Estudios literarios por Lord Macaulay/Lord Byron

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LORD BYRON.




La delicada ficcion con que la duquesa de Orleans explicaba el carácter de su hijo, el regente de Francia, podria con ligeros retoques aplicarse á lord Byron; porque todas las hadas, á excepcion de una sola, se dieron cita alrededor de su cuna para colmarło de sus dones: una le otorgó la nobleza, otra el ingenio, otra la hermosura, todas cuanto de mejor tenian. Pero acudió tambien el hada maléfica no convidada por las demas, y no pudiendo privarlo de aquello que sus hermanas le habian dado con mano pródiga, maldijo cada una de sus mercedes. Así pareció ser, en efecto, porque en la posicion social de lord Byron, en su talento, en su carácter y hasta en su persona se vieron siempre reunidos y mezclados de la manera más extraña los más opuestos extremos. Recibió al nacer cuanto el hombre admira y desea; pero cada una de sus circunstancias superiores iba ligada estrecha y misteriosamente á elemenlos de miseria y de humillacion. Era hijo de padres de antigua nobleza; pero degradados y empobrecidos por una serie prolongada de locuras y de crímenes, que alcanzaron escandalosa publicidad, tanta y tan triste, que aquel à quien sucedia murió en la miseria, y á no ser por la indulgencia de sus jueces hubiera muerto en el patibulo: el jóven Par poseia grandes facultades de inteligencia; pero con algo de insano: su corazon era naturalmente sensible y generoso; pero su carácter, colérico y mudable: su cabeza era un modelo de hermosura, y su andar innoble, como que uno de sus piés era deforme: notable por la fuerza y por la debilidad de su espíritu, afectuoso y malo, personaje ilustre y pobre inválido al propio tiempo, nadie hubo menester tanto como él de recibir educacion más sólida y prudente. Mas, por extraños que fuesen los caprichos de la naturaleza respecto de él, la madre à quien cupo en.suerte formar su carácter fué más caprichosa todavía, porque así pasaba del paroxismo de la cólera al paroxismo de la ternura, como del llanto á la risa, como colmaba á su hijo de caricias, como lo cubría de invectivas y de apóstrofes afeándole sus defectos. Entró luego en la vida del muado, y las gentes lo trataron como lo trató su madre: á las veces con amor, á las veces con saña, nunca con justicia; que la sociedad fué para con él afable y dura indistintamente; pero siempre sin criterio ni discernimiento, pudiendo decirse que su madre, la naturaleza, la fortuna, la fama y la sociedad se condujeron con él de idéntico modo. Sus primeros poemas fueron acogidos con un desprecio que no merecian por cierto, a pesar de su flojedad, y el que publicó á la vuelta de sus viajes se recibió con elogios exagerados, y á los veinticuatro años vió colocado su nombre á la altura del de Walter Scott, de Wordsworth, de Southey y de una multitud de escritores distinguidos, que despues quedaron por debajo de él. Apénas babrá memoria de otro ejemplo de un literato que tan rápidamente se haya elevado á tan vertiginosa altura.

Por tal manera un hombre jóven, á quien dotó la naturaleza de pasiones vehementísimas, y á quien la educacion nunca enseñó á refrenarlas, se vió de un golpe rodeado de cuanto puede halagar ó estimular los instintos más fuertes de nuestra naturaleza: admirado de la sociedad, saludado de las aclamaciones unánimes de su patria, aplaudido de los hombres más aplaudidos, y amado de las mujeres más amables; de todo, en fin, cuanto puede dar el mundo y su gloria. En cambio, vivió como muchos que no tienen tales excusas que alegar para que por ellas les sean perdonadas sus faltas; pero sus conciudadanos y conciudadanas se habian propuesto amarlo y admirarlo, sin parar mientes en sus excesos y desórdenes, sino es en las explosiones de su alma de fuego que reflejaban su resplandor en su poesia. Atacaba la religion, por ejemplo, y su nombre se citaba con simpatía entre la gente piadosa, no criticando sus arranques las publicaciones misticas sino es con suma dulzura; atacaba al Regente y no conseguia enajenarse la benevolencia de los torys; que parecia que todo debiera perdonársele en gracia de la juventud, del rango y del genio. Despues vino la reaccion, y tan caprichosa en su cólera como lo habia sido en su benevolencia, se ensañó contra su favorito de otro tiempo, y del propio modo que lo adoró con ciega idolatría, lo aborreció con fanatismo ciego.

Muchas páginas se han escrito acerca de las desgraciadas interioridades de su vida doméstica, que tanta influencia y tan triste lograron ejercer en su vida pública, por decirlo así, y sin embargo las gentes no supieron ni han sabido jamás nada de positivo en órden á este asunto sino es que lord Byron rompió con su mujer, y que ella se negó á vivir por más tiempo con su marido. No por eso han faltado las insinuaciones, y no pocos, cuando se les ha hablado del caso, han dicho moviendo la cabeza en señal de inteligencia: «Todo se sabe, al fin; si quisiéramos hablar, ya podríamos hacerlo, ó, no faltan personas que se hallen al cabo de los hechos.

Pero estamos persuadidos de que nadie ha podido aducir nunca un solo hecho apoyado en testimonios fidedignos, ó apreciables siquiera, que sea parte á persuadir de que lord Byron haya sido más culpado que cualquiera otro que no viva en buenas relaciones con su esposa. Los letrados que consultó lady Byron estuvieron unánimes en decir que no debia continuar viviendo con su marido; pero bueno es añadir que fueron de este dictámen sin haber oido á las dos partes. No decimos con esto, ni queremos dar á entender tampoco, que la esposa de Byron merezca la menor censura; creemos que quien la condene por los hechos de que hoy puede juzgar el público, sería tan temerario como los que condenan al marido: no queremos pronunciar juicio alguno; no podemos ni siquiera formarlo en nuestro fuero interno, siéndonos el caso completamente desconocido en su esencia; y esta reserva nuestra, que no es sino estricta justicia, hubieran debido tenerla en la época de la separacion cuantos emitieron entonces sobre este asunto, sin saber de él más que nosotros, las opiniones más aventuradas.

Es ciertamente un espectáculo ridículo, y, por lo que á nosotros respecta, no conocemos otro que le sea en más alto grado que el que ofrece la nacion inglesa en cada uno de sus periódicos accesos de mojigatería virtuosa. Por regla general, los raptos, los divorcios y los disturbios de familia pasan desapercibidos casi entre nosotros: leemos las historias escandalosas, hablamos de ellas veinticuatro horas, y despues las olvidamos; pero cada seis d siete años nuestra virtud entra en un período de excitacion, de sensibilidad extremada, de exquisitismo, durante el cual no podemos tolerar que las leyes de la religion y de la decencia sean menoscabadas por nadie; queremos oponer un valladar poderoso al vicio y á todas las debilidades humanas; enseñar á los libertinos que sabemos apreciar en lo que valen la importancia de los vínculos domésticos, y á este fin cogemos entre la multitud á un desdichado que no es más culpable que otros mil que se quedan libres de nuestra saña, y lo sacrificamos como victima expiatoria en aras de nuestra sensiblería: si ese criminal, que no lo calificamos de mėnos, tiene hijos, lo forzamos á separarse de ellos; si ejerce profesion ú oficio, lo ponemos en el trance de abandonarlo; las clases superiores le vuelven la espalda, las inferiores lo silban, y entre todos hacemos de él blanco de nuestras iras, verdadero rigor de las desdichas, representante elegido por sufragio universal de las culpas propias y ajenas, y sus angustias, sus dolores, su martirio, los consideramos por castigo ejemplar en que los demas criminales de igual indole se miren y escarmienten. Cuando hemos hecho esto, nos extariamos en la contemplacion de nuestra inexorable severidad y de nuestra justicia, y comparamos penetrados de orgullo el alto nivel de la moralidad inglesa con el relajamiento de las costumbres parisienses. Una vez satisfecha nuestra cólera y nuestra victima perdida, nuestra virtud vuelve á su estado normal, y así queda por otros seis ó siete años.

Es natural que se trate de reprimir cuanto sea posible el desarrollo de aquellos vicios que destruyen la felicidad doméstica; es evidente que la legislacion penal no cuenta con medios para lograr este objeto, y es justo, pues, y laudable que la opinion pública por su parte condene tales faltas; pero deberia de ejercer este ministerio constantemente, con firmeza y moderacion, en vez de combatirlas á intervalos, en momentos de acceso y así como sin discernimiento. En esos casos deberia no tener sino, un peso y una medida: diezmar es un sistema de castigo contra el cual se han hecho siempre grandes objeciones, como que es el recurso de jueces débiles ó impacientes para investigar los hechos y para establecer las diferencias debidas que existen siempre entre las diversas maneras de criminalidad; práctica injusta, siquiera se observe por los tribunales militares, é infinitamente más cuando se adopta por el tribunal de la opinion pública. Bueno es que ciertas malas acciones sean castigadas, y que á su castigo acompañe siempre cierta dósis de vergüenza para el culpado; pero no lo es con mucho que los delincuentes corran las eventualidades de una lotería de infamia; no es moral que noventa y nueve de cada ciento salgan libres, y áun lo es menos que ese, tal vez el inocente, pague por los demas. Recordamos haber visto perseguir á silbidos una vez por el pupulacho, en Lincoln's Inn, á un hombre que se hallaba sometido á la accion de los tribunales por el procedimiento más opresivo de la ley inglesa: la multitud lo escarnecía por haber sido infiel á su mujer, como si algunos de los hombres más populares de este siglo, Nelson, verbigracia, no hubieran sido maridos infieles! Recordamos aún otro hecho más singular todavía. En una época en la cual hombres cuyas galanterfas conocia todo el mundo y que, además, habían adquirido notoriedad legal, sin que fueran parte á impedirles llegar á los primeros puestos del Estado, en la magistratura, en la política y en la milicía, y hasta la presidencia de congregaciones religiosas y de caridad, y á ser, no sólo bien recibidos en todas partes, sino es solicitados y mimados de la multitud; en esa misma época (la posteridad, tal vez no lo crea) un tropel de moralistas amotinados acudió á un teatro para cubrir de invectivas y de silbidos á un pobre actor que habia perturbado la felicidad conyugal de un alcalde. ¿Qué había en esta ofensa que así excitaba el celo del auditorio contra el ofensor, ó en defensa del ofendido? Misterio es este que jamás hemos podido penetrar ni comprender, porque nunca se ha supuesto, que nosotros sepamos, que el oficio de actor sea singularmente propicio al desarrollo de virtudes austeras, ni que los alcaldes posean inmunidades de tal naturaleza que los pongan á salvo y los garanticen y preserven de semejantes dasgracias; contratiempo que á la sazon excitaba tanto la saña del público. Así es la juscia humana.

En ambos casos el castigo era extremado; pero la ofensa conocida y probada. En cuanto á lord Byron, se mostró la opinion mucho más severa, haciendo con él una justicia á la Jedwood: primero lo ejeculó, despues le instruyó la causa, y, por últime, lo acusó, si es que lo hizo, porque sin saber nada de cuanto pudo pasar en la familia, la opinion pública se declaró contra él, y forjó cuantas novelas pudieran justificar su cólera; variaciones sobre el tema de la separacion, que no tenian relacion alguna entre si, como no fuera la que establecia entre ellas el carecer todas de sentido: y las bue-pas almas que iban repitiéndolas no sabian ni se cuidaban de averiguar si estas relaciones descansaban en hechos auténticos. En verdad estas voces no eran la causa, sino el resultado de la indignacion pública, y corrian parejas con las miserables calumnias que Lewis Goldsmith y otros libelistas propalaron acerca de Bonaparte, cuando decian que dió veneno á una muchacha estando en el Colegio militar; que sobornó á un granadero para que matara en Marengo à Desaix, ó que renovaba en SaintCloud las orgías de Caprea. Hubo un tiempo en el cual las anécdotas de esta naturaleza gozaron de cierto crédito entre aquellas personas que odiaban á Bonaparte sin saber por qué, y que se complacian creyendo cuanto pudiera justificar su encono, y lord Byron participó de idéntica suerte. Sus compatriotas montaron en cólera contra él, no solo porque sus poesías y su carácter llegaron á perder el encanto de la novedad, sino porque además se hizo reo del crimen más imperdonable de las muchedumbres, es decir, de haber sido elogiado hasta el exceso, y de haber excitado cual ninguno su interes, por lo cual éstos, procediendo con su acostumbrada justicia, castigaron en Byron sus propios extravíos; que los afectos de la multitud semejan mucho á los de aquella pérfida maga de las Mily una noches, que no satisfecha con despedir á sus amantes, al terminar los cuarenta dias de su ternura, les hacia pagar con repugnantes y crueles penitencias la culpa de haberle agradado mucho corto espacio.

El castigo que Byron sufrió fué para quebrantar un corazon más firme que no el suyo: los periódícos parecieron llenos de insultos contra él; el teatro se hizo eco de la maledicencia general; le cerraron todas las puertas; allí donde ântes lo recibian con los brazos abiertos solo vió caras hostiles, y la turba de miserables que hace siempre leña de los ídolos caidos se apresuró á satisfacer sus instintos con furia implacable y vergonzosa fruicion: que no se sacia fácilmente la brutal envidia de imbéciles ambiciosos solo con el espectáculo de las angustias del genio y de la degradacion de un nombre ilustre.

El desgraciado poeta salió de su patria y no volvió más á ella; pero los aullidos de sus acusadores lo persiguieron à traves del mar, á lo largo del Rhin y al otro lado de los Alpes; luego fueron debilitándose y perdiéndose poco a poco, hasta cesar, y más tarde los mismos que habian levantado la tempestad comenzaron á volver en su acuerdo y á preguntarse por la causa de su propió escándalo, y quisieron llamar al criminal que habian expulsado. Sus poesías se hicieron más populares que lo habian sido nunca, y pudieron contarse por millares los que no habian visto jamás de él ni el retrato y que sintieron el corazon oprimido y los ojos arrasados en lágrimas al percibir las notas dolorosas de su lira que llevaban las brisas del Adriático á las inhospitalarias costas de su patria.

Despues de haber rolo con la opinion pública de Inglaterra, Byron llegó como fugitivo á Venecia, la ciudad de los grandes recuerdos y de las intrigas amorosas, pintoresca y poética cual ninguna, que aparece á los ojos del viajero cual fantástica aparicion surgiendo de las aguas bajo el cielo más puro de Italia, y en ella fijó su residencia. Puede muy bien decirse que su eleccion fué acertada, porque, corrompidos los venecianos por su historia pasada y su historia presente, se mostraban de singular tolerancia con todas las flaquezas humanas. Lord Byron se acomodó sin esfuerzo á las costumbres de sus convecinos, y se empeñó con tanto ahinco en todo linaje de aventuras amorosas que ningun sentimiento generoso ennoblecia, que, al cabo, su salud se resintió, su cabeza se pobló de canas y una flebre lenta y tenaz comenzó á consumir su organismo de tal modo que parecia llevarlo al borde del sepulcro. Entonces fué cuando desde el retiro de su harem escribió una serie de libros llenos de ingenio, de elocuencia y de amargo desden, y licenciosos y patéticos en alto grado.

Unos amores culpados, á decir verdad, pero que casi podrian calificarse de puros y honestos teniendo en cuenta el nivel moral del país en que habian nacido, vinieron á sacarlo en aquella circunstancia y en cierto modo del envilecimiento en que vivia; mas su conciencia, manchada por el vicio, su carácter, enconado por las contrariedades y las desgracias, y su espiritu, menesteroso de la fatal excitacion de la embriaguez para percibir, no le consintieron gozar de la plenitud del bien que le habia deparado la fortuna en la más tranquila y bienhechora de sus innumerables aficiones. Su inteligencia se turbó con el abuso de las bebidas espirituosas, y con esto sus versos decayeron, perdiendo la entereza y el laconismo que los caracterizaba en otro tiempo. Así y todo, no quiso abandonar el imperio que habia ejercido sobre sus contemporáneos sin hacer el último esfuerzo, y concibió un proyecto ambicioso: el de proclamarse por jefe de un partido literario, iniciador de una revolucion intelectual, y dirigir desde su retiro de Venecia el espíritu público de sus compatriotas, del propio modo que lo hizo Voltaire desde Ferney.con los franceses. Para poner en ejecucion su pensamiento fundó, tal vez, el Liberal, sin advertir que, por grande que fuera su influencia sobre la imaginacion de sus contemporáneos, se engañaba no sólo acerca de la indole y de la intensidad de su fuerza, sino sobre su propio carácter; que Byron ni podia dirigir á los ingleses, ni estar mucho tiempo de acuerdo con otros escritores. Este plan fracasó, y por desgracia, de un modo vergonzoso. Entonces fué cuando, al abandonarlo, formó nuevo proyecto de aventuras, el último y el más noble de su vida.

Hubo en lo antiguo un pueblo, el primero de to dos, superior á todos los demas en ciencia y gloria militar, cuna de la filosofia, de la elocuencia y de las artes, que cayó despues en el trascurso de los siglos bajo el yugo afrentoso y cruel de conquistadores. Todos los vicios que produce la opresion, abyectos en los que se someten á ella y feroces en los que la resisten, habían ejercido su funesta influencia en el carácter de aquella raza desgraciada. Su valor, que logró alcanzar en otro tiempo la gran victoria de la civilizacion humana, que salvó á la Europa y sometió al Asia, quedaba reducido á no alentar sino es corazones de piratas y de bandoleros; y la sutil inventiva de que dió tantas pruebas los siglos pasados en todos los ramos de las ciencias físicas y morales, se habia trasformado en astucia pusilánime y servil. Mas, hé aquí que de repente se alzó contra sus opresores con inesperada energía y esfuerzo heroico, y que recordando al verse abandonado ó vendido por las naciones vecinas su pasada grandeza, y su antiguo coraje, balló en sí mismo la virilidad bastante á reemplazar auxilio extraño.

Como literato, no podia Byron mirar con indiferencia aquella lucha; y aun cuando en política, como en todo, eran vacilantes sus opiniones, no es dudoso que se inclinaba del lado de la libertad. Si habia contribuido con su peculio á favorecer la revolucion en Italia, y si, de haberse prolongado la resistencia de los patriotas al gobierno austriaco, hubiera ido personalmente. á la lucha, ¿qué no haria por la Grecia, que tanto amaba, donde habia vivido en su juventud, y cuyos paisajes y cuya historia le inspiraron gran parte de sus más bellas y populares poesías? Así fué que, a pesar de hallarse enfermó, salió para el archipiélago, aportando à la causa que defendian los helenos lo que áun le quedaba de e8píritu y de fuerza. Tambien es cierto que al verse degradado á sus propios ojos por la muchedumbre de sus vicios y por los contratiempos literarios que habia sufrido, anhelaba nuevas emociones que lo distrajeran de aquellas ideas, y dejar fama honrada en pos de sí.

En aquellas circunstancias fué su conducta militar y política tan sensata y tan enérgica, que de haberse prolongado más su vida y sus servicios á la Grecia le habrian valido justo renombre; pero los placeres y los sufrimientos habian hecho en su delicada naturaleza el estrago que sólo causa en otros la vejez. La muerte lo seguia ya muy de cerca, y conociéndolo él, sólo aspiraba á rendir la vida en un campo de batalla. Pero ni ese consuelo tuvo, sino que murió en la cama rodeado de personas desconocidas, sin tener cerca de si una sola à quien amara. Así pasó de este mundo, y así acabó su brillante y miserable carrera el inglés más célebre del siglo XIX, á la edad de treinta y seis años.

Aun hoy, a pesar del tiempo trascurrido, no podemos recordar tan triste suceso sin sentir algo de lo que sintió la nacion inglesa al saber que la muerte habia segado una existencia tan llena de dolores y de fama; algo de lo que sintió la muchedumbre al ver cruzar las calles de Londres el carro fúnebre que llevaba sus despojos, y que éstos no tenian entrada en Westminster, bajo cuyas baldosas descansaban tantos otros grandes poetas. Recordamos que aquel dia no pudieron contener las lágrimas los moralistas, al pensar en el destino de quien, siendo muy jóven aún, se hizo tan famoso, y fué tan sin ventura, y se halló dotado de tan grandes cualidades, y se vió expuesto á tan grandes tentaciones. Inútil nos parece hacer en órden á este punto consideracion alguna, porque es una historia la de Byron que lleva en sí misma la conseja. En lo que va de siglo[1] han pasado de esta vida dos hombres cuyas respectivas existencias contienen prudentisimos avisos á los varones eminentes, y grandes consuelos para los que no salen nunca de la oscuridad y el silencio, pues ambos llegaron al pináculo de la gloria á la edad en que muchos apénas han terminado su educacion, para morir despues, el uno en Santa Elena y el otro en Missolonghi.

Si es siempre dificil separar el carácter literario del personal de un contemporáneo, esta dificultad sube de punto cuando se trata de lord Byron, porque se puede muy bien decir, sin exagerar, que nunca escribió sin hacer alusiones directas ó indirectas à su persona, y que el interes que despertaron los sucesos de su vida, se mezcla en nuestro espiritu, y probablemente en el de todos, con el que se desprende de sus obras, siendo necesario que pase una generacion ántes de que puedan juzgarse de una manera equitativa, y sólo bajo el punto de vista literario. Ahora, además de libros, son reliquias. A pesar de esto, séanos lícito hacer, aunque con profunda desconfianza de nuestras fuerzas, algunas breves consideraciones acerca de la poesia de Byron.

Vivió en tiempos de una gran revolucion literaria. La dinastía poética que había destronado á los sucesores de Shakspeare y de Spencer, habia sido, á su vez, derribada del solio por una raza de poetas que pretendia tener su origen en la rama primogénita y de más antiguo abolengo, despojada de su derecho por usurpadores. La gran mayoría de los que contribuyeron á esta revolucion, no alcanzaron á explicarse su verdadera naturaleza.

¿Cuáles son las diferencias que caracterizan la poesia de nuestra época y la del siglo pasado? Noventa y nueve de cada ciento contestarán que la poesía del siglo pasado era correcta, pero fria y mecánica, y que la del nuestro, áun siendo extraña é irregular, ofrece imágenes mucho más vivas y que excitan más fuertemente las emociones que no la de Parnell, de Addison ó de Pope. Del propio modo se oye decir constantemente que los poetas del siglo de la reina Isabel tenían más ingenio, pero ménos coreccion que los del de la reina Ana, y se advierte además una tendencia á considerar como cosa cierta y averiguada que hay cierta incompatibilidad y antitesis entre la correccion y el genio creador. Por lo que á nosotros respecta, creemos que esta idea proviene de la mala aplicacion dada á las palabras, y que de esta mala aplicacion provienen á su vez la mayor parte de los errores que dificultan la marcha de la critica.

¿Qué se entiende por correccion en poesía? Si entendemos que para ser correctos debemos ajustarnos a las reglas que tienen por fundamento la verdad y los principios de la naturaleza humana, entonces correccion tanto vale como perfeccion. Si, por el contrario, se quiere significar con esta palabra que para ser correcto hay que sujetarse á reglas puramente arbitrarias, entonces correccion podria ser otro nombre que se diera à la frialdad y al absurdo.

Porque, si un escritor describe falsamente las cosas y falta á la verdad de los caracteres; si nos muestra montañas que «inclinan melancólicamente su cabeza à la hora del crepúsculo,» ó si pone en boca de un hombre moribundo tiradas declamatorias como las de Maximino, hay razon para decir, en el sentido más elevado y justo de la palabra, que no escribe correctamente, que viola una gran ley de su arte, la primera, sin duda alguna, y que su imitacion no lo es en nada de lo que ha querido imitar. Los cuatro poetas que más completa y perfectamente han sabido evitar este género de incorreccion han sido Homero, Dante, Shakspeare y Milton, y bajo cierto punto de vista, que es el mejor de todos, vienen á ser los más correctos de cuantos han existido.

Cuando se dice que Virgilio era más correcto que Homero, aunque tuviese ménos ingenio que él, ¿qué sentido se da á la palabra correccion? ¿Se quiere indicar con ella que la fábula de la Eneida se desarrolla más hábilmente que la de la Odisea? ¿Que el romano describe con más exactitud que no el griego el aspecto del mundo exterior ó las emociones del espiritu? ¿Que el carácter de Acates y el de Mnesteo están más delicadamente trazados y mejor sos tenidos que el de Aquiles, el de Nestor y el de Ulises? Porque, à decir verdad, es indudable que para cada infraccion de las leyes fundamentales de la poesía que puedan descubrirse en Homero, no sería más difícil encontrar veinte en Virgilio.

Troilo y Clessida es tal vez, de todas las obras de Shakspeare, la que por lo general se considera como la más incorrecta, y, sin embargo, nos parece mucho más correcta, en la verdadera acepcion de la palabra, que lo son las obras calificadas de más correctas que hayan producido los autores dramáticos más correctos. Compáresela, por ejemplo, con la Ifigenia de Racine. Estamos ciertos de que los griegos de Shakspeare se parecen más á los griegos que sitiaron á Troya que los griegos de Racine; y esto consiste en que los de Shakspeare son séres humanos, y los de Racine meros nombres, palabras escritas en letras capitales al frente de tiradas declamatorias Racine se hubiera estremecido con la idea de poner en boca de un guerrero que asiste al sitio de Troya una cita de Aristóteles; pero, ¿á qué tin evitar un solo anacronismo, cuando toda su obra no es otra cosa que una sucesion prolongada de ellos, merced å los cuales el modo de ser y el lenguaje de Versalles se ven trasportados al campo de los griegos en Aulida?

Dando á la palabra correccion el sentido que tiene para nosotros en este momento, creemos que sir Walter Scott, Mr. Wordsworth y Mr. Coleridge son poetas muchísimo más correctos que los celebrados generalmente como tales modelos de correccion, Pope y Addison, por ejemplo. Porque hay más inexactitudes solo en la descripcion de la noche de luna, en la Iliada de Pope, que en todo el poema de la Excursion; en Caton no hay una escena en la cual todo cuanto puede ser parte á crear la ilusion poética, verdad en los caracteres, en el lenguaje y en las situaciones, no se infrinja de una manera más violenta y extraña todavía que en el canto del Last Minstrel. Nadie creerá que los romanos de Addison se parezcan tan exactamente á los romanos verdaderos como los bandidos de Walter Scott á los verdaderos bandidos. Wat Tinlion y William Deloraine no son, es cierto, personajes tan dignos y majestuosos como Caton; pero no lo es menos que la dignidad de los personajes, por majestuosa que sea, tiene tan poco que ver con la correccion de la poesía como con la de la pintura, y que de nosotros podemos decir que preferimos una gitana de Reynolds á la cabeza del monarca trazada en una muestra de pusada y un bandido escocés de Walter Scott å un senador romano de Addison.

¿Qué sentido dan, pues, à la palabra correccion los que dicen, con un autor conocido nuestro, que Pope ha sido el más correcto de todos los poetas ingleses, y que Gifford le sigue en merecimientos? ¿De qué naturaleza es y qué valor tiene esa decantada correccion que no hallan sus encomiadores en Macbeth, ni en el Rey Lear, ni en Otelo, y que existe, al decir de ellos, en las traducciones de Hoole y en todos los poemas comprendidos en el premio Seaton? Porque no hemos encontrado qua sola ley eterna, una sola ley fundada en la razon y en la naturaleza, que no haya cumplido religiosamente Shakspeare con infinito más rigor que Pope. Ahora, si se entiende por correccion conformarse a una estrecha pragmática que al propio tiempo que se muestra indulgente y suave con los mala in se, multiplica sin asomo de razon los mala prohibita; si para ser correcto es fuerza observar con escrúpulo ciertas reglas, digámoslo asf, de ceremonial, que no son más esenciales à la poesía que lo es la etiqueta al buen gobierno, ó las abluciones de los fariseos á la devocion, entonces Pope puede ciertamente ser más correcto que Shakspeare, y, reformando un poco el código, Colley Cibber, á su vez, más correcto que Pope. Pero se ocurre preguntar: jeste género de correccion tiene mérito? ¿no constituye un defecto?

Sería curioso, y más que curioso divertido, formar un digesto de las leyes absurdas que los malos críticos han fraguado para regimiento de los poetas. Conviene citar en primera línea, por su celebridad y su absurdo, la pragmática llamada de las unidades de tiempo y lugar, en cuyo abono nadie ha podido aducir un solo argumento, siquiera por cortesla, sino es decir que ha venido hasta nosotros de los griegos, que la practicaban. No es necesario hacer un exámen muy profundo para descubrir que los dramas griegos, admirables á veces por su composicion, se hallan muy distantes de valer, bajo el punto de vista de los caracteres y de la vida humana; tanto como las obras inglesas del siglo de Isabel, Sabido es, además, que la parte dramática de las tragedias atenienses se subordinó desde el principio á la parte lírica, y que solo un milagro hubiera podido hacer que las leyes del teatro griego fueran aplicables á composiciones que no tuviesen coros.

Las obras más importantes del arte dramático han sido compuestas sin tener para nada en cuenta sus autores la ley de las unidades, y no las hubieran escrito ciertamente de haberlas respetado. Es indudable que un carácter como el de Hamlet, por ejemplo, no puede llegar á su desarrollo debido dentro de los límites que Alfieri se imponia, y, sin embargo, los literatos del siglo pasado respetaban de tal modo las unidades, que Johnson, al rebelarse contra laley,—rebelion que le hace mucho bonor, dicho sea de paso,—no podia ménos de mostrarse temeroso de su actitud y de la muchedumbre y del mérito de las autoridades que podrian oponerle ó invocar contra él sus adversarios.

Las reglas de esta indole son innumerables. «Shakspeare, dice Rymer, no hubiera debido hacer negro á Otelo, porque el héroe de una tragedia ha de ser siempre blanco.» «Millon, dice otro crítico, no hubiera debido tomar á Adan por héroe de su poema, porque el héroe de un poema épico ha de ser victorioso siempre. «Milton, añade otro, no hubiera debido hacer tantas comparaciones en su primer libro, porque el primer libro de un poema épico debe ser siempre sobrio en adornos, y porque en el primer libro de la Iliada no se hacen compa raciones.» «Milton, prosigue otro crítico, no hubiera debido escribir en un poema épico versos como el siguiente:

While thus I called, and strayed I knew not whither[2].

¿Por qué? El crítico, à quien no faltan razones, aducirá esta vez una verdaderamente femenil, diciende: «Versos como el citado, si bien es cierto que no disuenan, no debieran permitirse á no ser en el drama, porque llevan una silaba suplementaria, abuso que sienta mal en la poesia épica. En efecto, desde Pope hasta nuestros dias han sido suprimidos de todos los poemas heroicos los versos prolongados de una silaba suplementaria, con el consentimiento y beneplácito general de toda la escuela que llamaremos correcta, de tal modo, que no hay una sola Revista en Inglaterra que hubiera osado recibir en sus páginas un dístico tan incorrecto como los siguientes versos de Drayton:

As when we lived untouch d with these disgraces,
When as our kingdom was our dear embraces...[3]

Otra de las reglas de la poesía heroica reputada por fundamental hace cincuenta años, es que al final de cada dístico hubiera una pausa ó á lo menos una coma. Tambien era de ley que no hubiera puntos sino al final de los versos; y hablando de esto recordamos que un juez peritisimo en materia de poesía censuraba á Mr. Rogers la incorreccion del siguiente dulce y armonioso pasaje:

Such grief was ours,—it seems but yesterday,—
When in thy prime, wishing so much to stay,
'T was thine, Marie, thine without a sigh
A midnight in a sister s arms to die.
Oh thou wert lovely; lovly was thy frame,
And pure thy spirit as from heaven it came;
And when recalled to join the bleat above
Thou diedet a victim to exceeding love,
Nursing the young to health. la happier hours,
When idle Fancy wove luxuriant flowers.
Once in thy mirth thou badst me write on thee:
And now Iwrite what thou shalt never see[4].

Sir Roger Newdigate merece, à nuestro parecer, ser colocado entre los más eminentes criticos de esta escuela, por haber establecido la regla de que ninguno de los poemas que disputen el premio fundado por él en Oxford deba tener más de cincuenta versos; regla que se nos antoja, por lo menos, tan razonable como todas las que acabamos de citar, y áun más si cabe, porque et mérito de los poemas académicos se halla en relacion directa de su brevedad.

Y ya puestos á dar reglas, no alcanzamos por qué no se establecen otras del mismo género, por ejemplo, una fljando el número de escenas de cada acto en tres; otra, el número de versos de cada escena, que sería par y decimal; otra, el de los personajes del drama, que no podrian ser más ni ménos de diez y seis; y otra, finalmente, por la cual se declaraso de una manera clara y terminante que cada treinta y seis versos hubiera un dodecasílabo. Si despues de haber hecho esto ciláramos á nuestro tribunal á Pope, á Goldsmith y á Addison para calificarlos de incorrectos porque no habian observado la ley de nuestro capricho, procederíamos exactamente lo mismo que los críticos que censuran por incorrectas las magnificas imágenes y las variadas armonias de Coleridge y de Shelley.

La correccion que el siglo último admiraba tanto, se parece à la correccion de esos grabados que representan el jardin del Paraíso. tal como lo hallamos en las Biblias antiguas. Supónganse nuestros lectores un cuadrado perfecto, limitado por los rios Pison, Gihon, Hiddekel y Eufrates, cada uno de cuyos rios tiene su puente respectivo para mayor comodidad del viajero; despues, arriates sembrados de flores, un canal de agua dulce, sin duda, cons truido de ladrillos, rodeado de empalizada previsoramento dispuesta para evitar accidentes desgraciados, y luego, el árbol de la ciencia primorosamente podado como los naranjos de las Tullerías, elevando su copa en la parte más propincua y principal del jardin, con la serpiente enroscada al tronco, Adan á la derecha, Eva á la izquierda, y los animales formando circulo alrededor. Por lo que hace à la correccion, difícil será pedir más; bajo cierto aspecto, los cuadrados son correctos y los círculos, y el hombre y la mujer están correctamente alineados junto al árbol, y la serpiente forma la espiral más correcta de cuantas puedan imaginarse.

Pero si hubiera un pintor tan admirablemente dotado que lograse reproducir en el lienzo el glorioso Paraiso entrevisto con los ojos del espíritu por el poeta que habia perdido los del cuerpo a fuerza de vigilias consagradas à la investigacion de la verdad y del derecho; si hubiera un pintor que pudiera presentar á nuestra vista las sinuosidades del arroyo de zafiros, y el tago rodeado de mirtos, y las praderas matizadas de flores, y las grutas guarnecidas de pámpanos y de hojas de vid, y las selvas de árboles frutales, y et plumaje multicolor de las aves, y los escondidos y misteriosos bosquecillos donde vivian entre flores los primeros amantes, ¿qué pensaríamos del pretenso perito que nos dijera que este cuadro, más hermoso que el absurdo grabado de la estampa bíblica, no era tan correcto como ella? Le diríamos que era más bello y más correcto al propio tiempo, y que era más bello porque era más correcto; porque no siendo un conjunto correcto de figuras geométricas, era una pintura correcta, fiel representacion de lo que el artista habia querido representar.

Pero no es sólo en el dominio de las bellas artes donde los hombres de criterio estrecho admiran la falsa correccion, por no saber distinguir los medios del fin, ni lo accidental de lo esencial, porque Jourdain tambien queria que las armas se esgrimieran correctamente, y decia á su adversario que debia esperar siempre á que parase los golpes. Tomés buscaba la correccion en la práctica de la medicina.

«Yo soy partidario de Artemio, exclamaba. Podrá ser que su sistema haya matado al enfermo; pero es necesario, suceda lo que suceda, observar las formalidades debidas. Un muerto no es más que un muerto y no tiene consecuencias funestas; pero la omision de una formalidad trae resultados muy graves à toda la clase.» Recordamos haber oido censurar á un oficial aleman, ya anciano, y que así mismo era partidario de la correccion en las operaciones militares, la táctica de Bonaparte, porque, segun él, habia destruido de un golpe el arte de la guerra que tanto floreció en tiempo del mariscal Daun. «En mi juventud, decia, tentamos la costumbre de hacer, durante el verano, marchas y contramarchas sin ganar ni perder nunca una legua cuadrada; hecho esto nos recogíamos à cuarteles de invierno. No se podía pedir más; pero hé ahí que se presenta un ignorante, un calavera que se lanza de un vuelo de Boulogne á Ulm, y de Ulm al corazon de la Moravia, y que da batallas en lo más crudo del invierno, inaugurando una escuela de incorrec cion monstruosa.» A pesar de la profundidad de estos críticos, el mundo sigue creyendo que el objeto de la esgrima es alcanzar al adversario; que el objeto de la medicina es curar; que el objeto de la guerra es hacer conquistas, y que los medios más correctos son aquellos que conducen más rápida y seguramente al fin propuesto.

¿No tiene la poesia un fin y principios eternos é inmutables? ¿Acaso está sometida la poesia, como la heráldica, á reglas puramente arbitrarias? Nos enseñan los reyes de armas que ciertos escudos y ciertos blasones indican ciertos grados de nobleza y ciertas condiciones, y que no son regulares y correctos los escudos que traigan color sobre color, ni metal sobre metal. Pero si esto cambiara de repente, si todos los blasones de Europa se renovasen, si se acordara que sólo pudiera ponerse metal sobre metal y color sobre color, que un losange indicara bastardía y una barra viudez, la nueva ciencia seria tan buena como la antigua, ó, lo que es lo mismo, la antigua y la moderna serian perfectamente inútiles[5]. La mascarada de Portcullis y de Rouge Dragon no tienen más valor que el convencional del capricho, y por eso pueden someterse y sufrir las leyes que el capricho les imponga; pero no acontece lo propio con el noble y bello arte imitativo, á cuyo poder rinden tributo los siglos, desde los más groseros y bárbaros hasta los más cultos é ilustrados. Desde que la poesía produjo sus primeras obras maestras, todo cuanto puede cambiar en el mundo ha cambiado. Se conquistó la civilizacion paso á paso, se perdió despues, luego se reconquistó: las religiones y las lenguas, las leyes, los gobiernos, las costumbres y los modos de pensar han sufrido una serie de revoluciones; todo ha pasado, excepto los grandes rasgos de la naturaleza, excepto el corazon humano, excepto los milagros de ese arte divino que tiene por mision reflejar el corazon del hombre y los rasgos de la naturaleza. Dos poemas antiguos, que han formado parte de la educacion de cien generaciones, conservan hoy toda su lozanía, vigor y frescura primitivas, y constituyen un objeto de oulto literario entre hombres cuyo espíritu se halla enriquecido y cultivado con la literatura de todas las naciones y de todos los siglos pasados; son el encanto de los que estudian, áun en malas traducciones; han 80brevivido á todos los caprichos de la moda; han visto envejecer todos los códigos de critica que se han sucedido en el trascurso del tiempo, y continúan siendo inmortales para nosotros, porque la verdad es eterna, y tan bellos hoy cuando los leemos en el silencio y la soledad de nuestro gabinete, como cuando fueron cantados por primera vez, hace luengos siglos, en los banquetes de los principes jonios.

La poesía es una imitacion, como se ha dicho hace más de dos mil años, y es un arte análogo, bajo muchos aspectos, à la pintura, la escultura y la declamacion; pero las imitaciones del pintor, del escultor y del actor son en ciertos casos y bajo cierto punto de vista más perfectas que las del poeta. Porque el poeta solo emplea palabras, y estas, aun cuando las maneje Homero ó el Dante, no pueden ofrecer al espíritu imágenes de los objetos visibles tan vivas ni tan exactas como las que nos presentan el lienzo ó la escultura; mas, de otra parte, la poesía puede abarcar horizontes infinitamente más dilatados que ningun otro arte de imitacion, ó, mejor dicho, que todos los artes de imitacion juntos. El escultor solo imita la forma; el pintor, la forma y el colorido; el actor, la forma, el color y el movimiento, mientras el poeta solo suministra las palabras. La poesía posee, como los demas artes, el mundo exterior; pero el corazon del hombre le pertenece á ella sola, pues mientras el pintor, el escultor y el artista dramático no logran poner de relieve, así de los caracteres como de las pasiones de la humanidad, sino es aquella pequeña parte que se deja ver de ellos en el ademan y en el rostro, signos imperfectos siempre y à las veces encubridores de lo que palpita dentro, solamente la palabra puede mostrar las más íntimas y complexas de la naturaleza humana. Por tal manera, la poesía imita al propio tiempo cuanto existe en el mundo exterior y en el interior, el aspecto de la naturaleza, las vicisitudes de la fortuna, el hombre tal cual es en sí mismo y tal como parece ser en la sociedad, todo lo que existe realmente, y todo aquello que recogido en nuestro espíritu, combinando las partes diversas de cuanto existe realmente, logra formar en la fantasía una imágen. Por eso el dominio de este arte es tan vasto y dilatado, que se extiende hasta donde alcanzan las facultades de la imaginacion. Un arte destinado esencialmente á la imitacion no deberia en verdad ballarse sujeto á reglas que tienden solo á privar á sus imitaciones de la perfeccion que podrian conseguir por otros medios; y los que se someten á ellas, ántes merecen ser calificados de incorrectos que de correctos artistas.

Para juzgar equitativamente de las reglas que han regido la poesía inglesa durante el último siglo, es preciso atender á sus resultados.

En 1780 dió término Johnson á sus Vidas de los Poetas, y nos dice en esta obra que desde la época de Dryden la poesía inglesa no ha vuelto á demostrar tendencia alguna á caer en su nativa rudeza, que su lenguaje se ha depurado, que su ritmo se ha hecho más armonioso y que los sentimientos que expresa se hallan, por decirlo así, perfeccionados. Falta saber si la nacion inglesa tiene motivos de felicitarse de unas perfecciones y progresos que le han dado Douglas en lugar de Otelo, y los Triunfos del carácter en lugar de la Reina de las hadas.

Durante los treinta años que precedieron á la aparicion de las Vidas, la diccion y la rima del verso llegaron á ser en Inglaterra muy correctas, en el sentido que se da generalmente á la palabra; pero este período constituye tambien, bajo el punto de vista de la poesía, el período más lastimoso de la historia literaria de nuestra patria. Apénas si nos ha legado algunas poesías que merezcan la pena de recordarse. Doscientos ó tresciertos versos de Gray, cuatrocientos ó seiscientos de Goldsmith, algunas estancias de Beattie y de Collins, unas pocas estrofas de Mason y cierto número de prólogos y de sátiras escritas con habilidad é ingenio, hé aquí el inventario del legado de ese periodo de perfeccion incomparable. Todo ello podria compilarse en un sólo volúmen, no muy grueso: en él no hallaria el lector un sólo poema de primer órden y apénas algo que debiera colocarse en segundo lugar. Tanto es así, que el Paraiso reconquistado ó Como resultarian superiores á las obras contenidas en este centon, si los comparásemos con ellas.

La decadencia de la poesia llegó á tal punto, que Hayley fué tenido por gran poeta, y sólo entonces comenzaron todos à comprender que la magnitud y la intensidad del mal tardarian poco tiempo en producir una crisis cuyas consecuencias lo remediaran. El público se cansó de una literatura insípida, ajustada á reglas que no descansaban ni en la naturaleza ni en la razon, y que una escuela crítica exenta de sentido les habia enseñado á considerar con supersticioso rospeto. Otra escuela crítica encauzó la opinion, despertando el gusto de los antiguos maestros; las leyes eternas de la poesia reconquistaron su pasado imperio, y las modas volanderas que habian suplanlado á las clásicas fueron á juntarse con la peluca de Lovelace y el tontillo de Clarisa Harlowe.

En momentos de avidez y frialdad extremadas se arrojaron las primeras semillas de la rica y opulenta cosecha que llenó despues las tropes de la literatura inglesa; y mientras que la poesía se tornaba cada vez más feble y más mecánica, miéntras que la monótona versificacion que Pope habia introducido, falta ya de las brillantes galas de su inspiracion y de la sólida estructura de su estilo, cansaba á las gentes, las grandes obras de los antiguos maestros iban lenta pero seguramente atrayéndose admiracion general y merecida. Las obras de Shakspeare se representaban mejor, se imprimian mejor y se conocian y apreciaban mejor que nunca lo habian sido; se leian con placer las antiguas baladas, y era de moda imitarlas; y aun cuando muchas de las imitaciones eran detestables, demostraban al menos que se sabian admirar las bellezas que no era posible igualar todavía. Se preparaba evidentemente una revolucion literaria. Se advertia en el espíritu público una manera de fermentacion, un vago deseo de novedad, una disposición á recibir con aplauso cuanto se presentara revestido de las apariencias siquiera de la originalidad. Pero los momentos de las reformas abundan siempre en impostores. La sacudida que produjo el rompimiento con la Iglesia romana, produjo lambien los excesos de los anabaptistas; la sacudida que destruyó en Francia los abusos del gobierno llamado del antiguo régimen, produjo los jacobinos y los theofilántropos, y del propio modo Macpherson y Della Crusca fueron á los verdaderos reformadores de la poesía inglesa lo que Kniperdolling fué à Lutero ó Anacarsis Clootz á Turgot. El éxito de las farsas de Chatterton y de las más despreciables aún de la literatura irlandesa, demuestran que el pueblo comenzaba á gustar de la antigua poesía, aunque diera muestras de poco discernimiento. Jamás ántes dió el público tanto crédito como entonces á relaciones que ningun valor tenian, á historias sin fundamento y á libros sin valor; que todos estaban dispuestos à recoger y aceptar por bueno cuanto fuera parte á romper la frialdad monótona de la escuela correcta.

. El precursor de la restauracion de la literatura Inglesa fué Cewper. Su carrera literaria comenzó y acabó casi al mismo tiempo que la de Alfieri. La comparacion de ambos poetas se antojará, tal vez, á primera vista, casi tan extraña como la que se hizo, segun dicen, en 1645, de Jorje II con Enoch, ministro presbiteriano y adicto por extremo á su rey, porque no parece posible que hubiera nada de comun entre el calvinista pacífico, tímido y melancólico, en quien la tiranía de sus compañeros habia sofocado el fuego de las pasiones desde la más temprana edad, que no tuvo nunca valor de ganar su vida leyendo proyectos de ley en la Cámara de los lores, y cuyos amigos predilectos fueron siempre una pobre vieja ciega y un téologo evangélico, con el noble y altivo caballero, apasionado, galan y libertino, que así se batia en duelo con lord Ligonier en Hyde Park, como arrebataba su esposa al preLendiente[6]; pero, aun cuando la vida privada de estos hombres nada ofrezca de semejante, su vida literaria presenta estrechas analogías. Ambos hallaron la poesia en completa decadencia, débil, pobre, artificial é insípida, y ambos poseyeron las facultades necesarias á levantarla de su postracion. A decir verdad, no es dado calificar á ninguno de los dos de gran poeta; no poseian en alto grado el pader creador, «el dón divino de ver y de inventar,»

The vision and the faculty divine:

pero tenian gran vigor de pensamiento, fuego en el corazon, y lo que aun era más importante que todo lo demas en el estado de la literatura en su tiempo, una virilidad de gusto que rayaba casi en aspereza.

No se consagraron ni à la versificacion mecánica ni á las frases convencionales; ambos escribieron sobre asuntos que absorbian su pensamiento, y de aquí que sus obras, cuando carecian de otros méritos, tenian el inimitable que dan á las producciones más sencillas é informes la sinceridad y el ardor de la pasion. Buscaron siempre, así Alfieri como Cowper, la inspiracion de sus trabajos en asuntos elevados y conmovedores y fecundos en imágenes, cosa de la cual basta entonces no se habia hecho abuso, y de esta suerte la libertad fué la musa de Alfieri, y la religion la musa de Cowper. Su poesía ligera lleva el mismo sello de verdad, porque no eran de esos poetas que á fuerza de discreteos se proponen penetrar en el corazon de damas imaginarias de sus pensamientos, ó que lloran soñados desdenes con frases melodiosas y sentimentales, sino que cantaban cosas reales y verdaderas. Cowper, por ejemplo, en vez de lloriquear en pos de ingratas Cloes y de Silvias desdeñosas, se entusiasma cantando las agujas de hacer media de Mrs. Unwin, y Alfieri los únicos versos amorosos que escribió en su vida los dedicó á una mujer á quien amó sincera y apasionadamente[7]. «Tutte le rime amorose che seguenno,» son sus palabras, «tutte sono per essa, e ben sue, e di lei solamente; poichè mai el altra donna per certo non cantero.»

Ninguno de los dos poetas carecia de afectacion; pero la suya era contraria á la que se hallaba entónces extendida, y ambos expresaban en lenguaje lleno de vigor y de amargura el desprecio que les inspiraban los versificadores afeminados de moda en Inglaterra é Italia. Cowper se lamenta de que «la manera sea todo en cuanto se escriba, y que reemplace al genio, al gusto y á la imaginacion[8];» y al propio tiempo que rinde merecidos elogios á Pope, deplora que «haya hecho de la poesía un arte puramente mecánico, de tal modo que no haya un poetastro que no se halle en el secreto[9]». A su vez, Alfleri se expresa con idéntico desden de las tragedias de sus predecesores. «Mi cadevano dalle mani, dice, per la languidezza, trivialitá e prolissitá dei modi e del verso, senza parlare poi della snervatezza dei pensieri. Or perchè mai questa nostra divina lingua, si maschia anco, ed energica, e feroce, in bocca di Dante, dovrá ella farsi così sbiadata ed eunuca nel dialogo tragico?»

Hombres á quienes parecia tan mal el género lánguido de sus contemporáneos, consideraban la rudeza de su leguaje como pecado venial, y áun mejor lo tenian á mérito positivo. En su odio á los adornos de mal gusto y á lo que Cowper llama «suavidad cremosa» (creamy smoothness), incurrieron en el defecto contrario; su estilo fué austero y su versificacion demasiado dura. Dificil sería, no obstante, exagerar la importancia del servicio que prestaron á la literatura: el mérito intrínseco de sus obras es grande; pero el ejemplo que dieron rebelándose contra un sistema absurdo, fué de valor inapreciable. El papel que representaron, ántes fué de Moisés que no de Josué; abrieron la casa de servidumbre, mas no entraron en la tierra prometida.

Durante los veinte años que siguieron a la muerte de Cowper, la revolucion se completó en el seno de la poesía inglesa; pero ninguno de los escritores de aquel entonces, incluyendo en el catálogo á Walter Scott, contribuyó más á ella que lord Byron, aunque àá su pesar, y con una manera de remordimiento, que le hacía parecer avergonzado del papel que representaba. Todos sus gustos y aficiones lo llevaban á formar en las filas de la escuela poética que desaparecia, y en contra de la que se inauguraba: hablaba de Pope con admiracion extravagante; no se atrevia á decir abiertamente que el hombre de Twickenham era un poeta superior á Shakspeare ó á Milton; pero harto dejaba entrever que así pensaba: no admiraba á ninguno de sus contemporáneos tanto como á Gifford, el cual, considerado como poeta, era un Pope, sin el ingenio y la imaginacion de Pope, y cuyas sátiras son, bajo el punto de vista del vigor y de la mordacidad, más flojas que las imperfectas producciones de la juventud del mismo lord Byron: de vez en cuando, tributaba elogios á Wordsworth y á Coleridge, aunque de mala gana y sin mostrar la menor cordialidad, y cuando los atacaba lo hacia con verdadera fruicion, como demostró al tratar de un poema del primero, el más cuidadosamente trabajado por cierto, y del cual dijo que era una obra detesta ble por lo mal perjeñada;» y Peter Bell lo indignaba de tal modo, que llegó á evocar las sombras de Pope y de Dryden para preguntarles cómo era posible que semejantes necedades literarias se librasen de su justo menosprecio. En el fondo de su alma consideraba su peregrinacion de Harold inferior á su imitacion del Arte poético de Horacio, débil eco de Pope y de Johnson; trabajo insípido que más de una vez estuvo á punto de publicar, y si no lo hizo al fin, fué cediendo á los ruegos de sus amigos. Se manifestó repetidas veces partidario de las unidades, ley absurda que, más que otra alguna, redujo el genio á esclavitud: en una de sus obras (su carla á Mr. Bowles, si no estamos trascordados) compara la poesía del siglo XVIII al Partenon, y la del XIX á una mezquita, y se congratula de no haber auxiliado jamás á sus contemporáneos en su empresa de embadurnar de cal y yeso los restos de la elegante arquitectura del primero, por más que haya contribuido con su trabajo á la edificacion de la segunda, monumento bárbaro y grotesco; y en otra carta compara el cambio que acababa de verificarse en la poesia inglesa á la decadencia de la poesía latina despues del siglo de Augusto: en tiempo de Pope, dice, nos hallábamos en los dias de Horacio; ahora estamos en los de Claudio.

Hácia los grandes maestros antiguos del arte no mostraba muy entusiasta predileccion: en su carta á Mr. Bowles, emplea expresiones que indican claramente que preferia la Illada de Pope al original, y Moore, á su vez, declara que su amigo Byron no era fervoroso admirador de Shakspeare; pareciendo siempre que de todos los poetas de primer orden, el autor del Don Juan preferia el Dante y Millon, si bien los coloca en el cuarto canto de Childe Harold juntamente con el Tasso, que les fué inferior y de un talento diferente. Mr. Hunt tenía razon en decir que lord Byron no halló en las obras de Spencer sino poco ó nada que fuera digno de mencionarse.

Pero Byron el crítico y Byron el poeta eran dos hombres diferentes. Cierto es que puede ballarse á veces en la práctica del ilustre escritor la consecuencia de sus teorías; pero no lo es menos que fácilmente se acomodaba al gusto literario de su siglo, y que la elasticidad de su ingenio le hubiera permitido adaptarse al gusto de todos los siglos. Y áun cuando hablaba con insistencia de su desprecio á la humanidad, y se jactaba de bastarse á sí propio con largueza, es lo cierto que en medio de los vaivenes de su vida no suministra una sola prueba del orgullo solitario é insociable que parecia tener asiento en lo más intimo de su corazon. Por eso nunca podríamos representarnos á Byron desaflando como Milton y Wordsworth las críticas de sus contemporáneos, devolviéndoles desprecio por desprecio, y trabajando sin vagar en un poema con la firme seguridad de que seria impopular, pero inmortal. Byron ha dicho por boca de uno de sus héroes, hablando de la grandeza política, que «quien quiera gobernar debe obedecer,» y da esta máxima como excusa de no haberse dedicado á la vida de los negocios públicos, olvidando que el poder ejercido por él en la república literaria lo alcanzó por medio de la servidumbre y del sacrificio de sus gustos personales á los gustos de los demas.

Byron fué hijo de su siglo, y lo hubiera sido asimismo de cualquier otro siglo en que hubiese vivido. Bajo Cárlos I hubiera sido más excéntrico que Donne; bajo Cárlos II la representacion de sus obras dramáticas hubiera sido saludada con tan estruendosos aplausos como las de Bayes ó Bilboa, y bajo el primer Jorge, la facilidad monótona de su versificacion y la elegancia de sus expresiones hubieran excitado envidia al mismo Pope.

Fué el hombre de los trece últimos años del siglo XVIII y de los veintitres primeros del XIX. En parte pertenece á la escuela antigua de poesía y en parte á la moderna: su gusto lo inclinaba á la primera; su pasion por la gloria lo inclinaba á la segunda; sus facultades lo hacian igualmente apto á lucir en uno que en otro campo, y su gloria vino á ser como terreno neutral y comun en que se encontraban los fanáticos de ambos partidos, Gifford y Shelley, por ejemplo. Fué representante, no de un partido literario, sino de ambos á la vez, y de su conflicto, y de la victoria que puso término al conflicto; que sus poesías abarcan y llenan en su conjunto el inmenso espacio que ha salvado la literatura inglesa desde la época de Johnson, y enlazan el Ensayo sobre el hombre con la Excursion.

Pocos ejemplos ofrece iguales la historia literaria. Voltaire fué el lazo que unió la Francia de Luis XIV à la Francia de Luis XVI, que acercó Racine y Boileau à Condorcet y Beaumarchais. Del propio modo que Byron, Voltaire se puso á la cabeza de una revolucion intelectual, temiéndola, murmurando contra ella y ridiculizándola; y prefirió adelantarse á su siglo en cualquier direccion á quedarse rezagado y en olvido. Dryden fué el vinculo que unió la literatura del siglo de Jacobo t á la del de la reina Ana. Oromasdes y Arimanes se lo disputaban: Arimanes venció; pero hasta el fin su corazon se inclinó en favor de Oromasdes. Lord Byron fué tambien el mediador entre dos generaciones, entre dos sectas poéticas hostiles, y burlándose continuamente de Wordsworth, sin darse cuenta de ello, tal vez, se convirtió en intérprete y vulgarizador suyo. En las Baladas líricas y en la Excursion, Wordsworth se alzó con el pontificado de un culto cuyo idolo era la naturaleza, como que no es posible hallar en ningun poema concepto más exquisito y exacto de las bellezas de la creacion, ni amor y respeto al propio tiempo más apasionado y profundo hacia ellas. Sin embargo, los poemas de Wordsworth no eran populares, ni es probable que logren alcanzar nunca la popularidad de que goza la poesía de sir Walter Scott, porque son demasiado profundos para excilar simpatias generales, y su estilo sobrado misterioso y sibilino á veces para ser comprendido del mayor número de lectores. De aqui que lograse pocos adeptos y muchos adversarios y satíricos. Byron creó lo que pudiera llamarse escuela de los Lagos al uso del público, y todos los aficionados á poesía de Inglaterra, casi diríamos de Europa, se apresuraron á venir á sentarse á los piés del maestro: entonces se le oyó decir cultamente, como habla una persona bien nacida y de letras, aunque con ménos sentimiento, pero con más claridad, energía y concision, lo que habia dicho ya Wordsworth como un anacoreta. Léanse en comprobacion de esto los dos últimos cantos de Childe Harold y de Manfredo.

Como Wordswoth, lord Byron nada tenía de dramático en las aptitudes de su ingenio: más bien era lo contrario, la antitesis de un gran poeta dramático.

Todos los caracteres que trazó: Harold, contemplando el horizonte donde desaparecian juntamente el sol y su patria; el Guiaur, de pré y solo en un rincon del oscuro recinto, encapuchado hasta los ojos y mirando de una manera siniestra el crucifijo y el censor; Conrado, descansando sobre su espada cerca de la torre de la Vela; Lara, sonriendo á las bailarinas; Alp, mirando sin temor la nube fatal que oscurece la luna; Manfredo, errante por entre los precipicios de Berna; Azzo en su asiento; Ugo en la barra; Lambro, ceñudo al ver á su hija dormida en brazos de D. Juan, y Cain, ofreciendo al cielo un sacrificio rechazado por Dios, son en la esencia, en el fondo, idénticos todos. La variedad no existe sino es en las edades, en las situaciones y en las apariencias exteriores; que cuantas veces ha intenlado lord Byron pintar personajes de diversa naturaleza, siempre los ha trazado faltos de originalidad é insulsos por extremo. Selim no es nada, ni Bonnivart, ni D. Juan en los dos primeros cantos, que son los mejores, no es otra cosa que una pálida copia del Paje en el Mariage de Figaro, y Johnson, el personaje que encuentra D. Juan en el mercado de esclavas, es un tipo incompleto y falso. Sir Walter Scott hubiera hecho de muy diverso modo para darnos idea de un buen inglés, de corazon intrépido en aquella situacion. El retrato hubiera estado saliéndose del cuadro.

No recordamos un solo personaje dramático que se halle dibujado con ménos soltura que el de Sardanápalo. El carácter de este principe, afeminado y heroico al propio tiempo; su desprecio á la muerte y su temor de verse forzado á llevar casco; su propósito de ser visto en la vanguardia del ejército, y el cuidado con que se atavía delante del espejo para presentarse á los ojos de todos luciendo sus galas y prendas personales; este conjunto de contrastes, mejor dicho, se halla expuesto con maestria, cen acerada sutileza, digna de Juvenal. Tanto es así, que la idea de este carácter parece haber sido sugerida por los siguientes versos que consagra Juvenal á Oton:

«Speculum civilis sarcina belli.
Nimirum summi ducis est occidere Galbam,
Et curare cutem summi constantia civis,
Bedriaci in campo spolium affectare Palati,
Et pressum in faciem digitis extendere panem.»

Estos versos indudablemente son muy buenos, y tienen su natural asiento en una sátira; pero un poeta dramático no debe trazar los caracteres con tanta aspereza y sequedad de antitesis. No es así como Shakspeare transforma al disipador y licencioso de Eastcheap en héroe de Shrewsbury para volver á tornarlo en el licencioso disipador de Eastcheap; ni es así como nos presenta en Marco Antonio la debilidad unida al valor. Un autor dramático no puede cometer falta más grande que la de dibujar con finura y delicadeza los caracteres al modo de los satíricos y de los historiadores, porque solo rechazando lo que es natural es como unos y otros logran producir sus retratos más notables. Su objeto es atribuir generalmente á sus personajes el mayor número posible de cualidades contradictorias, y lo alcanzan sin dificultad, toda vez que mer ced á una eleccion discreta y de discretas exageraciones se puede presentar al hombre como un compuesto de contrastes singulares. Pero cuando, verbigracia, un autor dramático se propone crear un personaje que responda á una de estas descripciones fracasa, porque trastorna un procedimiento analítico aunque imperfecto, y lo que produce no es un hombre, sino un epigrama personificado. Más de un escritor de cuenta ha caido en este lazo. Ben Jonson nos ha dado á Hermogenes, calcado sobre los versos de Horacio; pero la inconsecuencia que tanto nos agrada en las sátiras, no se nos antoja natural y nos choca en el teatro. Sir Walter Scott en su novela titulada Peveril du Pic incurrió en una falta del mismo género, pero más notable áun; porque admiraba, como debe hacerlo todo lector juicioso, la enérgica y sangrienta sátira de Dryden contra el duque de Buckingham, quiso hacer un duque de Buckingham que pudiera adaptarse á ella, un verdadero Zimzi de carne y hueso, é hizo, no un hombre, sino el más grotesco de los monstruos. Cuantos pretendan introducir en una obra dramática ó novelesca un Wharton como el de Pope, ó un lord Hervey, fracasarán igualmente.

Pero, volviendo á lord Byron, diremos que sus mujeres, como sus hombres, pertenecen todas á la.

misma familia. Haidee es una Julia infantil y medio inculta; Julia es una Haidee civilizada y digna; Leila es una Zuleika ya casada, y Zuleika es Leila doncella, y Gulnara y Medora parecen haber sido puestas en oposicion de propósito deliberado. La diferencia entre ambas no existe, sin embargo, sino es en las situaciones, tanto, que sin gran esfuerzo lograría mos que Gulnara y Medora trocaran de atributos mutuamente, cediendo aquella su puñal á ésta y ésta su laud à aquella.

Puédese casi decir, por tanto, que Byron no supo pintar más que un hombre y una mujer: un hombre altivo, desigual de carácter, cinico, llena el alma de amargura, la mirada provocadora, despreciador de la humanidad, implacable en su sed de venganza, y, sin embargo, capaz de amar fuerte y profundamente; y una mujer dulce y tierna, amorosa de prodigar y de recibir caricias; pero capaz de trasformarse en una fiera desde el momento en que sus pasiones se agilen y revuelvan.

Aun estos dos caracteres, con ser los únicos que haya logrado trazar lord Byron, nunca tuvo el talento de trazarlos de una manera dramática, pues los presentó siempre con arreglo al método de Clarendon, no al de Shakspeare, analizándolos, forzándolos á analizarse por sí mismos, no haciéndolos vivir a nuestros ojos. Nos dice, por ejemplo, de una manera enérgica que Lara no bablaba sino es con amargo sarcasmo, que no gustaba departir de sus viajes, y que cuando lo abrumaban å preguntas acerca de ellos, sus respuestas eran breves y su semblante se tornaba sombrío; pero se abstiene de comunicarnos, así los discursos sarcásticos como las lacónicas respuestas de Lara. No procedieron así ciertamente los grandes maestros al dar animacion y vida á sus creaciones: Homero no dice que Nestor gustara de referir largamente la historia de su juventud, y Shakspeare no dico tampoco que en el alma de lago se mezclaban y confundian cuanto hay de bello y de noble con algo de bajo y de grosero.

Digno es tambien de recordarse que los diálogos de lord Byron pierden fácilmente su carácter de tales para convertirse en soliloquios. Las escenas que tienen lugar entre Manfredo y el 'cazador de gamos, entre Manfredo y la hechicera de los Alpes, entre Manfredo y el Abad, son otros tantos ejemplos de esta tendencia, porque despues de algunos discursos sin verdadera importancia, Manfredo toma la palabra y habla sólo, sin que sus interlocutores hagan otra cosa sino es oir y callar; y si bien es cierto que de tiempo en tiempo se permiten una pregunta ó una exclamacion, no lo es ménos que estas breves interrupciones sólo son parte á que Manfredo se lance de nuevo y con más fuerza á tratar del asunto inacabable de sus sentimientos personales. Véanse los más hermosos pasajes de los dramas de lord Byron; la descripcion de Roma, por ejemplo, en Manfredo, ó la de una fiesta veneciana en Marino Faliero, ó la invectiva final contra Venecia que lanza el anciano dux, y se comprenderá que nada tienen de dramático estos discursos, que nada deben de su efecto al carácter ó á la situacion del personaje que habla, y que tan bellos ó áun más bellos hubieran sido si el autor los hubiera publicado como fragmentos poéticos. En Shakspeare no hay un solo discurso del cual pueda decirse lo propio, y todos los lectores inteligentes de Shakspeare sienten ver separados del cuerpo de sus obras eso8 trozos que se coleccionan bajo el nombre de Bellezas ó de Fragmentos escogidos, el To be or not to be, por ejemplo, y que se dan como muestras del feliz ingenio del gran poeta. To be or not to be tiene indudablemente mérito como composicion suelta, y el mismo tendria de colocarla Shakspeare en boca de un coro; pero su mérito como composicion suelta desaparece por completo cuando se le compara con el que tiene formando parte de Hamlet. No creemos incurrir en exageracion diciendo que se perjudicaria ménos á las grandes obras de Shakspeare suprimiendo de ellas lo que se llama generalmento trozos escogidos, que á estos mismos pasajes leyéndolos aislados. Tal vez sea éste el mayor elogio que pueda tributarse á un autor dramático.

Por otra parte, no sabemos si existe en las obras de lord Byron un solo pasaje notable que deba parte de su interes ó de su efecto á su relacion con los caracteres ó con la accion. El único trozo verdaderamente dramático hasta en la forma que conozcamos de Byron es el de la escena entre Lucifer y Cain. El diálogo es animado, y cada uno de los interlocutores tiene la parte que le corresponde en él; mas à poco detenidamente que se examine esta escena, se advierte que confirma cuanto dejamos apuntado, porque de diálogo no hay en ella sino es la forma, siendo en la esencia un soliloquio, ó, mejor dicho, una discusion con un solo espíritu inquieto y escéptico; que las preguntas y las respuestas, las objeciones y las soluciones, todas corresponden al mismo carácter.

Un escritor que daba pruebas tan evidentes de falta de habilidad dramática, no debia de escribir una relacion con grandes efectos; y en verdad que nada es tan descuidado como la estructura de sus poemas narrativos, al trazar los cuales parece ha ber dicho lord Byron con el héroe de la Rehearsal, que la intriga no sirve más que para unir los trozos buenos. Sus dos obras más considerables por la extension, Childe Harold y Don Juan, carecen de plan por completo; y tanto es así, que hubieran podido tomar proporciones desmesuradas ó concluir en cualquier parte. El estado en que su presenta el Guiaur demuestra bien á las claras cómo escribía lord Byron todos sus poemas, que son, como el Guiaur, colecciones de fragmentos, porque áun cuando no se advierten espacios vacíos señalados de puntos suspensivos, fácil es descubrir en los enlaces, por extremo descuidados, dónde comienzan y dónde acaban los trozos principales en gracia de cuya belleza se compuso lo demas.

Byron sobresalia en la descripcion y en la meditacion. La primera era su fuerte, como dice en Don Juan. Su modo es propio y sin igual casi: rápido, ligero y enérgico, los asuntos bien escogidos, los toquos acertados, atrevidos, de mano maestra. Diremos á propósito de esto, y á pesar del respeto que nos infunde el lalento de M. Wordsworth, que la minuciosidad de sus descripciones perjudica las más de las veces á su efecto, porque habia contraido la costumbre de contemplar la naturaleza con los ojos de un amante, de quedar en éxtasis admirando cada uno de sus rasgos, y de transcribir hasta el menor de sus detalles; y como las bellezas que llaman la atencion del observador más negligente y las que sólo se descubren á fuerza de prestar atencion lo fueron igualmente familiares, les consagró igual espacio en sus poesias. El proverbio del anciano Hesiodo, cuando decia que la mitad es á veces más que el todo, puede aplicarse perfectamente a la descripcion; y la prática tan hábil de los holandeses, que cortaban por el pié la mayor parte de los árboles preciosos en las islas de la Especería para dar más robustez y valor á los que dejaban, es práctica que los poetas harian bien imitándola. Cosa fué esta que Byron supo hacer mejor que ningun otro poeta; y por grandes y muchos que hayan sido sus defectos, nadie habrá podido acusarlo de prolijo, al ménos mientras su imaginacion conservó vigor y fuerza.

Pero, por grande que fuera el mérito intrínseco de sus descripciones, lo que les prestaba más interes era su modo de ser especial, debido á que el autor era principio, medio y fin de su poesía, héroe de todas sus relaciones, y principal objeto de todos sus cuadros. Por tal manera, Harold, Manfredo, Lara, y una multitud de personajes no eran á los ojos del público sino otros tantos Byron, apénas ocultos tras pseudónimos más o menos trasparentes. Tal creemos tambien que fué su intencion. Las maravillas del mundo exterior, el Tajo y las armadas poderosas de la Gran Bretaña que surcan sus aguas, las empinadas torres de Cintra que se elevan sobre las copudas encinas y los sáuces, et mármol reluciente del Pentélico, las orillas del Rhin, los ventisqueros de Clarens, el dulce lago Leman, el bosque de Egeria con sus canoros pajarillos y sus lagartos multicolores, las ruinas informes de Roma, cubiertas de hiedra y de flores salvajes, el mar, las estrellas, los montes, y los valles, y los rios, y la naturaleza toda, no son sino accesorios, detalles del cuadro en cuyo primer término sólo se destaca una figura sombria y melancólica: la de Byron.

Ningun escritor tuvo nunea á su disposicion tan grande cosecha de menosprecio, de elocuencia, de misantropía y de desesperacion como Byron; su caudal era inagotable, y ni el arte podia ser eficaz á dulcificar, ni tampoco las derivaciones á disminuir la impetuosa corriente de sus ondas siempre amargas. Nunca se vió en la monotonía variedad semejante á la que él desplegó, pues desde la carcajada del loco hasta el lamento más dolorido, pulsó todas las notas de la angustia humana: los meses sucedian á los meses y los años á los años, > Byron proseguia repitiendo siempre que la desgracía, el dolor, la desventura son la herencia comun de los mortales; que la desventura y el dolor supremos son el patrimonio de los séres superiores; y que todos los afanes, todos los anhelos, todos los deseos que nos agitan y conmueven y oprimen nos arrastran igualmente al término de todo, que es el dolor: al dolor del despecho, si no se satisfacer; al de la saciedad, si quedan satisfechos. Sus héroes son hombres que han llegado por caminos diferenles à la misma desesperacion, hastiados de la vida, en guerra con la sociedad, que no tienen más apoyo ni más amparo en sus angustias que el orgullo, invencible, inmenso, comparable sólo al de Prometeo encadenado en la roca, ó al de Satanás en las bogueras infernales; que pueden reprimir y domar sus torturas con la fuerza de su voluntad, y que, hasta el fin, desafian bravamente á cielo y tierra. Byron se presentó siempre à los ojos del mundo como un hombre de la misma familia de sus creaciones favoritas; como un hombre cuyo corazon eslaba seco, que habia perdido para siempre la facultad de ser feliz, pero cuya energia incontrastable osaba mirar frente à frente, con rostro sereno, cuanto pudiera sobrevenirle de más temeroso en esta vida ó en lo porvenir.

Difícil, si no imposible, hubiera sido, áun á los íntimos amigos del poeta, determinar hasta qué punto provenia la triste amargura que destilan sus obras de una dolencia natural del alma, hasta qué punto las verdaderas desgracias habian influido en esta manera de estado mórbido suyo, hasta qué punto era todo ello la obra de su vida disipada, y hasta qué punto y en qué medida era imaginario el mal, ó exagerado, ó fingido. Séanos lícito dudar, sin embargo, de que haya existido nunca, ni pueda existir jamás, hombre alguno que corresponda à la descripcion que él nos ha dejado de sí mismo, y que afirmemos categóricamente que ese hombre no era él. Porque sería ridículo suponer siquiera que quien hubiese tenido el ánimo penetrado, en realidad de verdad, de menosprecio hácia sus semejantes, hubiera escrito tres ó cuatro volúmenes al año para decirselo, ni que quien aflrmara en toda sinceridad que ni deseaba ni habia menester de la sim patía de nadie, hubiera lanzado á la publicidad su despedida á lady Byron[10] ni la bendicion á su hija. En el segundo canto de Childe Harold nos declara que es insensible, ast à la fama como á la censura, «pues semejante lucha, dice, no turbará en ningun tiempo un corazon que ni se preocupa de la una ni de la otra»[11], y, sin embargo, sabemos que uno ó dos días antes de aparecer esas palabras impresas, lord Byron experimentó pueril satisfaccion al recibir las felicitaciones de sus amigos con motivo de su primer discurso en la Cámara de los Lores.

No decimos con esto que su tristeza fuera enteramente fingida. Byron era por su naturaleza hombre de muy exquisita sensibilidad, mal educado, cuyo corazon hubo de verse sometido desde la más temprana juventud á rudas pruebas; desgraciado en sus primeros amores, cuyas primeras producciones literarias le causaron grandes contrariedades, cuya situacion pecuniaria fué dificil á veces; que no logró conocer la felicidad doméstica, à quien el público trató con singular injusticia, que sufria física y moralmente las consecuencias de los hábitos disipados que habia contraído, y que, en una palabra, era desgraciado. Pero tambien es cierto que descubrió pronto el efecto inmenso que producía en el público la relacion de sus desgracias[12]; y como la sociedad lo alentó á divulgar sus angustias y dolores, el interes que excitaron sus primeras confesiones lo llevó á simular tristeza exagerada, y el hábito de fingir produjo en él segunda naturaleza. Tanto es así, que él mismo se hubiera visto en grave aprieto al tener que deslindar en su propio carácter la verdad del artificio.

Es indudable que Byron debió tanto á su egoismo como al poder verdadero de su poesía la grande influencia que logró ejercer sobre sus contemporáneos. Nunca hemos podido darnos cuenta de esta manera de egoismo, tan impopular en la conversacion y tan popular en los libros, ni explicarnos cómo se verifica el fenómeno de que hombres que afectan en sus obras cualidades y sentimientos que no tienen, impongan áun más á sus contemporápeos que á la posteridad. Subido es de todos el interes que excitó en otro tiempo la pasion do Petrarca, y la compasiva ternura con que la mitad de Europa entendió los infortunios de Rousseau. Hoy dia la pasion de Petrarca nos produce el efecto de aquellas que no tienen el triste privilegio de conmover el corazon humano, y los sufrimientos de Rousseau ántes nos provocan à la risa que á la compasion, porque sus desgracias nos parecen en parte desfiguradas y en parte producidas por su vanidad y su depravacion naturales.

No pretendemos adivinar lo que pensarán nuestros nietos del carácter que lord Byron demuestra en sus versos; pero está fuera de duda que el interes que excitó en vida es único en la historia literaria, subiendo tanto de punto en los jóvenes aficionados á la poesía, que sólo por aquellos que lo experimentaron puede ser comprendido y apreciado en realidad. Para las gentes que no conocen las calamidades verdaderas, «nada es tan grato como la dulce melancolía,» ese pálido y suave reflejo del dolor, aurora ó crepúsculo suyo. No acontece así á los ancianos y á los hombres de madura edad, porque son tantas las causas que en sí mismos tienen de tristeza verdadera, que sólo rara vez se hallan dispuestos á «entristecerse únicamente por placer, fallándoles al propio tiempo la voluntad y el poder de hacerlo. Además, son muy pocas las personas que participan de la vida activa, que sean capaces de gozar infinitamente de lo que él llama «éxtasis del dolor,» áun suponiendo que tuvieran ocasion de consagrarse al culto de la melancolia con todo el reposo del maestro Stephen.

Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que la popularidad de lord Byron no tuvo límites entre los jóvenes que se consagran á la lectura de obras de imaginacion, que buscaban con alan sus retratos, que coleccionaban sus menores reliquias, que aprendían de memoria sus poemas, y que hacian los mayores esfuerzos, no solo para escribir como él, sino para imitar hasta sus ademanes, llegando algunos á pasar las horas enteras delante del espejo para copiar lo mejor posible la contraccion de su labio superior y el fruncimiento de sus cejas. Durante algunos años la prensa de la Minerva no publicó una sola novela que no tuviera por héroe un personaje misterioso y sin ventura á la manera de Lara, y no es posible formarse idea de la cantidad de estudiantes de leyes y de medicina que se tornaron sombríos, melancólicos, tristes, desdichados, en quienes la lozanía del corazon se marchitó, cuyas pasiones quedaron reducidas á ceniza, y cuyos dolores eran tales, tan intimos y tan profundos, que ni las lágrimas podian consolarlos. No fué lo peor esto, sino que los entusiastas de Byron establecieron una manera de asociacion perniciosa y absurda entre el vigor intelectual y la perversion moral, sacando de las obras del poeta un sistema completo de moral, mezcla confusa de misantropía y de molicie, y cuyo decálogo se compendiaba en los dos siguientes mandamientos, que contenian la quinta esencia de la doctrina: Odiar al prójimo y desear la mujer ajena.

Felizmente ha desaparecido ya esta deplorable afectacion, y no trascurrirán muchos años sin que se borren y disipen por completo hasta las huellas del mágico poder, del prestigio maravilloso que ántes iba unido al nombre de Byron; porque si áun es para nosotros un jóven ilustre y desgraciado, para nuestros hijos sólo será un escritor, y su juicio imparcial y sereno le designará el puesto que debe ocupar entre los poetas, sin curarse para nada de su rango Di de la historia de su vida. Estamos seguros tambien de que sus obras pasarán entonces por la criba, y que se arrojará fuera de ella mucho de lo que admiraron sus contemporáneos; pero estamos igualmente persuadidos de que, hecha esta limpia, lo que resulte de las poesías de Byron contendrá tales riquezas literarias, que vivirán cuanto tiempo dure la lengua inglesa[13]


  1. Esto se escribia en Junio de 1831.
  2. Mientras que llamaba así y que iba errante sin saber adónde...
  3. Como cuando vivíamos exentos y libres de estos infortunios; como cuando era nuestro reino nuestras amantes caricias.
  4. ¡Cuán grande fué mi dolor, María, cuando en la primavera de tu vida y cuando eras tan feliz, pasaste de este mundo, á media noche, en los brazos de tu hermana y sin exhalar un suspiro! Parece que sucedió ayer. ¡Cuán bella eras, y tu cuerpo cuán hermoso! Tu espíritu volvió al cielo tan puro como vino de él. Tú, que desde la mansion de la bienaventuranza dabas la salud á las criaturas, sucumbiste victima de amor funesto. En dias venturosos, ouando nuestra imaginacion vagaba por los espacios infi- nitos, entrelazando guirnaldas de flores, me dijiste que escribiese algo acerca de tí, y ahora escribo estos rengiones que no leerán nunca tus ojos.
  5. Este ensayo lo escribió Macaulay en 1881. Con el tiempo debieron modificarse en este punto, como en otros, sus opiniones, pues aceptó títulos de nobleza de la reina Victoria, los cuales implican el blason correspondiente, ó sea esa cosa perfectamente inútil, como él la llama.—N. del T.
  6. Alfleri se batió de noche, en el sitio que indica Macaulay, con lord Ligonier. La causa del duelo fué las relaciones que á la sazon tenía el poeta italiano con la mujer de su contrario.

    La esposa del pretendiente, robada por Alßeri, fué la princesa Luisa de Stolberg, más conocida en la historia bajo el nombre de condesa de Albany, que tan principal papel representó en Europa á fines del siglo pasado y principios del presente, y que estuvo casada con Jacobo, último de los Estuardos.

    M. Saint-René Taillandier publicó en 1881, á propósito de esta señora, un notable estudio basado en la obra más extensa del baron de Reumont, diplomático aleman, y nosotros & nuestra vez hicimos de él un extracto analítico que pareció bajo el título de la Condesa de Albany, Madrid, 1878, un volúmen en 8.°—N. del T.

  7. La condesa de Albany.—N. del T.
  8. «Manner is all in all, whate'er is writ,
    The substitute for genius, taste, and wit.»

  9. «Made poetry a mere mechanic art,
    And every warbler had his tune by heart.»

  10. Leyendo Mad. de Stael este sublime Adios, exclamó: «Je voudrais avoir été malheureuse comme lady Byron, et avoir inspiré a mon mari les vers qu'il a faits pour elle.»—N. del T.
  11. «Ill may such contest now the spirit move,
    Which beeds nor keen reproof nor partial praise.»

  12. Ninguna lectura más curiosa é interesante que la del Diario y la Correspondencia de lord Byron, no solo por los datos y noticias que contiene acerca de su persona, sino tambien por su extraordinario mérito. Sus cartas, á lo ménos las que escribió en Italia, pueden clasificarse entre las mejores que en su género se han redactado en lengua inglesa: son ménos afectadas que las de Pope y las de Horacio Walpole y más completas é interesantes que las de Cowper. Sabiendo que la mayor parte de estas epistolas no se escribieron únicamente para las personas à quienes iban dirigidas, sino es que fueron á manera de circulares destinadas á número considerable de lectores, teníamos la seguridad, áun ántes de leerlas, de hallar en ellas, con repetidas muestras de ingenio, muchas faltas de naturalidad y sencillez. Estábamos, lo confesamos sinceramente, prevenidos contra ellas. y predispuestos á descubrir sus menores defectos de estilo; pero su exámen detenido y reflexivo logró persuadirnos de que si la manera epistolar de lord Byron no fué natural y sí fingida, ofrece en este género de literatura un ejemplo raro y admirable de maestría, imitando la verdad con tan vivos colores, que ántes parece obra espontánea que no artificiosa del ingenio.

    No es posible dar idea del profundo y penoso interes que promueven estos documentos, merced á extractos más ó ménos extensos, ni tampoco lo es hallar en ninguna obra de imaginacion relato más triste y lúgubre que el contenido en sus páginas, tanto, que no será fácil que quien las les no se sienta conmovido en las fibras más secretas de su corazon.

  13. Las obras de Byron, han envejecido desde hace cusrenta años, prueba innegable, dice un autor, de que an oro tenía liga. Sin embargo, añade un critico (M. Taine). Byron fué el poeta de los sentimientos tiernos y triates; poeta á su modo, modo extraño, en verdad, semejante su vida, landa desierta, llena de ruinas, donde él vivia como en su casa y solo; cuyo pecho rebosabas tempestades y aludes de ideas que se desencadenaban y caian con estrèpito en el papel. Así es que escribió aquello que desbordaba de su corazon, apasionadamente, con furia, por decirlo así, y por otras muchas causas; pero jamás por cálculo. Soñaba de si mismo, se veia en todas partes, y luego corria su las piracion como un torrente contenido en su carrera por una serie de obstáculos. Ninguno con más talento ha tenido ménos imaginacion, como que no pudo metamorfosearse en otro, y fueron sus penas, sus arrebatos, sus dolores, sus viajes lo que nos dió traducido en verso. No inventó, observó; no creó, trasmitó, y si su copia salió ennegrecida, no por eso dejó de ser copia. Los necios solamente podrán creerlo capaz de los crímenes de sus héroes, y los ciegos los que no vean en él las grandes cualidades de sus perBonajes. Tanto es así, que Byron no ha creado más de uno, porque Childe Harold, el Guiaur, Manfredo, Lara, Sardanápalo, Cain, su Tasso, su Dante, todos, en una palabra, son el mismo héroe, representado bajo diversos trajes, en diferentes actitudes, y sobre fondos diversos. Las obras de Byron son como un collar de cuentas de cristal de mil colores. Hizo uso de procedimientos que no deben aplaudirse; fué á veces enfático y vulgar á imitacion de Lucano y de los Lucanos modernos: pero an manera produce gran efecto en la primera lectura: naufragios, sitios, combates, muertes, piratas, aventureros; y como contraste y para dar relieve á esto, mujeres tiernas. angelicales, sumisas, bermosas como ángeles y dotadas de cuantas seducciones son imaginables; y como fondo de sus cuadros, paisajes de Grecia, castillos feudales, efectos de sol poniente, mares y tempestades. Y como todos somos pueblo para sentir, sentimos con sus cuadros, principalmente si sabemos que ha vivido el autor entre los espectáculos que describe, y que ha sentido lo que dice ántes de decirlo.—N. del T.