LA LENGUA VELICHE.—SU PROBABLE ORIGEN

I

La lengua Veliche la han hablado los aborígenes que poblaron el Archipiélago de Chiloé y los que aun conservan el espíritu y las tradiciones de su raza[1].

Pocos en número, actualmente aquellos naturales se han confundido con la raza castellana, que los va absorbiendo; el tipo indígena y la lengua van tomando los aspectos y los rumbos de la raza conquistadora, que se impone a los influjos de la ineludible y fatal ley del perfeccionamiento humano.

Tras no largos años, la raza primitiva que pobló el Archipiélago habrá desaparecido y su lengua con ella, para figurar aquella en el panteón de la historia, y entonces quedarán en esas hermosas regiones el recuerdo de su existencia grabada en los nombres geográficos, en los de su botánica y su fauna salvajes.

Relacionada con la existencia de estos aborígenes está íntimimamente enlazada la ardua cuestión de la cuna del pueblo veliche: cuestión es esta obscura, como ha sido la de todos los que pueblan este continente; cuestión interesante, que de ser resuelta, acaso daría base a los esclarecimientos que tanto se buscan sobre el génesis de las razas americanas.

Por ardua que sea esta cuestión, como son todas las cuestiones de esta naturaleza; por obscuro que sea el pasado de este pueblo, vamos á intentar la exposición de nuestras opiniones, ya que develado el orígen de este pueblo se llegaría á establecer el de su lengua, sobre la cual versa el presente estudio.


Lo primero que debemos dejar establecido es la antigüedad del pueblo veliche.

Las relaciones escritas debidas a los cronistas de la conquista nada nos han dicho á este respecto, á no ser que el Archipiélago estaba totalmente poblado al tiempo de su descubrimiento; en cambio abundan las manifestaciones arqueológicas que nos permiten asignar al pueblo veliche una grande antigüedad.

Las hachas de piedra, encontradas en los terrenos de cultivo á mayor ó menor profundidad, nos atestiguan que este pueblo alcanzó las dos edades de la piedra, la edad paleolítica ó de la piedra grosera, áspera o mal tallada, y la neolítica o de la piedra pulimentada, que pertenece a una edad posterior a la de aquella[2]. De esta última época son también los otros objetos que se acompañan á las hachas y que han sido hallados en esas islas.

A no existir estas manifestaciones que certifican la antigüedad del pueblo veliche, habríala dado la lengua, que se halla grabada en todos los accidentes relacionados con el suelo que esta raza habita, pues la geografía indígena ha comprendido á cuantos accidentes ha impreso allí la naturaleza con una nomenclatura extensa, variada y pintoresca; al igual de la abundante que llevan su flora y su fauna marítima y terrestre.

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Establecida con las apuntadas manifestaciones arqueológicas la antigüedad del pueblo veliche en las islas que ha habitado, llega el caso de averiguar de dónde procedió la población aborigen o primitiva allí encontrada.

Todos los historiadores que sobre la cuestión de origen de los pueblos han emitido opiniones, no han podido comprobar aserto alguno al respecto de las razas americanas.

La mayoría de los investigadores ha creído posible la invasión del suelo americano por razas asiáticas que, salvando el Estrecho de Behring, se establecieron en los amplios territorios que encontraron deshabitados.

La ciencia moderna, que todo lo investiga y para todo busca la comprobación científica, ha desautorizado estas opiniones, estableciendo que el tipo americano no corresponde á los caracteres físicos peculiares de las razas asiáticas y la diversidad del génesis de estas razas, ni al carácter de sus lenguas.

Teorías posteriores, que no han uniformado las opiniones, querrían que las razas que pueblan el continente americano hubiesen tenido su origen en este mismo suelo ó fuesen autóctonas de él. Según estas teorías, existirían en el continente varios centros en donde el hombre hubiese aparecido, negando en consecuencia, las aserciones que han pretendido dar origen mongólico a la población americana, como también la relación mosaica.

Sin pretender emitir opinión alguna en especulaciones que, si son seductoras por lo nuevo y atrevido de su concepción, no han sido evidenciadas de una manera científica ó irrefutable, nuestras investigaciones se ejercitarán en el campo de las invasiones sucesivas, como la forma en que algunos han imaginado haberse operado la población, viniendo del Norte.

A haberse verificado de esta manera la población en América, claro es que la que habita el territorio chileno, habría sido la primera que penetrara en el continente, la cual empujada por la oleada de las invasiones posteriores y sucesivas, se habría visto obligada á correrse hacia el sur, á venirse á asilar en el extremo opuesto á aquel por donde habrían penetrado también las invasiones subsiguientes.

El éxodo de tan larga peregrinación habría exigido millares de años, como que las distancias recorridas habrían sido inconmensurables, las oleadas invasoras tardías y pausada la marcha, como es la de las colectividades que emigran.

¿Dónde está impresa, dónde siquiera diseñada la huella que en tan largo trayecto dejara este pueblo?

Las interrogaciones al pasado, las investigaciones en las comarcas que habría atravesado este pueblo, los requerimientos á la tradición oral, á los mitos que muchas veces encierran en su fondo hechos históricos, nada han revelado sobre esto, que, á haberse verificado, algún rastro habría dejado estampado para atestiguarlos.

Los pueblos, es evidente, dejan su lengua en las tierras que habitan, y la lengua de los aborígenes, sus inflexiones ó sus raíces ó derivaciones no se han hallado fuera de los deslindes de este país, como de antigua procedencia.

De esta manera la filología ha podido establecer que el pueblo ario vivió en inmemoriales tiempos sobre el suelo de Europa, que el pueblo lapón ocupó la Dinamarca y los celtas parte de España, Irlanda, Gran Bretaña, Francia y el norte de Italia.[3]

Si ningún hecho positivo ha podido establecer el origen asiático de esta raza; si la ciencia ha certificado que la configuración craneana de las razas americanas no corresponde á la de las razas mongólicas;[4] si la lengua de los aborígenes chilenos no se halla fuera de nuestras frontera, siquiera sea en forma rudimentaria ó desfigurada por el tiempo, fuerza es convenir en que el pueblo oriundo de este país no ha venido por esos caminos y que es menester buscar sus rastros en otras direcciones.


La población aborigen ó que poblaba estos territorios al momento de su descubrimiento, era una misma la continental y la insular. La misma lengua, el mismo color de la piel, la misma estructura física, las mismas costumbres y hábitos, así públicos como domésticos o privados, hacían de los pueblos mapuche y veliche, si dos pueblos distintos, una sola entidad étnica[5].

Los que han creído procedente del Norte al pueblo veliche, han pensado que este se introdujo en el mar austral, para poblar las innumerables islas que yacían desiertas en esas frías y tristes regiones, siendo este el origen de la población insular chilota o veliche.

Ha influído en esta opinión tan generalizada, la costumbre de mirar en el mapa aquel Estrecho de Behring, por donde tanto tiempo se ha creído que han pasado al vasto continente de América las razas asiáticas. A todas las imaginadas invasiones se las ha visto mentalmente caminando de Norte á Sur, y á la raza mapuche empujada por otras invasiones, obligada á penetrar en seguida en los mares australes, última etapa de su prolongada peregrinación.

No juzgamos nosotros de estos imaginados sucesos con igual criterio; creemos, por el contrario, que la población insular se ha derivado de emigraciones de los innumerables archipiélagos oceánicos, la cual, por diversas causas, buscara otro territorio ó fuera arrastrada, ó voluntaria ó eventualmente, hacia esta parte del continente americano. Afirmamos también que estas inmigraciones que poblaron el territorio continental de Chile, no vinieron del Norte al Sur, sino que la corriente recibió impulsos en sentido contrario, esto es, del Sur al Norte, ó sea del Archipiélago llamado de Chiloé al continente que habitamos.

Expresaremos las razones en que se funda nuestra opinión


Antes de todo hemos de dejar sentado que, ya sea que la corriente de población tuviese su punto de arranque del Norte para el Sur ó del Sur para el Norte, se trataría de un caso de emigración.

La emigración de un pueblo solo puede explicarse por alguna de estas razones ó por varias de estas mismas que pueden ocurrir conjuntamente:

1.ª Por exuberancia de población, la que engendra el impulso de fuerzas que obran en el sentido de abandonar el país en que se está radicado;
2.ª Por intranquilidad política, provenga esta de causas internas ó de guerra exterior;
3.ª Por necesidad ó hambre;
4.ª Por razones comerciales.

Ninguna de las causas apuntadas habría podido influir en una emigración del continente á los archipiélagos australes de Chile.

Si la población hubiese llegado á ser numerosa, nunca habría podido ser tan exuberante que hubiese impuesto la necesidad de mayores expansiones territoriales para su natural desenvolvimiento. El territorio continental encerraba todos los medios necesarios á las exigencias racionales de una población crecida, ¿Para qué habría ido el indio á conquistar nuevas tierras, á lanzarse en aventuras de mar que le eran desconocidas y en todo caso peligrosas, para los medios rudimentarios de navegación de aquellos remotos tiempos, si una evidente necesidad no lo hubiese impulsado á hacerlo?

Buscar tierras, cuando la tierra era por entonces el océano que ahogaba á tan diminuta población; cuando las expansiones territoriales no se imponían por una necesidad evidente; sobrando, como sobraba, el territorio, no se concibe ni lo concebiría el cerebro del salvaje, que tenía en su derredor, en sus dominios, todo cuanto habría menester a la satisfacción de sus necesidades y limitadas aspiraciones.


Las investigaciones que se han practicado en la historia de los tiempos primitivos, superficialísimas como son, no nos han dado á conocer invasiones armadas de este territorio, que hubiesen obligado á la población á ir á buscar refugio en las islas australes. Aparte de la de Yupanqui, que tuvo lugar cien ó pocos más años antes del descubrimiento en limitado territorio del Norte, otra no nos es conocida.

Ni las guerras de invasión, ni las luchas intestinas tan frecuentes en el estado salvaje, pudieron influir en el abandono de sus tierras para ir á buscar el sosiego fuera de su territorio. Ni la tradición de los tiempos antehistóricos ni manifestación alguna dijeron á los conquistadores que la guerra hubiera ocupado la vida de nuestros aborígenes, ni que hubiese sido la ambición el estímulo para empresas guerreras de carácter fratricida ó intestinas.

Según todas las probabilidades, la paz fué entre ellos inalterable é inconmovible, y lo que hasta entonces había sido un estado normal, lo siguió siendo durante la conquista, durante la colonia y durante los tiempos que vinieron en pos. El indio chileno no ha sido guerrero; jamás empleó sus esfuerzos ni su indomable constancia en empresas más allá de sus fronteras, ni en atizar ó fomentar disensiones de carácter doméstico. Pruébalo la mancomunidad de esfuerzos para repeler durante siglos al enemigo de su patria, que no hubiese sucedido si el lazo fraternal no los hubiese ligado; pruébalo también la unidad de su lengua, que en tan vasto territorio uniforme, indica que las numerosas tribus se habían mantenido unidas y en paz.

Aceptó la guerra contra los invasores de sus tierras como una necesidad impuesta por el patriotismo; peleó sangrientas batallas por defender la integridad de sus dominios; pero ignoró siempre que fuese lícito, que fuese racional derramar sangre en luchas de hermanos, y por eso la paz fué su habitual estado[6].

Si ni la exuberancia de la población, ni las necesidades de la paz del Estado habrían obligado al indio del continente á abandonarlo para ir á buscar otra patria en las islas; ¿emigraría a aquellas regiones impulsado por el hambre que ha sido el más poderoso factor que ha determinado las emigraciones, y que, al decir de Hiering, pone á los pueblos y á los individuos en la mano el cayado del emigrante?

El territorio continental de este país ha sido considerado como uno de los más favorecidos por la naturaleza: el clima suave, el suelo fértil y los productos variados, han dado razón á los que han emitido este juicio. Aquí los ardores del sol y los fríos invernales son moderados; las estaciones se suceden con singular regularidad, de manera que los frutos naturales, que son abundantes, nacen, crecen y maduran al influjo ordenado de estas; los animales que han podido servir de alimento al hombre vivían numerosos en los bosques, en los aires y en las aguas del mar ó de las corrientes nacidas de la cordillera andina ó marítima. En estas comarcas la vida del hombre se ha desarrollado sin trabajo y jamás le ha sido menester emigrar de estas tierras tras el alimento, que le ofrece con prodigalidad[7].

¿Cómo poderse explicar la emigración á las islas autrales donde la vida se ha desarrollado mezquina por un clima rígido, por una lluvia persistente y por la carencia de elementos naturales para una población crecida?

El hombre abandona el medio en que ha nacido por otro en que la vida le es más fácil y en que las condiciones de la existencia no se ejercitan en medio de las privaciones y de la inclemencia del tiempo, porque el hombre, ser racional, no prefiere la necesidad a la satisfacción, ni los tormentos que impone el hambre á la vida satisfecha.

Si esto es así, como en efecto lo es, la emigración no ha podido llevar la corriente del continente á las islas; otra ha sido la dirección como lo vamos á manifestar.


Con lo que hasta aquí hemos expuesto ha quedado comprobado que los aborígenes chilenos no han venido desde el Norte á ocupar estas comarcas y que este pueblo no se ha hallado nunca bajo el peso de las fatales condiciones que obligan al hombre á dejar su tierra para emigrar á otras.

En las siguientes líneas ensayaremos á probar hechos que son diametralmente opuestos, para llegar á una conclusión distinta de aquella: estableceremos que la población de las islas de Chiloé ha podido originarse en la de las islas oceánicas y que, una vez crecida ésta, las naturales é ineludibles necesidades de la expansión y otras causas no menos poderosas, la obligaron á emigrar al continente.[8]

Si extraña parecerá nuestra opinión y hasta aventurado nuestro intento, debe tenerse presente para juzgarlos que habituados desde la infancia, por la afirmación inconsciente que de este hecho hemos oído, á la idea de que las razas mongólicas fueron las primeras que invadieron la América franqueando el Estrecho de Behring, no hemos podido pensar que otra dirección que la de Norte á Sur trajeran aquellas invasiones y que, por consiguiente, la población continental en el extremo Sur de nuestro país ha debido traspasar los mares y llegar hasta las islas australes, en donde se detuvo, porque más allá no había tierras que poblar. Nadie, que sepamos, ha buscado en otra dirección las fuentes de origen de la población primitiva de Chile.

La idea del origen mongólico lanzada sin ningún examen, se ha arraigado también sin mayor esfuerzo y fundamento, mostrándonos una vez más que así las verdades como los errores sientan con facilidad su dominio en nuestra mente, sobre todo si esas ideas han sido inculcadas en una edad en casi todo se acepta sin meditación.

Las creencias que por el ejercicio que hacemos de ellas y sin previo examen se han hecho hábito, se aferran de tal modo en nosotros, que, las ideas que las representan resulten después ser aberraciones demostradas, quedan ejerciendo su dominio y solo ceden con dificultad y á los influjos de una demostración razonada y persistente, pero de larga elaboración.

Que los habitantes de la Polinesia han podido llegar al Archipiélago de Chiloé, sea arrastrados por los vientos que en determinadas épocas del año soplan en aquellos inmensos archipiélagos en dirección de nuestras costas, ó favorecidos por otras circunstancias, no es posible ponerlo en duda.[9]

Topinard, hablando de las migraciones, menciona la de los polinesios, que de la isla de Borotu ó Boru se dirigieron á varias islas del Pacífico; y establece que los tehuelches (patagones) proceden del Oeste, según ellos lo afirman.[10]

Las expediciones forzadas ó voluntarias de los polinesios han podido llegar á las islas de Chiloé, y dar origen á su población si, como lo demostraremos después, ciertas circunstancias especiales las hubieren favorecido.

Los viajes por mar, aun en débiles embarcaciones, son de relativa facilidad, máxime si, como sucede en la Polinesia, durante el trayecto se encuentran islas escalonadas en donde se puede obtener lo necesario a la vida de los viajeros.

Las islas en este caso establecen un enlace entre varios puntos separados, «a la manera de esas piedras que colocamos en las corrientes para poner el pie y pasar de una orilla a otra», como dice Topinard.

Las contracorrientes marítimas que corren al lado de las corrientes ecuatoriales, y que flanquean aun hasta el Gulfstrean , han podido ser poderosos auxiliares de las expediciones voluntarias ó fuerzas arrastradoras de las que se han encontrado dentro de las zonas en que estas corrientes ejercen su acción. De esta manera es fácil explicarse el cómo las islas de Chiloé han podido ser habitadas.

En esta forma también han de haber sido poblados los Archipiélagos de los Chonos y de la Tierra del Fuego.

La diferencia antropológica ó estructura corporal y de lengua de estos tres pueblos dicen claramente que sus pobladores han venido de puntos muy distintos.

Al final de este capítulo manifestaremos cómo los vientos y las corrientes marítimas han llevado hasta inmensas distancias emigraciones forzadas, a fin de inspirar la persuasión de que los primeros habitantes de nuestro país llegaron aquí en forma igual ó voluntaria á aquellos que poblaron territorios para ellos desconocidos.


Radicada la invasión en las islas de Chiloé, la población comenzaría á desarrollarse paulatinamente, dadas las condiciones del clima y el número reducido de los invasores.

El proceso del crecimiento debió ser largo, si se toma en consideración las razones apuntadas y la de que el desarrollo de las razas salvajes es siempre lento por sus costumbres, que son contrarias á la razón y una rudimentaria previsión.

A la vuelta de muchos siglos el número de los pobladores habría crecido, la población habría llegado a ser intensa y se sentiría estrecha en la angosta faja habitable de las islas comprendidas entre el mar y el bosque, que nace á orillas del mar.

No teniendo más instrumento con que destruir el bosque y abrirse el espacio necesario para sus limitadas necesidades que el hacha de piedra, debió persuadirse de que ésta no era suficiente y el fuego no muy eficaz en una región en que las lluvias son casi diarias y por extremo copiosas.

El bosque es en aquellas islas impenetrable y casi invencible á la destructora acción del hombre actual, armado de instrumentos mecánicos a propósito.

¿Qué no sería para el hombre primitivo que desconocía el uso del fierro y que bregaría contra la naturaleza bravía de aquellas montañas, sin otra arma que su insignificante hacha?

Y mientras tanto, transcurriendo los siglos, aumentaba la población y no aumentaban, sino que, en proporción, disminuían los elementos de comodidad y vida.

El mar, ese eterno benefactor, no siempre permite que se extraiga de su seno lo que el hombre necesita, ni su prodigalidad se nota en todos los sitios como el hombre quisiere.

Avaro en ciertas partes, no ofrece á nadie el menor sustento; pródigo en otras, da cuanto de él se quiere exigir ó arrancar.

La tierra era aún más avara que el mar, porque casi no ofrecía nada á la vida del hombre, cubierta como se hallaba de una vegetación arborescente, con lluvias persistentes y sin el calor necesario del sol que todo lo vivifica.

Los árboles de los bosques apenas sí daban, como hoy, algunos desabridos é indigestos frutos.

De aquí que el habitante primitivo se viera en aquellas islas en la necesidad de ir de un sitio á otro para buscar los alimentos necesarios a su existencia.

La necesidad de atravesar los canales que separan las islas, con el fin indicado, que no podía hacerse sin auxilio de un instrumento que facilitase el viaje y lo pusiese á cubierto de los peligros de la travesía, le inspiró la contrucción de una embarcación igual ó tal vez parecida á aquella en que sus antepasados llegaron a esas islas.

El hombre primitivo del Archipiélago, inspirado por el medio en que vivía, se hizo constructor y construyó la embarcación sobre la cual podría ir de isla en isla, llegar al continente próximo, cuyas blancas cordilleras le invitan a visitarlo.

Aún se ve en Chiloé, surcando por los canales, el bongo ó huampu, que no es otra cosa que un tronco de árbol ahuecado, que ha de ser un remedo de la primitiva embarcación chilota y acaso también de la embarcación oceánica tradicional.

Tenemos, entonces que, por las exigencias del incremento de la población, el indio chilote necesitó una correspondiente expansión territorial donde establecer el exceso de una población, que en las islas se sentía estrecha y acaso hambrienta.

¿Qué dificultaba entonces su translación á otras tierras en donde era probable que las condiciones de la vida serían menos dura?

Ya poseían aquellos la embarcación que les facilitaba el cambio de vivienda, y cambiaron en efecto.

El estímulo para la emigración persistía en todas las causas apuntadas.

La población isleña sentó al fin su planta en el continente.

Las ventajas del cambio de este nuevo ambiente elegido para vivir se le impusieron desde los primeros momentos.

La vida en esas comarcas era más tranquila y exenta de guerras con los vecinos.

Allí se disfrutaba de mayor comodidad, porque las lluvias y las nieblas que envolvían perpetuamente al Archipiélago no se sentían con la misma persistencia.

El suelo ofrecía variedad de frutos tuberculosos, granos y plantas alimenticias y los árboles regaladas y sabrosas frutas. La papa, llamada por ellos poñi, el lahui, el gnadu, el trroltrro, el liuto, tan conocido y usado entre nosotros; el huegen y el mango, cebadilla de que hacían harina y comidas; la teca, el madi, la quinua y la teatina, tan abundantes; varias especies de altramusas, que daban granos semejantes al frejol, así como la arvejilla que producía un fruto semejante á la arvejilla común; la frutilla ó llahuen que aún tapiza grandes extensiones de los campos del Sur; el pangue, que les ofrecía la nalca; y el rahuay, tan gratos durante la estación estival; la romaza y el rábano, que comían y comen cocidos; el gudón ó tallos de nabos; los brotes del colihue y la quila, etc., son aún apetitosos alimentos del indio; el piñón o pehuen que aún llena las rucas de los indios con acopios para la estación escasa de las lluvias; el maqui, el peumo, el boldo, el queule, el copihue, el cóguil, la murta, el cauchao, el huingán, el chupón o achupalla, así como gran variedad de hongos alimenticios, etc.

Por los campos pululaban animales de suculentas carnes, de sana alimentación, y los aires y los ríos les ponían al alcance con poco esfuerzo de lo que en sus tierras habían dejado.

La nueva tierra era mucho mejor que las nebulosas del Archipiélago, mil veces mejor.

Influída por la situación que aquella comarca les había ofrecido á los primeros inmigrantes, la población isleña envió nuevos contingentes que fueron radicándose en el continente, las que respondían mejor a las exigencias de sus necesidades.

Así fueron formándose agrupaciones en las tierras más fértiles, y diseminándose á medida que la población adquiría mayor desarrollo.

Cuando los españoles penetraron en Chile por el Norte, notaron que, escasa en aquellas regiones la población aborigen, iba adquiriendo mayor densidad á medida que avanzaba hacia el sur.

Al Sur del Bío-Bío la densidad se acentuaba en la forma más real; era allí muy densa.

¿Qué revela este hecho que hoy se puede comprobar aún?

Lo que venimos sosteniendo: que la población aborigen de la parte continental se derivó de las islas del Sur; allí estaba el núcleo del cual había partido ésta.

La densidad notable de la población en esta región y la progresiva disminución hacia el Norte, se explican, la primera por hallarse estos territorios más inmediatos á las fuentes emigratorias, y la segunda, porque la fuerza de expansión disminuye á medida que se aleja del centro de donde ha partido esa fuerza. Es esta una ley social y una ley física que se comprueba a cada paso.

Si la inmigración hubiese invadido al país por el Norte, en esas regiones se habría mantenido más densa la población, y más diseminada á medida que se avanzase hacia el Sur, por las mismas razones que explican la circunstancia contraria anotada.

La paz no era lo ordinario en la vida de los primitivos habitantes de Chiloé. Teniendo vecina á una raza turbulenta y belicosa que hacía incursiones agresivas en las islas próximas, se comprende que lo pasasen en continuas agitaciones guerreras y que esto ocupase parte del tiempo de aquellos pacíficos moradores.

La tradición oral entre los chilotes relata las escenas de algunas de estas prolongadas guerras con los chonos, que, como es sabido, habitaban las numerosas islas del Archipiélago de Huaytec, que hoy se dice Huaytecas, situadas al Sur del Archipiélago de Chiloé.

Parece que los chonos eran más esforzados que los chilotes y de aquí que el que venciendo á éstos en la guerra, hubiesen fundado en muchas partes establecimientos, a los cuales dieron nombres de la lengua chona, tales son: las islas de Laitec, Tac, Quenac, Chaulinec, Cahuac, Isquiliac y Puluc; costa de Ichuac, Auchac y Chullic y punta de Alhuac[11].

Estos nombres geográficos, que no corresponden en absoluto á aquellos que los chilotes empleaban para designar los lugares, que eran pintorescos ó descriptivos ó que expresaban ideas concretas de los accidentes o circunstancias características del lugar, son evidentemente nombres chonos; y para evidenciar esta opinión, exhibiremos otros nombres, geográficos también, con que los indios de esta raza conocían muchas islas y costas del Archipiélago que habitaban, tales son: Islas Fugulac, Leucayec, Chalacayec, Caicayec, Quetaiguelec, Semanic, Isquiliac, Ichanac, y frente a la desembocadura del Palena, Hichanec; ríos Lucac, Atalquec; puertos Tambac, Cupcayec[12].

Sin duda de esas guerras nació el odio recíproco que animaba á esos dos pueblos y que tuvieron manifestación en sus frecuentes hostilidades.

Los isleños de Puluc, Tabón y Quenu, del grupo de Carelmapu, refieren las tradiciones conservadas de sus mayores, según las cuales los chonos hacían frecuentes incursiones en esas islas. — Venían los chonos por tierra costeando el continente y por mar para facilitar con sus embarcaciones el desembarque en las islas que iban á agredir.

En estas guerras los chonos alcanzaron á conquistar la isla de Puluc; pero como ellos vivían á considerable distancia no pudieron mantener su conquista. Por lo cual de tiempo en tiempo volvían al Norte y recomenzaban sus hostilidades contra las islas mencionadas y en especial contra los pulucanos, á intento de someterlos.

Los chonos hacían, como era natural, guerra salvaje: mataban á los vencidos, arrasaban las chozas y sembrados y llevaban cautivas las mujeres.

Los indios pulucanos temían en los últimos tiempos á los chonos como á azote de Dios.

En la extremidad meridional de la isla de Puluc hay una eminencia que se conoce hoy como cerro de la Centinela. Desde esa elevada montaña observaban los pulucanos noche y día las costas del continente y los mares que los circundan, la venida á sus tierras de los chonos, no ya para aprestarse para repeler la invasión, sino para huir medrosos á sus bosques ó para buscar asilo en las islas vecinas.

Mientras estas escenas sangrientas tenían lugar en el Norte del Archipiélago, en el Sur los chonos no daban respiro de paz á los chilotes de esas regiones. De aquí, como hemos dicho, el que aquellos indios se estableciesen á firme en muchas islas y costas, como se recuerda hasta el día.

En el Sur de Chiloé se conserva la tradición de una invasión de los chonos llevada á efecto á mano armada y en forma sorpresiva. Ese asalto tuvo por objeto quitar sus mujeres á los chilotes y llevárselas cautivas á sus islas.

La empresa realizada con tino y con astucia, dió buenos frutos á los chonos; muchas mujeres tuvieron que seguir la suerte de los vencedores y resignarse á soportar la situación que su adversa fortuna les había creado.

Los chilotes, por su parte, amedrentados con tan porfiadas guerras contra un adversario valiente y activo, se resignaron por el momento a soportar el ultraje, pero conservaron en sus pechos el deseo de vengarlo.

Algunos años después, una partida de chilotes penetraba en las islas chonas, también de sorpresa, matando á cuantos indios caían á sus manos, recobrando algunas de sus mujeres y llevándose cautivas á otras.

En esta matanza de hombres salvaron algunos indios, cobardes ó tímidos, que acompañaron a los chilotes en sus hostilidades y que fueron traídos como cautivos y llevados a Caylín, Quellón y Chaulinec, en donde viven sus descendientes, que hemos conocido allí.

La vida, en las condiciones en que se desarrollaba en Chiloé, no era á propósito, en manera alguna, para favorecer la inmigración, pero era un poderoso motivo para provocar y mantener la emigración.

El que emigra busca climas saludables y benignos, tierras fértiles y paz inalterable, como queda dicho, aparte de condiciones generales superiores á las del país que abandona, y ninguna de estas exigencias, fuera de la paz, habría visto satisfechas en Chiloé, quien por aquellos tiempos, y aun hoy mismo, emigrase del continente á aquellas islas.

El emigrante, por el contrario, deja su patria impulsado por un estado de cosas que no está en su mano modificar, como son las condiciones del clima, del suelo y su manera de ser social ó político ó económico.

Aquél y éste buscan cambiar favorablemente su situación; pero entre el que inmigraba a Chiloé y el que emigraba de allí, todas las ventajas estaban, como están hoy, por el último.

Dadas estas condiciones de un estado social turbulento, y perturbado por guerras salvajes, lo natural es imaginar que la migración al continente estaría representada por una migración sin solución de continuidad, como un medio de alcanzar al fin la tranquilidad que es tan necesaria al hombre y á la sociedad, de la que aquél es un factor.

Para terminar, bastando lo anterior á nuestro objeto, transcribimos las palabras que sobre esta cuestión de origen ha escrito un hombre que se ha ocupado de ella con rara prolijidad : «Nadie puede decir cuál es el origen de los americanos. Todas las hipótesis son permitidas, y lo más seguro es abandonar la cuestión hasta que alleguemos pruebas más decisivas, ó, lo que es más probable, hasta que estemos una vez más obligados á confesar la impotencia de nuestros conocimientos, la insuficiencia del saber humano para resolver los grandes e irresolubles problemas que se levantan delante de nosotros». — (Brancroft, Razas primitivas, tomo V)


  1. Es algo particular lo que sucede entre los indios veliches o chilotes. Contra lo que en todos los pueblos se ve, la persistencia de la raza y de la lengua, entre los indios veliches desaparece rápidamente en su propio suelo, en su exclusivo ambiente, sin otras influencias que la del tiempo y la de la raza y lengua castellana que aprenden en la escuela y en el trato con los descendientes de españoles. En el día, el veliche lo hablan los ancianos que habitan las islas de Apiao, Alao y Chaulinec y en la reducida población del rancherío y costa de Cucao, en la isla de Chiloé, según lo observamos en nuestro paseo por esta costa en 1887.
  2. A fin de que pueda tenerse una idea del lapso de tiempo que que han abarcado estas edades, vamos á transcribir lo que un reputado antropólogo ha dicho á este propósito por la que á Europa concierne: «pero sea cual fuere ese término, la duración de la época de la piedra pulimentada ó neolítica, ha debido ser muy larga; habiendo bastado para poblarse la Europa desde la Escandinavia á Gibraltar de monumentos megalíticos, de grutas funerarias y de viviendas. Durante él han ocurrido grandes acontecimientos, como guerras é invasiones, han aparecido nuevas razas que han tenido tiempo para cruzarse con las autóctonas y formar razas mestizas, casi tan variadas como en la actualidad. Y sin embargo, esa duración es nada si la comparamos con la de la piedra en bruto ó paleolítica que la precedido». Topinard. Antropología, cap. IX.
  3. Sven Nilson. Les primitifs habitants de la Scandinavie, cap. VI; Antequera. Historia de la legislación española, cap. I; Hiering. La pre-historia de los indo-europeos, Madrid, 1898.
  4. Se ha estimado como segura toda investigación que se hace para deducir orígenes del estudio de los cráneos. Antes de Retzius se creía que los lapones y esquimales pertenecían á una misma raza y de esta opinión participó hasta Cuvier; pero los estudios hechos por este sabio naturalista vinieron á manifestar que los que tales ideas sustentaban habían incurrido en un error: los lapones son braquicéfalos ortoñatos, y los esquimales dolicocéfalos proñatos, ó que aquellos son de cráneo corto y estos de cráneo largo. Sven Nilson, «op. cit»., cap. III.
  5. Los indios que han poblado el territorio comprendido entre el Bío-Bío y el seno de Reloncaví, se han llamado ellos mismos mapuches y no araucanos, como los han denominado los cronistas. El nombre de veliches corresponde al que los chilotes se dan.
  6. ¿Sería desacertado buscar nuestro amor á la paz y á la tranquilidad en el carácter tranquilo y hasta indiferente del indio de quien hemos heredado en su sangre esta cualidad y el amor á la patria, que es en aquél invencible atavismo?

    Acabamos de leer en un diario el siguiente relato de una emigración forzada por el hambre.

    En los periódicos de Puerto Rico encontramos las siguientes noticias que nos pintan la situación en que está la isla:

    «Guánica, abril 21 de 1900. En la próxima semana se espera que se embarcarán para Hawai 2,000 portorriqueños. El California llegará el 23 y vendrán otros buques para transportar más inmigrantes. Se han llenado más casas de emigrantes que el mes pasado, y cada día aumenta el número de ellos.

    Se usan carretas para conducir á los que abandonan su país natal, desde la oficina prin- cipal, en la plaza de Yauco hasta el puerto de Guánica. Muchos carros llegan a esta tranquila población tarde de la noche, y un viva para Hawai anima a los que están ya en el muelle.

    Ponce, abril 20.—La Cámara de comercio de esta ciudad, teniendo noticias de que la Cámara de Comercio de San Juan no había autorizado el cablegrama que la primera dirigiera al señor Presidente Mac-Kinley, se decidió enviar el cable á Wáshington.

    Hé aquí el mensaje:

    «Mac-Kinley, Cámara de Comercio, Mayagüez y Ponce, unánimente protestan sobre las condiciones económicas favorables de la isla. Negamos semejantes afirmaciones, pues nunca hemos tenido una situación tan crítica, ni se había visto un estado de miseria como el presente.

    «La escasa circulación de moneda ha creado un estado de indigencia en el pueblo. Esto no había acontecido en Puerto Rico desde su descubrimiento.—Armstrong Bravo, Presidente»

    Nueva York, abril 25.—El vapor Catania, con un pasaje de cerca de mil emigrantes portorriqueños llegó á Colón, Panamá.

    Los emigrantes fueron conducidos por ferrocarril a la ciudad de Panamá, donde serían embarcados para Guayaquil, Ecuador.

  7. El cronista de la conquista, Mariño de Lovera, dice á este respecto lo siguiente: «Y es muy regalada (la tierra de Chile) de cosas de caza, de voltaería y cetrería; en particular de venados que se cogen en grande abundancia; por lo cual los indios no se curaban antiguamente de darse á cultivar sus tierras, contentándose con las aves y otros animales que cazaban, gustando más ser flecheros que labradores».
  8. En el presente estudio no haremos caudal de las opiniones que se han exhibido y emitido para comprobar que los chinos han llegado á las costas occidentales de la América antes del descubrimiento de Colón; bastará á nuestros propósitos llamar la atención del lector á las obras de Quatrefages y Topinard tituladas L' Espece Humaine y Antropologie, aquélla en el capítulo XVIII y ésta en el IX, que han acumulado muchos hechos.
  9. Quatrefages hace mención de hechos ocurridos en 1731 y 1764, que embarcaciones de las Canarias fueron arrojadas por los vientos alisios a la corriente ecuatoriana y arrastradas por ésta á las costas de la América. L' Espece Humaine, cap. XVIII. Sabido es que el Brasil fue descubierto por Alvarez Cabral, navegante portugués, y llevado hasta allí por los vientos y las corrientes desde las costas del Africa.
  10. Anthropologie, cap. IX.
  11. Hé aquí la situación de las islas, puntas y costas mencionadas. Islas: Laitec, al Caylín; Tac, Quenac, Chaulinec, Cahuac (hoy Cahuach), del grupo de las de Quinchao; Isquiliac, en la costa del Departamento de Castro; Puluc (hoy Puluque), del grupo de Carelmapu. Puertos: Ichuac, en la isla de Lemuy; Auchac, en la isla de Chiloé, entre las puntas de Chahua y Huildad; Chullic (hoy Chúlique), en la isla de Quinchao; y Alhuac, punta en la costa de Castro, al Sur de la de Catiao.
  12. Relación del viaje del jesuita José García desde la misión de Caylín hacia el Sur por los años de 1766 y 1767 que se publicó en el Anuario Hidrográfico, año XIV. — Nótese que en el Archipiélago Huaytec y en el de Chiloé hay dos islas con el mismo nombre de Laitec.