Exposición de Antonio Juan de Vildósola a Don Carlos
Señor: Doy rendidas gracias á Dios, que vela por la santa causa que se simboliza en la augusta persona de V..., por la concluyente prueba que la carta de V... á su representante en España, fechada el 9 del corriente, da á lo que con profunda pena tuve que decir en La Fé precisamente el dia en que llegaban á Madrid las palabras de V...; á saber: que nuevamente los implacables enemigos de la causa carlista han secuestrado el ánimo bondadoso y confiado de V...
Y me atrevo á decir esto, señor, porque la contradiccion patente, visible y palpable que existe entre los conceptos de la carta que V... ha firmado, y los hechos más evidentes, más irrefragables, y á la vez mejor conocidos de V... lo está gritando á voces.
Señor, el dia 3 de Enero de 1875, cuando por primera vez después de cuatro meses de estancia en las Provincias, al saber la proclamacion de D. Alfonso, fuimos mi hermano Vicente y yo á ver á V... para exponerle la gravedad del acontecimiento y para ponernos con voluntad todavía más viva que antes á sus órdenes, V..., que se dignó recibirnos en Lequitio con un afecto no menos agradecido por saber que éramos dignos de él, quiso conocer nuestra opinion sobre lo que debía hacerse, y yo recuerdo como si fuera ahora, haber dicho á V...: «Lo primero, que vengan al lado de V... ó Nocedal ó Villoslada, cualquiera de los dos, y que en Vergara se constituya un Consejo con el conde de Orgaz, los marqueses de la Romana y Villadarias y un representante de todas las provincias que están en armas; Consejo que no ha de hacer nada sino dejar en este país agotado lo que las personas que he citado á V... gastan en el extranjero, porque V... no los llama. Y sólo así, añadí, se evitará el que muy luego pase á la vista de este pueblo el vapor que lleve á Madrid al nuncio de Su Santidad, infiriéndonos una herida más peligrosa que la que la proclamación de vuestro primo nos ha inferido.
Y V... me respondió: He llamado dos veces á Nocedal y ni me ha contestado.
Que esto no lo ha olvidado V... me lo garantiza la feliz memoria de que le ha dotado la Providencia; pero además, señor, hay, de que eso es cierto, testimonios irrefragables; hay, no recuerdo en este momento si la copia oficial ó la minuta de la orden que se trasmitió á D. Cándido Nocedal, órden que conserva un amigo mío, hoy vecino de Bilbao, que la escribió y que está dispuesto á darla al público; y hay todavía otra cosa más decisiva, como que es inapelable, y es la confesion de D. Cándido Nocedal en una carta á D. Ceferino Suarez Bravo, fechada en 14 de Marzo de 1876, carta escrita de puño y letra de D. Cándido Nocedal, cuya autenticidad él mismo ha tenido que reconocer, y en la que se leen estas palabras:
Me llamó, pero como yo le conocía bien, no quise ir.
¿Cómo, pues, V... ha podido firmar leyendo lo que firmaba, ó ha podido escribir de inspiracion propia la frase de la carta en que se le dice á Nocedal: tú que sabes obedecer sin que la fuerza bruta te compela á ello?... ¿Y quién puede haber falsificado ó escamoteado la firma y la letra de V... para garantizar esa frase que se hace pública en los momentos mismos en que se está reproduciendo la del Sr. Nocedal, sino el que quiere perder á V... presentándole como el más ciego instrumento de ese hombre que se resguarda con V..., á la vez que presenta á V..., el corazón y la inteligencia de V..., por blanco á los tiros de sus más encarnizados enemigos?
No quiero molestar mucho la atención de V..., pero tampoco puedo dejar de decirle que hay en la carta de V... otra frase que está en abierta contradiccion, por desgracia, con la realidad de las cosas. A V... le han dicho y le hacen decir que el partido está unido y compacto, y jamás, jamás ha habido en él tanto encono personal, divisiones más violentas, disputas más apasionadas. Cierto, todos queremos igualmente á V..., todos estamos dispuestos, hoy como siempre, á sacrificarnos por la causa de la Iglesia y de la patria á la vez de V...; pero entre V... y todos sus leales hay un hombre funesto que trabaja sin descanso, apelando á todos los medios, sin detenerse ente ninguna consideracion, saltando sobre todas las conveniencias, por herir el amor propio, introducir desconfianzas, presentar á los leales como traidores, y especialmente por separar de V... aquella alta representacion que trajo al mundo con el derecho de su nacimiento, mientras excita la sospecha de que se hayan malogrado aquellas altas cualidades con que Dios quiso dotarle y que tanta intensidad daban al entusiasmo que V... inspiraba á cuantos, en tiempos más felices, llegaban á conocerle.
El grito de angustia de todos los buenos carlistas, desde un extremo á otro de España; los tristes resultados de todas las empresas de ese hombre; el malogro de la peregrinación nacional; los dos solitarios diputados que la voz de V... ha podido llevar al Congreso, y ¿qué más? las mismas repetidas carias y declaraciones que se arrancan á V... para sostener una influencia que cada dia decae más, todo está diciendo la contrario de lo que á V... le hacen decir y le han hecho creer; todo proclama que estamos divididos como jamás lo hemos estado.
Señor, desde que concluyó la guerra hasta hoy, no ha habido díscolos, no ha habido rebeldes; nadie, por mucho que le disgustara la representacion otorgada por V..., nadie, que yo sepa, la ha negado, nadie que yo sepa ha dicho que la desobedecería ni la ha desobedecido, como se lo decía á V... en la carta que á principios de año y por haberlo así querido V... le dirigimos. La representación de V... es la que forma y forja los díscolos y los rebeldes, y el por qué los forma y los forja es cosa tan clara por una parte y tan torpe por otra, que el respeto que debo á V... no me permite exponerle lo primero, y el que me debo á mí mismo hablarle, ni por alusion, de lo último.
Antes de que empezara la guerra y durante la guerra hubo tambien díscolos y rebeldes, y hubo leales. Díscolos y rebeldes llamaban D. Cándido Nocedal, y D. Emilio Arjona, y D. Antonio Dorregaray y D. José Pérula á los Carasas, Lizarragas, Velascos, Valdespinas que, con la inmensa mayoría de la comunion, veíamos adonde conducían á V... y la causa de la patria la intemperancia y la soberbia de aquellos consejeros. Y hoy, ya lo ha visto V..., Carasa, Velasco, Lizárraga, han muerto en la emigración y en el abandono, después de haber salvado á la patria; y en tanto, tristes sombras cubren la tumba de Dorregaray y tristes realidades aparecen en la vida de Pérula; en tanto D. Emilio Arjona sirve al Gobierno de D. Alfonso, y sólo D. Cándido Nocedal, amparándose en el nombre augusto de V... trabaja entre las maldiciones de la mayoría de la comunion para llevar adelante la obra de 1871 dividiéndonos y enconándonos.
¡Y hacen hablar á V... de los tiempos de la guerra!
Durante la guerra, señor, hubo un diputado vascongado que al pié de una real orden escribió: «se obedece y no se cumple,» y que no cumplió la real órden; y hubo un pueblo entero, el pueblo vizcaíno, que en sus juntas, cuando se le dijo en nombre de V... y desmintiendo por cierto la palabra que V... me habia á mí dicho: «El rey no quiere á Goiriena para diputado,» se levantó como un solo hombre y aclamó á Goiriena por su diputado. Y el diputado que no cumplió la real órden, y los apoderados en la Junta de Guernica que pusieron su derecho sobre la voluntad de V..., no fueron díscolos ni rebeldes, sino, por el contrario, leales como siempre, ya que no se puede decir más que nunca. Que el derecho de la realeza es el derecho del pueblo, y tanto mejor se asegura el primero, cuanto más respetado se ve el último; y así el diputado guipuzcoano y los apoderados de Vizcaya al mantener su derecho afirmaron más todavía el de V...
V... lo reconoció, teniendo toda la fuerza en la mano; la real orden no se cumplió nunca; Goiriena fué diputado; y V... apareció como lo único que puede ser y quiere ser, como rey cristiano. ¡Qué diferencia, señor, de entonces á hoy, de aquellos actos tan dignos de la realeza y de la grandeza de vuestra causa, á esas cartas, á esas declaraciones en que se hace decir á V... que de estar en Madrid mandaria ahorcar, sin oirles, á cuantos no besaran los pies á vuestro representante, que se goza en querer ponerles bajo de ellos.
Desgracia grande, señor, á la vez que prueba, la que nos muestra hasta á los monarcas más grandes entregados á veces á hombres indignos y malvados. El mismo rey prudentísimo, aquel Felipe II gloria imperecedera de España y de la realeza, hizo un Antonio Perez; y en los tiempos que hemos alcanzado, un Maroto estuvo al lado del santo abuelo de V...; un Lazeu al lado de vuestro padre, como ha estado al lado de V... un Arjona, un Pérula, un Boet; y hoy, señor, hay quien, escudándose en V..., insulta á los demás la lealtad, la consecuencia... y todo lo que él jamás ha conocido; se levanta contra las decisiones de los prelados, sustenta y quiere imponer doctrinas reprobadas por la Iglesia, y con excomuniones cuya repetición sola las condena por ridículas é inmotivadas, pretende separar de V... á todos los hombres importantes, á los que siempre en dias de necesidad y peligro ha visto V... á su lado.
Concluyo, señor, rogándoos que mireis al hombre que se dirige á V... para expresaros, con la lealtad y verdad que siempre lo ha hecho, su adhesión y lo que que exige el bien de la causa, y al hombre que os hace aparecer como si dudarais de tantos que sabéis os son leales, por la satisfaccion de su soberbia, por el odio heredado y condensado que siente hacia vuestra augusta persona y la santa cansa que simboliza, tal vez por otros móviles tan bajos que ni V... debe escucharlos ni yo decirlos. El quiere mandar más, mucho más de lo que vuestra misma persona puede mandar, y yo sólo imploro de V... que haga mi obediencia, siempre grata para mi corazon, llana y fácil para mi dignidad y mi conciencia de católico y español nacido bajo el árbol bendito que no da sombra á confesos ni traidores. Allí, señor, á la sombra de aquel árbol bendito, en ocasion solemne, ante la presencia de Dios vivo, solemnemente juré yo á V... por defensor de la Iglesia y guardador del fuero vascongado, y tan firme, y más si cupiere, se mantiene hoy en mí lo jurado que en aquel mismo dia.
V..., al oirme, no me puede dar nada personalmente, porque soy harto orgulloso para aceptar honores, y bastante humilde para conocer que no sirvo para otra cosa que para lo que hago, mientras, por el contrario, al no oirme V... puede dar á mi nombre (y Dios quiera que no me la dé) la única aureola de gloria á que yo puedo aspirar: la de la fidelidad que llega al martirio, y cuyas inspiraciones misteriosas se realizan punto por punto.
Consumo mi vida en una labor ingrata que mil veces habría abandonado ahora si, al hacerlo, no quedara V... entregado (sin que ni por azar llegase á oidos de V... una palabra leal) al hombre que manifiestamente busca la ruina de la santa causa de la religion y de la patria, y la de V..., la de todo lo que yo, no ya sólo por afecto, sino además por estrecha obligación de conciencia y de consecuencia, he de defender hasta que me falten las fuerzas. Puedo morirme con la nota con que pretende infamarme á mí, como á otros mejores que yo, el hombre que ostenta la representacion de V...; pero yo sé que tengo razon; yo sé que llegará el dia en que todos lo reconozcan, y aquel dia recogerán mis hijos para su nombre lo que sin esa prueba yo no tengo condiciones para legarles.
B. L. R. P. de V...
Fuente
editar- La Iberia (16/09/1882): «Sobre la carta»