Espigas de un haz, drama castellano en tres actos y un epílogo, original de don José Rincón Lazcano

​Espigas de un haz, drama castellano en tres actos y un epílogo, original de don José Rincón Lazcano​ de Eduardo Gómez de Baquero
Nota: Andrenio «Espigas de un haz, drama castellano en tres actos y un epílogo, original de don José Rincón Lazcano» (22 de marzo de 1920) La Época, año LXXII, nº 24.930, p. 1.
VELADAS TEATRALES

Princesa: Espigas de un haz, drama castellano en tres actos y un epílogo, original de don José Rincón Lazcano.

 El señor Rincón Lazcano se dio á conocer como autor dramático, hará dos ó tres temporadas, con La alcaldesa de Hontanares, escrita en colaboración con Eduardo Montesinos. Llamó la atención, en esta comedia, la poética evocación de un medio campesino algo arcaico, del que se destacaban netamente algunas figuras bien trazadas. El señor Rincón ha seguido fiel á su castellanismo y en Espigas de un haz ha querido ensayar, después de la comedia, el drama rural.
 Muy probable parece que, alentado por el buen éxito de La alcaldesa de Hontanares, haya pretendido, ante todo, hacer un drama de ambiente; reproducir la tonalidad espiritual castellana y su proyección exterior en las costumbres y en el lenguaje, y llevar á la escena una ráfaga fresca de aire puro del campo. El simbolismo del título lo esplica un personaje: bien unidas en el haz las espigas de la tierra castellana, las más altas y mejor granadas amparando á las otras; las más débiles, agrupándose amorosamente junto a las mayores, todos hermanos, todos buenos y unidos por un vínculo de amor, en suma, la concepción idílica y algo rousseauniana de la vida del campo, cercana á la supuesta bondad del estado de naturaleza; concepción bien distinta de aquella otra que nos presenta al hombre enamorado de la tierra con el torvo afán de un amante celoso, sacrificándolo todo por su posesión: afectos de familia, amor, fama, virtud.
 Las geórgicas modernas oscilan entre estas dos concepciones del campo, cada una de las cuales tiene su razón, porque el mundo está compuesto de contrarios.
 En parte, ha conseguido el señor Rincón su propósito. Ha logrado comunicar á algunos personajes un aire simpático de nobleza natural. Algunas de las escenas de la obra nos dan la ilusión de hallarnos en un pueblo segoviano. La entonación del fondo castellano, si de algo peca es de excesiva, de abundancia de pormenores, de riqueza de léxico local, hasta el punto de que dudamos á veces si aquella habla, tan matizada de aldea tendrá algo de paciente reconstrucción erudita, en vez de ser una copia espontánea del natural.
Mas por feliz que sea la pintura del ambiente en un drama de esta índole, no basta; hace falta también el drama. De lo contrario, no tendremos un drama de ambiente, sino un paisaje por el cual vaguen algunas figuras desdibujadas. Hemos de confesar que—á pesar de nuestra buena voluntad de encontrarle, pues el señor Rincón y su empeño nos inspiran francas simpatías—no hemos hallado el drama en Espigas de un haz por ninguna parte. Así resulta que el autor acierta, por lo general, en lo accesorio, en la concepción de los tipos secundarios, en la copia de las costumbres; pero no logra levantar la sólida fábrica de un drama habitado por verdaderas pasiones y conflictos humanos, sino tan sólo un frágil castilllo de naipes.
 No hay caracteres; el realismo es aparente en cuanto quiere elevarse sobre los pormenores de la vida cotidiana. Los malos se vuelven buenos de repente, sin otra justificación que la voluntad del autor. El conflicto no existe. Marciana y Juan se aman, sus familias, antes enemistadas, han hecho las paces; lo único que les separa es un escrúpulo quintesenciado de la muchacha; un hermano de ella hirió á traición al hermano de él; pero el agredido sanó, ha perdonado, desea la boda y está conforme en guardar el secreto de la asechanza, ¡por vida de los inconvenientes! Finalmente, aquel conflicto imaginario se disuelve en una escena sentimental, después de haber mediado varios personajes, entre ellos uno de esos simpáticos curas de aldea que antes habitaban en las novelas por entregas y que alguna vez se asoman á los escenarios.
 No debe desanimarse el autor por no haber conseguido más que un éxito relativo. En su obra hay elementos muy apreciables. La observación que acusa, el feliz trazado de algunas figuras, el interés de tal cual escena, prometen construcciones dramáticas menos efímeras. El señor Rincón es, además, escritor fácil y correcto. En este punto, si algo ha de hacer, es prevenirse contra la inclinación al lirismo y la tentación de obligar á los personajes á que hagan literatura. La dramática no suele ganar con estos primores facticios.
 Espigas de un haz se representó de un modo excelente. La señora Torres compone su personaje admirablemente; Fernando Díaz de Mendoza, renueva, en la justa entonación del tipo, su triunfo de la Malquerida (limitado ahora por la índole del personaje); la señora Díaz de Artigas animó con su talento y su fina sensibilidad la poética y un tanto desdibujada figura de Marciana; el señor Artigas defendió discretamente un papel de protagonista oficial, muy escaso de contenido y que es de las más endebles figuras de la obra. En los tipos aldeanos sobresalen Santiago, Santander y Capilla, la señorita Hermosa y la señora Salvador; Mariano Díaz de Mendoza acertó plenamente en dos escenas difíciles. La presentación escénica, de una gran propiedad. Al final de todos los actos se levantó el telón varias veces.

    ANDRENIO