paras?
Yo sin embargo consolarte espero.
Nuestro papá el tornero,
puede, si se lo digo
y quieres animosa decidirte,
quitarte la madera que te sobra,
y en ágil perinola convertirte.
¡Friolera es la obra!
(exclamó la peonza sofocada.)
Prefiero que el zurriago me atormente,
a sufrir que la gubia me hinque el diente.


¡No sabes ni empezar el catecismo,
y al preceptor acusas de inclemencia!
Quéjate de ti mismo:
para buen escolar no hay penitencia.