Estudios críticos por Lord Macaulay/Dryden
DRYDEN.
Corresponde á Dryden por aclamacion el puesto más preferente y principal entre los poetas ingleses de segundo órden; y en verdad que su asiento es envidiable todavía, teniendo en cuenta el órden de las precedencias, quiénes son los primeros, y cúyos timbres ostentan en el libro de oro de la aristocracia intelectual. Y por si acaso esto no fuera bastante, la fama entiende, además, que si hubo algunos pocos que lo aventajaron en ingenio, ninguno ejerció influencia superior á la suya, ni tan extensa y duradera tampoco en el modo de pensar y escribir de los ingleses; como que su vida comprende un período importantísimo en el cual tuvo lugar trascendental revolucion en el buen gusto literario de sus compatriotas, y que representó en ella el papel de Cromwell. En efecto, así fué, y colocándose Dryden sin escrúpulos á la cabeza del movimiento hasta en sus mayores extravíos y licencias, consiguió dominarlo, encauzarlo y dirigirlo completamente, y á fuerza de señalarse por su audacia entre los más temerarios, y por su temeridad entre los más rebeldes, se alzó, al fin, con la soberanía y quedó reconocido. Por tal modo, el que comenzó su carrera cometiendo los más insensatos excesos, la dió término en tranquila posesion de su poder, despues de promulgar nuevo código y de fundar nueva dinastía.
Puédese, no obstante, decir de Dryden, como de la mayor parte de aquellos hombres que se han distinguido en las letras ó en la política, que la línea de conducta seguida por él, y los resultados obtenidos, ántes fueron obra de las circunstancias en que se halló, que de sus cualidades personales. Pues harto saben los que leen la historia con inteligencia cuánta es la falsedad contenida en los panegíricos é invectivas que atribuyen á ciertos individuos las grandes revoluciones morales ó intelectuales, la subversion de los sistemas establecidos y el nuevo carácter que toman los siglos; porque las diferencias entre los hombres no son tan grandes como lo entiende supersticiosa muchedumbre, siendo lo cierto solamente que los mismos afectos y pasiones que daban por resultado en la Roma pagana la apoteósis de un emperador popular, son los que han movido á los hombres en todo tiempo á fomentar ilusiones que sean eficaces á ponerlos en el caso de adorar alguna cosa. Y así como á virtud de una ley de asociacion de cuyo influjo no se libran completamente nunca ni las personas de mejor criterio, el dolor predispone al odio y al amor la dicha, áun cuando no puedan atribuirse la felicidad ni el sufrimiento á determinado individuo, y acontece por tanto que los enfermos desahogan su mal humer hasta en los mismos que los asisten y contemplan, y que los hombres venturosos hasta con sus enemigos suelan ser magnánimos y apacibles; de igual manera el entusiasmo que produce á los pueblos el espectáculo de los grandes acontecimientos los predispone á forjar ídolos á quienes atribuirlos cuando no los hallan ya creados en la medida de su necesidad de adoracion. Así han caido grandes naciones en ciertas absurdas idolatrías dignas del Egipto, rindiendo culto á leños del calibre de Sacheverell y á reptiles de la especie de Wilkes; y así es tambien como pueden prosternarse delante de ciertas divinidades que recibieron de sus manos la traza que tanto mueve y excita su propia veneracion, y que habrian permanecido informes sin su discurso é industria, concluyendo por persuadirse de que son ellos las criaturas de lo mismo que crearon. Pero no son los hombres, por más esfuerzo que hagan, los artífices de su siglo, sino este quien los amolda y les imprime su carácter. Cierto es que los grandes ingenios influyen sobre la socied ad que los ha hecho tal cual son; mas con esto su obra se reduce á devolver aquello mismo que recibieron, adicionado de los intereses. Los protestantes alaban á Bacon y censuran á Santo Tomás de Aquino; pero si los hicieramos cambiar de puesto, Bacon hubiera podido ser el Doctor angélico, el discípulo más sutil acaso que produjera la filosofía de Aristóteles, y el dominico sacar las ciencias de la casa de servidumbre. Si Lutero hubiera nacido el siglo x, no habria hecho la Reforma, y si no hubiera nacido, es evidente que se habria verificado el siglo xvi un gran cisma en la Iglesia. En tiempo de Luis XIV Voltaire hubiera sido probablemente celoso jansenista como la mayoría de los literatos de la época, y representado importantísimo papel entre los defensores de la gracia eficaz, y atacado de una manera muy acerba la moral relajada de los jesuitas y los desrazonables acuerdos de la Sorbona. Si Pascal hubiera entrado en la carrera literaria en tiempos de más general ilustracion y cuando fueron los abusos más evidentes, cuando Dubois Iscariote deshonraba la Iglesia, y las orgías de Canillac afrentaban la corte, y la nacion francesa era víctima de los escamoteos de Law; si hubiera vivido bastante para ver una dinastía de mujerzuelas, un erario exhausto, un ejército temible sólo para quienes debiera proteger, y un clero que profesaba por religion la intolerancia, es posible que Pascal hubiese participado de las preocupaciones absurdas contra la monarquía y el cristianismo que concibieron todos los hombres de talento que á la sazon se hallaban en Francia, y que la sátira que redujo á la nada los sofismas de Escobar, la elocuencia que defendió tan calurosamente á las religiosas de Port—Royal, y la entereza que no doblegó en ningun caso el poder pontificio, habrian sido eficaces á elevarlo al rango de patriarca en la Iglesia filosófica. Se discutió mucho y por largo tiempo para inquirir si la honra de haber inventado el sistema de las fluxiones corresponde á Newton ó á Leibnitz, y el resultado ha sido saber que ambos hicieron el descubrimiento simultáneamente, lo cual, si bien se examina, en el estado que se hallaban las matemáticas entónces, nada tiene de extraño, pues en virtud de ellas, á no existir ninguno de estos grandes hombres, cualquiera otro sabio hubiese descubierto sus principios al cabo de algunos años. La teoría de la renta, que admiten al presente todos los economistas, fué planteada, ó, mejor dicho, revelada simultáneamente por dos publicistas que nunca tuvieron comercio de ideas; pero como quiera que los especuladores se preocupaban hacía tiempo del asunto sin vagar, la menor circunstancia hubiera sido causa de su descubrimiento en plazo no lejano. Lo propio acontece, á nuestro parecer, con todos los descubrimientos que han enriquecido el caudal del saber humano; pues sin Copérnico, hubiéramos poseido su sistema; sin Cristóbal Colon, se habria descubierto la América, y sin Locke nos hallaríamos en posesion de la teoria del origen de las ideas en la inteligencia: que la sociedad, del propio modo que la tierra tiene montes y valles y llanuras inmensas, tiene grandes hombres y medianos, y muchedumbres; mas las desigualdades de la inteligencia, lo mismo que las desigualdades de la superficie del globo, influyen tan poco en proporcion de la masa, que puede hacerse abstraccion de todas ellas al calcular sus grandes revoluciones. Y así como las partes más elevadas de nuestro planeta reciben los rayos del sol cuando todavía no ha parecido en el horizonte, asi las inteligencias superiores descubren la verdad ántes de ser evidente á la multitud; quedando reducida toda su obra no más que á ser los primeros en recoger y reflejar la luz que, sin su auxilio, se habria becho visible un momento despues á la generalidad.
Puédese tambien decir lo propio de las bellas artes; porque las leyes á las cuales obedecen así el progreso como la decadencia de la poesía, de la pintura y de la escultura, funcionan con la misma regularidad que las que rigen el curso de las estaciones y su vuelta, y los periodos de abundancia y de miseria, y así, los que parecen dirigir el espiritu público y el buen gusto no son generalmente sino sus precursores en el rumbo que toma de su propio movimiento. Y pues no podrian ser bien comprendidos los méritos y los defectos de Dryden sin persuadirse debidamente de las leyes indicadas, expondremos ahora cómo las percibe nuestro entendimiento, empezando por decir que los tiempos que produjeron las obras maestras de la imaginacion no han sido aquellos inspirados del mejor gusto y regidos de sus pragmáticas, cual si las facultades creadoras y las críticas no pudieran conseguir juntamente su más alto grado de perfeccion; fenómeno cuya causa es lácil, en nuestro concepto, de señalar.
Del propio modo que quien sabe desmontar una máquina y conoce perfectamente cada rueda y resorte y sus aplicaciones puede, mejor que quien ignora la mecánica, construir un aparato de igual fuerza, en todos los ramos de las ciencias morales ó fisicas que consienten análisis exactos puédese combinar desde el punto que se puede disolver. Mas el análisis á que la crítica puede someter la poesía es incompleto de necesidad, en razon á existir en ella un elemento que no lo resiste y que escapa siempre á sus investigaciones, siendo precisamente aquel que constituye su esencia y á virtud del cual la poesía es poesía. Porque si el lector discreto descubre fácilmente las imágenes forzadas en las descripciones de la naturaleza, nunca logra explicar el arte de quien, valiéndose de pocas palabras, evoca lugares, por ejemplo, á sus ojos con tanta verdad y exactitud, que luégo los conoce cual si hubiera pasado su infancia en ellos; misterio tanto más inexplicable, cuanto que aquello mismo descrito por otro, aunque se valga de los mismos materiales, del mismo follaje, y de las mismas aguas y flores; aunque no cometa la más leve inexactitud, ni diga cosa ninguna superflua, ni omita nada necesario al conjunto de la descripcion, ningun efecto produce, como no sea el que pudiera causar la lectura del anuncio de una casa de campo, vg., puesta de venta, con jardin poblado de árboles y plantas, y fuentes, y lagos, y cenadores, y vistas deliciosas.
Pongamos otro ejemplo. El lector más superficial de Shakspeare comprende los grandes rasgos del carácter de Hotspur, su valor extraordinario, su amor á la gloria, su natural desdeñoso, altivo y bizarro, y la facilidad con que se dejaba llevar de sus caprichos sin preocuparse de las susceptibilidades que pudiera herir ni de las enemigas que pudiera provocar. Pero como la crítica no pasa de ahí, resulta que algo falta en la pintura, pues con todas estas circunstancias y cuantas logre descubrir el observador más prolijo y concienzudo para inscribirlas en el catálogo de las cualidades y defectos de Hotspur, puede reunirlas el hombre sin ser por eso un Hotspur; y así es, en verdad, porque cuanto hemos dicho de él se acomoda perfectamente á Falconbridge, y sin embargo, la mayor parte de los discursos de Hotspur sentarian mal en su boca. Lo cual nada tiene de extraño, y acontece á cada paso en la vida, pues hallamos siempre grandes contrastes en personas que describiríamos casi de idéntico modo si hubiéramos de hacerlo, costándonos en ese caso grandísimo esfuerzo indicar siquiera diferencia entre unas y otras, siendo empero evidente que nos producen muy diversas impresiones, y que no alcanzamos á explicarnos que aquéllos hablen y se muevan como éstos y viceversa. Supongamos que un naturalista quisiera describir un animal, un puercoespin, por ejemplo, á quienes nunca lo hubieran visto: el puerco—espin, diria, es un mamifero del órden de los Glirianos, tiene bigotes, mide dos piés de largo, trae cuatro dedos en cada pata delantera y cinco en las traseras, dos incisivos salientes en cada mandíbula y ocho muelas, y su cuerpo está cubierto de cerdas y púas. Dicho esto, ¿quién de sus oyentes se habria formado idea exacta del puercoespin? ¿Habria dos entre ellos que lo imaginaran de igual modo? De todas suertes no hay dudar en un punto, y es en cuanto á que podria existir infinita variedad de animales con los mismos caracteres indicados, y sin la menor semejanza entre ellos. Ahora bien, lo que á un verdadero puerco espin es la descripcion del naturalista, son á la pintura y la poesía las observaciones de la critica, la cual no logrará reconstituir de una manera perfecta lo que descompone imperfectamente; siendo por tanto tan imposible producir un Macbeth ó un Otelo, invirtiendo procedimientos de análisis, incompletos al punto que acaba de verse, como al anatomista reconstruir un hombre y animarlo con los despojos de una sala de diseccion. Y esto es así, porque en ambos casos escapa el principio vital á los instrumentos más sutiles, y se desvanece no bien se toca el punto en que reside; siendo por esta causa los poemas cuyos autores todo lo fian al talento crítico, catálogos de virtudes y defectos en lugar de imágenes de la realidad, y los caracteres que trazan, alegorías, y los tipos que presentan, virtudes cardinales ó pecados mortales, no séres humanos virtuosos ó corrompidos; como que quien las lea creerá encontrarse rodeado de los personajes del Viaje del Peregrino, de Bunyan.
Dicese generalmente que no basta el discernimiento crítico para formar poetas; y aunque no se dice con tanta claridad por qué les impide serlo, á nuestro parecer estriba todo en que la poesía exige conviccion y no crítica. Pues los que sienten más profundamente la poesía, y mejor trasmiten al papel aquello que les dicta, son los que olvidan que sea obra de arte y que hacen de sus cuadros, como de las realidades que representan, motivo de sus lágrimas ó de sus alegrías, de su indignacion ó de su benevolencia, no de estudios periciales sobre la materia; los que se hallan bajo el influjo de la ilusion de tal manera que no se fijan en el genio que la produce; los que se preocupan tanto de la suerte de Ulises en la caverna de Polifemo que no atienden al juego de palabras sobre Utis, y los que olvidan á Shakspeare mientras lloran y maldicen con el rey Lear. Pero si sólo persuadiendo al público de las creaciones de su imaginacion es como el hombre se hace poeta; sólo tratando estas creaciones como fantasías, y analizándolas en la medida de lo posible para restituirlas á sus elementos, es como se hace crítico, advirtiendo que tan luego percibe á virtud de esto el talento del artista, desaparece por completo el encanto.
Bastan á nuestro parecer las consideraciones expuestas para explicar los errores en que han caido los más claros ingenios al proponerse fijar reglas generales para la composicion ó pronunciar juicios sobre las obras de otros. Pues no teniendo costumbre de analizar lo que sienten, siguese de aquí que relacionan constantemente sus impresiones con causas que no pueden haberlas producido, y cuando disfrutan leyendo un libro, no consideran que acaso aquel placer sea efecto de las ideas que haya evocado en ellos una palabra insignificante al tocar el primer eslabon de una cadena de pensamientos que sólo está en su propio espíritu y que tal vez han supuesto en el autor de las bellezas que admiran.
Cervantes, por ejemplo, encanta con su novela inmortal del Quijote á cuantos tienen la dicha de leerla; no hay en Europa quien no se deleite repa sando sus capítulos, áun en las peores traducciones, y que no conozca la triste figura del andante caballero y la cara mofletuda de Sancho; y los críticos más expertos y descontentadizos se admiran de la extraordinaria perfeccion de un arte que, sin faltar á los respetos debidos en ningun caso, logra mover á risa constante con la mayor de las calamidades humanas; y no ménos se sorprenden de la maestría, delicadeza y soltura de pincel de quien supo hacer por todo extremo risible un tipo sin menoscabar su mérito, su dignidad y su caballería. Mas al propio tiempo hay en el Quijote algunas disertaciones acerca de los principios del arte poético y dramático, que con ser la parte más laboriosa y esmeradamente trabajada de la obra, son de tan escasa importancia, que acaso no merecerian en nuestros dias ver la luz pública en la seccion literaria de un periódico politico.
Los lectores de la Divina Comedia no pueden ménos de quedar sorprendidos con las muestras de respeto que da el Dante á ciertos escritores que no le igualaban ciertamente; pues ni áun se atreve á levantar los ojos delante de Brunetto, cuyas obras completas valen ménos que el más inferior de sus cien cantos, ni es osado á colocarse al nivel del enfático Stacio, ni su admiracion por Virgilio merece otro nombre sino el de idolatría completa y absoluta. Despues de todo, si se tratara de la diccion elegante, armoniosa y espléndida del poeta romano, nada tendria de extraño; pero es lo cierto que antes ensalza y aplaude como autoridad en órden á todas las cuestiones filosóficas la Eneida, que no á título de obra de imaginacion, porque considera los pasajes más usuales del poeta cual si fueran profundisimos oráculos é insondables arcanos, pareciéndole su guía océano de ciencia y foco intensísimo de luz.
Pero si Dante califica de esta suerte á Virgilio, los italianos del siglo xiv calificaron á Dante de igual modo; y áun cuando estaban orgullosos de él, lo alababan en toda ocasion, acuñaban medallas con su efigie, se disputaban la honra de guardar sus cenizas y retribuian maestros para explicar sus obras; aquello que les admiraba no era ciertamente la imaginacion poderosa que dió el sér á nuevos mundos, y familiarizó con sus espectáculos, sus magnificencias y hasta con sus más leves rumores los ojos y los oidos del espíritu; ni hablaban casi de aquellas creaciones terribles ó seductoras que comentan los críticos modernos con singular complacencia: Farinata, erguida, tranquila y altiva en su lecho de fuego eterno; Sordello, reposado y silencioso cual soñoliento leon, ó Beatriz, la de celestial sonrisa; sino que celebraban en el gran poeta los fragmentos de historia y de literatura, su lógica y su teología, su fisica tan absurda y su metafísica más absurda todavía, todo, en fin, excepto lo admirable y verdaderamente digno de alabanza. Y como el loco de la fábula que destruyó su casa buscando el tesoro que vió en sueños escondido bajo los cimientos, desmenuzaban una de las obras más ilustres y famosas del ingenio humano para descubrir tesoros de ciencia que suponian ocultos en ella, no existiendo sino en sus insensatas imaginaciones.
Nada eran los pasajes de mayor belleza, nada las magnificencias del estilo y las deseripciones incomparables de Dante, mientras no se hubieran pulverizado, por decirlo así, ó contrahecho hasta el punto de hacerles expresar monstruosas ó bárbaras alegorías; y todo, los sermones acerca del destino y el libre albedrio, ó las ridículas teorías astronómicas en que se pierde, reservando para unas y otras cosas los aplausos que habrian debido tributar á los versos terribles que revelan los misterios de la torre del hambre, ó que sirven para narrar la truncada historia tan luctuosa de aquel amor culpado y vehemente.
No decimos con esto que los contemporáneos de Dante hayan leido indiferentes la historia de Ugolino dirigiéndose á tientas por entre los cuerpos demacrados de sus hijos, ni la de Francesca estremeciéndose al contacto de tímido beso y dejando caer de las manos el libro fatal, sino que sintiéndolas más fuertemente que nosotros, las admiraban ménos, acaso por esto mismo; pues los progresos de un pueblo que pasa de la barbarie á la civilizacion, producen cambios parecidos á los que se verifican en el progreso de un individuo que pasa de la infancia á la edad madura. ¿Quién no recuerda con melancolía su primera lectura de Robinson Crusoé? Entonces no estábamos en el caso de apreciar el talento del autor, ó mejor dicho, poco nos importaba que tuviera el libro autor ó no, y nos parecia que Robinson era inferior á ciertas rapsodias de Macpherson sobre Foldath el ceñudo, y Striadona la del blanco seno; ahora, en cambio, no estimamos á Fingal y á Temora sino como ejemplos de la facilidad con que puede acreditarse una historia y de lo poco que necesita un libro á las veces para ser popular, pero formamos mejor concepto de la obra de Daniel Defoe; reconocemos la mano maestra del autor en mil detalles que ántes pasaban inadvertidos, pero al propio tiempo que comprendemos mejor y percibimos el mérito de la narracion, nos interesa ménos. Ni tampoco podia ser de otra suerte, porque los tiempos aquellos en que se nos antojaban realidades las contenidas en el Robinson, cuando inspirados de su lectura queríamos poner en ejecucion sus lecciones, haciendo carretas y sillas, y perforando cuevas, y labrando cabañas en el jardin de la casa paterna, ya no volverán para nosotros.
Así son las leyes de la naturaleza humana, en cuya virtud á medida que va madurando el juicio, la imaginacion se debilita, flaquea y empobrece: que no es posible gozar al mismo tiempo del perfume de las flores primaverales y de la sazon de los frutos del estío y del otoño; del placer que ocasionan las investigaciones exactas y de los amables errores é ilusiones; ni asistir simultáneamente á la comedia desde las butacas y los bastidores; ni participar en las obras de magia de las mismas impresiones que los concurrentes del patio si vemos la maniobra del telar y oimos las voces del tramoyista.
Y á este propósito nos parece que desarrolla tan completamente nuestra proposicion el capítulo en el cual Fielding describe las impresiones de Partridge en el teatro, que no podemos prescindir de su concurso, citando lo más sustancial de él.
«Partridge, dice, creyó tanto en el actor Garrick cuanto habia dudado de Jones, y asistiendo á la representacion del Hamlet, se puso á temblar de tal suerte que sus rodillas daban una contra otra. Y como Jones le preguntara qué tenía, y si era miedo del guerrero que veia en la escena, Partridge le contestó: —Bien comprendo ahora que todo pasa como deciais; no tengo miedo de nada, ni hay tampoco motivo para ello, siendo comedia no más; y áun cuando fuera ese que vemos verdadero fantasma, está tan lejos de mí y hay tanta gente á mi alrededor, que no creo pudiese hacer mucho daño; pero tambien me parece que si tuviera yo miedo, no sería el único en tenerlo.—Vamos, repuso Jones, di la verdad; eres un cobarde y tienes miedo.—Llamadme como querais; pero si ese hombrecillo que está en las tablas no teme nada, os aseguro que no he visto nunca á nadie con miedo... Y dicho esto, Partridge seguia mirando la escena de hito en hito, sin quitar los ojos del fantasma y de Hamlet, reflejando en su fisonomía todos los movimientos que se sucedian en la del Príncipe... Concluido el espectáculo, Jones le preguntó cuál de los actores preferia.—El Rey, sin duda ninguna, le contestó, con muestras de mal humor y un tanto incómodo de la pregunta.—En verdad, Mr. Partridge, dijo entónces Mrs. Miller, que no teneis el mismo parecer que los demas; pues todo el mundo está conforme en que á Hamlet lo representa el mejor actor que se haya visto nunca en la escena.—¡El mejor actor ese!
prorumpió Partridge, sonriendo de una manera despreciativa. ¡Yo representaria como él! Y luégo, prosiguió, en esa escena, ó como la llameis, entre él y su madre, precisamente cuando me digisteis que lo hacía tan bien, no hay hombre de corazon á quien le haya tocado una madre semejante que no haga lo mismo. Burlaos de mi, señora, si os place, cuanto querais; pero si no he visto hasta ahora comedias en Londres, las he visto en mi pueblo, y sé apreciar lo que hace el Rey, pronunciando todas las palabras correctamente y en voz más alta que el otro, comprendiéndose desde luego que representa.» En este bellísimo pasaje, Partridge aparece crítico detestable del arte trágico; pero los que se burlan de él demuestran ser aún más insensibles todavía é incapaces de apreciar los talentos que él no comprende, pues si admira lo malo, tambien se conmueve al llegar á las escenas importantes; y como la manera de representar de Garrick lo impresiona realmente y lo perturba, lo cree inferior al cómico enfático y pretencioso que hace de rey. Esto mismo acontece siempre allí donde los espectadores entienden el teatro á la manera de Partridge, no siendo posible que los actores representen á la perfeccion ciertos papeles sin exponerse á ser silbados y á recibir una lluvia de proyectiles además. Lo propio aconteció é iguales efectos produjo en la imaginacion ardiente y creadora de los espectadores griegos el arte dramático en su infancia: como que refieren las historias cuán grande indignacion les produjo y cuánto reprocharon á Esquilo las terribles emociones que les causaron sus Furias. Herodoto dice que cuando Phrynicho puso en escena su tragedia de la ruina de Mileto, lo condenaron á mil dracmas de multa en castigo de haber atormentado á los espectadores con una obra tan patética; y considerándolo no como grande artista, sino como criminal autor de su martirio, cuando salieron de aquella pesadilla tan horrible lo trataron cual hubieran podido hacerlo con un mensajero de malas nuevas forjadas de su fantasía. Y esto mismo acontece tambien á los niños cuando se les acerca quien trae puesta una máscara medrosa, porque los asusta de tal modo que, áun cuando le hayan visto colocársela, como quiera que su imaginacion es más fuerte que su razon, piden á gritos que se despoje de aquello que les infunde miedo. Así haríamos tambien los hombres si el sufrimiento y el horror que nos causan las obras de imaginacion fuera tan intenso que llegase á ser insoportable; mas no acontece así porque tales emociones son comparativamente tan débiles y flojas en nosotros, que muy raras veces nos turban el apetito y el sueño, dejándonos siempre la presencia de ánimo necesaria para remontar á sus causas y apreciar el talento de quien las produce; y apartando, entónces, el ánimo de las escenas ó de las imágenes que nos han conmovido y hecho verter lágrimas para fijarlo en el arte que las escogió y combinó tan hábilmente, con los aplausos que tributamos á nuestra propia penetracion y sensibilidad, nos consolamos de la flaqueza demostrada.
Sin embargo, áun cuando creemos que sea eficaz el progreso de los pueblos á desarrollar las facultades de la razon á expensas de la imaginacion, la regla ofrece tambien excepciones aparentes; y decimos aparentes, porque no estamos persuadidos de que sean reales y verdaderas. Pues si bien se razonaba mejor en tiempo de Isabel, por ejemplo, que no en tiempo de Egbert, y era mejor la poesía, débese distinguir entre la poesía facultad del espíritu y la poesía obra de esa misma facultad; que en este último caso, no sólo depende la perfeccion de la poesía de la virtud imaginativa, mas tambien de los instrumentos de que se vale; siendo, por tanto, posible que haga progresos la poesía en cierto modo y hasta cierto punto, mientras la facultad poética pierde su fuerza: como que nunca guarda proporcion la vitalidad de la obra producida con la del original que se agita en el alma del autor, segun vemos demostrado en la pintura y escultura más principalmente. Porque quien se propusiera esculpir una estatua sin saber manejar el cincel ni haber estudiado la anatomía del cuerpo humano, áun cuando tuviera el ingenio de Canova, produciria una figura con mucho inferior al mascaron de proa más grotesco y groseramente trazado: Rafael mismo, si hubiera emprendido un cuadro sin estar iniciado en los misterios del arte, sólo habria conseguido manchar el lienzo de mala manera; cosa, dicho sea de paso, que le acontecia en sus primeros tiempos, si hemos de dar crédito á los inteligentes. Y no obstante, ¿podrá esto atribuirse á defecto de imaginacion en el gran artista? ¿Quién dudará de la infinita muchedumbre de séres hermosos que poblaria el mundo ideal de su juventud? ¿Quién será capaz tampoco de atribuir á un cambio sobrevenido en la constitucion de su espíritu la diferencia esencialísima que se advierte al primer golpe de vista entre sus primeros ensayos tan torpes y su admirable Transfiguracion?
Así en la poesía como en la pintura y la escultura, la imitacion necesita conocer bien aquello que quiere imitar y ser experta en la parte mecánica del arte; y como el talento no es eficaz á proveer de vocabularios, ni enseña tampoco cúyas son las palabras que mejor y más exactamente pueden expresar las ideas y hacerlas comprensibles á los otros con mayor perfeccion, todo el talento imaginable será en vano para trasformar en gran poeta descriptivo á quien lo posea, mientras no haya contemplado el aspecto de la naturaleza y dádose cuenta de él, ni en grande autor dramático, miéntras no haya experimentado y observado mucho la influencia de las pasiones en el corazon humano; siendo por tanto necesarios la experiencia y el trabajo, no para vigorizar y robustecer la imaginacion, que tanto es más poderosa cuanto es el hombre ménos capaz de razonamiento, como acontece con los salvajes, los niños, los locos y los soñadores, sino para facilitar al artista los medios de trasmitir al público sus propias emociones en el modo y forma ocasionados á producir efecto.
La imaginacion ejerce despótica influencia en los siglos de barbarie, porque la percepcion de lo ideal es en ellos tan viva que triunfa de todas las pasiones del alma y de todas las sensaciones del cuerpo.
En el principio, el fantasma surge y queda envuelto en impenetrable misterio, á la manera de tesoro escondido, de poesia sin palabras, de cuadro de invisi ble pintura, de música silenciosa, de sueño cuyas penas y alegrías sólo existen para el soñador, de amargura intensa, profunda y oculta, inadvertida de todos excepto del corazon que la padece; de alegría gozada no más de aquel que la siente. Y como los medios de comunicarse las ideas son aún groseros é imperfectos entre los hombres, anchos y profundos abismos separan á unos de otros los espíritus. Las artes de imitacion no existen todavía ó se hallan en estado primitivo; pero las acciones de los hombres bastan á demostrar que la facultad generadora de ellas está ya enferma: no inspira todavía el genio del artista; pero ya es distraccion del dia, terror de la noche y manantial inagotable de supersticiones absurdas: como que trasforma las nubes en personajes giganteos y los mugidos del viento en lamentaciones doloridas de séres errantes é invisibles que pueblan el espacio; y la fe que inspira es más completa y absoluta que la fe que pudiera producir la evidencia, y es tan fuerte como la suministrada por nuestras propias sensaciones. ¡Cómo, si no, el árabe asaeteado en la batalla, y próximo á espirar, veia moribundo la virginal sonrisa de la huri de ojos negros y rasgados que lo llamaba con su pañuelo verde para llevarlo al paraíso, y el guerrero escandinavo reia en las ansias de la muerte, pensando en el hidromel de Walhalla!
Las primeras obras de la imaginacion son febles y groseras, como ya dijimos, no por defecto de talento, sino de materiales, pues Fidias mismo nada hubiera podido hacer con un tronco de árbol y una espina de pescado, ni Homero tampoco á ser su lengua la de Nueva—Holanda.
Empero, imperfectos y rústicos como son necesariamente los primeros ensayos producen inmenso efecto, supliendo la vivacidad de impresiones de quien los escucha y ve todo aquello que les falta.
¿Quién no ha visto extasiarse de alegría á una niña de seis años con su muñeca cuando del juguete hace la inocente criatura su amiga y compañera inseparable, y la mima, y la contempla, y la viste, hablándole siempre? ¡No proporcionan á los hombres los ángeles cincelados por Chantrey, con ser maravillas de arte, la mitad del entusiasmo que á la cándida niña la tosca muñeca de dos pesetas regalo de su madre! Lo propio acontece con los salvajes, á quienes conmueven y agitan y admiran más las groseras composiciones de sus bardos que á los pueblos civilizados las obras maestras de los grandes poetas.
Con el tiempo se pulimentan y perfeccionan los instrumentos que la imaginacion emplea, y áun cuando los hombres no tienen más imaginacion entónces que tuvieron sus rudos antepasados, sino mucha ménos, á nuestro parecer, las obras de imaginacion que producen valen mas; y á contar de ese instante y por cierto espacio se compensa cumplidamente la merma de las facultades poéticas con la reforma de todos los medios que reclaman esas mismas facultades, llegando en ese punto la hora del reinado efímero de la perfeccion sublime, pasado el cual y á virtud de causas invencibles empieza la decadencia de la poesía. Porque los progresos del lenguaje que le fueron favorables al principio, se tornan funestos para ella, y léjos de compensar el empobrecimiento de la imaginacion, parecen precipitar su decadencia y ponerla más de relieve; habiendo acontecido con esto lo propio que al aventurero de las Mil y una noches con el ungüento maravilloso, pues si al ponerlo sobre uno de sus ojos luego al punto vió todas las riquezas ocultas en las entrañas de la tierra, cuando, creyendo ver más, lo puso tambien sobre el otro párpado, quedó ciego instantáneamente. Así fué para los ojos del cuerpo el elixir encantado, como es para los del espíritu el progreso del idioma, que comienza por evocar un mundo de ilusiones prodigiosas, y cuando se hace rico y alcanza la plenitud de su fuerza destruye y acaba por completo la facultad de ver con el alma.
Y como á medida que se desarrolla y progresa el humano espíritu los signos que sirvieron otro tiempo á suscitar imágenes vivas llegan á sustituirlas de todo en todo, los hombres civilizados piensan como trafican, no cual lo hacian en lo antiguo en especie, sino á virtud de una moneda legal y corriente. Las ciencias se desarrollan y prosperan en esos casos rápidamente y como ellas la crítica; mas no la poesía en el sentido elevado de la palabra, que decae y desaparece poco á poco, llegando con esto la decrepitud de las bellas artes y su segunda infancia, tan débil como la primera, pero sin aquellas esperanzas que la hermoseaban. Entonces son los tiempos de la poesía crítica, de la poesía llamada así por atencion y comedimiento, de la poesía que antes viene á ser producto de la memoria, del discernimiento y del ingenio que no de la imaginacion; poesía cuyo mérito reconocemos en gran número de casos, sin discutir con los que dan á sus obras más importancia que á los grandes poemas de otras épocas posteriores, sosteniendo solamente que pertenecen á otro género de composiciones y que son producto de otra facultad.
Conforta el ánimo pensar que progresa esta escuela de poesía critica juntamente con la ciencia, cuyo nombre lleva, y que la crítica, del propio modo que las demas ciencias, sigue su camino hácia la perfeccion; comprendiéndose mejor los principios á medida que se multiplican los experimentos.
En algunos países, en Inglaterra, por ejemplo, ha mediado un intervalo entre la caida de la escuela creadora y el advenimiento de la escuela crítica; período en el cual cayó la imaginacion en la decrepitud, estando todavía el buen gusto en la infancia; Interregno revolucionario que, como todos los de su especie, fué abundantísimo en extravagancias de todo género.
Pero si el buen gusto prevalece á seguida sobre las exageraciones y amaneramientos inseparables de semejante situacion y modo de ser; como la crítica no es todavía lo que debe, sino incompleta, confunde lo accidental y lo esencial, y deduce teorías generales de los hechos aislados. Véase, si no, qué sucedió en Francia y en Inglaterra, donde se ocuparon otro tiempo los literatos en averiguar cuántas horas debia durar la accion de un drama ó comedia, y cuántas comparaciones cabian en el primer libro de un poema épico, y si una obra que tiene principio y fin no podria prescindir de medio, y otras muchas cosas más tan pueriles como las apuntadas. En casos tales, revelan los poetas la estrechez de miras y debilidad consecuentes á la crítica que los ha formado; y si su timidez les preserva de incurrir en absurdos de cuenta, sacrifican en cambio y sin cesar la naturaleza y la razon á las leyes arbitrarias del gusto, cometiendo á cada paso faltas gravísimas por sí mismas, en su deseo de no incurrir en ninguna de las prohibidas por el código ridículo á que se sujetan. No decimos con esto que les fueran superiores sus antepasados; pero áun siéndoles inferiores, y en punto á crítica más principalmente, les aventajaban en aquello que no dependia de la crítica, como ya hemos procurado demostrarlo, escribiendo bien y juzgando mal.
Con el tiempo logran formarse los hombres idea más razonable y espaciosa de la literatura; el análisis de la poesía, que no puede seguir siendo siempre imperfecto, se acerca más y más á la verdad; se aprecia en su justo valor el mérito de los modelos admirables de la antigüedad; no se tasan en más de lo que valen las frias producciones de cierta época posterior; aparecen imitaciones agradables é ingeniosas de los grandes maestros; en parte, renace la poesía, pudiendo decirse de esta su resurreccion lo propio que del veranillo de San Miguel, el cual, tras larga serie de dias desapacibles y malos, nos recuerda los esplendedores del mes de Junio; y se recoge segunda cosecha, entónees, aunque inferior á la primera por no consentirla igual el cansancio del suelo. Así es como en nuestros dias Monti consiguió imitar con éxito y aplauso el estilo de Dante, y algunos autores ingleses recordar la inspiracion del reinado de Isabel; pero ni la Italia producirá otro Infierno, ni la Inglaterra otro Hamlet. La belleza de las imitaciones modernas, con ser mucha, nos causa efecto parecido al de las flores dispuestas artísticamente y colocadas en jarrones y tibores sobre las mesas de una sala, y que contemplándolas, nos trasportan del lugar en que las vemos á los apartados retiros silenciosos donde abrieron sus capullos con exuberancia natural, llenas de aquella lozanía, color y vida que no tienen ya en medio de la magnificencia y grandeza artificial que las rodea. Y si nos fuera lícito emplear otra imágen que áun expresara mejor nuestro pensamiento, la tomaríamos tambien de labios de la reina Scheherazada, y compararíamos el suceso de los escritores de la escuela dicha con el de los artífices que recibieron encargo de acabar la ventana incompleta del palacio de Aladin; porque despues de haberse puesto en ejecucion cuanto el arte y la riqueza combinados pueden hacer de más prodigioso; despues de saquear palacios y bazares para descubrir piedras preciosas, y despues de apurar ingenio, habilidad y perseverancia en su colocacion, todos los esfuerzos humanos fueron nada para producir algo comparable siquiera con las maravillas y portentos que un espíritu superior realizó en el espacio de una sola noche.
La historia de todas las literaturas que conocemos confirma, en nuestro sentir, los principios que acabamos de sentar. En Grecia vemos la escuela de la imaginacion degenerar poco a poco en escuela critica: Sófocles sucede á Esquilo y á Pindaro; Euripides á Sófocles, y á Eurípides los versificadores alejandrinos, entre los cuales solamente Teócrito nos dejó producciones dignas de laerse. Pero aqueilas maravillas tan prodigiosas y grotescas del teatro antiguo, tan ricas de colores brillantes, pobladas de tanta muchedumbre de séres fantásticos, animadas de música suave y melodiosa y de las risotadas de los duendecillos, desaparecieron para siempre. Las obras más selectas del teatro moderno las conocemos solamente por medio de buenas traducciones latinas; pero si, á juzgar de ellas y de las palabras de los críticos antiguos, es evidente que los originales rebosaban de gracia, elegancia, ingenio y buenos sentimientos, no lo es ménos que ya no palpita en ellos el poder creador; y que si Julio César pudo llamar con razon á Terencio medio Menandro, harto probó con esto que Menandro no valia la cuarta parte que Aristófanes.
La literatura romana fué continuacion de la griega; y como los discípulos partieron del punto á que habian llegado los maestros con el esfuerzo de generaciones sucesivas, puede muy bien decirse que les faltó completamente casi el período de invencion original; como que los únicos poetas latinos cuyos escritos demuestran imaginacion vigorosa son Lucrecio y Catulo, y que no ha producido nada superior á sus mejores pasajes el siglo todo de Augusto.
En Francia, un bufon famoso demostró más talento que la corte de Ninon de Lenclos y de Mad. Geoffrin, y aunque parezea extraño, débese decir que sus sucesores literatos han sido tan circunspectos y fastidiosos como maestros de ceremonias.
En España é Italia sufrió la poesía igual trasformacion; pero en ninguna parte fué tan rápida y completa como en Inglaterra, donde los mismos que aplaudieron en su infancia la primera representacion de la Tempestad, pudieron leer antes de ser viejos los primeros poemas de Prior y de Addison; cambio que debia, en nuestro concepto, verificarse más tarde ó más temprano; pero cuyo desenlace y carácter precipitaron y modificaron los sucesos políticos de la época, y más principalmente dos circunstancias: la prohibicion de los espectáculos teatrales durante la República, y la Restauracion de los Estuardos.
Hemos dicho antes que las facultades críticas y las poéticas son, no solamente diversas, mas incompatibles casi, y añadiremos ahora que prueba la exactitud de nuestra observacion el estado de la literatura inglesa durante los reinados de Isabel y de Jacobo I, por haber sido entónces cuando parecieron las obras de imaginacion más extraordinarias que se hayan conocido en el mundo y ser al propio tiempo el gusto nacional de lo peor que pueda imaginarse; constituyendo lo que á la sazon se reputaba por buen estilo juegos de palabras, antitesis repetidas sin ninguna oposicion verdadera entre los pensamientos expresados con ellas, alegorías forzadas, alusiones pedantescas, en una palabra, cuanto es afectado y ridículo en el fondo y en la forma, pues en el foro, en la cátedra y en el consejo se abusaba de los concetti al punto de aventajar á los pastores poetastros de las academias italianas, y que hasta el mismo Rey los hacía desde el trono.
Pero si podemos consolarnos pensando que S. Mera necio, en cambio nuestra tristeza se acrecienta, recordando que tambien jugaba del vocablo el gran canciller, cuando ejercia este oficio lord Bacon. Excusado nos parece hablar de Sidney y de la legion de los cufuistas, pues hasta el mismo Shakspeare, poeta eminentísimo, el mayor de cuantos han existido, incurre en idéntico defecto cada vez que intenta extremar la elegancia de su estilo. Pues si cuando se abandona y deja llevar de los impulsos naturales de su imaginacion, son sus producciones no sólo cuanto hay de más bello, encantador y sublime, sino de más perfecto, siempre que lo secundan sus facultades críticas se coloca sin poderio evitar al nivel de Cowley, haciendo mal aquello que Cowley hacía bien; como que todo cuanto hay en sus obras de poco valor es así con arte y de propósito deliberado, y cuanto hay de sublime producido cuando no se preocupa de inquirir si es ó no bueno siquiera; lo que hace que, al modo de los ángeles de Milton, «sólo forzado desciende, y áun así difícilmente,» por ser su tendencia natural remontar el vuelo á inconmensurable altura y batir sus alas en la inmensidad. Shakspeare nos recuerda cada vez que da con su estilo en los abismos del culteranismo á los caciques americanos que poseian tesoros inagotables de los metales á que dan nombre de preciosos las sociedades civilizadas, y cuyo valor desconocian tan completamente, que á trueque de una sarta de cuentas de cristal llevada de Europa, ó de cascabeles, ofrecian riquezas de más valía que la corona imperial de poderoso monarca.
Hemos procurado demostrar que las artes de imitacion desmerecen á medida que van extendiéndose los conocimientos, y que la razon humana crece y se desarrolla; y así sucede por regla general, pues se advierte, que mientras el espíritu de la poesía decae y se postra en las clases ilustradas de la sociedad, las grandes obras de la imaginacion que aparecen en los tiempos esencialmente consagrados á la crítica, siendo escasas en número, son producto exclusivo, con muy contadas excepciones, de hombres incultos. Así vemos en aquellas épocas en las cuales los ingleses de calidad traducian novelas francesas y las universidades de Inglaterra celebraban el natalicio de los príncipes en versos poblados de faunos y tritones, que un calderero predicador producia el Viaje del Cristiano y un labriego las Aventuras de Tam O'Shanter, admirando con su libro á una generacion que reputaba por grandes poetas á Hayley y á Beattie. Pero si los últimos años de Isabel habia decaido ya mucho el arte poética usual y de moda en Inglaterra, quedándole sólo vestigios de la inspiracion primera, y todavía estaba libre y suelta de reglas y preceptos, el culteranismo habia invadido los madrigales y sonetos, como que los concetti ridículos y los versos sin melodía de Donne constituian, en tiempo de Jacobo I, el modelo favorito de los escritores de Whitehall y del Temple.
Mas áun cuando la literatura cortesana estuviera en decadencia, como la literatura popular se hallaba en su mayor grado de apogeo y recogidas en el teatro las musas, á pesar de que quienes lo frecuentaban no tuvieran aficiones más puras y delicadas que lo eran las de los magnates que sólo sabian admirar las pendencias amorosas barnizadas de metafisica, conservaban en cambio vigorosa y lozana la imaginacion, y equivocándose mucho en sus apreciaciones, nunca incurria en error su instinto tratándose de reir ó de llorar. La peste que infestaba la poesía lírica ó didáctica, sólo de una manera leve invadia el drama y á grandes intervalos, y así, mientras las personas cultas, instruidas y elegantes comparaban los ojos de las hermosas con los focos de dos lentes, las lágrimas con globos terráqueos, la modestia con los entimemas, las ausencias con los compases de espera, y los amores no correspondidos con parientes en vigésimo grado que piensan en heredar lo que no está para ellos, la Julieta de Shakspeare, apoyada en el balcon, y Miranda, sonriendo delante del tablero, atraian cada noche una multitud de espectadores tan buenos y tan sencillos como los amos del Ralpho de Fletcher, y que, una vez de vuelta en sus casas, lloraban y gemian en la cama sin cesar hasta quedar dormidos.
Ningun género de ficciones nos seduce tanto como el drama inglés antiguo, porque hasta sus producciones de ménos importancia reunen cualidades que no hallamos en ninguna otra manifestacion de la poesía, siendo como son, en efecto, el espejo más terso que se haya puesto nunca enfrente de la realidad. Pues si las creaciones de los grandes autores dramáticos de Aténas producen el efecto de relieves magistrales, concebidos de poderosa imaginacion y ejecutados con el arte más esquisito, personificando ideas de uua majestad y belleza inefable, son frias, pálidas, rígidas, sin vida en la mirada, y todos sus adornos como todos sus personajes, sus galanes enamorados y sus tiranos, sus bacantes y sus furias, tienen la frialdad marmorea y las apariencias de muerte. A su vez la mayor parte de los tipos del teatro frances parecen figuras de cera, pintadas de colorete y con el pelo rizado, y con actitudes tan forzadas, con mirada tan fija y sin expresion, que ni por un solo instante ilusionan al espectador. Sólo en el drama inglés hallamos la entonacion, el calor, la morbidez y la realidad de la pintura, y esto nos facilita el conocimiento del alma de sus héroes, del propio modo que conocemos la fisonomía de los personajes retratados por VanDyck.
Consiste la superioridad de las obras del teatro inglés en dos rasgos distintivos principalmente, que los críticos de la escuela francesa consideran como defectos, á saber: en la mezcla de la tragedia y de la comedia, y en el tiempo y espacio en que se desarrolla la accion, pues si lo primero es indispensable para que sea el drama copia fiel de un mundo en el cual los que rien y los que lloran se hallan en contacto incesantemente, y los sucesos que se suceden ofrecen un aspecto grave y otro burlesco, lo segundo nos facilita el conocimiento íntimo de los personajes con quienes no podríamos familiarizarnos en las pocas horas en cuyo círculo de hierro encierra las reglas de las unidades al poeta. Sin embargo, bajo este aspecto las obras de Shakspeare son milagros de arte, porque vemos en ellas cómo desarrollan gradualmente los caracteres sus más secretos repliegues bajo el imperio de las circunstancias en el curso de obras que pueden leerse en ménos de tres horas: el jóven violento y arrebatado tornarse, por ejemplo, político y guerrero; el filantropo, cortés y pródigo, desatento, ágrio y despreciador del projimo; el tirano hacerse moralista y pensador á fuerza de aflicciones y sufrimientos; el veterano, el caudillo famoso por su valor, su sangre fria, su sagacidad y su imperio sobre sí mismo, sucumbir en la lucha empeñada entre su amor, invencible como la muerte, y sus celos, inexorables como el sepulcro; y el hombre noble y bizarro descender de una manera lenta y gradual hasta los últimos límites de la perversidad humana, pudiendo seguir paso á paso en él los progresos del mal desde los primeros destellos de ambiciones desaforadas é ilegítimas, hasta la cínica melancolía de los escrúpulos impenitentes. Y á pesar de ser así, á pesar de adquirir rápido desarrollo los caracteres en las obras de Shakspeare, no se advierte una sola transicion violenta en ellas, como ni tampoco la falta ni la sobra del menor detalle, pues por grandes que sean los cambios y por estrechos que sean los límites en los cuales se verifican, no más nos extrañan y sorprenden que la imperceptible alteracion de las fisonomías que nos son familiares y estamos viendo á todas horas; siendo, por tanto, parecido el arte mágico del ilustre poeta inglés al de aquel derviche de quien habla el Spectator, y que logró condensar todos los acontecimientos de siete años en el instante único que tuvo el Rey la cabeza bajo el agua.
Bueno será decir que las obras dramáticas producidas entonces por aquellos que no se hallaban dotados de superior ingenio, las de Johnson, por ejemplo, valian infinitamente más que las mejores de imaginacion en las otras ramas del arte. De aquí que si bien comprendemos la decadencia necesaria de la poesía en Inglaterra por efecto de las causas expuestas anteriormente, nos hallamos tambien persuadidos de que hubiera logrado morir mejor á no precipitar su decadencia las agresiones exteriores, manteniendo en actividad el drama las facultades del ingenio, hasta ser reemplazado en cierto modo del buen gusto, para no dejar intervalo casi entre la época de invencion sublime y la de imitacion agradable; como que las obras de Shakspeare, cuyo mérito no se apreció con alguna exactitud antes de mediar el siglo xvur, habrian podido ser declaradas modelos perfectos en el arte la segunda mitad del xvu, y tener por tal manera los grandes ingenios de la época de Isabel, del propio modo que el autor del Hamlet, por sucesores inmediatos casi una generacion de poetas muy semejante á la que honra la literatura inglesa en nuestros dias (1).
Pero los puritanos ahuyentaron la imaginacion del asilo en que se habia refugiado últimamente, prohibiendo las representaciones teatrales y maldiciendo (1) 1828.
en masa la raza entera de los autores dramáticos como enemiga de la religion y de la moral; y si bien es cierto que pueden hallarse máximas é ideas muy censurables en los autores que condenaban los puritanos, es discutible cuando ménos si adoptaron el mejor medio de contener el mal. De nosotros diremos que dudamos de su eficacia, y áun ellos mismos debieran dudar tambien, cuando vieron al mal espíritu expulsado volver al cabo de algunos años á su antigua vivienda en compañía de otros siete peores que no él.
Con la ruina del drama reinó sin competencia la escuela de poesía, por decirlo así, al uso; escuela sin verdad en el modo de sentir ni armonía en la versificacion, falta del poder que tuvo en los tiempos anteriores y de la correccion que alcanzaria en los porvenir; pues la suma de sus títulos y merecimientos estaba reducida sólo á poseer cierta viciada inteligencia y disposicion y cierta enfermiza facilidad para descubrir semejanzas y analogías entre objetos heterogéneos en apariencia. Suckling habia muerto; Milton estaba embebecido en las controversias políticas y religiosas; y si Waller diferia de la escuela de Cowley era para ser peor que sus discípulos, pues con ménos poesía que todos ellos tenía ménos ingenio ciertamente, no siendo más agradable la flojedad y languidez de sus versos que la sequedad y aspereza de los otros. Sólo Denham hacía presentir la aurora de mejor manera de escribir.
Mas, por abatida que se hallara la poesía inglesa durante la guerra civil y el protectorado, áun debia de caer en mayor miseria; que hasta entonces habia sido original, permaneciendo geográfica y espiritualmente insulares, por decirlo así, los ingleses, por haberse verificado sus revoluciones literaria como las políticas sin la menor intervencion extranjera. Si hubiera proseguido este modo de ser, prevaleciendo los mismos saludables principios de razonamiento que á la sazon se aplicaban con éxito felicisimo á todas las ramas de la filosofía, es indudable que habria sido eficaz á establecer un código de crítica más pensado y discreto, pues comenzaban á descubrirse ya los primeros síntomas de importante progreso, y la prosa estaba suelta y libre de aquellos retruécanos estrafalarios que desfiguraron la mayor parte de las composiciones en verso; trasformacion á la cual contribuyó por mucho la correspondencia diplomática y las discusiones parlamentarias de aquella época tan perturbada, siendo necesario entónces, cuando predominaba la prensa y la tribuna, escribir y hablar de modo inteligible y práctico. Acaso los absurdos de los puritanos ejercíeron mayor influencia todavía, porque cuando se hallaba extendido universalmente casi el estilo detestable que tanto desfigura las producciones de Hall y de lord Bacon, apareció la traduccion de la Biblia, obra maravillosa que bastaria por sí á demostrar la hermosura y vigor de la lengua inglesa si llegasen á faltar los demas monumentos de su literatura, pues el respeto de los traductores al original no les consintió añadir los adornos usuales entonces y corrientes. Bien será decir que la parte principal de este trabajo era de una época ya pasada; mas de todas maneras, es indudable que si el uso familiar que hacian los puritanos de las palabras de la Escritura fué ridiculo, dió buenos resultados, siendo afectacion que hizo desaparecer otra infinitamente más desagradable.
Pero si la poesía sublime se halla exenta de las reglas á que se ajusta el estilo de la composicion en prosa, no acontece lo propio con la otra manera de poesía que le sucede, y por tanto en algunos años el buen sentido y el buen gusto que desarraigaron la insípida afectacion, así de las obras de moral como de política, tambien habrian producido una reforma parecida en las odas y sonetos á seguir las cosas su curso natural. En efecto, estaba relajada ya la doctrina de los sectarios victoriosos; y como nunca es ascética la religion dominante, comenzaba el Gobierno á cerrar los ojos á las representaciones dramáticas, y con esto á crecer de nuevo la influencia de Shakspeare. Pero se acercaban dias muy tristes para la literatura inglesa, que habia de sufrir el yugo de la dominacion extranjera. Cárlos volvia rodeado de los compañeros de su largo destierro para regir los destinos de un pueblo que, ó no debió expulsarlo en ningun caso, ó en ningun caso tampoco abrirle las puertas de la patria. Los años pasados en el extranjero lo habian hecho en cierto modo impropio para gobernar á ingleses; como que vió en Francia humillada la magistratura rebelde, y triunfante de toda oposicion la régia prerogativa, con estar ejercida por un eclesiástico italiano en nombre de un niño; espectáculo que naturalmente habia de ser muy del agrado de quien sabía por dolorosa experiencia cuán funestas fueron las oposiciones parlamentarias á su familia. La única buena cualidad que lo adornaba era la cortesía, cuya importancia le hicieron comprender los ultrajes de los escoceses, y en cuyo ejercicio brillaba secundado de su natural apático y feble, y cediendo al influjo que la elegancia de las maneras francesas ejercia en su ánimo. Y como con las máximas políticas y las costumbres sociales de su pueblo favorito adoptó tambien los gustos literarios, una vez en el trono los puso en moda, protegiéndolos directamente; pero aún más á efecto de la política despreciable que hizo de Inglaterra durante algun tiempo la postrera de las naciones, elevando á Luis XIV al más alto grado de poder y gloria en que hasta entonces se hubiera visto ningun monarca frances.
Para lisonjear á Cárlos se introdujo el verso en las obras dramáticas del teatro inglés, y por tal manera el drama, que á la sazon iba saliendo del abatimiento en que se hallaba, recibió un golpe mortal de necesidad en todo tiempo. Pues se amalgamaron entónces ó lucharon dos estilos, ambos deplorables, indígena el uno, de importacion extranjora el otro; y como el modo ampuloso, hinchado y vacío de la nueva escuela se confundia con los ingeniosos absurdos de la antigua, la mezcla dió por resultado una cosa nunca vista y que no volverá tampoco á verse, á nuestro parecer; una cosa que hace bueno lo más detestable de los tiempos anteriores, imposible de parodiar, y que, áun imitándola irónicamente, se lisonjea sin quererlo; cosa, en fin, de la cual es muestra la tragedia de Bayes: como que las palabras de lord Dorset á Eduardo Howard hubieran podido aplicarse á todos sus contemporáneos, cuando le dijo: «Al modo que los buzos expertos en el oficio bajan al fondo más prontamente que los torpes ó que no saben, así en esa manera de escribir sin pensar, tú aventajas á todos en lo de caer más bajo que ninguno.» No deberán incluirse, para proceder en justicia en este memorial de agravios, ciertos hombres de la buena sociedad que al propio tiempo eran ilustrados, entre los cuales Dorset figura en primera línea, pues aun cuando no fueran ciertamente grandes poetas, ni siquiera buenos versificadores, sus escritos tenian sentido, y á las veces ingenio tambien. Pero nada es tan eficaz á demostrar el estado abyecto en que habia caido la literatura entónces como la superioridad inmensa de los versos escritos negligentemente por algunas personas de calidad, cuando los comparamos con las producciones más atildadas de casi todos los autores de profesion; siendo el gusto reinante tan detestable, que la fortuna de un autor se hallaba en proporcion inversa de sus trabajos y de su afan de perfeccionarse. Exceptuaremos tambien á Butler de la regla general, porque tuvo tanto ingenio y cultura como Cowley, porque supo utilizarlos, cosa que nunca logró hacer éste, y porque poseyó además perfectamente la lengua inglesa, distinguiéndose de sus contemporáneos en la manera de escribir familiar y sencilla. Nada diremos de Gondibert, sino es que lo juzgue quien haya podido leer algo suyo. Pero la poesía, expulsada de los palacios, de los teatros y de los colegios, halló asilo en la oscura vivienda en donde habitaba el varon eminente, anacronismo de su siglo y guardador celoso de la integridad y pureza de un ingenio y carácter dignos de mejores tiempos, en medio de la desgracia, de la miseria, del sufrimiento y de la ceguera.
Pero si todo lo que se refiere á Milton tiene algo de maravilloso, nada lo es tanto en verdad como la composicion del primero y más grande poema épico de los tiempos modernos en la plenitud de un siglo tan aciago para la poesía, cual fué ciertamente aquel en que se produjo; poema cuyo mérito acaso sea necesario atribuir en parte á la ceguera misma del autor. Pues como la imaginacion tanto es más activa cuanto más apartada se halla del mundo exterior, razon por la cual en el sueño son perfectas sus ilusiones y producen el efecto de realidades, y en la oscuridad ve siempre más claro que á la luz, siendo frecuente que los artistas antes de reproducir de memoria una imágen cierren los ojos para recordar más distintamente sus rasgos y su expresion, nos inclinamos á creer que la enfermedad de Milton pudo ser eficacísima á preservar su ingenio de las influencias de una época tan desfavorable. Así y todo, no alcanzaron las obras de Milton al principio sino muy poca celebridad; que hubo de pagar el poeta eminente con el menosprecio de sus contemporáneos la culpa de su mérito indisputable, no siendo admirada su obra universalmente sino cuando escritores infimos en comparacion suya consiguieron, á fuerza de concesiones obsequiosas al gusto público, alcanzar bastante influencia sobre él para reformarlo.
Fué Dryden el más principal de todos ellos, habiéndose distinguido desde el primer dia entre la multitud de autores que acudieron á ser cortesanos de la restauracion de Cárlos II, escribiendo en honor suyo todo género de composiciones á cual más ampulosa y absurda. Ninguno ejerció más influencia sobre su época, siendo la razon de esto natural y sencilla, pues consistió en que ninguno tampoco se dejó influir más de ella. Dryden fué acaso el principal de los poetas que llamamos críticos, y su vida literaria reprodujo en pequeña escala el movimiento y la historia de su escuela, con la torpeza, las extravagancias y los extravios de su juventud, y el decoro, la gracia y el buen sentido y la discrecion de la plenitud de su madurez; como que su imaginacion permaneció aletargada y torpe hasta el momento en que la sacó de aquella manera de sopor su buen juicio: pudiendo decirse que comenzó con frases vacías de sentido y comparaciones forzadas, y adquirió poco a poco la energía del satírico, la gravedad del moralista y los trasportes del poeta lírico; y que además se observa en sus obras toda la revolucion verificada por la literatura inglesa desde Cowley hasta Scott.
Consta de dos partes la vida de Dryden; y áun cuando separa las fronteras comunes de ambos períodos un espacio discutible, puédese perfectamente trazar la línea divisoria con mucha exactitud, inclinándonos á señalar con la fecha de 1678 la de un gran cambio verificado en la manera del poeta. Porque si la época precedente vieron la luz pública varios panegíricos cortesanos, fruto de su ingenio, su Annus mirabilis, la mayor parte de sus obras dramáticas, y, en una palabra, todas sus tragedias en verso, los mejores dramas de Dryden pertenecen á la época siguiente: Todo por el amor, El fraile español y Sebastian, las sátiras, las traducciones, los poemas dramáticos y las odas.
Nada queremos decir de las pequeñas composiciones en verso que hizo para dedicarlas á los cancilleres y á las damas ilustres, porque, á nuestro parecer, la ventaja más señalada que puedan reportar las bellas artes de la difusion de los conocimientos consiste, á no dudarlo, en hacer innecesario é inútil de todo punto el patrocinio de los individuos.
No faltan, sin embargo, escritores que suelen echar de ménos los tiempos de la proteccion; pero solamente los adocenados deben dolerse de la falta de nuevos Mecenas en épocas de ilustracion general.
Porque si éstos son necesarios bajo el imperio de la ignorancia, cuando diez mil lectores aguardan impacientes la publicacion de un libro, basta y áun sobra para recompensar generosamente al autor la contribucion de cada uno. Pero si la literatura es lujo permitido sólo á determinado número de personas, quien lea deberá pagar cara su aficion. La emperatriz Catalina, por ejemplo, cuando queria un poema épico, tenía que pagar sueldo con que viviera el poeta, del propio modo que quien quiere chuletas de ternera en lugar apartado y de pocos vecinos babrá de comprar la res entera; lo cual no sucede nunca siendo muchos los consumidores. Y como las gentes que pagan caro la satisfaccion de su gusto esperan siempre hallar algo en ella que satisfaga tambien su vanidad, la lisonja toma proporciones indignas, y en fuerza de usarla se produce inevitablemente casi, el mal gusto, pues su lenguaje no consta sino de lugares comunes hiperbólicos, desagradables por la vulgaridad y la extravagancia; no habiendo escuela, diremos de paso, en que más pronto se aprenda y más fácilmente á rebasar de la moderacion y á extralimitarse, ni escritores más propensos á recurrir á la hipérbole para todo que quienes contraen la costumbre de reputarla por agradable y necesaria para un caso determinado y concreto. No deberá, pues, parecer extraño que los primeros panegíricos de Dryden sean confusa mezcla de servilismo y de afectacion enfática; pero, si bien rebosan de las frases hinchadas que pusieron á la moda sus predecesores, su estilo y su versificacion aventajan con exceso á cuanto produjeron aquellos.
El Annus mirabilis da muestra de mucha riqueza de lenguaje y de conocimiento exacto del ritmo propio al verso heróico; pero su mérito no va más allá; razon por la cual no sólo carece de titulos al nombre de poesía, sino que se antoja ser obra de quien nunca podria ser poeta en la verdadera acepcion de la palabra. Las comparaciones ampulosas y afectadas abundan en ella, y con ser muchas y del peor gusto, constituyen la mejor parte del poema, tal vez por igual motivo que un campo cubierto de malezas y de abrojos ofrece un aspecto más agradable á la vista que no inmensa y árida llanura; pero ni una sola estancia de las contenidas en tan larga composicion revela inventiva, pareciendo ántes construccion artística que no creacion de la fantasía.
Pondremos un ejemplo favorable á Dryden, toda vez que Johnson elogia los versos que vamos á citar. Dice el poeta, describiendo el combate naval con los holandeses: «Una granada penetra entónces en el cargamento, y los géneros con que trafican y enriquecen los enemigos, se desparraman en todas direcciones trasformados en armas mortíferas contra ellos, cayendo los unos heridos de fragmentos de porcelanas preciosas, los otros abrasados en las perfumadas llamas de la especeria.» El deber del poeta en el caso que nos ocupa es colocar al lector, en la medida de lo posible, en el caso de las víctimas ó de los espectadores del desastre, y cumpliéndolo, su relacion habrá de causar sensaciones y movimientos semejantes á los que produciría el suceso mismo. Pero gacontece así en la ocasion presente? ¿A quién se le ocurre nunca pensar en un combate naval en el mérito de la porcelana que, al quebrarse y saltar en pedazos, contusione ó hiera ó mate al marinero, ni en el perfume de las llamas que lo quemen? Pues no á virtud de un acto de la imaginacion eficaz á evocar repentinamente conmovedor espectáculo á los ojos del espíritu, sino, al contrario, por consecuencia de laboríosas meditaciones, revolviendo el asunto en todos sentidos, y siguiendo los hechos hasta sus consecuencias más remotas, es como logra el narrador introducir en la descripcion cosas tan extrañas como estas. Cierto es que Homero emplea epitetos continuamente que no se hallan bien apropiados al momento en que habla. Pues Aquiles tiene siempre ligeros los piés, áun cuando esté sentado, y Ulises, áun cuando nada sostenga es siempre sustentáculo, y todas las lanzas proyectan largas sombras, y todos los toros ostentan cuernos de magnitud extraordinaria, y todas las mujeres lucen alto y mórbido seno. Lo propio acontecia con las antiguas canciones y baladas; pues en ellas es siempre amarillo el oro y alegres las mujeres, aunque ni una cosa ni otra tengan nada que ver con el asunto de los versos. Pero estos adjetivos son adiciones usuales y corrientes, y se diluyen, por decirlo así, desapareciendo en los sustantivos á que pertenecen, siendo el color que añaden á la idea tan débil de suyo que no altera su efecto, lo cual no acontece ciertamente, por ser el caso muy diverso, en el pasaje de Dryden citado ántes. Porque preciosas y perfumadas atraen por completo la atencion de quien lee y borran instantáneamente del ánimo la idea de la batalla. Resumiendo: el Annus mirabilis nos recuerda lo peor de Lucano, el combate naval en el golfo de Marsella, por ejemplo; y no deberá quedar exento de la censura que merece todo el poema, sino la descripcion de las dos escuadras durante la noche.
Acaso por haber formado su juicio sobre Dryden con la lectura de este libro, dijo Milton que no era poeta sino buen versificador. Razon tuvo, de ser así; pues por lo demas, y como ya lo hemos expuesto anteriormente, fué uno de esos escritores en quienes la edad de la imaginacion sigue á la de la observacion y de la reflexion en vez de precederlas.
Las obras dramáticas de Dryden, principalmente las rimadas, ofrecen vasto campo al estudio de los que desean conocer la enfermiza constitucion del drama, pues ni era capaz de representar con verdad los personajes, ni tenía tampoco el talento más inferior aún de formar caracteres combinando los elementos á que puede reducirse, por los medios imperfectos de nuestra razon, la naturaleza humana; que sus hombres ni son buenas personificaciones, ni ofrecen un conjunto armónico de cualidades y circunstancias. Cierto es que á las veces se apodera de un rasgo muy característico y pronunciado del individuo que se propone representar; pero en esos casos nos ofrece su caricatura no su retrato, en razon á que sólo una particularidad esencial ó accesoria resalta en su pintura, quedando todo lo demas tan descuidado, como en el marqués de Granby, á quien nadie reconoceria sino fuera por la calva, ó en Wilkes, de quien sólo reprodujo los feos ojos; y cuenta que citamos con estas muestras las mejores del repertorio de Dryden; que los más de sus cuadros parecen haberse compuesto con el propósito de no imitar cosa ninguna, como acontece á los tapices de Turquía, cuyos tejidos y labores son tan absurdos é inverosímiles que nunca semejan nada de cuanto hay en el cielo, ni en la tierra, ni en las aguas.
Dryden practica principalmente la última de estas maneras en las tragedias y la primera en las comedias, resultando, por lo tanto, tan despreciables y odiosos sus caracteres cómicos, que si los tipos de Etherege (1) y de Vanbrugh (2) lo son de maldad y perversion, y aún peores los de Smollet, nada es parecido á los Celadones, Wildbloods, Woodalls y Rhodophils de nuestro autor; porque sus vicios resaltan de tal modo á fuerza de orgullo, dureza é impudencia, que nada puede serles comparado: sus amores son semejantes á los apetitos de los animales, y sus amistades á la complicidad de los picaros; y las damas que figuran en ellos parecen creadas expresamente para ser dignas compañeras de tales canallas: y si bien es cierto que cuando insultan á sus padres y los engañan no abusan de la licencia que tienen para estos casos, de tiempo inmemorial, las heroínas, en cambio hacen fullerías jugando á las cartas, abren con ganzúas las arcas de hierro, apostrofan á sus rivales en lenguaje de plazuela, y provocan á los hombres con palabras deshonestas; y cuenta que no son los personajes de ambos sexos de Dryden lacayos y mujercillas, Mascarilles y Nérines, sino los héroes y heroínas principales, que aparecen como representantes de la buena sociedad, que se casan al llegar al quinto acto y que viven luego en paz y en gracia de Dios. Nada es parte á compensar los vicios de estas gentes, ni con una sola cualidad contraria, ni con las apariencias de ella, ni siquiera con un espontáneo y honrado arranque de odio sincero y de afan de venganza; pues el cáos de sensualidad, bajeza é infamia revelado por Dryden es un antro donde no existe ni por asomo la verdad, ni los sentimientos humanos, ni la (1) George Etherege, dramático inglés de mediados del siglo xvi.—N. del T.
(2) Militar, autor dramático y arquitecto del siglo XVII, N. del T.
idea más remota del pudor, y que toda persona bien nacida y de buenos instintos condenada á vivir en él trocaria ciertamente, pudiendo hacerlo, por la compañía de los demonios de Milton.
En cambio, cuando penetramos en la region de la tragedia, Dryden ofrece notabilísima novedad, y tanto abunda en buenos sentimientos que Metastasio mismo, con ser este su terreno, queda eclipsado, y Scuderi vencido, pues nos enseña una coleccion de séres nunca vistos, cuya conducta no podemos atribuir á ningun motivo, y cuya idiosincrasia es tal que se nos hace tan incomprensible y tan inexplicable como si se tratara de un sexto sentido.
Acabamos de separarnos de una generacion de eriaturas cuyo amor es tan delicado y tierno como las aficiones culinarias de los gastrónomos, y trabamos conocimiento con otra generacion cuyo amor consiste sólo en emociones desinteresadas y puras, en una fidelidad que raya en los límites de la obediencia pasiva, en una manera de religion quietista, y que se sostiene por su propia virtud en el aire sin el apoyo de ninguna esperanza ni temor; como que no vemos en ella otra cosa sino despotismo impotente y sacrificios sin compensaciones.
Expondremos algunos ejemplos. En la tragedia titulada Aurengzeb, Arimanto, gobernador de Agra, queda cautivo de las gracias de su prisionera Indamora; la cual, no satisfecha con rechazar desdeñosamente sus declaraciones amorosas, le dice que hará uso de su poder sobre él, rindiéndolo y sometiéndolo por su esclavo. Amenázala, entónces, Arimanto, y ella le responde: «Tu cólera, como tu amor, me son indiferentes; lo que quiero de tí es sumision, al punto de que te plazca cuanto fuere de mi agrado; y como sé lo que puedo para doblegarte, no dejaré dé hacerlo. Precisamente tú eres el hombre que yo necesitaba.» No fué vana su amenaza; que de allí á poco Indamora trajo una carta escrita de su mano para el rival de Arimanto, y mostrándola sin empacho á su celoso pretendiente, le pidió que la leyera, le dijese cómo le parecian sus ternezas, y la llevara luégo él mismo á su destino.
Tan descomedido empeño, eficaz á justificar la resistencia de Arimanto, le arranca estas palabras: «Deja que rompa ese papel, y no consientas que sea yo, cual Belerofonte, portador de mi propia sentencia.» Pero la dama le da la siguiente incomparable respuesta: «Bien puedes romperla si te place; pero no será cortés hacerlo, pues me obligarias en ese caso á escribirla de nuevo. Si sabes que más tarde ó más temprano acabarás por obedecer, á qué luchar en vano contra el destino ahora?» El pobre de Arimanto parece al cabo convenir con la ingrata Indamora en que tiene razon; y despues de recitar un parlamento sobre la fatalidad y el libre albedrío, sale de la escena mensajero de la carta.
En el Emperador de las Indias, Moctezuma ofrece una guirnalda en prenda de su amor á la hermosa Almería, y le propone tomarla por esposa y compartir con ella el trono. Pero hé ahí que le contesta: «Recibo la guirnalda, no como presente de vuestras manos, sino como agasajo debido á mis merecimientos y hermosura. La corona que me ofreceis compartir conmigo no la quiero, que teniéndoos por mi esclavo, ántes sería humillacion para mí que no encumbramiento. Para corresponder el Emperador amor tan fino, consiente sin dificultad en hacer morir á dos de sus hijos y á un bienhechor á quien profesa mucha gratitud.
Lindaraja, en la Conquista de Granada, emplea el mismo tono altanero respecto de Abdelmelec. Pues cuando su amante le da quejas por las sonrisas tan dulces que otorga siempre á su rival, la morisca le responde: «¿Acaso he renunciado á mi libertad y á mi poder completamente para que os creais dueño de mis menores acciones?»—«Al darme vuestro amor, le contesta su galan, me habeis dado con él ese derecho.»—«Tal vez; pero bien será deciros que si os hice tanto favor, como sólo de mi capricho depende revocarlo, desde ahora mismo quedais sin él.»—«Os odiaré de muerte y esta será mi última visita.»—«Hacedlo si podeis, que no seré yo quien ceda.» No es nuestro ánimo criticar estos pasajes porque se falta en ellos á las conveniencias históricas y trasportan á Méjico y á Agra modos de ser que no han existido nunea, ni áun fingidos, excepto entre los caballeros europeos; que no hacemos objeciones á lo convencional, y poco nos hace al caso, por tanto, ver puritanos en Iliria y puertos de mar en Bohemia. Lo esencial es que los personajes sean cual deben ser; lo accesorio y de poca importancia el fondo del cuadro. Decia sir Joshua Reynolds, que las cortinas y colgaduras en los cuadros de historiano deben ser de terciopelo, brocado ni algodon, sino lisa y llanamente trapeados; y, á nuestro parecer, el mismo principio deberia de aplicarse á la poesía y á la novela, cuyo primer objeto ha de ser la verdad de los caracteres, y el segundo la de los tiempos y lugares; como que no quisiéramos en modo alguno ver en nuestros dias á un escritor eminente olvidarse de la naturaleza humana para contraer su atencion á los detalles del moviliario, del tocador ó de la cocina del personaje que nos presentara.
Entiéndase bien que no censuramos á Dryden por haber creado personajes moros é indios que no lo son, ni por haberlos representado de una manera impropia de las costumbres orientales ó americanas, sino por no haberlos creado verdaderos, que vivan y sientan como sienten y viven los seres humanos, y por haber representado al amor de una manera que no existe ni ha existido nunca. Demas de esto, las emociones todas de sus héroes son del propio modo que su amor, y sus cualidades, su valor, su generosidad y su orgullo gigantes tambien y extraordinarias; y como, por otra parte, la justicia y la prudencia son virtudes que sólo pueden existir con la moderacion, y que cambian de naturaleza y de nombre desde el momento que se las exagera, puédese decir que Dryden, con dar excesivamente aquello que no daria en la medida exacta, niega del todo á sus favoritos la prudencia y la justicia; siendo, por tanto, los tiranos y los malvados que crea personajes idénticos en el fondo á los héroes de su invencion, sélo que retocados de algunas pinceladas parecidas á las que trocaron la honrada fisonomía de sir Roger de Coverley en cara de adusto morisco, porque, á pesar de su mal gesto y de su traza no nada tranquilizadora, se descabre y reconoce fácilmente cúya fué al principio.
Pero en las tragicomedias es donde más nos llaman la atencion estos dislates de Dryden, pues nos presenta en ellas revueltas y confundidas dos maneras de hombres, buenos y malos, ó, mejor dicho, ángeles y demonios, ofreciéndonos en espectáculo en cada escena séres licenciosos, soeces, torpes, egoistas, que no hablan nunca palabra de verdad, sin pudor ni vergüenza, y condenados, acaso en castigo de su infamia y de sus vicios, á no hablar sino en prosa. Mas no bien trabamos conocimiento con los que hablan en verso, nos damos cuenta de que todos ellos son tales, que los Cathos y Madelons de Moliére se habrian complacido en su trato, y que Oroondate les hubiera parecido frio amante y Clelia descomedida coqueta.
Y como Dryden no sabía dar interes á sus obras por aquellos medios que constituyen el mérito propio y especial del drama, necesitaba recurrir á otros expedientes para suplirlo en lo posible, siendo los más usuales en él las intrigas, disfraces. quid pro quos, diálogos descosidos, inesperados rescates, misterios maravillosos y extraordinarias revelaciones, no faltándole ingenio á las veces, merced á lo cual, por lo menos, conseguia que fuesen muy amenas.
El mérito de sus tragedias lo fió Dryden, no sin falta de razon hasta cierto punto, al de la frase y metro propios de él, siendo esta probablemente la causa de que adoptase con tanto afan en un principio y abandonase con tanta pena más tarde la costumbre de redactar las obras dramáticas en versos rimados.
Pues aquello que no es natural sino forzado, lo parece ménos bajo esta forma ritmica que cuando el poeta se vale de otras más parecidas á la conversacion usual; y como Dryden no tuvo nunca rivales en el arte de hacer el verso heroico, de ahí su natural inclinación á ellos. Pero si nos parece inútil insistir en órden á los inconvenientes de una moda tan desacreditada hoy dia, bien será observar que áun cuando Dryden careciera del género de talento que tanto luce con el verso libre, y fuera sin duda ninguna quien mejor haya escrito el verso rimado en lengua inglesa, es lo cierto que aquellas de sus obras reputadas por las mejores de su repertorio desde el punto mismo que aparecieron en la escena están en verso libre. Nos parece que nada puede ser más decisivo en favor del verso suelto.
Es indudable que hasta las peores tragedias de Dryden escritas en rima contienen bellísimas descripciones y magníficos trozos de retórica; mas aunque olvidemos que son obras dramáticas, y pasemos por sobre las inverosimilitudes propias del género, considerándolas sólo bajo el punto de vista del lenguaje, hallamos en ellas á cada paso párrafos ofensivos del buen gusto; costando mucho trabajo persuadirse de que un autor haya podido escribirlos y tolerarlos el auditorio, en vista del contraste que ofrece tan extraño la violencia insensata de la forma con la fria vulgaridad del pensamiento.
El autor echaba la culpa de todo al público, y añadia en su descargo personal que cuando produjo aquellas obras le parecieron suficientemente malas para caer en gracia; defensa, suponiendo que lo fuera, impropia de un hombre de talento, pues Otway agradaba mucho sin caer en el defecto de las declamaciones exageradas, y á Dryden le hubiera sucedido lo propio á poseer las facultades de Otway; siendo lo cierto del caso que siempre tuvo tendencias á exagerar; que cedió algo su defecto á influjo de la reflexion y del tiempo; pero que nunca desapareció enteramente, advirtiéndose hasta en aquellos de sus escritos destinados á satisfacer otras aficiones que no las de grosera muchedumbre congregada en el teatro.
No faltan críticos indulgentes que han estimado este defecto por muestra de talento, calificando la profusion de riqueza extraordinaria y el desórden de vigor exuberante. Mas, por lo que hace á nosotros, entendemos que antes parecen tales vicios á DRYDEN.oropeles de pobreza vana ó espasmos y convulsio nes producidos de la debilidad. Pues Dryden no tenía ciertamente más imaginacion que Homero, DanteMilton, los cuales no cometieron nunca faltas como las suyas; ni frase tampoco más opulenta y magnífica que la de Esaías ó Esquilo, cuya manera grandilocuente así se parece á la de Almanzor ó de Maximino, como el músculo vigoroso bajo los tejidos á la hinchazon de un tumor; que si el uno indica fuerza y salud, el otro es síntoma de achaques y de anemia. Shakspeare no declama por hábito, y cuando lo hace, no es porque lo arrastre la imaginacion, sino porque á virtud de esto quiera espolearla cada vez que su espíritu decae, aconteciéndole lo propio que á Eurípides, de quien decian los antiguos que parecia en casos tales un leon azotándose las ancas con la cola para excitar su bravura y su flereza.
Pero lo que sucedia raras veces á Shakspeare al sentir cansancio en sus facultades, era en Dryden constante por efecto de habitual imposibilidad, hallándose, por tanto, en el caso de su colega Lee, el cual, si tuvo buen criterio para juzgar y corazon para sentir y extasiarse contemplando la sublime audacia de los grandes poetas de la época precedente, careció de la prudencia necesaria para evitar luchas, competencias y comparaciones con ellos, persuadiéndose muy tarde ya de que aquel género pertenecia como tantas otras cosas á tiempos pasados, diferentes de los suyos, que requeria facultades que no las propias de él, y que perseverando en la pretension de imitarlo consumia en desesperadas tentativas el talento que, á ser empleado en obras distintas, siguiendo rumbo diverso, le habria conducido á ocupar un alto asiento en la república de las letras. Mas de idéntico modo que se ha visto á ciertos profetas trapaceros en Francia perseguir la inspiracion remedando los espasmos, desmayos y convulsiones que les parecian sintomáticos de ella, así Dryden se proponia tambien lograr accesos de furia poética, entregándose al entusiasmo ficticio, sin conseguir, no obstante, otra cosa despues de los mayores esfuerzos, sino desfigurarse á vueltas de retoques y perfiles interminables.
Horacio compara ingeniosamente los que imitaban á Pindaro en su tiempo con el jóven inexperto que intentó lanzarse á volar por el espacio con alas de cera, y cayó luégo tan lastimosa y tristemente; peligro este de que le preservó su admirable buen sentido, inclinándolo siempre á cultivar aquel estilo cuya perfeccion se hallaba en sus manos y podia conseguir sin esfuerzo extraordinario y sin peligro de caer desplomado en los abismos. Pero Dryden no se conocía tan bien; y como veia que los poetas renombrados de lodos los tiempos alcanzaron sus mayores triunfos precisamente por traspasar las lindes ya establecidas, y que no cayeron, sin embargo, acaso á virtud de inexplicable prodigio, cuando parecian vacilantes en los límites de lo absurdo, los imitó, sin advertir que aquellos genios fueron guiados y sostenidos de un poder misterioso que le faltaba, y que no eseribian sino al dictado de su imaginacion, hallando eco en la de los demas, mientras él por el contrario tomaba la pluma para buscar á fuerza de reflexiones y de argumentos la mejor manera de forjarse un frenesí razonado y una exaltacion deliberada y artificial.
Recordamos á este propósito que repasando cierta vez las estampas de un magnífico ejemplar del Fausto, atrajo principalmente nuestra vista la que representa el mágico y el demonio tentador á todo el correr de sus caballos, porque va el diablo con tanto abandono y descuido, á pesar de la carrera casi desenfrenada del bruto que monta, cual pudiera estarlo sentado en ancho y cómodo sitial, antojándose imposible desde luego que se sostenga en esa postura de no hallarse protegido de su naturaleza sobrehumana contra todo peligro. Fausto, por el contrario, se tiene como jinete consumado y con todas las reglas del arte de la equitacion. Así acontece á los poetas de primer órden, que pueden escribir impunemente como Mefistofeles correr á caballo; mas Dryden, á pesar de ser depositario de algunos grandes secretos de los espiritus superiores, de hallarse revestido de alguna parte de su poder, y de comunicar en algun modo con ellos, como era de otra raza, sólo cometiendo un acto de locura podia emprender siquiera lo que sus modelos ejecutaban sin peligro ninguno, habiendo menester de mucho caudal de ciencia critica y de buen gusto para suplir á lo que le faltaba.
Pondremos algunos ejemplos. Nada más bello que la descripcion de Héctor frente al baluarte de los Griegos al final del libro xn de la Ilíada: Héctor á lo interior del alto muro saltó gozoso, y á la negra noche su aspecto semejaba, y relucia en hórrido esplendor el fino bronco de la armadura, y en la fuerte mano dos ústiles blandia. Y á su encuentro aunque hubiera salido el más valiente, nadie, á no ser un Dios, le detuviera; que ambos sus ojos en furor ardian.
Y vuelto al escuadron, á sus guerreros, aguijó á penetrar dentro del muro; y á su voz obedientes le asaltaron unos, y por las puertas en torrentes otros se derramaban; y los Griegos á sus naves huian, y el tumulto se siguió en todas partes clamoroso.» (1) ¡Qué frases tan atrevidas y qué pintorescas, no obstante, y significativas! Parece, leyéndolas, que vemos á Héctor erguirse vigoroso y fuerte, llevando en la frente las sombras de la noche, y en los ojos el rayo, y en las manos el venablo, y el ancho pecho cubierto de armadura reluciente; y luégo, la irrupcion enemiga invadiéndolo todo por puertas y caballetes, y la fugitiva muchedumbre; y como lo vemos, para nosotros vale por la realidad. En cambio Dryden, al describir en Maximino un suceso parecido, y proponerse llegar á la sublimidad, dice: «Lucha el guerrero con un bosque de lanzas, y se iergue, como Capaneo, retando á Júpiter, y á impulsos de su brazo siega la cerviz de los más bizarros con su fuerte y ancha espada, hasta que al cabo, viéndolo el Destino, palidece, y temeroso de que gane la ciudad, vuelve las hojas de su libro de bronce y graba en ellas nuevos augurios ó corrige aquellos cuyo error se ha comprobado.» Recordemos tambien las bellísimas imágenes que abundan en las canciones de las hadas de la Tempestad y del Sueño de una noche de verano: Ariel, por ejemplo, caballero en el murciélago, á traves del crepúsculo, ó libando el cáliz de las flores con las abejas, y las acompañantas de Titania echando las arañas del lecho de la reina! No sin razon decia Dryden: «La magia de Shakspeare es inimitable, y sólo él puede penetrar en el círculo encantado.» En efecto, así era, y Dryden, que lo decia, hubiese procedido con mucha cordura no pisando los umbra(1) Los versos que anteceden están tomados de la trauccion castellana de Gomez Hermosilla.—N. del T.
les del reino misterioso de Shakspeare, siquiera por temor de merecer el castigo reservado en legendarias tradiciones á los que tal cosa hicieran movidos de temeraria presuncion. Hé aquí ahora un fragmento de la cancion de las hadas de Dryden: «Risueñas y alegres partimos del Oriente, bañadas en las ondas de luz del arco Iris, y nos elevamos á inconmensurable altura, remontando el vuelo por entre los rayos de la pálida luna sostenidas del viento, y despues de posarnos un espacio, leves y tenues como el vapor del rocío condensado, en los suaves y blandos contornos de blanca nube, medrosas de caer desde allí sobre la tierra, nos deslizamos en las estrellas errantes por el éter cual si resbalásemos por la tersa superficie de un lago, y llegamos á este planeta trasformadas en sutilísima lluvia de amor.» Parécenos bastante la muestra para juzgar del estilo de Dryden, y cuenta que, áun siendo como es, sus mismos defectos se antojan en el caso presente bajo el mejor aspecto; que quien se proponga conocer lo peor de él puede leer los discursos de Maximino moribundo, y compararlos con las últimas escenas de Otelo y del rey Lear.
Si Dryden hubiera muerto ántes de concluir la primera de las dos épocas en que á nuestro parecer se divide su existencia literaria, la reputacion que habria dejado no sería superior á la de Lee ó de Davenant; pues lo hubieran conocido sus colegas futuros y hablado de él como de quien pasó la vida empleando en asuntos que no consiguió dominar nunca, las facultades intelectuales que, bien dirigidas á los fines de su aptitud, habrian sido eficaces á elevarlo al rango más principal en la república de las letras, y asimismo hubiesen añadido que si su diccion y su ritmo fueron á las veces de mérito sobresaliente, quedaron oscurecidas todas sus obras en fuerza del dudoso gusto que las preside y de las negligencias y groseros errores que las desmerecen; bien que acaso hubieran recordado con elogio algunos de sus prólogos y epilogos, cosas ambas en las cuales mostró siempre las aptitudes y el talento que hicieron de él, andando el tiempo, el primero de los poetas satíricos de la época moderna.
Pero durante la segunda parte de su vida fué apartándose poco a poco del teatro; escribió dramas muy de tarde en tarde; renunció al metro en las tragedias; cambió de estilo, despojándolo hasta cierto punto de anipulosidad; reformó los caracteres, haciéndolos ménos exagerados; y si no llegó á producir obras en las cuales apareciese fielmente representada la naturaleza humana, dejó de animar con vivos colores las monstruosas quimeras que tanto abundan en las composiciones de su primera época. Solemos hallar en las obras dramáticas de Dryden rasgos dignos de los mejores tiempos del teatro inglés; pero como el estilo del drama debe cambiar con los cambios de personas y de situaciones, por eso los verdaderos dramáticos varian la manera de escribir, adaptándola siempre á la diversidad de los casos; mas el autor que sólo sobresale y brilla en una manera, no parecerá bien ni bueno, sino en los momentos y circunstancias en que su estilo se adapte á la situacion, aconteciéndole lo propio que á las agujas de un reloj parado, las cuales sin necesidad de movimiento indicarán la hora dos veces al dia tan exactamente como el mejor cronómetro. Algunas ocasiones, por ejemplo, hallamos en Dryden ciertas escenas de tan solemne discusion que un retórico habria podido escribirlas del propio modo que los mejores poetas trágicos. CitaDRYDENremos en prueba de esto el discurso de Sempronio en Caton, el cual no desmerece ciertamente de una obra de Shakspeare; pero cuando se levanta la sesion, y caemos en la cuenta de que damas y galanes, el héroe y el malvado, todos, en una palabra, pronuncian discursos en el mismo estilo, entónces comprendemos la diferencia que media entre los hombres capaces de escribir dramas y los que sólo saben escribir discursos. Del propio modo, el ingenio y el talento descriptivo y el narrativo pueden pasar momentáneamente por númen dramático. Dryden, vg., razonaba en verso de admirable manera; pero lo sabía, y se preciaba de ello, y con justicia lo censuraron á causa de haber abusado de su talento, pues los guerreros, lo mismo que las princesas forjadas de su fantasia, tenian la pasion de disputar sobre asuntos de casuística sentimental de manera tan alambicada y sutil, que hubiesen hecho las delicias de las cortes de amor, y á las veces tambien iban más lejos remontando más el vuelo, como que unos y otras solian empeñarse en laberínticas especulaciones acerca de la idea filosófica de la necesidad y origen del mal.
Sin embargo, como en ciertas ocasiones era de absoluta necesidad este género de talento, entonces Dryden se hallaba en su centro. Tanto es así, que la totalidad de sus mejores escenas pertenece al modo indicado, pasando todas entre hombres solos, pues los héroes de Dryden, como tantos otros caballeros, no pueden hablar nunca formalmente si hay señoras delante. Ni tampoco á su parecer podrian desarrollarse las escenas indicadas de oira manera, tratándose nada ménos en ellas que de mostrar el imperio de la razon sobre la violencia de las pasiones. Los interlocutores son dos: uno parcial y apasionado, y otro prudente, tranquilo y lleno de nobleza y buen sentido. Trabada la disputa, el personaje discreto va tomando ascendiente sobre su contrincante; primero, excitándolo á fuerza de invectivas; despues, imponiéndose con su calma; luégo, persuadiéndolo con sus razonamientos, y por último, dejándolo reducido y tranquilo. Tales son las escenas entre Troilo y Héctor, Antonio y Ventidio, y Sebastian y Dorax, y tan superiores en su género, que ni Shakspeare mismo ha producido cosa parecida como no sea la disputa entre Bruto y Casio, que vale por sí sola más que las tres obras citadas de Dryden.
Algunos años antes de su muerte, renunció Dryden completamente á escribir para el teatro, impri miendo á sus facultades nuevo rumbo con éxito brillante y decisivo. Pues como el buen gusto hubiera despertado en él la facultad creadora, no pudiendo ya llegar al primer rango en la poesía, pretendió y obtuvo el asiento más principal en el segundo; que su imaginacion, al modo de las alas del avestruz, inútiles para remontar el vuelo, pero eficacísimas auxiliares en la carrera, si cuando queria elevarse á ciertas sublimidades no le servia sino á ponerlo en ridículo, cuando se mantenia quedo en más modestas regiones aventajab a sin esfuerzo á todos sus rivales.
Pero si las facultades naturales y adquiridas de Dryden conspiraban todas á que fuese fundador de buena escuela de poesía crítica, como quiera que llevó acaso las reformas demasiado léjos para su tiempo, cuando pasó él de esta vida y faltó su apoyo, retrogradó la literatura inglesa, necesitándose cerca de un siglo para reponerla en el punto mismo en que la dejó al morir. Y si su constitucion intelectual, sólida y sana, su instruccion más extensa que no profunda, su ingenio igual por lo ménos al de los discípulos más aventajados de Donne, y su elocuencia tranquila, solemne y autorizada, no pudieron ser eficaces á evitarle vergonzosas humillaciones siempre que pretendió igualarse á Shakspeare, sí lo fueron en gran modo para que aventajase á Boileau.
Pues sabía manejar la lengua inglesa de tan admirable manera, que con él se perdió en su patria el secreto de la clásica diccion poética y del arte de producir grandes efectos por medio de palabras y frases familiares; llegando á ignorarse tan de todo en todo el siglo siguiente, cual aconteció con el arte de pintar sobre cristal, en que los antiguos tanto florecieron, supliendo mezquina y pobremente á tanta belleza los mosaicos laboriosos de imitadores como Mason y Gray. Demas de esto, puédese decir que fué Dryden el primer escritor que tuvo habilidad para introducir el vocabulario científico en versos naturales y agradables, con tanto éxito cual su contemporáneo Gibbons realizaba la empresa igualmente difícil de tallar las flores más delicadas en un pedazo de madera, cediendo bajo su pluma y tornándose suaves y armoniosas las partes más duras y ásperas y desapacibles de la lengua inglesa.
Del propio modo en su versificacion campea el primer modelo de la regularidad y exactitud, á las cuales dió tanta importancia la siguiente generacion, y uno de los últimos ejemplos de belleza, soltura y variedad en las pausas y cadencia del verso: debiéndose añadir que sus tragedias rimadas, por desprovistas que se hallasen de mérito en sí mismas, le sirvieron al ménos como al músico esas palabras que sólo tienen ritmo, y carecen por completo de sentido, llamadas monstruos en jerga de bastidores, para enseñarle cuántos recursos de armonía pueden contener los alejandrinos. Y como por otra parte los nuevos asuntos á que consagró su ingenio tampoco dejaban mucho espacio al énfasis, y su gusto se habia depurado, renunció á este su defecto capital.
Ya hemos dicho que Dryden poseia en grado superior el talento de razonar en verso, y añadiremos ahora que le fué singularmente útil. Porque si no es siempre sana su lógica, ni da muestras de ser muy entendido en las materias teológicas y políticas que trata en verso, y sus argumentos carecen á veces de fuerza y valor, la manera que tiene de plantearlos y desarrollarlos excede á los mayores elogios.
Pues razona siempre ingeniosa y correctamente y en estilo trasparente y claro cuando está en vena, enlazando las proposiciones por manera felicisima, y exponiendo las objeciones de tal modo que reciban de lleno el fuego de la réplica; las perifrasis que reemplazan las expresiones técnicas son exactas y precisas, y los ejemplos están bien escogidos para exornar y explicar al propio tiempo el discurso, y los emplea con fortuna sin igual para dar atractivo y sazon á lo vulgar é insípido y luz á la oscuridad.
Era grande su fe literaria y, por decirlo así, rayana del latitudinarismo, no por falta de sagacidad, sino por sobra de cierta predisposicion natural á satisfacerse fácilmente; y como tenía viveza de ingenio para descubrir con prontitud el más leve destello de talento, mostrábase indulgente hasta con las irregularidades groseras si aparecian acompañadas de él. Pues cuando le ocurria decir una frase dura, lo hacía con fines pasajeros y del momento, para sostener su opinion ó para molestar á un rival; pero nunca se vió crítico más experto y hábil que fuera ménos soberbio, ni que se hallara tampoco ménos contagiado de vanidad ni de orgullo; porque gustaba de los antiguos poetas, principalmente de Shakspeare; admiraba el ingenio de que abusaron Donne y Cowley; hacía justicia á Milton en medio de la indiferencia general de sus compatriotas, y ponia por las nubes los primeros versos de Addison; y considerando siempre las cosas de una manera optimista, no sólo admiraba la extravagancia en gracia del caudal de invencion que suponia y disculpaba el énfasis en gracia del ingenio, sino que hasta toleraba la trivialidad en gracia de la correccion si la tenía.
Probablemente á este modo de ser antes que á razones ménos respetables, como deja entrever Johnson, debe de atribuirse la exageracion extraordinaria que afea los panegíricos de Dryden. Porque si bien ningun escritor extremó tanto la lisonja en las dedicatorias, no fué así, en nuestro sentir, por interesado servilismo, sino por desahogar su espiritu, singularmente predispuesto á los arranques de admiracion, á suavizar y atenuar el vicio, y á enaltecer y magnificar la virtud y los merecimientos. Pero el más adulador de sus proemios fué aquel en que dedicó El estado de inocencia á María de Módena, respecto del cual dice Johnson que no comprende cómo su autor, despues de haberlo escrito, no sintió asco de sí mismo, sin advertir acaso que en el cuerpo de la misma obra se contiene un elogio de Milton, cuya lectura debia producir extraordinario desagrado en la corte del rey Cárlos II, elogio tanto más irritante á la sazon, cuanto que muchos años despues, y cuando comenzaban á prevalecer los principios whigs y la faz de las cosas habia cambiado mucho, sólo porque se citaba el nombre del autor del Paraíso perdido en una losa sepuleral dedicada á la memoria de John Philips, Sprat se negó á consentirla en Westminster, manifestando que no toleraria se mancharan las paredes de su iglesia con el nombre de un republicano. Pero si Dryden era devoto de la corte por inclinacion y por principios, nada podia ser eficaz á reducirlo al silencio tratándose de su entusiasmo por el genio. De aquí que no estemos dispuestos á juzgarlo severamente cuando advertimos que la misma natural inclinacion que lo movió á declarar su entusiasmo tan espontáneo y generoso á la memoria de un poeta detestado de sus protectores, le inspiró las más singulares y extrañas extravagancias contemplando el retrato de una princesa celebre por su hermosura, sus modales y la gracia encantadora de su persona.
Mas si era bueno el natural de Dryden, no es así la bondad de los grandes hombres, porque donde quiera que hallamos la elevacion de carácter la vemos asociada en cierta medida y en cierto modo á una dósis más ó ménos considerable de amor propio, de vanidad y de aspereza, siendo sólo las novelas y las losas sepulcrates los lugares en que descubrimos rasgos propios de personas que fueron indulgentes en vida con el prójimo y rigidas é inexorables consigo mismas. Pero de todas maneras, es lo cierto que, áun siendo amable y bueno el carácter de Dryden, no debemos clasificarlo entre los héroes cuyas excelencias se consignan en estilo romanesco ó lapidario, pues si gratificaba liberal y pródigamente con su caridad á todo el mundo, comenzaba por aplicársela á sí propio en gran medida.
No le faltaba buen gusto, á decir verdad, y sus obras de crítica son indudablemente y sin género alguno de duda superiores á cuanto hasta entónces hubiera parecido en Inglaterra; pero como ántes las destinaba en su concepto á servir de alabanzas de sus poesías, que no á exposicion de principios generales, hizo los mayores esfuerzos por deslumbrar al lector con sofismas que á él no engañaban ciertamente, siendo sus discursos de abogado, no de juez, y á las veces de abogado defensor de mala causa.
Sin embargo, áun en los casos aquellos en los cuales fija y establece Dryden las pragmáticas del arte de una manera errónea, demuestra cuán bien las comprende, sólo que como siempre pecaba contra sus convicciones, tenía la esperanza de que se le perdonaran sus malas obras á virtud de las buenas, sin que por eso hiciera tampoco nunca la menor cosa para corregir y mejorar lo bien ejecutado, al contrario de los hombres superiores que generalmente no se hallan satisfechos jamás de sus mejores producciones. Y bien será decir á seguida que no era su ideal de perfeccion imposible de alcanzar, ni tan elevado y sublime que su contemplacion contínua lo perturbara, pues nunca percibió su espíritu esos espejismos de inaccesible belleza que suelen ver con el alma los artistas, y que los suspenden y arrebatan, persiguiéndolos constantemente sin alcanzarlos nunca. Las negligencias de otros no le causaban mal efecto, y esta su benevolencia la extendia sin reparo á sus propias obras; aconteciendo que como no era cuidadoso y ántes gustaba del brillo que no del esmero, la mayor parte de sus composiciones ofrecen el espectáculo de una manera de magnificencia semejante á la de ciertos boyardos rusos que van cubiertos de diamantes y de insectos, y que traen sucia la camisa y pieles de inestimable valor. Pero áun cuando el tiempo y la reflexion hicieron desaparecer en gran parte de sus poemas los defectos propios del eulteranismo, persistió hasta el fin en ser desaliñado, y si al término de su carrera le acontecia incurrir en ménos descuido, consistia esto únicamente en que la práctica de la composicion le habia dado la facilidad necesaria para evitar en cierto modo el peligro. Así y todo, hallamos en sus mejores producciones rimas irregulares, dísticos con el añadido de un tercer verso, intruso destructor de la armonía; hemistiquios eternos y alejandrinos de catorce y diez y seis silabas.
Tales son las faltas y las bellezas que hallamos esparcidas profusamente por las últimas obras de Dryden; méritos y defectos de estilo y facultades naturales y adquiridas de que dan más completa y exacta idea su Labrador y la Pantera que ninguna otra de sus obras, por ser este poema didáctico muy superior á la Religio Laici; que su parte satírica y sobre todo el retrato de Burnet no son en nada inferiores á los principales pasajes del Absalon y Aquitofel, y contiene arranques de ternura que nos conmueven y agitan en fuerza de naturalidad y efusion, recordándonos las mejores escenas de sus tragedias. Mas áun cuando es elevado el tono de sus versos y guarda perfecta relacion con el asunto en todo, y la riqueza de lenguaje parece ilimitada, el descuido en la trama de la intriga y las innumerables inconsecuencias que comete merman el placer que proporcionan tan múltiples y várias perfecciones.
Al escribir Dryden el Absalon y Aquitofel dió en un filon rico y nuevo que supo explotar con éxito extraordinario. Pues los antiguos satíricos, como vasallos de gobiernos despóticos, hubieron de renunciar á los asuntos políticos, contrayéndose á las flaquezas y miserias de la vida privada; y aunque á las veces solian hacer blanco de sus burlas á los hombres públicos, para esto era necesario que ya estuvieran enterrados, Quorum Flaminia tegitur cinis atque Latina.
Así es como Juvenal inmortalizó á los senadores obsequiosos que se reunieron para deliberar en órden á lo que deberia de hacerse con el famoso rodaballo. Su cuarta sátira nos recuerda el gran poema político de Dryden; pero bien será decir que no la escribió hasta despues de la caida de Domiciano, y que le falta ese sabor especial propio y exclusivo de la invectiva contemperánea, pues la cólera de Juvenal esperó tan largo tiempo á tener salida, que al fin pareció rancia y pasada. Boileau tenía las mismas trabas; pero aunque no fuese así, no se hallaba en condiciones de luchar con el inglés, el cual se aprovechó de todas las ventajas que le daba la indole del asunto para perfeccionar la obra, cuya ejecucion casi es perfecta. Y en tanto que Horacio y Boileau no convienen por su estilo sino á temas ligeros, habiendo sido escaso el éxito del frances al proponerse traducir en verso los razonamientos teológicos de las Lettres provinciales; que parece fria la tersura de Pope y pálido el fuego de Perseo, y raro encontrar en versificacion grandilocuente y en combinaciones ingeniosas la expresion y la vida de sentimientos profundos, Dryden y Juvenal se nos presentan con calor y brillo, habiendo logrado entrambos grandes autores satíricos comunicar el fuego de sus emociones á las materias más rebeldes y frias, inflamando sus obras en una llama que devora y deslumbra. No sin pena, en verdad, pensamos al llegar á este punto en el partido que adoptó Dryden como escritor en las polémicas de su tiempo, porque si habia corrupcion, desórden y locura en ambos campos, de una parte se hallaba la libertad y de otra la tiranía. Empero no insistiremos acerca del particular, pues del propio modo que los soldados ingleses y los franceses suspendieron un espacio la batalla en Talavera para beber del agua cristalina que corria por un arroyo medianero de ambos ejércitos, y que los enemigos apagaban la sed juntos sin temerse ni atacarse, nosotros preferimos convidar á nuestros adversarios políticos á que reconforten y calmen el espíritu con nosotros en el manantial de los placeres intelectuales, que debe servir para refrigerio de los combatientes de ambos bandos, á enturbiarlo á fuerza de invectivas y de recriminaciones acerbas.
Macflecnoe no cede al Absalon y Aquitofel en mérito, sino en la eleccion del asunto, pues en cuanto á la ejecucion acaso le sea superior. Pero la obra más hermosa y acabada de Dryden es la última que produjo, titulada Oda á Santa Cecilia, monumento de la poesía de segundo órden, digno por todos conceptos de figurar despues de los grandes modelos, y que nos recuerda el tercer caballo de Aquíles, de raza mortal, pero que seguia, no obstante, á los divinos (1). Comparando esta oda con las insul(1) El auriga obedeció á su voz, y diligente unció bajo del yugo á Janto y Balio, que en correr á los vientos igualaban, del Zéfiro nacidos y la Harpía Podarga, que del mar en la ribera pació descuidada cuando vista por el Zéfiro fué. Juntó con ellos al ligero Pedaso, que de Teba, la ciudad de Etion, Aquiles trujo cuando fué por su brazo conquistada; sas declamaciones de las tragedias heroicas, puédese medir y calcular el progreso realizado por Dryden, advirtiéndose desde luégo que ya no gustaba de competir con los ingenios de un órden superior, sino que se mantenia discretamente á cierta distancia de la pendiente que conduce al énfasis y á la sonora vacuidad, sin aventurar jamás palabra que no expresara con exactitud una idea clara y distinta. Ya no advertimos en sus versos las tinieblas visibles que antes los envolvian, y que solamente pueden emplear con éxito los poetas de primer órden; todo en su estilo es claro, significativo y pintoresco, y si sus primeros trabajos parecen las obras gigantescas de aquellos jardineros chinos que aguzan su entendimiento para rivalizar con la naturaleza, construyendo montañas escarpadas y cataratas cuya elevacion y estrépito pongan miedo; y plantando bosques cuya grandeza y hermosura iguale la de las selvas virgenes de América, luégo abandonó esta manera, sin adoptar por eso el sistema holandes introducido en Inglaterra por Pope, y á virtud del cual todo resulta regular, simétrico y á escuadra, sino más bien el de sus compatriotas los Kents y los Browns, los cuales, inspirándose en los grandes paisajes, sin pretender igualarlos, consultando la fisonomía de los lugares, auxiliando la naturaleza y encubriendo su arte, llegaron á crear, no nuevos Niágaras y Chamounix, sino parques deliciosos como el de Stowe y de Hagley.
Todo bien considerado, casi deploramos que no realizara Dryden su proyecto de escribir un poema y aunque nació mortal, veloz seguia á los otros caballos inmortales.» Iliado, XVI, épico. Pues si la obra no hubiera sido ciertamente del órden más elevado, ni podido rivalizar con la Iliada, la Odisea ó el Paraíso perdido, habria tal vez aventajado las producciones de Apolonio de Rodas, de Lucano y de Estacio, é igualado la Jerusalen libertada. La relacion hubiese sido vigorosa y firme, inspirándola el mismo espíritu de las leyendas antiguas, enriqueciéndola brillantes descripciones y exornándola discursos y digresiones á cual mejores, si bien es cierto igualmente que al ejecutar Dryden esta obra hubiera corrido peligro de remontarse acaso demasiado, de ceder con sobrada frecuencia, por ejemplo, á su manía de evocar los ángeles de los diversos reinos y de hacerlos hablar, y de trabar una lucha con el famoso poeta que logró en su tiempo representarnos de una manera tan incomparable los espectáculos y hasta los rumores más misteriosos del otro mundo, sin advertir que sólo Milton pudo conocer los secretos del abismo, la ribera de azufre, el océano de fuego, los alcázares de las dominaciones derrocadas, resplandecientes al través de la eterna sombra; el silencioso desierto nemoroso, donde duermen acariciados de la brisa perfumada los primeros amantes, mientras velan ángeles armados; el pórtico guarnecido de pedrería, el mar de jaspe, los pavimentos de zafiro, enrojecidos de rosas celestiales, y las innumerables cohortes de querubines resplandecientes de acero y oro; y que las únicas escenas ocasionadas á su talento y que restaban por describir, despues de Milton, eran los concilios, los torneos, las procesiones, las catedrales pobladas de fieles, los campamentos y las armerías.
Pero, aunque tarde acaso, advertimos que nos falta espacio suficiente para examinar todas las obras de Dryden, y esta consideracion nos hace desistir de hacer apreciaciones acerca de las que no llegó á ejecutar, diciendo, sin embargo, antes de dar de mano á nuestro trabajo, que tuvo admirable talento, del cual abusó con mucha frecuencia, y buen juicio, de cuyos consejos no hizo nunca mucho caso; que solamente sobresalió en una rama secundaria del arte, si bien de un modo extraordinario, y que á ser su carácter más independiente, y su ingenio más apasionado de lo bueno y de lo bello, y á sentir más respeto hácia sí mismo, con más conciencia de su dignidad, habria podido llegar á la perfeccion absoluta por la senda que siguió.
- ↑ El presente estudio vió la luz pública en la Revista de Edimburgo del mes de Enero de 1828.—N. del T.