Eusebio Blasco y el Ateneo
Nota:se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Las generaciones pasan: son ríos que van al mar, que es el morir, como dijo el poeta.
Nuestra generación se acaba, y se van aclarando en el Ateneo las filas de los antiguos socios, como en la batalla, y batalla es la vida, se aclaran las filas de los soldados.
Desapareció Gabriel Rodríguez, una de las figuras más nobles del último siglo, en aquella España que ya parece que están tan lejos.
Acabamos de acompañar el cadáver del inolvidable Figuerola, y casi al mismo tiempo hemos despedido a Eusebio Blasco, el inspirado poeta, el periodista incomparable, que durante tantos años ha regocijado con su estilo ameno, sus arranques inesperados y su gran fecundidad las columnas de la prensa; el autor dramático que tantos y tantos aplausos ha oído en el teatro y que deja un repertorio, que será archivo de ingenio, de gracia y de vida cómica, sin que en él falten hermosas escenas dramáticas y rasgos profundos de sentimiento; el insigne literato, en suma, que ha honrado la literatura española del siglo -XIX; y, por último, el ateneísta constante y leal a la casa, como nosotros los ateneístas decimos.
Allí dió conferencias, siempre aplaudidas, leyó versos, siempre triunfantes de la vulgaridad ó del hastío, presidió sesiones animadísimas, y dió a la ya célebre cacharrería una buena parte de su gracia y de su ingenio en conversaciones que no se olvidarán nunca.
Así Blasco, que sabía escribir como pocos, que sabía versificar como verdadero poeta, que dialogaba en el teatro con carácter propio, pero emulando a Bretón y a Serra, brillaba quizá más en la conversación amistosa; porque como en él todo era espontáneo, la conversación entre amigos le encantaba y él encantaba a todos con sus ocurrencias, cuentos y chisporreteo de gracias, que, a pesar de su larga estancia en París, eran siempre españolas.
Yo no he de hacer un análisis de su extensa labor, no he de hacer un análisis de sus obras, no he de ser crítico del compañero y del amigo; le admiré siempre y le aplaudí con alegría; hoy le despido con tristeza.
La gente vieja se va; pero Blasco, en rigor, no pertenecía a la gente vieja, aunque por cariño y simpatía hiciera alarde de pertenecer a ella; el espíritu de Blasco era siempre joven, y aún en sus últimos meses, si el. cuerpo se desplomaba, protestaba el espíritu, y en la cama escribía sus últimos artículos, apartando al dolor con una mano mientras con la otra llenaba cuartillas y cuartillas.
Obrero infatigable del arte, el mismo día que murió estaría preparándose para escribir otro artículo más.
No le dejó la muerte, que entre otras muchas malas cualidades tiene la de ser inoportuna y malintencionada.
Estas líneas son un adiós más al compañero y al amigo.
José ECHEGARAY.
Eusebio Blasco, el poeta de las Soledades, el autor de
cien comedias y de cien mil crónicas pertenece a la gloriosa extirpe de nuestros clásicos, que escribieron mucho
porque vivieron mucho.
Zaragoza se honra al honrar a este incansable luchador que nunca dejó dormidas sus asombrosas aptitudes y en una larga vida de trabajo conservó siempre la bondad de su corazón infantil.
J. ORTEGA MUNILLA.