Examen de ingenios:34
[Digresión sobre el fuego]
editar« Pero esto de entrar el fuego por el pulso y la respiración para reparar el fuego perdido que estaba en nuestra composición, no es cosa que se deja entender, ni la experiencia nos lo muestra. Ni tampoco pudo Galeno atinar cómo estando el fuego en el cóncavo de la Luna, según la opinión de los peripatéticos, podía bajar a la generación y conservación de los mixtos, estando muchos de ellos no solamente en la superficie de la tierra, pero en el profundo del mar, y otros en las muy cavidades de la tierra; mayormente siendo su apetito natural subir a lo alto por ser más liviano que el aire, y nunca descender si no es haciéndole alguna gran violencia. Y, así, fingió que el fuego estaba partido en minutísimas partes, a manera de átomos, y trabado con el aire con una liviana mixtión para socorrer a la conservación y generación de las cosas naturales.
Pero realmente la opinión de Galeno es falsa, y mucho más la de Aristóteles en poner la esfera del fuego en el cóncavo de la Luna. Porque es cierto que Dios y Naturaleza nunca hacen cosa baldía y sin fin. Estando el fuego en el cóncavo de la Luna, no sirve de nada. Luego Dios no lo crió, y si lo crió no lo puso en tal lugar. Y que no sirva de nada estando allí, es cosa muy clara discurriendo por todos los aprovechamientos que del fuego se pueden tener.
Lo primero, no alumbra ni calienta ni humea, que son los indicios propios con que se da a conocer doquiera que está, y sin ellos vanamente y de gracia se afirma haber fuego en ningún lugar. Ni dél se componen los mixtos, que es el fin principal para que Dios los crió. Y si no, díganme los peripatéticos: cuando el hombre se engendra en el vientre de su madre, y el pez en lo profundo del mar, y la planta debajo la tierra ¿cómo conoce el tiempo y el lugar donde ha de acudir, y cómo desciende contra su inclinación natural, y sin matarle tanta cantidad de agua como hay en el mar? Paréceme que si no es dándole al fuego un grande entendimiento que le rija y gobierne, que de otra manera no se puede hacer ni entender. Este argumento convenció grandemente a Galeno, y mucho más a Hipócrates, pues llanamente dijo: omne enim quod inter caelum et terram est, spiritu repletum est. Porque le pareció opinión fuera de toda razón y sentido poner fuego encima del aire, viendo que la generación y conservación de los animales y plantas no se puede hacer sin que el fuego se halle presente. Y espántome yo de Galeno, que dijese en medicina y en filosofía natural una cosa tan ajena del sentido y no menos de la razón, y contra lo que dijo Hipócrates, siendo tan su amigo.
El segundo argumento restriba en aquel verdadero dicho de Aristóteles que dice: inter corpora simplicia solus ignis nutritur. La cual nutrición no ha menester la tierra, ni el agua, ni el aire; porque ellos solos por sí se conservan sin ayuda de nadie. Pero si el fuego no está gastando y consumiendo alguna materia, luego se apaga; porque, como dijo Aristóteles, no es otra cosa sino humo encendido, y donde no hay humo no puede haber llama. Porque el humo es de naturaleza de aire, y de este elemento (dijo Hipócrates) se mantiene el fuego doquiera que está, y así dijo: spiritus nutrimentum praebet igni, quo si ignis privetur, vivere non possit. Y así es verdad; porque los mixtos donde predomina el aire son los que sustentan al fuego, como son pez, resina, aceite, sebo, manteca, cera y leña; y donde es superior el agua y la tierra, le matan. Lo cual siendo así ¿qué materia es la que conserva tanta cantidad de fuego como hay en el cóncavo de la Luna? Porque, siendo un agente tan feroz y activo, en seis mil años que ha su creación ya hubiera gastado y consumido toda la esfera del aire, tierra y agua, sin poderse retratar.
A esto podrían responder los peripatéticos (según su opinión) que el fuego en su esfera no tiene actividad, ni calienta ni alumbra ni humea ni gasta materia alguna en su nutrición, y que lo que dijo Aristóteles se entiende del fuego elementado que acá tenemos. En la cual respuesta entiendo que el argumento tiene fuerza, pues les hace responder una cosa que ni el sentido ni el entendimiento les ayuda a su defensa; antes los condena claramente, porque de lo que dicen jamás han tenido experiencia, ni le han visto ni tocado si quema o no, y faltando el sentido en filosofía natural, luego cesan los buenos discursos del entendimiento y en su lugar entra la imaginativa fingiendo montes de oro y bueyes volando. Si preguntamos a los peripatéticos por qué causa la media región del aire es frigidísima, todos responden que, huyendo el frío del gran calor del fuego, se junta y condensa en aquel lugar por vía de antiparistasis. Luego, según esta respuesta, el fuego calienta estando en su esfera, pues el frío huye de su calor. También es común lenguaje de los peripatéticos que de aire fácilmente se hace fuego y de fuego aire. Y preguntándoles la causa, dicen que el fuego conviene con el aire en el calor y es contrario en la humidad, y que el fuego, corrompiendo con su sequedad la humidad del aire, fácilmente le convierte en sí. Lo cual no acontesce haciéndose de agua fuego; porque es necesario corromper primero dos calidades contrarias (que son frialdad y humidad) antes que introduzca su forma, y en esto forzosamente se ha de tardar. También, si los puros elementos no tuviesen actividad en su esfera, es imposible que los mixtos se pudiesen engendrar. Porque juntándose en la mixtión, ninguno perdería sus fuerzas, pues es cierto que cada elemento las ha de perder con la actividad de su contrario; y si ninguno tiene actividad siendo puro, luego cesaría la mixtión, que es mixcibilium alteratorum unio. Y si venidos los puros elementos a la mixtión, tienen actividad ¿cómo sabes que en su esfera no la tenían? También dices falsamente que aquella sentencia de Aristóteles que dice inter corpora simplicia solus ignis nutritur, se entiende del fuego elementado que acá tenemos. Pues es cierto que los libros De generatione et corruptione, donde él puso esta proposición, están dedicados para los movimientos y alteraciones de los cuatro elementos puros, y no a los mixtos. Y si no, díganme los peripatéticos por qué causa quema, alumbra y humea y se nutre el fuego que acá tenemos, y el puro no. Pues es cierto que los mixtos siguen el movimiento y calidades del elemento que predomina en la mixtión; y si él no las tuviera, tampoco se hallaran en los mixtos.
El tercer argumento está fundado en que es imposible haber llama de fuego si no hay humo. Porque el ser y naturaleza suya, dijo Aristóteles, era fumus incensus. Y el humo tiene esta calidad: que si no tiene chimenea y respiraderos por donde salir, él propio ahoga y mata la llama; como parece en el fuego que se enciende dentro de la ventosa, que por faltarle el respiradero en un momento se apaga. Luego si la esfera de fuego no es otra cosa sino humo encendido ¿cómo es posible que se pueda conservar en el cóncavo de la Luna no teniendo respiraderos? Mayormente que el humo no es otra cosa (dice Aristóteles) sino lo térreo y aéreo de la cosa que se quema.
El cuarto argumento restriba en un dicho muy celebrado de Aristóteles y muy verdadero: que este mundo interior se gobierna por los movimientos y alteraciones de las estrellas y cielos, especialmente de la Luna y el Sol, sin los cuales era imposible pasar, ni la tierra fructificar. Y si la esfera de fuego estuviera entre el cielo y el aire, naturalmente no se podía hacer; porque las influencias frías y húmidas del invierno no podían pasar ni alterar estos inferiores, porque primero habían de enfriar y humedecer al fuego, y el fuego al aire, y el aire a la tierra. Pues decir que el fuego puede a tanta frialdad y humidad que enfríe y no caliente, y que humedezca y no deseque, quedándose fuego, yo no creo que habrá filósofo en el mundo que tal ose afirmar. Porque, según la opinión de Aristóteles, todos los demás elementos se pueden extrañar y perder sus calidades primeras y adquirir las contrarias, sin corromperse, si no es el fuego. Y así dice que todos se pueden podrir, y él no, porque no puede recebir humidad, ni hay otro agente en el mundo que sea más caliente que él. La tierra, aunque es fría y seca, se puede calentar y humedecer quedándose tierra; y el agua, aunque es fría y húmida, puede concebir tanto calor, que queme y abrase, sin perder su naturaleza; y el aire vemos que recibe en sí todas las alteraciones del cielo quedándose cielo. Sólo el fuego no lo puede hacer sin apagarse, o vencer al que le altera. La mesma dificultad tienen las influencias calientes y secas, que, para pasar a nosotros, han de calentar primero y desecar al fuego más de lo que él estaba, y el fuego al aire, y el aire a nosotros. Pues decir que el fuego, estando puro y en su lugar natural, se puede calentar y desecar más que lo sumo en que está, es desatino muy grande; pero para adquirir un grado de calor se ha de perder otro de frialdad, y si el fuego estaba caliente en sumo, ningún grado de frialdad tenía consigo cuando las influencias calientes pasaron por él. Sólo podrían decir los peripatéticos que las influencias alteran al aire y no al fuego, que es peor que podían imaginar.
Pero ya que hemos comenzado a tratar de esta materia del fuego, será bien acabarla y desengañar a los filósofos naturales de otros muchos errores que de este elemento hasta aquí han concebido. Uno de los cuales es pensar que el fuego es la cosa más liviana que hay en el mundo; y de ahí les nació el ponerlo encima del aire. Y si lo consideramos bien, hallaremos claramente que el fuego es la cosa más pesada que hay o por lo menos es causa que las cosas sean pesadas, gastándoles en su nutrición el aire que las hacía livianas y porosas, y que apetece el descender y no subir.
La primera razón en que me fundo es ver por experiencia que la llama de cualquier fuego tiene dos movimientos naturales, sin los cuales no puede vivir un momento: el uno es lo alto, con el cual expele de sí los excrementos que hace en su nutrición; y el segundo a lo bajo, para tomar el alimento que es necesario para su nutrición. Este movimiento ningún filósofo natural lo puede negar; porque si tomamos dos candiles, el uno muerto y humeando, y el otro encendido puesto en lo alto, veremos claramente que baja la llama dende el candil vivo por el humo adelante hasta pegarse con la mecha del muerto. Y si Dios pusiese una vela encendida desde el cóncavo de la Luna hasta el centro de la Tierra, bajaría la llama por toda esta distancia sin violencia ninguna. El movimiento a lo alto, aunque Galeno y los filósofos naturales dicen que es el más natural, están muy engañados, porque aquella elevación que hace pirámide a lo alto es propia del humo, donde la llama está sujetada por ser livianísima. Lo cual se prueba claramente viendo que, como se va perdiendo el humo, se va bajando la llama y consumiendo.
El segundo argumento se colige en ver por experiencia que todos cuantos mixtos hay donde el fuego es superior a los demás elementos son gravísimos y pesan mucho más que los térreos. Y si no, discurran los peripatéticos por todos los minerales y fuegos potenciales que llaman los médicos; y hallarán que queman como fuego, y en pequeña cantidad pesan mucho. Y si el fuego fuera tan liviano como dicen, cierto es que los mixtos donde él es superior lo fueran también. Lo cual no se puede negar, porque los mixtos donde el aire es superior, por ser liviano, nadan sobre el agua; y trae Aristóteles por ejemplo los árboles, y de ellos se saca el ébano negro que, por faltarle el aire y tener mucho de tierra, se sume en el agua. Pues ¿qué razón hay que siendo el fuego más liviano que el aire, los mixtos ígneos se hundan tan presto en el agua, y no los aéreos?
El tercer argumento es ver y considerar con cuánta presteza sube a lo alto una exhalación caliente y seca, como es el humo, y con cuánta violencia torna a bajar si se enciende y se hace fuego. Y si no, díganme los peripatéticos de qué manera y de qué causa material se hace el rayo, y veremos claramente cómo el fuego es más grave que liviano. La causa material de que se hace el rayo (dice Aristóteles) es una exhalación caliente y seca de naturaleza de humo, la cual por ser liviana subió a lo alto, y, mezclándose con las nubes por vía de antiparistasis y con el movimiento, se convirtió en fuego. Siendo esto así ¿cómo es posible que la exhalación que por ser liviana subió a lo alto, después de encendida y hecha fuego baje, y con tanta furia y velocidad que parta una torre por medio, habiendo dos causas para subir a lo alto y ninguna de bajar?
A esto podrían responder los peripatéticos (aunque mal) que aquel descender del rayo es violento y causado por la expulsión de la nube donde estaba encerrado. Pero esto no lo pueden decir. Porque antes la nube no le deja salir, y por estar tan cerrado, el propio rayo rompe la nube y se sale. Pero si es verdad que, la exhalación hecha, es tan liviana ¿por qué causa no rompe la nube por lo alto de ella, siendo aquél su lugar natural? Yo, cierto, no puedo alcanzar con mi entendimiento que la nube, siendo un vapor tan blando, dé un golpe con tanta furia en la exhalación encendida, que le haga bajar y entrar debajo la tierra siete estados. Porque, así como lo grave no tiene ni puede tener de suyo más que un ímpetu, y éste al centro de la tierra, así lo que es liviano impide a lo alto y no puede rempujar a nadie hacia lo bajo.
De manera que, para subir el rayo a lo alto, hay tres causas: la primera, la exhalación; la segunda, el fuego; y la tercera, la nube; y ninguna hay para bajar. Por donde estoy persuadido (hasta que haya quien me desengañe) que el fuego es muy más pesado que la tierra, y que su lugar natural es el que dirá el capítulo que se sigue.
Cuanto al tercer punto, que era decir y firmar que la esfera del fuego naturalmente estaba en el centro de la tierra, se infiere muy bien de haber probado que el fuego es la cosa más pesada del mundo. Mayormente viendo y considerando cuán bien consuenan las cosas poniendo al fuego en este lugar, y cuántos inconvenientes han nacido de ponerlo en el cóncavo de la Luna. La nutrición del fuego, la expulsión del humo, y la generación de los ímpetus, se hace sin ninguna contradicción. Porque el fuego tiene virtud de atraer a sí todas las cosas y las cavidades de la tierra están llenas de aire y de agua. Teniendo junto consigo estos tres elementos (tierra, agua y aire), fácilmente los mezcla, los cuece y altera, y de ellos hace alimento para mantenerse (como es el alcrebite y salitre), y tiene grandes caminos y respiraderos por donde despedir el humo y ventilarse. De lo cual es evidente argumento las Herrerías de Vulcano en Puzol, junto a Nápoles, donde aparecen lagos y montañas de fuego dende que Dios crió el mundo. Y de la manera que se ven éstas habrá otras muchas más por el redondez de la Tierra, donde el fuego se mantiene con mil géneros de minerales acomodados a su nutrición. Y de la manera que este fuego se nutre y mantiene acá en lo exterior, entenderemos fácilmente lo que pasa allá en el centro de la Tierra, porque yo no dudo sino que estas montañas y lagos de fuego son del mismo género, y por ventura respiraderos suyos.
El segundo argumento que me convida, y aun me fuerza, a poner la esfera del fuego en el centro de la Tierra es ver la buena consonancia que hace con esta opinión todo lo que la Iglesia católica nos enseña del fuego infernal. Del cual afirman todos los teólogos que es del mismo género y tiene las mismas calidades que este que acá tenemos, y que Jesucristo descendió a los infiernos donde estaba este fuego. Y no es de creer que, habiéndole Dios hecho livianísimo (porque aquella era su naturaleza), le hiciese aquella violencia de tenerlo en el centro de la Tierra, siendo su lugar natural el cóncavo de la Luna, donde Dios pudiera atormentar la ánimas y demonios con la misma facilidad que en el centro de la Tierra; especialmente habiéndolo criado desde el primer día de la constitución del mundo, donde a cada elemento dio su lugar natural sin hacer violencia a nadie.
Y que Dios criase esfera de fuego luego que formó esta máquina que vemos del mundo es cosa que no se puede negar, conforme aquello: ite, maledicti in ignem aeternum qui paratus est diabolo et angelis ejus ab origine mundi. También nos enseña la fe que el mundo se ha de acabar por fuego, conforme aquello: qui venturus... Y se sigue claramente de los fundamentos de esta opinión, porque siendo la Tierra finita (y los demás elementos), y el actividad del fuego infinita, y gastando de ellos siempre en su nutrición sin poderse reparar, forzosamente se ha de venir a consumir, conforme aquello: omne finitum per ablationem finiti tandem consumitur. Dije que la actividad del fuego era infinita, porque siempre le van añadiendo combustibles: sin cesar durará siempre jamás, que es lo que dijo el sabio: ignis vero nunquam dicit: 'sufficit'.
Estando en que Dios crió esfera de fuego y que la puso en el centro de la Tierra y que tiene necesidad de nutrición, se saca respuesta clara y verdadera a un problema harto vulgar, al cual ningún médico ni filósofo natural ha podido responder hasta aquí, aunque de propósito lo han procurado. Y es por qué causa los pozos están fríos de verano y calientes de ibierno.
Aristóteles con todos sus secuaces dicen y afirman que el frío huye en el estío del mucho calor del sol, y por estar más seguro se mete en lo pozos y cuevas, donde topando el agua la enfría; y lo mesmo hace el calor huyendo en el ibierno de su contrario. Esta respuesta no solamente es falsa, pero contradice totalmente a la doctrina del mismo Aristóteles; y espántome yo de Galeno porque, explicando aquel aforismo de Hipócrates ventres hieme et natura calidissimi sunt, le citase en comprobación admitiendo aquella respuesta por muy verdadera. Y así es de saber que, entre los cinco sentidos exteriores, el tacto (dice Aristóteles) es necesario a la vida del hombre y de los demás animales, y los otros cuatro sirven de ornato y perfección; porque sin gusto, olfato, vista y oído vemos que puede vivir el hombre, pero no sin tacto, cuyo oficio (dice Aristóteles) es conocer lo que es nocivo para huirlo y lo que es amigable para seguirlo. Todo lo cual me parece que hace el frío y el calor, sin tener tacto ni conocimiento animal. Lo segundo contradice a otro principio de Aristóteles muy celebrado de los peripatéticos; y es que el accidente no puede pasar de un sujeto a otro sin corromperse. Y la respuesta suya admite que el frío, conociendo que viene en el estío su contrario el calor, va huyendo por el aire adelante hasta entrar en el pozo, y dende allí al agua por tener más seguridad. Lo tercero contradice a un principio de filosofía: que juntando dos contrarios en su sujeto, el uno al otro se remite. Y en la opinión de Aristóteles por fuerza se ha de admitir que el calor o frío se hace más intenso sobreviniéndose su contrario y sin que preceda antiparistasis.
Galeno probó también a responder al problema, descontento de la doctrina de Aristóteles; y así dijo que el agua de los pozos es siempre de una mesma temperatura, pero por tocarla nosotros con diferente tacto, en el ibierno nos parece caliente, y fría en el estío. Y pruébalo con un ejemplo harto acomodado, diciendo que si el hombre se orina dentro en el baño, su propia orina lo enfría, y fuera lo calienta. Pero esta respuesta contradice a su propia doctrina; porque, explicando aquel aforismo ventres hieme et vere calidissimi sunt, dice que realmente tenemos más calor en el invierno que en el estío, y así lo dice el mesmo aforismo. Y las buenas fuentes (dice Hipócrates) han de estar frías en el estío y calientes en el ibierno; y las malas andan con el tiempo, calientes en el estío y frías en el ibierno. Lo cual nos muestra claramente la experiencia haciendo la prueba con la mesma mano en dos pozos, el uno profundo y el otro somero; y hallaremos claramente que el agua del pozo profundo está más fría en el estío, y la del somero caliente. Y lo que muestra la experiencia no admite razones.
Hipócrates respondió al problema mejor que Galeno, y anduvo más cerca de la verdadera solución diciendo que en el estío está muy abierta la tierra y esponjada con el mucho calor del sol; el cual trae y llama para sí el aire que está metido en las cavidades de la tierra, y al tiempo del salir enfría con el movimiento al agua como si la ventilasen con un paño. En el ibierno acontesce al revés; porque con la mucha frialdad del tiempo se cierran los poros de la tierra, y el aire se queda dentro, quieto y sin menearse. Cuánto importe menear el agua y el aire para enfriar, y estar quietos para calentar, pruébalo el mesmo Hipócrates haciendo experiencia en dos pozos de igual profundidad; y así dice que el pozo muy usado tiene el agua fría, y el no usado, caliente.
Pero la verdadera respuesta del problema es que de la nutrición del fuego que está en el centro de la tierra se levantan muchas exhalaciones y humos calientes y secos, los cuales en el estío, por estar la tierra abierta, como dijo Hipócrates, salen fuera sin detenerse en las cavidades de la tierra; y el agua, como es fría de su propia naturaleza, conserva su frialdad, no habiendo quien la caliente. En el ibierno acontesce al revés: que, por estar la tierra cerrada por la mucha frialdad del tiempo, detiene los humos en los huecos y cavidades de la tierra donde está el agua, y así la calientan; como vemos que, cerrado el cañón de la chimenea, se hinche toda la casa de humo y calor, y abierto se torna a enfriar.
El cuarto punto principal era que el fuego se halla en la generación y conservación del hombre sin bajar del cóncavo de la Luna, ni subir del centro de la Tierra, ni entrar por el pulso y la respiración como dijo Galeno. Para lo cual es de saber que el calor natural del hombre no es accidente de los que se ponen en el predicamento qualitatis; sino una llama de fuego formal de la mesma suerte y manera que es la llama de un candil o de una hacha o vela encendida.
Porque las mesmas diligencias se han de hacer para conservar la vida del hombre, que para tener encendida una vela sin que se muera. La vela, si bien lo consideramos, ha menester cuatro cosas: la primera, sebo o cera para mantenerse; lo segundo, tener respiradero para expeler los humos; lo tercero, que entre aire frío y sople con moderación; lo cuarto, que el aire no corra con vehemencia. Cualquiera de estas cosas que falte, luego se apaga la llama. Esto mesmo, sin quitar ni poner, ha menester nuestro calor natural. Del cual dijo Galeno que se conserva con dos movimientos, uno a lo bajo para tornar alimento, y otro a lo alto para echar de sí los humos y excrementos que nacen de su nutrición. Y que entre aire frío que recoja la llama, y que sople con moderación porque no la disipe, esto no era menester que lo dijese Galeno; porque la experiencia nos muestra que faltando sangre se muere el calor natural; y atapando la boca al hombre se ahoga; y puesto en un baño muy caliente, por falta de aire frío viene a perecer; y con el mucho ejercicio y ventilación se disipa.
Dije mucha ventilación, porque la moderada enciende nuestro calor natural; y así Aristóteles, aunque no era médico, dice que el que tiene calentura no se ponga adonde corra aire, porque se enciende más la calentura: aeger febricitans jacere debet inmotus quoad maxime fieri potest, et quiescere; nam certum est ignem marcescere ubi a nullo movetur. Ne adversus flatui cubet; quoniam flatus excitat ignem, et ignis ex parvo margnus assurgit. Obvelandus aeger operiendusque propterea est, quia si nuIlum igni concedatur spiraculum extinguetur. Nec veste quidam exui debet donec sudari caeperit.
Todo esto que dice Aristóteles, y lo que Galeno ha dicho de nuestro calor natural, presupone que es llama como la del candil, y no calor accidente. Porque éste no ha menester nutrirse; ni tiene dos movimientos sursum y deorsum ni necesidad de ventilarse con aire frío, porque antes le mataría, y cuanto más le cubriesen y atapasen, tanto mejor se conservaría. Pero por ser llama, en quitándole los respiraderos y que no entre y salga el aire frío, luego se muere. Y, así, Galeno, necesitado con esta experiencia, hizo un candil dentro de nuestro cuerpo, con su mecha y aceite ardiendo como lo vemos acá en lo exterior; y así dijo: cor ut funiculus est, sanguis ut oleum, pulmo ut organum ir quo est oleum.
De paso no puedo dejar de condenar a Galeno porque, siendo opinión de Platón, Hipócrates y Aristóteles que esta llama que está dentro de nosotros gasta y consume en su nutrición nuestra propia sustancia y húmido radical, dijo que todos tres se engañaban, movido con dos o tres razones indignas de tanto ingenio. La primera es diciendo que el calor natural de cualquiera cosa conserva, mantiene, aumenta y perficiona el sujeto donde está; luego no le gasta y consume, porque esto es de calor extraño y no natural. La segunda certifica que si los miembros de nuestro cuerpo no los disipase el ambiente, y el calor natural guardase el punto que había de tener, aunque el hombre estuviese toda la vida sin comer ni beber no se disminuiría. La tercera, si el calor natural nos gastase el húmido radical en su nutrición, seguirseía que cuanto fuese más copioso, tanto más nos gastaría; lo cual no acontece así, porque en el ibierno es muy copioso y nos gasta menos. La cuarta razón es contra aquellos que dicen que nuestro calor natural de per accidens nos consume y de per se nos conserva; lo cual no se puede afirmar, porque ningún agente hace algo de per accidens sin hacer otra cosa de per se; y si no es calentar, ninguna otra cosa puede hacer, y esto es imposible porque ningún calor puede calentar su propia materia.
A la primera razón respondemos que las cuatro facultades naturales son las que nos conservan, mantienen, aumentan y perficionan aprovechándose de aquella llama encendida, con la cual hacen quilo en el ventrículo y sangre en el hígado y leche en los pechos y médula en los huesos y simiente en los vasos seminarios; la cual variedad no pudiera hacer el calor natural, siendo en todas partes uno. Esta llama encendida es proprísimo instrumento para las facultades naturales, porque trae, retiene, expele y aparta; con las cuales obras hacen ellas lo que quieren modificándolo. Y quejarse de que entretanto gasta y consume el húmido radical es como si el cocinero que hace muy buenos guisos con el fuego se querellase de él porque le gasta y consume la leña. La consecuencia de Galeno, cierto, no es buena; porque de los alimentos que comemos se hace lo mesmo que de nuestro calor natural, y ellos mesmos nos matan y echan a perder el húmido radical. La segunda razón presupone un falso notorio. Porque nuestro calor natural tiene dos movimientos en toda la templanza del mundo, el uno deorsum para tomar alimento, y el otro sursum para expeler los fuligines. Y si toma alimento, forzosamente los ha de gastar. El tercer argumento tiene muy pocas fuerzas. Porque el calor del ibierno, aunque es mucho, es muy templado y remiso; y los cocimientos se hacen muy bien con moderación y mal con intensión, como parece en los febricitantes; y siendo el calor templado, forzosamente ha de gastar poco y reparar mucho. A la cuarta razón respondemos que la obra que el calor natural hace de per se en nuestro cuerpo es nutrirse a él y gastar el húmido radical en su nutrición, como todos los fuegos del mundo; y lo que obra de per accidens es ser instrumento de las facultades naturales. Como el fuego de la cocina tiene por intento principal gastar y consumir en su nutrición leña y carbón, y de per accidens hace los guisados, modificados con la industria del cocinero.
Volviendo, pues, al punto principal, decimos que los animados tienen fuego formalmente en su composición, y así no tienen necesidad que entre de fuera por el pulso y la respiración como dijo Galeno. Y poniendo el fuego en el centro de la Tierra, se engendran los mixtos inanimados con gran facilidad, porque donde no alcanza el fuego, alcanza su calor, y donde no llega el calor, alcanza el humo; el cual, detenido en las cavidades de la tierra, fácilmente se convierte en fuego como cuando se encierra en las nubes. Y, así, no falta el fuego cuando es menester.
En las cosas animadas era dificultoso de dar a entender el cómo y cuándo entran los cuatro elementos en su composición; porque la experiencia nos muestra que el hombre se hace inmediatamente de simiente y que en el vientre de su madre jamás entró tierra, agua, aire ni fuego. Y si queremos saber la generación y principio de la simiente humana, ella cierto se hizo de sangre, y la sangre de quilo, el quilo del pan y carne que comemos. Y si queremos averiguar la compostura del pan, hallaremos que se hizo de harina de trigo, y el trigo de la caña, y la caña de otro grano de trigo que se sembró. Y aunque demos mil vueltas en la generación y nutrición de los mixtos animados, siempre hemos de comenzar y acabar en simiente, y no en los cuatro elementos. Que es la a letra lo que dijo la divina Escritura: germinet terra herbam virentem et facientem semen, et lignum pomiferum faciens fructum juxta genus suum cujus semen in semetipso sit super terram.
A esta dificultad responde Galeno que las plantas se mantienen inmediatamente de los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego, porque tienen fuertes estómagos para alterarlos y cocerlos, y así preparados los dan a comer a los animales perfectos, como quien cuece y asa la carne para que nuestro estómago la pueda cocer. Pero porque las plantas no tienen pulso ni respiración, no pudo atinar cómo el fuego se hallase en la nutrición y generación de las plantas y de su simiente.
Y mayor dificultad le hicieron los mixtos inanimados. Para declaración de lo cual es de saber que el medio que Naturaleza tiene para juntar los cuatro elementos en la generación de todos los mixtos, inanimados y animados, y engendrar fuego normal sin que baje del cóncavo de la Luna ni suba del centro del Tierra, es la putrefacción que padecen las cosas antes que se corrompan, con la cual se suelta la mixtión de los cuatro elementos y queda cada uno por sí. Esto, sin controversia, lo admiten los médicos y filósofos naturales; porque por la putrefacción pierden las cosas que se pudren el modo de sustancia que antes tenían, y de secas (dice Aristóteles) se hacen húmidas, y de frías, calientes. La manera como se pudren las cosas, dice Aristóteles, es y acontesce cuando el calor del ambiente es mayor que el calor natural de la cosa que se pudre: entonces le trae para sí y le saca del sujeto donde está; cuyo oficio era tener abrazados los demás elementos en la mixtión. De esta alteración luego se levanta calor y más calor, hasta que se forma llama de fuego, que quema y abrasa como si bajara del cielo; lo cual prueba Galeno por muchos ejemplos. Especialmente cuenta que un montón de estiércol de palomas se pudrió por darle muchos días el sol, y vino a arder en vivas llamas y quemó la casa donde estaba.
Es tan necesaria la putrefacción para las obras de Naturaleza, que, si no precede, es imposible que se engendre nada de nuevo ni se nutra ni aumente. Si la simiente humana (y cualquiera otra de animales y plantas) está mil días en el vientre de la mujer sin podrirse, ninguna cosa se engendrará; porque el modo de sustancia que es bueno para la simiente es malo para los huesos y carne del hombre, y tomar esta manera de sustancia sin desatar primero los elementos que estaban en la simiente y tornarlos a mezclar y cocer es cosa que no puede ser.
A la cual filosofía aludiendo el Evangelio, dijo: nisi granum frumenti cadens in terram mortuum fuerit, ipsum solum manet. Cuando Dios crió el mundo (dice el Texto divino) cubrió la tierra con agua, y después de bien recalada la descubrió para que el sol la pudriese con su calor y de la putrefacción resultase un vapor hecho fuego, de que se compuso el hombre y los demás animales y plantas; y así limus, que fue la materia de que se compuso Adán, querrá decir «tierra mojada con agua, y podrida». Cuán fecunda se haga la tierra cubriéndola primero con agua, y luego descubrirla y aguardar que se pudra con el calor del sol antes que se siembre, nótalo Platón considerando la fecundidad de Egipto con las inundaciones del Nilo.
La mesma fecundidad tenía el Paraíso terrenal, porque a ciertos tiempos salían de madre aquellos cuatro ríos y cubrían la tierra, y vueltos a su corriente, se podría con el calor del sol y así se hacía fecunda.
En la nutrición del estómago se echa más claro de ver, que en la generación de los animales y plantas. Y, así, es cierto que para que la carne que comemos pueda nutrir y ser verdadero alimento, conviene que se pudra primero y pierda su calor natural, y se desbarate la unión de sus elementos y adquiera, por la obra del estómago, otro modo de sustancia conveniente a la sustancia del que se ha de nutrir. De lo cual es evidente argumento ver que la carne manida se cuece más presto, en la olla y en el estómago, que la que es recién muerta; y manirse la carne ninguna otra cosa es sino podrirse y apartarse los elementos de la mixtión y composición. De lo cual es indicio manifiesto ver que, en matando la carne, luego cobra un poco de mal olor, y éste va creciendo por horas y días hasta que ya no se puede sufrir; y, con esto, cierta flojedad que enseña la separación de sus partes.
No menos lo demuestran los regüeldos que salen del estómago a una o dos horas después de haber comido, cuyo mal olor no se puede sufrir; y pasado más tiempo salen de mejor sabor y olor. Del cual efeto, supuesta la doctrina que vamos probando, es clara su razón; porque cuando huelen mal, están los manjares en el término de la putrefacción, y cuando bien, han salido ya de la putrefacción y pasado a la concocción, con la cual alteración (dice Hipócrates) las cosas podridas pierden su mal olor. Las heces y excrementos del hombre sano y templado huelen mal por esta mesma razón. Porque en el término de la putrefacción sacó Naturaleza de los manjares lo que era hábil para nutrir, y esto coció y alteró; y los excrementos, por ser inhábiles para cocerse, se los dejó en el término de la putrefacción con una liviana concocción, la cual por su imperfección no los pudo librar del mal olor. Por donde se entiende claramente que la primera obra del buen estómago (después de la fusión) es podrir los manjares y sacarles afuera su calor natural (como ambiente más poderoso), y luego mezclarlos y cocerlos conforme al modo de sustancia que él ha menester. Todo lo cual admite de buena gana la filosofía natural, porque pasar las cosas naturales de una especie a otra sin que preceda corrupción, es cosa imposible.
Con esto hemos cumplido con el cuarto punto principal; pues es cierto que la cosa que se pudre levanta fuego y calor para que otra se engendre, sin que venga de la esfera inferior ni superior. Pero, antes que vengamos al último punto, no puedo dejar de condenar una sentencia de Aristóteles por ser contra la doctrina que hemos traído y fuera de toda razón y experiencia. Él dice que los manjares que se cuecen en el estómago, que se cuecen en su proprio calor natural y no con el calor del estómago; y según lo que hemos dicho, lo primero que hace el estómago con los manjares es podrirlos y quitarles su calor natural. La razón en que se funda Aristóteles es ver por experiencia que las frutas que se cogen de los árboles por madurar se cuecen y maduran con su propio calor y no con el árbol de donde se quitaron; y el mosto hierve y se cuece con su proprio calor, y no con el calor de la tinaja; y la simiente en el útero se cuece y de ella se hacen las partes seminales, y no con el calor del útero. Y pues la razón formal de la concocción es que se haga de su proprio calor natural y no del ajeno, luego a todo género de concocción se ha de extender.
A esto se responde por aquel principio del mesmo Aristóteles que dice: omne quod movetur ab alio debet moversi. El hervir el mosto y el aceite, y madurarse las frutas cogidas del árbol, cierto es que hierven y se maduran con la virtud y calor del árbol donde primero estuvieron. Porque el ánima vegetativa y sus virtudes naturales son muy partibles, y duran cortadas del árbol muchos días sin perderse. Y la uva lleva consigo el hollejo, la simiente y el escobajo, y con ello su calor natural; todo lo cual, o tiene ánima vegetativa, o virtud impresa de la vid; y con ésta hierve el mosto, como la saeta se mueve con la virtud que la ballesta le imprimió y no con la suya. Esto saben muy bien los que hacen vino: que echando en la tinaja casca mal pisada o medio entera, hierve el mosto con mayor furor.
Los manjares se cuecen en el estómago con aquella llama de fuego que dijimos, la cual está colgada de la sustancia del estómago como la llama del candil de la mecha. Ésta, entremetida con los manjares, los licúa, los corta, los adelgaza, los mezcla y cuece, ayudada y modificada con la industria de las cuatro facultades naturales. Y, así, decimos que la razón formal de la concocción no es que se cueza la cosa con su calor natural, sino con el ajeno moderado y templado; lo cual se prueba claramente discurriendo por todas las especies de concocción, que son: maturitas, elixatio et assatio. Quien madura las frutas es el calor del árbol y del sol; quien cuece la carne en la olla son tres calores, uno que está en el fuego, otro en el barro de la olla, y otro tercero que está en el agua que inmediatamente toca en la carne; quien asa la carne es el calor del carbón. Quien cuece los manjares en el estómago es el propio calor natural del estómago.
Lo que forzó a Aristóteles a decir que las cosas se cuecen con su calor natural fue ver hervir el mosto en la tinaja y hacerse vino apartado de la vid. Y si él advirtiera que en las venas se hace sangre con la virtud enviada del hígado, aunque está apartado, entendiera que el mosto hierve en la tinaja con la virtud concoctriz de la vid y con su calor natural, todo lo cual trujo consigo cuando lo quitaron de la vid; porque omne quod movetur ab alio debet moveri. De la cual proposición y verdadero principio forzado Aristóteles, vino a confesar lo que yo tengo probado; y así dijo: nam et cibi in corpore concoctio elixationi similis est: etenim a corporis calore in humido et caldo fit.
Cuanto al quinto punto principal, dice santo Tomás que ni del aire ni del fuego se hizo expresa mención, tratando de creación de las cosas, porque aquello escribió Moisés a un pueblo rudo y sensual, y estos dos elementos no se perciben de la gente ruda; y por la mesma razón no hizo expresa mención de los ángeles en todos aquellos capítulos. Platón, como lo refiere san Agustín, por aquella dicción caelum entendió el fuego, porque él tuvo por opinión que el cielo era de fuego. Rabí Moisés dice que por aquella dicción tenebris se entiende el fuego, el cual en su propria esfera no da luz. Cayetano responde que por el abismo, que dice Moisés, entendió el fuego y el aire, que son cuerpos diáfanos, y con la luz son transparentes y sin ella oscuros; y por razón de la obscuridad los llamó abismos.
Del aire dicen otros que hizo mención Moisés por aquellas palabras: et spiritus Domini ferebatur super aquas. Y que el aire se llame «espíritu del Señor» pruébalo claramente con aquel Psalmo de David: flabit spiritus ejus et fluent aquae. Porque, aunque es verdad que todas las cosas criadas en este mundo son de Dios y de todas es señor absoluto conforme aquello: Domini est terra et plenitudo ejus, pero algunas llama la Escritura particularmente suyas más que otras, que son las muy grandes o aquellas de que Él más se sirve. Y así llama la Escritura montes Dei; y el Evangelio llama a Cafarnán ciudad de Dios, y no a Nazaret de donde era natural, porque allí se debía cumplir más su voluntad. Del aire se podría decir lo mesmo, porque es el instrumento con que Dios gobierna estos inferiores; y así dijo Hipócrates: spiritus hiemis et aestatis causa est: in hieme quidem frigidus et condensatus, in aestate autem mitis et tranquilus, quum et Solis et Lunae et Astrorum omnium cursus per spiritum procedunt. Otros dicen que por aquellas palabras et spiritus, Domini ferebatur super aquas se entiende el Espíritu Santo. Él sea siempre con nosotros, amén.
La razón que yo daría por que Moisés no hizo mención del fuego en el Génesis es que Dios no se lo quiso revelar a nuestros primeros padres en el principio del mundo; porque estaban en gracia y los procuraba antes regalar y darles contento, que pena y temor, amenazándolos con una cárcel y tormento tan grave y eterno. Lo cual parece claramente considerando que por el pecado que hicieron habían de ir al fuego infernal que tenemos dicho, si Dios no los perdonara; y la pena del precepto no suena más que la muerte corporal. Y esto mesmo quiso representar Moisés en el Génesis, como si Adán no hubiera pecado ».