Examen de ingenios:10

Capítulo I [1594] editar

Donde se declara qué cosa es ingenio y cuántas diferencias se hallan de él en la especie humana


Precepto es de Platón (el cual obliga a todos los que escriben y enseñan) comenzar la doctrina por la difinición del sujeto cuya naturaleza, diferencia y propiedades queremos saber y entender. Dase por esta vía gusto al que la ha de aprender, y el que escribe no se derrama a cuestiones impertinentes, ni deja de tocar aquellas que son necesarias para que la obra salga con toda la perfección que ha de tener. Y es la causa que la difinición es un tema tan fecundo y concertado, que apenas se halla paso ni contemplación en la ciencia ni en el método con que se ha proceder, que no esté en él apuntado. Por donde es cierto que no se puede bien proceder en ningún género de sabiduría no comenzando de aquí.

Y pues el sujeto total de esta obra es el ingenio y habilidad de los hombres, razón será, por lo dicho, que sepamos su difinición y qué es lo que contiene en su esencia; porque, sabida y entendida como conviene, habremos hallado el verdadero medio para hacer demostración de esta nueva doctrina.

Y porque el nombre, como dice Platón, est instrumentum docendi discernendique rerum substantia, es de saber que este nombre, ingenio, desciende de uno de estos tres verbos latinos: gigno, ingigno, ingenero; y de este último parece que tiene más clara su descendencia, atento a las muchas letras y sílabas que de él vemos que toma, y lo que de su significación diremos después.

La razón en que se fundaron los primeros que lo inventaron no debió ser liviana; porque saber imaginar los nombres con la consonancia y buen sonido que piden las cosas nuevamente halladas es obra (dice Platón) de hombres heroicos y de alta consideración. Como pareció en la invención de este nombre, ingenio, que para descubrirla fue menester una contemplación muy delicada y llena de filosofía natural. En la cual discurriendo, hallaron que había en el hombre dos potencias generativas: una común con los brutos animales y plantas, y otra participante con las sustancias espirituales, Dios y los ángeles. De la primera no hay que tratar por ser tan manifiesta y notoria; la segunda es la que tiene alguna dificultad, por no ser sus partos y manera de engendrar al vulgo tan conocidos.

Pero hablando con los filósofos naturales, ellos bien saben que el entendimiento es potencia generativa y que se empreña y pare, y que tiene hijos y nietos, y una partera (dice Platón) que le ayuda a parir. Porque de la manera que en la primera generación el animal o planta da ser real y sustantífico a su hijo, no lo tiniendo antes de la generación, así el entendimiento tiene virtud y fuerzas naturales de producir y parir dentro de sí un hijo, al cual llaman los filósofos naturales noticia o concepto, que es verbum mentis. Y no sólo es lenguaje y doctrina recebida de los filósofos naturales decir que el entendimiento es potencia generativa y llamar hijo a lo que ésta produce; pero aun hablando la Escritura de la generación del Verbo divino, usa de los mesmos términos de padre y de hijo y de engendrar y parir: Nondum erant abyssi, et ego iam concepta eram... Et ante omnes colles, ego parturiebar. Y, así, es cierto que de la fecundidad del entendimiento del Padre tuvo el Verbo divino su eternal generación: eructavit con meum verbum bonum. Y no sólo él, pero aun todo lo visible e invisible contenido en el universo, se halló producido por esta mesma potencia; en tanto que viendo y considerando los filósofos naturales la gran fecundidad que Dios tenía en su entendimiento, lo llamaron Genio, que por antonomasia quiere decir el grande engendrador.

El ánima racional y las demás sustancias espirituales, puesto caso que también se llaman genios por ser fecundas en producir y engendrar conceptos tocantes a ciencia y sabiduría, pero su entendimiento no tiene en los partos que hace tanta virtud y fuerzas que les pueda dar ser real y sustantífico fuera de sí, como en las generaciones que Dios hizo. Sólo llega la fecundidad de éstas a producir dentro de su memoria un accidente que, cuando va muy bien engendrado, no es más que una figura y retrato de aquello que queremos saber y entender; no como la generación del Verbo divino, donde el engendrado salió consubstantialis Patri y las demás cosas que parió respondieron afuera con el ser real y sustantífico que ahora las vemos. Pero las generaciones que el hombre hace con su entendimiento, si son de cosas artificiales, no luego toman el ser que han de tener, antes para sacar perfecta la idea con que se han de fabricar es menester fingir primero mil rayas en el aire y componer muchos modelos y últimamente poner las manos para que tomen el ser que han de tener, y las más veces salen erradas. Lo mesmo acontece en las demás generaciones que el hombre hace para entender las cosas naturales como ellas son en sí; donde la imagen que el entendimiento concibe de ellas, por maravilla sale de la primera contemplación con el vivo que la cosa tiene; y para pintar una figura tal y tan buena como ella está en su original, es menester juntar infinitos ingenios y que pasen muchos años, y con todo eso conciben mil disparates.

Supuesta, pues, esta doctrina, es ahora de saber que las artes y ciencias que aprenden los hombres son unas imágenes y figuras que los ingenios engendraron dentro de su memoria, las cuales representan al vivo la natural compostura que tiene el sujeto cuya es la ciencia que el hombre quiere aprender: como la medicina no fue más en el entendimiento de Hipócrates y Galeno que un dibujo que contrahace al natural la compostura verdadera del hombre, con sus causas y achaques de enfermar y sanar; y la jurispericia es otra figura, donde está representada la verdadera forma de la justicia con que se guarda y conserva la policía humana y viven los hombres en paz. Por donde es cierto que si el que aprende oyendo la doctrina de un buen maestro, no pudiere pintar en su memoria otra figura tal y tan buena como es la que le van diciendo, que sin duda es estéril y que no se puede empreñar ni parir, si no son disparates y monstruos.

Y esto baste en cuanto al nombre ingenio, el cual desciende de este verbo ingenero, que quiere decir engendrar dentro de sí una figura entera y verdadera que represente al vivo la naturaleza del sujeto cuya es la ciencia que se aprende.

Cicerón difinió el ingenio diciendo: docilitas et memoria quae fere uno ingenii nomine appellantur, en las cuales palabras siguió la opinión de la gente popular que se contenta con ver sus hijos disciplinables y con docilidad para ser enseñados de otros, y con memoria que retenga y guarde las figuras que el entendimiento ha concebido. Al cual propósito dijo Aristóteles que el oído y la memoria se habían de juntar para aprovechar en las ciencias.

Pero, realmente, esta definición es muy corta y no comprende todas las diferencias de ingenio que hay; porque esta palabra, docilitas, abraza solos aquellos ingenios que tienen necesidad de maestro, y deja fuera otros muchos cuya fecundidad es tan grande que con sólo el objeto y su entendimiento, sin ayuda de nadie, paren mil conceptos que jamás se vieron ni oyeron: cuales fueron aquellos que inventaron las artes. Fuera de esto, mete Cicerón a la memoria en cuenta de ingenio; de la cual dijo Galeno que carecía totalmente de invención, que es decir que no puede engendrar nada de sí, antes su mucha intensión y grandeza (dice Aristóteles) es causa que el entendimiento sea infecundo y que no se pueda empreñar ni parir. Sólo sirve de guardar y tener en custodia las formas y figuras que las otras potencias han concebido, como parece en los hombres de letras muy memoriosos, que cuanto dicen y escriben todo tiene otro dueño primero.

Verdad es que, bien considerada aquella partícula, docilitas, hallaremos que dijo bien Cicerón. Porque la prudencia y sabiduría y la verdad que contienen las ciencias (dice Aristóteles) está sembrada en las cosas naturales, y en ellas se ha de buscar y hallar como en su verdadero original. El filósofo natural que piensa ser una proposición verdadera porque la dijo Aristóteles, sin buscar otra razón, no tiene ingenio. Porque la verdad no está en la boca del que afirma, sino en la cosa de que se trata, la cual está dando voces, y grita enseñando al hombre el ser que Naturaleza le dio y el fin para que fue ordenada, conforme aquello: numquid sapientia non clamitat et prudentia dat vocem suam? El que tuviere docilidad en el entendimiento y buen oído para percibir lo que Naturaleza dice y enseña con sus obras aprenderá mucho en la contemplación de las cosas naturales, el que no, terná necesidad de preceptor que le avise y le haga considerar lo que los brutos animales y plantas están voceando. Vade ad formicam, o piger, et considera vias eius et disce prudentiam; quae cum non habeat ducem nec praeceptorem, praeparat in aestate, etc.

Platón no cayó en este género de docilidad, ni le pareció que había otros maestros que pudiesen enseñar al hombre fuera de los que vemos subidos en cátedra; y, así, dijo: agri vero et arbores nihil me docere possunt, sed homines qui in urbe versantur. Mejor lo dijo Salomón, que sabiendo que había este segundo género de docilidad, lo pidió a Dios para gobernar su pueblo: dabis ergo servo tuo cor docile, ut populum tuum iudicare possit et discernere inter bonum et malum, por las cuales palabras no pidió más que lumbre y claridad en el entendimiento (aunque le dieron más de lo que pidió) para que, proponiéndole delante las cosas y dudas tocantes a su gobernación, pudiese sacar de la naturaleza de la cosa el verdadero juicio que había de hacer, sin irlo a buscar a los libros; como pareció claramente en aquella sentencia que dio en el primer caso de las meretrices, que cierto la naturaleza de la cosa le enseñó que la verdadera madre del niño no había de consentir que se partiese.

Este mesmo género de docilidad y claridad del entendimiento dio Cristo a sus discípulos para entender la Escritura, quitándoles primero la rudeza e inhabilidad que habían sacado de las manos de Naturaleza conforme aquello: aperuit illis sensum ut intelligerent Scripturas. Y, así, la Iglesia católica, teniendo entendido lo que importa este género de docilidad para entender la Escritura, tiene ordenado y mandado que ningún hombre de poco ingenio, ni viejo, estudie teología: Est enim lex, apud nos sanctissima, quae in eiusmodi disciplinis solum adolescentes, nec omnes sed ingeniosos exercet: grandioribus autem natu, ingenioque tardiori, studia haec interdicit. La mesma sentencia dijo Platón tratando de los ingenios que habían de estudiar las ciencias divinas: que, por estar las sustancias separadas tan lejos de los sentidos, convenían buscar ingenios muy claros para ellas; y, así dijo: Nec solum quaerendi sunt homines generosi atque terribiles, sed qui, insuper, eas habeant naturae dotes quas disciplina divina exigit, acumen scilicet facilitatemque ingenii. Y, de camino, reprehende a Solón porque dijo que allá en la vejez se habían de aprender estas letras.

Los que alcanzan esta diferencia de habilidad viven, en las ciencias que tratan, muy descansados; porque no tiene necesidad su entendimiento de memoria que le guarde las figuras y especies para discurrir con ellas otra vez, antes las mesmas cosas naturales se las dan todas las veces que las quieren contemplar; y siendo sobrenaturales, sin especies ni figuras que hayan pasado por los sentidos, las entienden. Por donde dijo Platón: Rerum autem maximarum pretiosissimarumque nulla est imago quae manifeste ad hominum sensum captumque affecta sit; incorporea namque, cum maxima et pulcherrima sint, ratione sola, alio vero nullo, perspicue declarantur. Y, así, dice que para las ciencias divinas son menester mayores ingenios que para las demás, porque no se aprovechan del sentido. Por donde es muy cierto que aquel dicho tan celebrado de Aristóteles, nihil est in intellectu quin prius fuerit in sensu, no tiene lugar en este segundo género de docilidad, sino en el primero, cuya habilidad no se extiende a más de aprender y retener en la memoria lo que el maestro dice y enseña.

De lo cual se colige claramente cuán mal se hace en nuestros tiempos con la teología; pues sin hacer la elección que la Iglesia católica manda, entran a estudiarla muchos que Naturaleza los ordenó para cavar y arar.

A estos dos géneros de docilidad responden dos diferencias de ingenio. La una es de quien dijo Aristóteles: bonum ingenium est illud quod bene dicenti obedit; como si dijera: «aquél es buen ingenio que obedece al que bien dice». Porque el hombre que no se convence oyendo buenos discursos y razones, ni puede formar en su memoria aquella figura que le van proponiendo, es señal que su entendimiento es infecundo.

Verdad es que en esto hay una cosa que considerar; y es que hay muchos discípulos que aprenden con gran facilidad todo lo que el maestro les dice y enseña, y lo retienen y guardan en la memoria, sin ninguna contradicción; lo cual puede acontecer por una de dos razones:

O porque el maestro es tal y tan bueno como lo pintó Aristóteles diciendo: oportet sapientem non solum ea quae ex principiis sunt cognoscere, sed etiam circa principia ipsa verum dicere. Los discípulos que a este tal maestro obedecieren es cierto que tienen buen ingenio; y mucho más lo descubren cuando oyen la doctrina de maestro que la enseña sin hacer la trabazón y consonancia en las sentencias y conclusiones que piden los principios sobre que está fundada. En no llevando al buen ingenio por este camino derecho, luego se le ofrecen mil dificultades y argumentos, porque lo que oye de tal maestro no le hace la figura y buena correspondencia que piden los verdaderos principios de la doctrina; y, así, trae siempre el entendimiento inquieto y desasosegado por falta del que le enseña. Otros ingenios hay rudos y torpes, que, viendo que los muy ingeniosos son tenidos en mucho por las dificultades y argumentos que ponen al maestro, en saliendo de lección (a imitación suya) procuran molestar con grandes impertinencias al que los enseña, sin dar razón de su dificultad; y por esta vía descubren más presto su inhabilidad que si callasen. Por éstos dijo Platón que eran los que no tienen ingenio para confutar. Pero el que le tiene agudo y delicado no ha de creer nada al maestro, ni recibirle cosa que no venga bien con la doctrina. Y otros callan y obedecen al maestro sin ninguna contradicción, porque su entendimiento no siente la falsedad y disonancia que hace lo que enseña con los principios de atrás.

La segunda diferencia de ingenio difinió Aristóteles diciendo: optimum ingenium est illud quod omnia per se intelligit La cual diferencia tiene la mesma proporción con las cosas que ha de saber y entender que la vista corporal con las figuras y colores. Si ésta es pura y muy delicada, en abriendo el hombre los ojos dice cada cosa lo que es y atina el lugar donde está y la diferencia que una hace a otra sin que nadie se lo avise. Pero si es turbia y muy corta, aun las cosas muy claras y patentes, teniéndolas delante de sí, no las puede percibir sin tercero que se lo diga. El hombre ingenioso, puesto en consideración, que es abrir los ojos del entendimiento, con livianos discursos entiende el ser de las cosas naturales, sus diferencias y propiedades, y el fin para que fueron ordenadas. Pero, si no tiene este género de habilidad, es necesario que intervenga la diligencia del maestro, y en muchos no basta.

Esta diferencia de ingenio no admite la gente popular, ni le parece que es posible. Y no va muy fuera de camino; porque, como dijo Aristóteles, nemo est natura sapiens; como si dijera: «ninguno nació enseñado ni hay en los hombres sabiduría natural». Antes vemos por experiencia que todos cuantos aprenden letras y las han aprendido hasta el día de hoy tuvieron necesidad de maestro y preceptor que los enseñase. Pródico fue maestro de Sócrates, de quien dijo el oráculo de Apolo que era el hombre más sabio del mundo; Sócrates enseñó a Platón, cuyo ingenio fue tal, que mereció por renombre el divino; Platón fue maestro de Aristóteles, de quien dijo Cicerón: Aristóteles longe omnibus praestans ingenio; y si en algunos se había de hallar esta diferencia de ingenio era en estos ilustres varones. Y pues ninguno de ellos la alcanzó, argumento es que Naturaleza no la puede hacer. Sólo Adán (dicen los teólogos) nació enseñado y con todas las ciencias infusas, y él es el que las enseñó a sus descendientes. Por donde tienen por cierto que no hay dicho ni sentencia, en ningún género de sabiduría, que no la haya dicho otro primero, conforme aquello: nihil dictum quod non sit dictum prius.

A esto se responde que Aristóteles difinió el ingenio perfecto, tal cual había de ser, aunque bien sabía que no se podía hallar; como lo hizo Cicerón cuando pintó un perfecto orador, del cual dijo que era imposible hallarse, pero tanto ternía el hombre de perfecto orador, cuanto más se allegare a esta pintura. Lo mesmo pasa en esta diferencia de ingenio, que, aunque no se puede alcanzar tan perfecta como Aristóteles la imaginó, pero muchos hombres han nacido que llegaron muy cerca de ella, inventando y diciendo lo que jamás oyeron a sus maestros ni a otro ninguno; y muchas cosas que les enseñaron falsas las supieron entender y confutar; y otras verdaderas que les mostraron, se las alcanzaran ellos por sí, venidos al vigor de su habilidad. A lo menos, Galeno cuenta de sí que alcanzó esta diferencia de ingenio, diciendo: siquidem ipse ea per me ipsum omnia investigavi, ratione ipsa viam monstrante; quando si praeceptores secutus fuissem, multos errores fecissem. Y si como Naturaleza les dio el ingenio con principio, aumento, estado y declinación, se lo diera todo junto de repente, aconteciera lo que dijo Aristóteles; pero como se lo dio tan poco a poco, tuvo necesidad Platón y Aristóteles, de maestro que los industriase.

Otra tercera diferencia de ingenio se halla, no muy diferente de la pasada, con la cual dicen los que la alcanzan (sin arte ni estudio) cosas tan delicadas, tan verdaderas y prodigiosas, que jamás se vieron, ni oyeron, ni escribieron, ni para siempre vinieron en consideración de los hombres. Llámala Platón ingenium excellens cum mania. Con ésta hablan los poetas dichos y sentencias tan levantados, que, si no es por divina revelación (dice Platón), no es posible alcanzarse; y, así, dijo: res enim levis, volatilis atque sacra poeta est; nec canere prius potest quam Deo plenus et extra se positus et a mente alienatus sit; nam quamdiu mente quis valet, nec fingere carmina nec dare oracula quaquam potest; non arte igitur aliqua haec praeclara canunt quae tu de Homero refers, sed arte divina.

Esta tercera diferencia de ingenio que añade Platón realmente se halla en los hombres, y yo como testigo de vista lo puedo testificar y aun señalar algunos con el dedo si fuere menester. Pero decir que sus dichos y sentencias son revelaciones divinas, y no particular naturaleza, es error claro y manifiesto; y no le está bien a un filósofo tan grave como Platón ocurrir a las causas universales sin buscar primero las particulares con mucha diligencia y cuidado.

Mejor lo hizo Aristóteles; pues, buscando la razón y causa de hablar las Sibilas de su tiempo cosas tan espantables, dijo: id non morbo nec divino spiraculo, sed naturali intemperie accidit. La razón de esto está muy clara en filosofía natural. Porque todas las facultades que gobiernan al hombre (naturales, vitales, animales y racionales) cada una pide particular temperamento para hacer sus obras como conviene sin hacer perjuicio a las demás. La virtud natural que cuece los manjares en el estómago pide calor; la que apetece, frialdad; la que retiene, sequedad; la que expele, humidad. Cualquiera de estas facultades que tomare más grados de aquella calidad con que obra, se hará más robusta y fuerte hasta cierto punto, pero las demás, lo han de pagar; porque parece cosa imposible que estando todas cuatro virtudes juntas en un mesmo lugar, que crezca la que pide calor y que no se enflaquezca la que obra con frialdad; y, así, dijo Galeno que el estómago caliente cuece mucho apetece mal, y el frío cuece mal y apetece mucho.

Lo mesmo pasa en el sentido y movimiento, que son obras de la facultad animal. Las muchas fuerzas corporales arguyen mucha tierra en los nervios y músculos, porque sin dureza y sequedad no pueden obrar con firmeza. Por lo contrario, tener buen sentido y vivo tacto es indicio que los nervios están compuestos de partes aéreas, sutiles y muy delicadas, y que su temperamento es caliente y húmido. Pues ¿cómo es posible que en un mesmo nervio suba el temperamento y compostura natural que piden las fuerzas corporales y que no se altere la perfección del tacto, siendo calidades contrarias? Lo cual se ve claramente por experiencia: que siendo un hombre robusto y de muchas fuerzas corporales, luego es torpe en el tacto; y en tiniendo muy vivo tacto, es muy flojo en las fuerzas corporales.

La mesma cuenta y razón llevan las potencias racionales, memoria, imaginativa y entendimiento. La memoria, para ser buena y firme (como adelante probaremos), pide humidad y que el celebro sea de gruesa sustancia; por lo contrario, el entendimiento, que el celebro sea seco y compuesto de partes sutiles y muy delicadas. Subiendo, pues, de punto la memoria, forzosamente ha de bajar el entendimiento; y si no, discurra el curioso lector y dé una vuelta por los hombres que él ha visto y conocido de memoria muy excesiva y hallará que en las obras que pertenecen al entendimiento son casi furiosos. Lo mesmo pasa en la imaginativa cuando sube de punto: que, en las obras que son de su jurisdicción, engendra conceptos espantosos, cuales fueron aquellos que admiraron a Platón, y cuando el hombre viene a obrar con el entendimiento, lo pueden atar.

De aquí se entiende claramente que la sabiduría humana ha de ser con moderación y templanza, y no con tanta desigualdad. Y, así, Galeno tiene por hombres prudentísimos a los templados, porque sapiunt ad sobrietatem. Demócrito abderita fue uno de los mayores filósofos naturales y morales que hubo en su tiempo, aunque Platón dice que supo más de lo natural que de lo divino; el cual vino a tanta pujanza de entendimiento allá en la vejez, que se le perdió la imaginativa, por la cual razón comenzó a hacer y decir dichos y sentencias tan fuera de términos, que toda la ciudad de Abderas le tuvo por loco. Para cuyo remedio despacharon apriesa un correo a la isla de Coy, donde Hipócrates habitaba, pidiéndole con gran instancia, y ofreciéndole muchos dones, viniese con gran brevedad a curar a Demócrito, que había perdido el juicio. Lo cual hizo Hipócrates de muy buena gana, porque tenía deseo de ver y comunicar un hombre de cuya sabiduría tantas grandezas se contaban. Y, así, se partió luego; y llegando al lugar donde habitaba, que era un yermo debajo de un plátano, comenzó a razonar con él. Y haciéndole las preguntas que convenían para descubrir la falta que tenía en la parte racional, halló que era el hombre más sabio que había en el mundo.

Y, así, dijo a los que lo habían traído que ellos eran los locos y desatinados, pues tal juicio habían hecho de un hombre tan prudente. Y fue la ventura de Demócrito que todo cuanto razonó con Hipócrates en aquel breve tiempo fueron discursos del entendimiento y no de la imaginativa, donde tenía la lesión.