Vidas paralelas: Rómulo

Teseo
Vidas paralelas de Plutarco
Rómulo


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Este nombre grande de Roma, que con tanta gloria ha corrido entre todos los hombres, no están de acuerdo los escritores sobre el origen y causa por donde le vino a la ciudad que con él se distingue. Algunos creen que los Pelasgos, que corrieron por diferentes partes de la tierra y sojuzgaron muchos pueblos, se establecieron allí, y de la fuerza de sus armas dieron este nombre a la ciudad, que eso quiere decir Roma. Otros refieren que tomada Troya, algunos de los que huían pudieron hacerse de naves, e impelidos del viento fueron a caer en el país Tirreno, y pararon en las inmediaciones del Tíber. Allí, estando ya las mujeres sin saber qué hacerse, y muy molestadas de la navegación, una de ellas, llamada Roma, que sobresalía en linaje y prudencia, les propuso dar fuego a las naves; hízose así, y al principio los hombres se incomodaron; pero cediendo luego a la necesidad, se establecieron en lo que se llamó Palacio; y como al cabo de poco viesen que les iba mejor de lo que habían esperado, por ser excelente el país y haber sido muy bien recibidos de los habitantes, dispensaron a Roma, entre otros honores, el que de ella, como de primera causa, tomase nombre su ciudad. De entonces dicen que viene lo que todavía se practica, que las mujeres saludan con ósculo a los deudos y a sus propios maridos, porque también aquellas saludaron así a los hombres después de la quema de las naves, por miedo y para templarlos en su enojo.

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Unos dicen que Roma, hija de Ítalo y de Leucaria, o, según otra tradición, de Télefo el de Heracles casada con Eneas, fue la que puso nombre a la ciudad; y otros, que no fue sino una hija de Ascanio el de Eneas. Según una sentencia, fue Romano, hijo de Ulises y de Circe, el que fundó a Roma; según otra, Remo el de Ematión, enviado por Diomedes desde Troya, y según otra, Romis, tirano de los Latinos, el que arrojó de allí a los Tirrenos, que de la Tesalia habían pasado a la Lidia, y de la Lidia a Italia. No sólo esto, sino que aun los que con más fundada razón designan a Rómulo como denominador de aquella ciudad, no convienen entre sí acerca de su origen; porque unos sostienen que fue hijo de Eneas y Doxitea la de Forbante, y que siendo niño, fue traído a la Italia con su hermano Remo, y habiéndose perdido en el río, que había salido de madre, los demás barcos, aquel en que navegaban los dos niños había arribado a una orilla muelle, y salvos, por tanto, inesperadamente, se puso al sitio el nombre de Roma; otros, que Roma, hija de aquella Troyana, la cual hija casó con Latino el de Telémaco, dio a luz a Rómulo; y otros, que fue Emilia la de Eneas y Lavinia, conocida por Marte. Finalmente, otros hacen en este punto relaciones del todo fabulosas: que Tarquecio rey de los Albanos, hombre sumamente injusto y cruel, tuvo dentro de su palacio una visión terrible: un falo que salió de entre el fuego, y estuvo permanente por muchos días. Había en el país Tirreno un oráculo de Tetis, del cual vino a Tarquecio la respuesta de que una virgen se ayuntase con la fantasma, porque nacería de ella un hijo muy esclarecido, excelente en virtud, en fortuna y en valor. Dio parte del oráculo Tarquecio a una de sus hijas, mandándole que se ayuntase a la fantasma; mas ésta lo miró con abominación, y envió a una de sus criadas. Cuando Tarquecio lo llegó a entender, lo llevó muy mal, e hizo prender a entrambas para darles muerte; pero habiéndosele aparecido Vesta entre sueños, y desaprobándole aquel rigor, les dio a tejer cierta tela, presas como estaban, tejida la cual habían de casarse: tejían ellas de día; pero de noche, por orden de Tarquecio, destejían otras lo tejido. Dio a luz la criada dos gemelos, y Tarquecio los entregó a Teracio con orden de que les diese muerte; pero éste los expuso a la orilla del río, donde una loba acudía a darles de mamar, y diversas aves, trayéndoles de su cebo, lo ponían en la boca a los niños, hasta que un vaquero que lo vio, y lo tuvo a maravilla, se atrevió a acercarse, y los llevó consigo; y habiéndose salvado por este medio, acometieron después a Tarquecio, y le vencieron. Así lo cuenta un historiador llamado Promatión, que dio a la luz una historia de Italia.

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Mas la relación que pasa por más cierta, y tiene mayor número de testigos en su favor, la publicó el primero entre los griegos en sus más señaladas circunstancias, Diocles Perapetio, a quien en las más de las cosas sigue Fabio Píctor, y aunque todavía otras diversas sentencias acerca de estos mismos sucesos, la más recibida, para venir ya al caso, es en esta forma: la sucesión de los reyes de Alba, descendientes de Eneas, vino a recaer en dos hermanos, Numitor y Amulio; y habiendo Amulio hecho dos partes de todo, poniendo el reino de un lado, y en otro, en contraposición, las riquezas y todo el oro traído de Troya, Numitor hizo elección del reino. Mas sucedió que Amulio, dueño de los intereses, le usurpó también el reino con la mayor facilidad; y por temor de que su hija tuviese sucesión, la creó sacerdotisa de Vesta, para que permaneciese doncella y sin casarse por toda su vida; llamábase Ilia, según unos; Rea, según otros, y según otros, Silvia. Al cabo de poco fue denunciada de que, contra la ley prescrita a las vestales, estaba encinta; y hubiera sufrido su terrible pena, a no haber sido por Anto, la hija del Rey, que intercedió por ella con su padre; pero, sin embargo, fue puesta en prisión y separada de todo trato, para que no pudiese suceder su parto sin noticia de Amulio. Dio a luz dos niños de aventajada robustez y hermosura, con lo que, creciendo más el temor de Amulio, dio orden a uno de sus ministros para que se apoderase de ellos y los quitase del medio. Dicen algunos que este ministro se llamaba Fáustulo; pero otros piensan que éste era el nombre del que los recogió. Puso, pues, los niños en una cuna, y bajó al río para arrojarlos en él; pero hallándolo crecido y arrebatado, tuvo miedo de acercarse, y dejándolos junto a la orilla se dio por cumplido. Hacía el río remansos, con lo que la creciente llegó a la cuna, y levantándola blandamente, la fue llevando a un sitio sumamente muelle, al que ahora llaman Quermalo, y en lo antiguo Germano, porque a los hijos de unos mismos padres los Latinos los llaman germanos.

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Había allí cerca un cabrahigo, al que llamaron Ruminal, o por Rómulo, como opinan los más, o por los ganados que al medio día sesteaban a su sombra, o más aún por la lactancia de los niños, porque los antiguos a la teta decían ruma, y a cierta Diosa que creen preside a la crianza de los niños le llaman Rumilia, y le hacen sacrificio abstemio, libándole con leche. Estando, pues, allí expuestos los niños, cuentan que una loba les daba de mamar, y que un quebrantahuesos los alimentaba también y defendía. Esta ave se tiene por consagrada a Marte, y los latinos la tienen en gran veneración y honor; por lo que la madre de los niños, que decía haberlos tenido de Marte, se concilió gran fe: bien que se dice haberle venido este error de que el mismo Amulio, en traje de guerrero, la violentó y desfloró. Otros sospechaban que el nombre de la nutriz, por su anfibología, fue el que dio ocasión y asidero a esta fábula, porque los latinos llamaban lobas, de esta especie de fieras, a las hembras, y de las mujeres a las que eran malas de sus cuerpos, y tal parece que era la mujer de Fáustulo, que crió a estos dos infantes, llarnada Aca Larencia. Hácenle sacrificios los Romanos y libaciones en el mes de abril el sacerdote de Marte, dándose a la misma fiesta el nombre de Larencia.

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Todavía festejan a otra Larencia con esta ocasión, el custodio del templo de Heracles, estando un día ocioso, propuso al dios que jugasen a los dados, estipulando que, si él ganaba, había el dios de darle alguna cosa de valor, y ofreciéndole si perdía que tendría una mesa opípara y una buena moza con quien reposase. Tirando, pues, por Heracles, y luego por sí, se vio que había perdido; y queriendo llenar bien su promesa y estar, como era justo, a lo convenido, preparó a Heracles un banquete, y concertándose reservadamente con Larencia, que era muy bonita, la llamó al convite, y en el templo les aderezó un lecho, encerrándolos acabada la cena, como para que gozase de ella el dios. Cuéntase que éste se le apareció, y le mandó que fuese de madrugada a la plaza, y saludando al primero que encontrase lo hiciese su amigo. Encontróse con ella uno de los ciudadanos, hombre ya de bastante edad, a quien la suerte había favorecido con una buena hacienda, y al mismo tiempo sin hijos, pues nunca había tenido mujer: su nombre era Tarrucio. Unióse a ella, y la tuvo en aprecio, y a su muerte la dejó heredera de muchas y excelentes posesiones, la mayor parte de las cuales legó ella después al pueblo en su testamento. Cuéntase que siendo ya muy celebrada, y teniendo fama de ser favorecida del dios, se desapareció en el mismo sitio en que la otra Larencia fue sepultada, el cual se llama ahora Belauro, porque en las frecuentes crecidas que tiene el río van con barcos al Foro por aquel paraje, y a esta especie de navegación la llaman Belatura. Otros son de sentir que los que dan espectáculos defienden con lienzos la calle que va desde la plaza al Hipódromo, empezando por aquel sitio; y en latín estos lienzos se llaman velas; éste es el motivo por que la segunda Larencia es tenida en veneración entre los Romanos.

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Recogió los niños Fáustulo, uno de los pastores del rey, sin que nadie lo entendiese, o, según el sentir de los que parece, se acercan más a lo cierto, sabiéndolo Numitor, y suministrando reservadamente auxilios a los que corrían con su crianza. Añádese que, llevándolos a Gabias, se les educó en letras y en todas las demás habilidades propias de gente bien nacida; y que, por habérseles visto mamar de la loba, de aquí vino ponérseles los nombres de Rómulo y Remo. Y la buena disposición de sus cuerpos, aun siendo niños, en la estatura y belleza de ellos dio bien claras muestras de su carácter. Ya más adultos se vio que ambos eran resueltos y esforzados, de ánimo intrépido para peligros, y de una osadía que con nada se arredraba; pero en Rómulo se descubría mayor disposición para manejarse con prudencia y cierto tino político: así, en los encuentros que con los vecinos se ofrecían en pastos y cacerías se echaba luego de ver que su genio era más de jefe que de súbdito. Por tanto, con sus iguales y con los infelices eran muy afables; pero con los sobrestantes y mayordomos del rey y con los mayorales del ganado, en quienes no reconocían ventaja de virtud, eran altivos, no dándoseles nada de sus amenazas ni de su enojo. Sus ejercicios y juegos eran de personas nobles; porque no hacían consistir la nobleza en el ocio y la holgazanería, sino en la lucha, en la caza, en las apuestas a correr, en sujetar a los forajidos, en limpiar la tierra de ladrones, y en proteger a los que eran atropellados, con lo que habían adquirido gran nombre.

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Suscitóse rencilla entre los vaqueros de Amulio y Numitor, robando éstos algún ganado; y no pudiendo llevarlo en paciencia, vinieron con ellos a las manos, los hicieron retirarse y les arrebataron gran parte de la presa; y aunque Numitor se irritó por ello, no sólo tuvieron en poco su enojo, sino que congregaron y reunieron a muchos esclavos, dando aquí principio a sus conatos osados y sediciosos. Un día que Rómulo se había ausentado con motivo de un sacrificio, porque era religioso y dado a la ciencia augural, los vaqueros de Numitor trabaron contienda con Remo, a quien hallaron con poca gente, y habiendo habido de una y otra parte contusiones y heridas, vencieron al cabo los de Numitor y tomaron vivo a Remo. Presentado ante Numitor, no quiso castigarle, temiendo la áspera condición del hermano, sino que se dirigió a éste y le pidió le hiciese justicia, pues que con ser su hermano se veía ultrajado de sus sirvientes: con lo que, y tomando también parte por él los de Alba, que sentían no se le tratase según su dignidad, alcanzó de Amulio que le hiciese entrega de Remo, para que en cuanto a él procediera como le pareciese. Llamólo ante sí luego que regresó a su casa, y admirado de la gallardía de tal mancebo, porque en estatura y en fuerza se aventajaba a todos, leyéndole en el semblante la osadía y determinación del ánimo, porque su continente era noble e inalterable aun en aquella situación, y oyendo además que sus obras correspondían con lo que se veía, o lo más cierto, ordenándolo así algún dios, y echando el cimiento a grandes sucesos, empezó afortunadamente a entrar en sospecha de la verdad, y le preguntó quién era y cuál su origen, con tan blandas palabras y afable rostro, que no pudieron menos de infundirle esperanza. “Confiado, pues, nada te ocultaré- le respondió-, porque me pareces de ánimo más regio que no Amulio, pues tú oyes y preguntas antes de castigar, y aquel nos ha entregado sin que precediese juicio. Al principio nos tuvimos por hijos de Fáustulo y Larencia, sirvientes del rey, porque somos gemelos: puestos ya en juicio y calumniados ante ti, en este riesgo de la vida se nos han referido acerca de nosotros mismos cosas extraordinarias: si son o no ciertas, el éxito debe decirlo. Nuestro nacimiento se dice que es un arcano, y nuestra crianza de recién nacidos, muy maravillosa, habiendo sido sustentados por las mismas aves y fieras a las que nos habían arrojado, dándonos de mamar una loba, y cebo un quebrantahuesos, expuestos como nos hallábamos en una cuna a orillas del río grande. Todavía existe la cuna con arcos de bronce, en que hay grabados caracteres enigmáticos: indicios que quizá serán inútiles para nuestros padres muriendo nosotros”. Numitor, con esta narración, y conjeturando además el tiempo por el aspecto, concibió una halagüeña esperanza, y pensó en el modo como podría secretamente hablar de estas cosas con su hija, que todavía estaba en estrecho encerramiento.

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Fáustulo, en tanto, oída la prisión de Remo y su consignación, pidió a Rómulo le diese ayuda, diciéndole ya entonces por lo claro cuál era su origen, pues antes sólo les había hecho alguna indicación, en cuanto convenía para que no pensasen bajamente, y además, tomando consigo la cuna, se encaminaba a verse con Numitor, lleno de la agitación y temor que el caso exigía. Mas habiendo dado que sospechar a los guardas que el rey tenía en las puertas, registrándole éstos y turbándose a sus preguntas, se descubrió que ocultaba la cuna debajo de la capa. Hallábase entre ellos casualmente uno de los que presenciaron el arrebato de los niños para su exposición, y sabía todo lo ocurrido acerca de ella: viendo, pues, éste la cuna, y reconociéndola por su adorno y por los caracteres, vino en conocimiento de todo, y no se descuidó, sino que se fue a dar cuenta al rey, dando motivo a que se le hiciese comparecer. Apretado Fáustulo en tanto estrecho, no se conservó enteramente tranquilo, pero tampoco del todo se aturdió; y confesó que sí, que los niños se habían salvado, pero que estaban de pastores lejos de Alba; y la cuna la llevaba a Ilia, porque muchas veces ésta había deseado verla y tocarla para más cierta esperanza de sus hijos. Sucedióle en esta ocasión a Amulio lo que comúnmente acontece a los que obran perturbados del temor o de la ira; porque echó mano de un hombre bueno, pero muy amigo de Numitor, para que inquiriese de éste qué noticias le habían llegado de los niños y de cómo se habían salvado. Constituido éste en casa de Numitor, observando que Remo casi gozaba de toda su confianza y su amor, les hizo concebir grande esperanza, y los exhortó a que se anticipasen cuanto más pudiesen, asistiéndolos él mismo y combatiendo a su lado. Ni el estado de las cosas les hubiera permitido detenerse aunque hubiesen querido, porque ya Rómulo estaba allí junto, y se le habían pasado muchos de los ciudadanos por odio y temor de Amulio. Traía también consigo mucha tropa, formada por centurias, mandada cada una por un caudillo, que ostentaba la lanza coronada con un manojo de hierbas y ramas: a estos manojos los Latinos les llaman manípulos, y de entonces viene el que aun hoy en los ejércitos a estos caudillos les dicen Manipularios. Concitando, pues, Remo a los de adentro, y sobreviniendo Rómulo por la parte de afuera, asustado Amulio, ni hizo nada, ni pensó en nada para su defensa, sino que se dejó prender, y pereció. Tal viene a ser la relación que Fabio y Diocles Peparetio, que parece fue el primero que escribió de la fundación de Roma, hacen acerca de estas cosas, sospechosa para muchos de fabulosa e inventada; mas no debe dejarse de creer, en vista de las grandes hazañas de que cada día es artífice la fortuna, y si se considera que la grandeza de Roma no habría llegado a tanta altura, a no haber tenido un principio en alguna manera divino, en el que nada parezca demasiado grande o extraordinario.

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Muerto Amulio y restablecido el orden, Rómulo y Remo no tuvieron por conveniente permanecer en Alba, no teniendo el mando; ni tampoco tenerle, viviendo el abuelo materno: entregando, pues, a éste la autoridad, y poniendo a la madre en el honor que le correspondía, determinaron vivir sobre sí, fundando una ciudad en aquel territorio en que al principio recibieron el primer sustento, que es entre todos el motivo más plausible. Era quizá también preciso, habiéndoseles reunido tantos esclavos y hombres sediciosos, o quedarse sin fuerzas con la dispersión de esta gente, o formar un establecimiento aparte. La prueba de que los de Alba no querían comunicación con aquellos rebeldes, ni tenerlos por ciudadanos, se tuvo bien pronto en la resolución que éstos hubieron de tomar para tener mujeres, pues no nació de arrojo injurioso, sino de necesidad, por no poder obtener casamientos voluntarios, pues que trataron a las robadas con la mayor estimación. Echados los primeros cimientos de la ciudad, levantaron un templo de refugio para los que a él quisiesen acogerse, llamándole del dios Asilo; admitían en él a todos, no volviendo los esclavos a sus señores, ni el deudor a su acreedor ni el homicida a su gobierno, sino que aseguraban a todos la impunidad, como apoyada en cierto oráculo de la Pitia; con lo que prontamente la ciudad se hizo muy populosa, siendo así que los primeros fuegos se dice que no pasaban de mil; pero de esto hablaré más adelante. A los primeros intentos de la fundación hubo ya disensión entre los dos hermanos acerca del sitio: Rómulo quería hacer la ciudad de Roma cuadrada, como dicen, esto es, de cuatro ángulos, y establecerla donde está; y Remo prefería un paraje fuerte del Aventino, que se llamó Remonio, y ahora Rignario. Convinieron en que un agüero fausto terminase la disputa; y colocados para ello en distintos sitios, dicen que a Remo se le aparecieron seis buitres, y doce a Rómulo; pero hay quien dice que Remo los vio realmente, mas lo de Rómulo fue suposición, y que ya cuando Remo se retiraba, entonces fue cuando a Rómulo se le aparecieron los doce, y que por esta causa los Romanos aun ahora hacen gran uso del buitre en sus agüeros; y Herodoro Póntico refiere que Heracles tenía también por buena señal, al entrar en alguna empresa, la aparición de un buitre, porque de todos los animales es el menos dañino, no tocando a nada de lo que los hombres siembran, plantan o apacientan, y alimentándose sólo de cuerpos muertos, porque se dice que no mata ni aun ofende a nada que tiene aliento, y a las aves, por la conformidad, ni aun estando muertas se acerca; cuando las águilas, las lechuzas, y los gavilanes acometen y matan a las aves de su propia especie, a pesar de lo que dice Esquilo: ¿Cómo puede ser pura un ave que de otra ave se alimenta? Fuera de esto, las demás se revuelven continuamente a nuestra vista, por decirlo así, y se nos hacen sentir; pero el buitre es un espectáculo desusado, y muy raro será el que haya dado con los polluelos de un buitre, y aun ha habido a quien lo raro e insólito de su aparición le ha dado la extraña idea de que por mar vienen de tierras lejanas, como opinan los adivinos que ha de ser lo que no se aparece naturalmente y por sí, sino por disposición y operación divina.

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Llegó Remo a entender el engaño, y se incomodó; por lo que, estando ya Rómulo abriendo en derredor la zanja por donde había de levantarse el muro, comenzó a insultarle y a estorbar la obra; y habiéndose propasado últimamente a saltar por encima de ella, herido, según unos, por el mismo Rómulo, y según otros por Céler, uno de sus amigos, quedó muerto en el mismo sitio. Murieron también en la revuelta Fáustulo y Plistino, del cual, siendo hermano de Fáustulo, se dice que contribuyó asimismo a la crianza de Rómulo y su hermano. De resultas Céler se pasó al país Tirreno; y de él los Romanos a los prontos y ligeros los llaman céleres, y a Quinto Metelo, porque en la muerte de su padre en muy pocos días dio un combate de gladiadores, admirados de la prontitud con que lo dispuso, le dieron el sobrenombre de Céler o Ligero.

11 editar

Dio Rómulo sepultura en el sitio llamado Remoria a Remo y a los que le habían dado la crianza; y atendió luego a la fundación de la ciudad, haciendo venir de la Etruria o Tirrenia ciertos varones, que con señalados ritos y ceremonias hacían y enseñaban a hacer cada cosa a manera de una iniciación. Porque en lo que ahora se llama Comicio se abrió un hoyo circular, y en él se pusieron primicias de todas las cosas que por ley nos sirven como provechosas, o de que por naturaleza usamos como necesarias; y de la tierra de donde vino cada uno cogió y trajo un puñado, que lo echó también allí, como mezclándolo. Dan a este hoyo el mismo nombre que al cielo, llamándole mundo. Después (que son los demás ritos) como un círculo describen desde su centro la ciudad; y el fundador, poniendo en el arado una reja de bronce, y unciendo dos reses vacunas, macho y hembra, por sí mismo los lleva, y abre por las líneas descritas un surco profundo, quedando al cuidado de los que le acompañan ir recogiendo hacia dentro los terrones que se levantan, sin dejar que ninguno salga para afuera. A la parte de allá de esta línea fabrican el muro, por lo que por síncope la llaman pomerio, como promerio o ante-muro. Donde intentan que se haga puerta, quitando la reja y levantando el arado, hacen una como pausa: así los romanos tienen por sagrado todo el muro, a excepción de las puertas: porque si éstas se reputasen sagradas, sería sacrilegio el introducir y sacar por ellas muchas cosas, o necesarias, o no limpias.

12 editar

Tiénese por cierto que la primera fundación de Roma se verificó el día 11 antes de las calendas de mayo, el que solemnizan los Romanos como día natal de su patria; y se dice que en los primeros tiempos no se sacrificaba en él nada que fuese animado, sino que juzgaban que la fiesta consagrada al nacimiento de la patria debían conservarla pura e incruenta. Celebrábase ya antes de la fundación en el mismo día una fiesta pastoril, que llamaban Palilia. Es de notar que las neomenias o principios de los meses romanos no coinciden con los de los Griegos; pero este día en que Rómulo fundó su ciudad aseguran que fue día 30 del mes griego, y que en él sucedió una conjunción eclíptica de la luna con el sol, el cual eclipse fue observado por el poeta Antímaco de Teyo, y vino a suceder en el año tercero de la Olimpíada sexta. En el tiempo del filósofo Varrón, el hombre de más lectura entre los Romanos, vivía un Tarucio, amigo suyo, filósofo asimismo y matemático, y dado también, por el deseo de saber, a la astrología judiciaria, en la que era tenido por excelente. Propúsole, pues, Varrón el problema de que señalase el día y hora del nacimiento de Rómulo, haciendo el cómputo por las hazañas que de él se refieren, por el método con que se resuelven los problemas geométricos; pues que del mismo modo que pertenecía a su ciencia, dado el tiempo del nacimiento de un hombre, pronosticar su vida, le correspondía, dada la vida, averiguar el tiempo. Cumplió Tarucio con el encargo, y enterado de las acciones y sucesos de Rómulo, del tiempo que vivió, y del modo en que ocurrió su muerte, trayéndolo todo a cuenta, manifestó con la mayor confianza que su concepción se verificó en el año primero de la segunda Olimpíada, en el día 23 del mes Coyac de los Egipcios, en la hora tercera, hacia la cual el sol se eclipsó completamente, y su salida a la luz en el mes Thot y día 21 al salir el sol; y que la fundación de Roma hecha por él tuvo principio el día 9 del mes Farmuti entre las dos y las tres; pues que se empeñan en que la suerte de las ciudades ha de tener, como la de los hombres, su tiempo dominante, el que se ha de deducir por las conjunciones de los astros al punto de su nacimiento. Estas cosas y otras del mismo estilo es probable que por su novedad y curiosidad más bien sean gratas a los que las leyeren que desabridas y molestas por lo que tienen de fabulosas.

13 editar

Fundada la ciudad, lo primero que hizo fue distribuir la gente útil para las armas en cuerpos militares: cada cuerpo era de tres mil hombres de a pie y trescientos de a caballo, el cual se llamó legión, porque para él se elegían de entre todos los más belicosos. En general, a la decisión de los negocios concurría la muchedumbre, a la que dio el nombre de populus, pueblo; pero de entre todos, a ciento, los de mayor mérito, los acogió para consejeros, y a ellos les dio el nombre de patricios, y a la corporación que formaban el de Senado. Esta voz no tiene duda que significa ancianidad: pero acerca del nombre de patricios, dado a los consejeros, unos dicen que dimanó de que eran padres de hijos libres, otros que más bien de que ellos mismos eran hijos de padres conocidos, ventaja de que gozaban pocos de los que a la ciudad se habían recogido; y otros, finalmente, que del derecho de patronato, porque así se llamaba y se llama hoy todavía la protección que aquellos dispensan; creyéndose que de uno de los que vinieron con Evandro, llamado Patrón, de carácter benéfico, y auxiliador para con los miserables, se le originó a este acto aquella denominación. Con todo, me parece se aproximará más a lo cierto el que diga que Rómulo, queriendo por una parte excitar a los primeros y más poderosos a usar de una protección y celo paternal con los humildes, y por otra enseñar a éstos a no temer ni tener en odio la autoridad y honores de los principales, sino más bien mirarlos con benevolencia, teniéndolos por padres y saludándolos como tales, con esta mira les dio aquel nombre: así es que aun ahora a los que son del Senado los extranjeros les llaman próceres; pero los Romanos les dicen padres conscriptos, usando del nombre que entre todos tiene más dignidad y honor, sin ninguna odiosidad. Al principio, pues, sólo les decían padres; pero más adelante, habiéndose aumentado el número, les dijeron padres conscriptos. Este nombre fue el que les pareció más respetuoso para significar la diferencia entre el consejo y la plebe; pero aún distinguió de otro modo a los principales respecto de ésta, llamándolos patronos, esto es, protectores; y a los plebeyos, clientes, como dependientes o colonos, estableciendo al mismo tiempo entre unos y otros una admirable benevolencia, fecunda en recíprocos beneficios: porque aquellos se constituían abogados y protectores de éstos en sus pleitos, y consejeros y tutores en todos los negocios; y éstos los reverenciaban, no sólo tributándoles obsequio, sino dotando las hijas de los que venían a menos, y pagando sus deudas; y a atestiguar no se obligaba, ni por la ley ni por los magistrados, o al patrono contra el cliente, o al cliente contra el patrono. Ahora últimamente, con quedar las mismas las obligaciones de unos y otros, se ha considerado ignominioso y torpe el que los poderosos reciban retribución pecuniaria de los clientes. Mas basta de estas cosas por ahora.

14 editar

En el cuarto mes después de la fundación se verificó, como Fabio refiere, el arrojo del rapto de las mujeres. Dicen algunos que el mismo Rómulo, siendo belicoso por índole, y excitado además por ciertos rumores de que el hado destinaba a Roma para hacerse grande, criada y mantenida con la guerra, se propuso usar de violencia contra los Sabinos, como que no robaron más que solas treinta doncellas, lo que más era de quien buscaba guerra que casamientos; pero esto no parece acertado, sino que, viendo que la ciudad en brevísimo tiempo se había llenado de habitantes, pocos de los cuales eran casados, y que los más siendo advenedizos, gente pobre y oscura, de quienes no se hacía cuenta, no ofrecían seguridad de permanecer; y contando con que para con los mismos Sabinos este insulto se había de convenir en un principio de afinidad y reunión por medio de las mujeres, cuyos ánimos se ganarían, le puso por obra en este modo: hizo antes correr la voz de que había encontrado el ara de un dios que estaba escondida debajo de tierra: llamábanle al dios Conso, o por presidir al consejo, porque aún ahora al cuerpo de consejeros llaman Consilio, y Cónsules a los primeros magistrados, como previsores; o por ser congregación ecuestre a Neptuno, porque su ara en el Circo Máximo está siempre cubierta, y sólo se manifiesta en los juegos ecuestres; mas otros quieren que esto precisamente sea porque, siendo de suyo el consejo secreto e incomunicable, no sin justa razón se supuso ser de este dios un ara que estaba escondida debajo de tierra. Luego que la encontró dispuso con esta causa un solemne sacrificio, y combates, y espectáculos con general convocación: concurrió gran gentío; y Rómulo estaba sentado con los principales, adornado con el manto. Era la señal para el momento de la ejecución levantarse, abrir el manto y volver a cubrirse; y había muchos con armas que aguardaban la señal. Dada ésta, desnudaron las espadas, y, acometiendo con gritería, robaron las doncellas de los Sabinos; y como éstos huyesen, los dejaron ir sin perseguirlos. En cuanto al número de las robadas, unos dicen que no fueron más que treinta, de las que tomaron nombre las Curias; Valerio de Ancio, que setecientas veintisiete; pero Juba, que fueron seiscientas ochenta y tres doncellas. La mejor apología de Rómulo es que no fue robada ninguna casada, sino sola Hersilia por equivocación; probándose con esto que no por afrenta o injuria cometieron el rapto, sino con la mira de mezclar y confundir los pueblos, proveyendo así a la mayor de todas las faltas. De Hersilia dicen unos que casó con Hostilio, varón muy distinguido entre los Romanos; y otros que casó con el mismo Rómulo, a quien dio hijos: una sola hija llamada Prima por el orden del nacer, y un hijo solo, al que dio el nombre de Aolio, en alusión a los muchos ciudadanos que se habían congregado bajo su mando; pero después le llamaron Abilio. Es esta narración de Zenódoto de Trecene; pero hay muchos que la contradicen.

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En el acto del robo cuentan haber sucedido que algunos de la plebe traían una doncella de extraordinaria hermosura y gentileza: encontráronse con otros de los patricios, que trataron de quitársela; pero ellos decían a gritos que la llevaban para Talasio, hombre muy joven a la verdad, pero muy bien visto y de excelente conducta; oído lo cual lo celebraron con aplauso, y aun algunos añaden que torcieron camino, y siguieron a los primeros con alegría y regocijo, pronunciando a voces el nombre de Talasio. Desde entonces en los casamientos, como los Griegos a Himeneo, apellidan los romanos a Talasio, porque aseguran además que Talasio fue muy feliz con aquella esposa. Sextio Sila el Cartaginés, a quien no faltan letras ni gracia, me ha dicho que Rómulo dio por seña del robo esta voz, por lo que todos clamaron “Talasio” al arrebatar las doncellas, y ha quedado en las bodas esta costumbre; pero los más, de cuyo número es Juba, son de opinión que no es más que exhortación y excitación a la vida laboriosa y manejo de la lana, no habiendo entonces todavía confusión entre los nombres griegos y latinos. Mas si esto no va infundado, y los Romanos usaban ya entonces como nosotros de la voz Talasia, podría conjeturarse otra causa más probable de aquel uso: porque después que los Sabinos, hecha la guerra, se reconciliaron con los Romanos, se hizo tratado acerca de las mujeres, para que no se las obligara a hacer en su casa otro trabajo que los relativos a la lana; y ha quedado también ahora en los casamientos que los interesados, los convidados, y en general cuantos se hallan presentes, exclamen “Talasio”, como por juego, dando a entender que la mujer no se trae a casa para ningún otro obraje que el de la lana. Dura también hasta ahora el que la novia no pase por sí misma el umbral de la casa, sino que la introduzcan en volandas: porque entonces no entraron, sino que las llevaron por fuerza. Dicen también algunos que el desenredarse el cabello de la novia con la punta de una lanza es igualmente representación de que las primeras bodas se hicieron en guerra y hostilmente; pero de estas cosas hemos tratado largamente en las Cuestiones. Sucedió este arrojo del rapto en el día 18 del mes que entonces se llamaba Sextil, ahora agosto, el mismo día en que celebran las fiestas consuales.

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Eran los Sabinos en gran número y muy guerreros, y habitaban pueblos abiertos, siendo el ser grandemente alentados propio de unos hombres que eran colonia de los Lacedemonios; mas con todo, viendo que los Romanos se atrevían a grandes empresas, y temiendo por sus hijas, enviaron embajadores a Rómulo con proposiciones equitativas y moderadas: que volviéndoles las doncellas, y dando satisfacción por el acto de violencia, después pacíficamente y con justas condiciones entablarían para ambos pueblos amistad y comunicación. No viniendo Rómulo en entregar las doncellas, aunque también convidaba a la alianza a los Sabinos, todos los demás tomaban tiempo para deliberar y prepararse; pero Acrón, rey de los Ceninetes, hombre alentado y diestro en las cosas de guerra, concibió desde luego sospechas con los primeros arrojos de Rómulo, y juzgando después que el hecho del rapto de las mujeres, sobre dar que temer a todos no era para sufrido y dejarse sin castigo, declaró al punto la guerra, y con grandes fuerzas marchó contra Rómulo, y éste contra él. Luego que se alcanzaron a ver, se provocaron mutuamente a singular combate, permaneciendo tranquilos sobre las armas los ejércitos. Hizo voto Rómulo de que si vencía y derribaba a su contrario, llevaría en ofrenda a Júpiter sus armas: vencióle, en efecto, y derribóle, desbaratando después en batalla su ejército. Tomó también la ciudad; y ninguna otra condición dura impuso a los vencidos, sino que derribasen sus casas y le siguiesen a Roma, donde serían ciudadanos con entera igualdad de derechos. Nada hubo, pues, que más contribuyese al aumento de Roma, la cual siempre adoptó e incorporó en su seno a los pueblos sojuzgados. Rómulo, para hacer su voto más grato a Júpiter, y más majestuoso a los ojos de sus ciudadanos, tendió la vista por el sitio de los reales, y echó al suelo la encina más robusta: dióle la forma de trofeo, y fue poniendo pendientes de él con orden cada una de las armas de Acrón; ciñóse la púrpura, y coronóse de enhiesto, dando el tono de un epinicio triunfal al ejército que en orden le seguía; y en esta forma fue recibido de los ciudadanos con admiración y regocijo. Esta pompa fue el principio y tipo de los siguientes triunfos; y al trofeo se dio el nombre de voto a Júpiter Feretrio, porque los Romanos al lastimar a los contrarios le llaman ferire, y Rómulo había pedido a Júpiter que lastimase y derribase a su contrario; y opimos dice Varrón llamarse los despojos, porque también a la hacienda le dicen opem; pero mejor se derivaría en mi concepto de la acción, porque a lo que se hace con trabajo le llaman opus. Y fue prez de valor para el general que por su persona dio muerte al otro general la dedicación de los despojos; dicha que sólo cupo a tres generales romanos, siendo el primero Rómulo, que derribó muerto a Acrón Ceninete; el segundo, Cornelio Coso, que dio muerte a Tolumnio el Tirreno, y el último, Claudio Marcelo, que venció a Britomarto, rey de los Galos. De éstos, Coso y Marcelo hicieron ya su entrada con tiro de caballos, llevando ellos mismos sus trofeos; pero de Rómulo no tiene razón Dionisio en decir que usó de carroza; pues la opinión más recibida es que fue Tarquino, hijo de Demarato, el primero de los reyes que introdujo en los triunfos aquel aparato y pompa, aunque otros dicen que fue Publícola el primero que triunfó en carroza; mas en cuanto a Rómulo, todas las estatuas suyas que se ven en Roma en actitud de triunfo son pedestres.

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Después de la derrota de los Ceninetes, cuando todavía los demás Sabinos hacían preparativos, se declararon contra los Romanos los de Fidenas, de Crustumno y Antemna, y dada la batalla, siendo de la misma manera derrotados, hubieron de dejar que por los Romanos fuesen tomadas sus ciudades, talados sus campos, y ellos mismos trasladados a Roma. Rómulo entonces todo el restante terreno lo repartió a los ciudadanos; pero el que poseían los padres de las doncellas robadas lo dejó en su poder. Llevándolo a mal los demás Sabinos, y nombrando por su general a Tacio, se vinieron sobre Roma. No era fácil aproximarse a ella, teniendo por antemural el que ahora es Capitolio, donde se había construido un fuerte, en el que mandaba Tarpeyo, y no la doncella Tarpeya, como pretenden algunos, dando una mala idea del talento de Rómulo. Era, sin embargo, Tarpeya hija del gobernador, la cual entregó, por traición, el fuerte a los Sabinos, deslumbrada con los brazaletes de oro de que los vio adornados; así, pidió por premio de su traición lo que llevasen todos en la mano izquierda; y otorgado así por Tacio, abriéndoles a la noche una puerta, dio entrada a los Sabinos. No fue, pues, Antígono según parece, el único que dijo que le gustaban los traidores mientras lo eran; pero después de serlo los aborrecía; o César, a quien se atribuye haber expresado, con ocasión del tracio Rumetacles, que le gustaba la traición, pero aborrecía al traidor; sino que ésta es una aversión general hacia los malos de todos los que tienen que valerse de ellos, como sucede cuando se necesita la ponzoña o la hiel de algunas fieras; porque gustando del beneficio cuando se recibe, se aborrece la maldad después de disfrutado. Esto mismo sucedió entonces a Tacio con Tarpeya, porque mandó a todos los Sabinos que tuviesen en memoria lo convenido con aquella, y ninguno la defraudase de lo que llevaran en la mano izquierda, y él fue el primero que al tiempo de quitarse el brazalete dejó también caer el escudo; y haciendo lo mismo todos, cargada de oro y abrumada de escudos, el peso y el amontonamiento la acabaron. También alcanzó la pena de la traición a Tarpeyo, que fue perseguido por Rómulo, diciendo Juba que así lo escribió Galba Sulpicio. Otras cosas se refieren de Tarpeya; pero los que no merecen crédito son los que cuentan, de cuyo número es Antígono, que era hija de Tacio, y siendo retenida violentamente por Rómulo, ejecutó en favor del padre y padeció por su disposición lo que se ha dicho. Mas el que enteramente delira es el poeta Símilo, pensando que fue a los Celtas, y no a los Sabinos, a quienes, enamorada de su Rey, entregó Tarpeya el Capitolio. Dice, pues, así: Ocupaba Tarpeya el alto Alcázar Capitolino en Roma mal segura; y encendida del Celta en amor vano, fue guarda infiel de los paternos lares; y al cabo de poco, acerca de su muerte: No los Boyos o mil otras naciones de Celtas en el Po la sumergieron; mas oprimida de marciales armas, éstas fueron su digna sepultura.

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Por Tarpeya, que allí quedó sepultada, el collado se llamó Tarpeyo hasta el tiempo del rey Tarquino, el cual, dedicando aquel lugar a Júpiter, mudó de allí los restos, y le quitó el nombre que tomó de Tarpeya; sólo ha quedado una roca, a la que aun ahora llaman Tarpeya, de la que son precipitados los malhechores. Ocupado por los Sabinos el alcázar, Rómulo, por su parte, ardiendo en ira, los provocaba a la pelea, y Tacio se mostraba confiado, en vista de que aun cuando se le estrechase tenía una retirada segura. Estaba el sitio intermedio, donde se había de combatir, cercado de alturas, lo que para unos y otros hacía la pelea cruda y difícil; pero pronta la fuga y la persecución por su misma estrechez. Hizo la casualidad que pocos días antes había hecho inundación el río, dejando un lodo copioso y ciego en los lugares más bajos, hacia donde está ahora el Foro; así, no se advertía ni era fácil evitarle, siendo además tenaz por encima y blando por abajo. Dirigiéndose hacia él incautamente los Sabinos, les favoreció un acaso; porque a Curcio, hombre muy principal y de ánimo altivo, que era de los de a caballo y se había adelantado mucho a todos los demás, se le atascó el caballo en el lodazal, y por más que por algún tiempo con golpes y voces procuró sacarle, viendo, por fin, que no había forma, le hubo de dejar, y él se salvó; y el sitio todavía retiene por él el nombre de lago Curcio. Precaviéndose, pues, ya de aquel peligro, sostuvieron los Sabinos un recio combate, que permanecía indeciso con ser muchos los que morían, y entre ellos Hostilio, que se dice haber sido marido de Hersilia y abuelo de Hostilio el que reinó después de Numa. Repetidos después, como era natural, diferentes combates en corto espacio, hacen memoria de uno, como el postrero de ellos, en el que, herido Rómulo con una piedra, en términos de haber estado en muy poco el que cayese, y no pudiendo resistir a los Sabinos, flaquearon los Romanos, y huyendo se retiraban hacia el Palatino, arrojados de lo entrellano. Entretanto, reparado ya Rómulo del golpe, poniéndose delante de los que huían, procuraba hacerles volver al combate, y a grandes voces los exhortaba a detenerse y pelear; pero creciendo, a pesar de eso, la fuga, y no habiendo ninguno que osase volver el rostro, levantando las manos al cielo, hizo plegaria a Júpiter para que contuviese su ejército, y no los abandonase, sino más bien volviera por el honor y gloria de Roma, que veía en tan mal estado. Concluida la plegaria, en muchos tuvo poder la vergüenza que el rey debía causarles, y sobrevino osadía a los que así huían. Detuviéronse primero donde ahora está edificado el templo de Júpiter Estátor, que no se interpretaría mal llamándole detenedor. Rehaciéndose, pues, de nuevo, hicieron retirar a los Sabinos hacia la que ahora se llama Regia y el templo de Vesta.

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Disponíanse como de refresco para volver a la contienda, cuando les contuvo un espectáculo muy tierno y un encuentro que no puede describirse con palabras. De repente, las hijas de los Sabinos que habían sido robadas se vieron sobrevenir unas por una parte y otras por otra con algazara y vocería por entre las armas y los muertos, como movidas de divino impulso, hacia sus maridos y sus padres, unas llevando en su regazo a sus hijos pequeñitos, otras esparciendo al viento su cabello desgreñado, y todas llamando con los nombres más tiernos, ora a los Sabinos, ora a los Romanos. Pasmáronse unos y otros, y dejándolas llegar a ponerse en medio del campo, por todas partes discurría el llanto, y todo era aflicción, ya por el espectáculo, y ya por las razones, que empezando por la reconvención, terminaron en súplicas y ruegos. Porque decían: “¿En qué os hemos ofendido o qué disgustos os hemos dado para los duros males que ya hemos padecido y nos resta que padecer? Fuimos robadas violenta e injustamente por los que nos tienen en su poder, y después de esta desgracia, ningún caso se hizo de nosotras por el tiempo que fue necesario, para que obligadas de la necesidad a las cosas más odiosas tengamos ahora que temer y que llorar por los mismos que nos robaron e injuriaron, si combaten o si mueren. Porque no venís por unas doncellas a tomar satisfacción de los que las ofendieron, sino que priváis a unas casadas de sus maridos y a unas madres de sus hijos, haciendo más cruel para nosotras, desdichadas, este auxilio, que lo fue vuestro abandono y alevosía. Estas prendas de amor nos han dado aquellos, y así os habéis compadecido de nosotras. Aun cuando peleaseis por cualquiera otra causa, deberíais por nosotras conteneros, hechos ya suegros, abuelos y parientes; mas si por nosotras es la guerra, llevadnos con vuestros yernos y nuestros nietos; restituidnos nuestros padres y parientes: no nos privéis, os pedimos, de nuestros hijos y maridos, para no vernos otra vez reducidas a la suerte de cautivas”. Dicha por Hersilia estas y otras muchas razones, e interponiendo las demás sus ruegos, se hicieron treguas, y se juntaron a conferenciar los generales. Entre tanto, las mujeres presentaban, a sus padres, sus maridos y sus hijos; llevaban qué comer y qué beber a los que lo pedían; cuidaban de los heridos, llevándoselos a sus casas, y procuraban hacer ver que tenían el gobierno de ellas, y que eran de sus maridos atendidas y tratadas con la mayor estimación. Hízose un tratado, por el que las mujeres que quisiesen quedarían con los que las tenían consigo, no sujetas, como ya se ha dicho, a otro cuidado y ocupación que la del obraje de lana; que en unión habitarían la ciudad Romanos y Sabinos; que ésta de Rómulo se llamaría Roma; pero todos los Romanos se llamarían Quirites en memoria de la patria de Tacio, y que ambos reinarían también en unión y tendrían el mando de las tropas. El lugar donde se ajustó este tratado todavía se llama Comicion, porque los Romanos al juntarse le dicen comire.

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Duplicada la ciudad, se eligieron otros cien patricios de los Sabinos, y las legiones constaron de seis mil hombres de a pie y seiscientos de a caballo. Haciendo también tres divisiones del pueblo, los de la una de Rómulo se llamaron Rammenses; los de la otra de Tacio, Tacienses, y los de la tercera Lucenses, por la selva a que se acogieron muchos para gozar de asilo y ser admitidos a los derechos de ciudadanos; porque a la selva la llaman lucus. Que eran tres estas divisiones lo declara su nombre, porque aún ahora las llaman tribus, y Tribunos a los presidentes de ellas. Cada tribu tuvo diez curias, las que algunos dicen haber tomado nombre de aquellas mujeres; pero esto parece falso porque muchas conocidamente han tomado la denominación de ciertos territorios. Con todo, otras muchas concesiones se hicieron en honor de las mujeres, entre ellas las siguientes: cederles la acera cuando van por la calle; no poder nadie proferir nada indecente en presencia de una mujer; no deber dejarse ver de ella desnudo; no ser obligadas a litigar ante los jueces de causas capitales; que sus hijos lleven el adorno que por su forma, que imita las burbujitas, se llama bula, y como un pañuelo de púrpura rodeado al cuello. Tenían los reyes su consejo, no en unión, sino primero cada uno de por sí con sus cien patricios, y después se congregaban todos juntos. Tacio habitaba donde está ahora el templo de Moneta, y Rómulo junto a las gradas llamadas de Rivahermosa, que están en la bajada desde el Palatino al Circo máximo. Allí mismo dicen que estuvo el Cornejo sagrado, del que cuentan esta fábula: ejercitándose Rómulo, arrojó desde el Aventino su lanza, que tenía de cornejo el asta: clavóse la punta profundamente, y no hubo nadie que la pudiese sacar, aunque se probaron muchos; y el asta, prendida en una tierra fecunda, echó ramos, y creció en un muy robusto tronco de cornejo. Después de Rómulo lo conservaron y tuvieron en veneración como cosa muy santa, y le hicieron un vallado. Cuando a alguno, al pasar por junto a él, le parecía que no estaba frondoso y de buena vista, sino que decaía y se marchitaba, al punto clamaba a gritos a los que se le presentaban, y éstos, como se da socorro en un incendio, pedían a voces agua, y de todas partes acudían corriendo, llevando al sitio cántaros llenos de ella. Mas reparando las gradas Gayo César, según dicen, y haciendo los operarios excavaciones allí cerca, destrozaron enteramente sin advertirlo las raíces, y el árbol se secó.

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Admitieron también los Sabinos los meses de los Romanos; acerca de lo cual decimos en la Vida de Numa lo que nos parece oportuno. Rómulo, a su vez, adoptó el escudo de los Sabinos, mudando de armadura él mismo y los Romanos, que antes usaban de las rodelas de los Argivos. De fiestas y sacrificios hicieron comunicación entre sí, no quitando los que trajo cada pueblo, y antes introduciendo otros nuevos, de cuyo número eran las Fiestas Matronales, concedidas a las mujeres en memoria de haber hecho cesar la guerra, y las Carmentales. Creen algunos que Carmenta es un hada que preside el nacimiento de los hombres, y por eso las madres la tienen en veneración; otros que es la mujer de Evandro el de Arcadia, profetisa y pitonisa, que daba sus oráculos en verso, y de aquí se llamó Carmenta, porque a los versos les dicen carmina, siendo Nicostrata su nombre propio; y esto es lo que está comúnmente admitido. Sin embargo, otros con más probabilidad dan a este nombre de Carmenta la interpretación de mujer fuera de juicio, por el enajenamiento en que las tales caen con la inspiración o entusiasmo, porque al estar privado le llaman carere y mentem a la razón. De las fiestas Palilias hicimos mención arriba. Las Lupercales, por el tiempo en que caen, podrían reputarse purificatorias, porque se celebran en los días nefastos del mes de Febrero, que puede muy bien interpretarse purificativo; y aun al día mismo los antiguos le decían februato. El nombre de la fiesta para los Griegos alude a cosa de lobos, y podría parecer que era antigua de los Árcades que vinieron con Evandro; pero por el nombre puede ser de unos y otros, pudiendo éste haber dimanado de la loba: puesto que vemos que los Lupercos toman el principio de sus carreras desde el mismo sitio en que se dice que Rómulo fue expuesto. Las ceremonias son las que hacen muy difícil de adivinar el motivo de la institución. Empiézase por matar algunas cabras; después a dos jovencitos ingenuos, que se les ponen delante, unos les manchan la frente con el cuchillo ensangrentado, y otros los limpian al instante, para lo que llevan lana empapada en leche; y los jovencitos, luego que los limpian, deben echarse a reír. Hecho esto, cortan correas de las pieles de las cabras, y, ciñéndose con ellas, dan a correr desnudos, golpeando a cuantos encuentran; y las mujeres hechas no huyen de que las hieran, creyendo que esto conduce para que conciban y paran felizmente. Es también ceremonia singular de esta fiesta el que los Lupercos sacrifiquen un perro. El poeta Butas, que escribió en verso elegíaco fabulosos orígenes de las cosas romanas, dice que vencido Amulio por Rómulo y Remo, vinieron éstos corriendo con algazara al sitio donde siendo niños les dio de mamar la loba; que la fiesta es imitación de aquella carrera, y los nobles van por todas partes Hiriendo a los que al paso se presentan, como entonces corrieron desde Alba Rómulo y Remo con espada en mano; y que el llevar a la frente el acero ensangrentado es símbolo de la carnicería y peligro por que entonces se pasó; y el limpiar la mancha con leche, recuerdo de su crianza. Pero Gayo Acilio refiere que antes de la fundación sucedió que los ganados de Rómulo y Remo se desaparecieron, y haciendo plegarias a Fauno, echaron a correr desnudos en busca de ellos para que el sudor no les sirviera de estorbo; y que por esto corren desnudos los Lupercos. En cuanto al sacrificio del perro, se podría decir, si éste es de purificación, que lo emplean como víctima expiatoria, porque también los griegos en las que llaman expiaciones ofrecen cachorrillos; y en muchas ocasiones emplean el rito que toma de éstos la denominación de perisculaquismo. Si por otra parte esto se hace en memoria de la loba y del triunfo y salvación de Rómulo, no erradamente se mata un perro, como enemigo que es de los lobos; a no ser que por caso sea castigo que se da a este animal por lo que suelen estorbar a los Lupercos en su carrera.

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Dícese asimismo haber sido Rómulo el que primero instituyó el fuego sagrado, creando en sacerdotistas a las vírgenes que se llamaron Vestales; pero esto otro lo atribuyen a Numa, sin que por eso deje de asegurarse que Rómulo fue muy religioso; y aun añaden que fue dado a la ciencia augural, y que para su ejercicio usaba del llamado lituo. Era éste una varita encorvada, con la que sentados describían los puntos cardinales para los agüeros: guardábase en el Palacio; pero en la invasión de los Galos, cuando la ciudad fue tomada, dícese que desapareció, y que arrojados después aquellos bárbaros, se halló entre los montones de ceniza ileso del fuego, cuando todo lo demás había sido consumido y deshecho. Promulgó también algunas leyes, de las cuales muy dura es la que no permite a la mujer repudiar al marido, concediendo a éste despedir la mujer por envenenar los hijos, por falsear las llaves y por cometer adulterio; si por otra causa alguna la despedía, ordenábase que la mitad de su hacienda fuese para la mujer, y la otra mitad para el templo de Ceres; y que el que así la repudiase hubiera de aplacar a los Dioses infernales. Fue, también cosa suya no haber señalado pena contra los parricidas, y haber llamado parricidio a todo homicidio, como que éste era factible, pero imposible aquel; y por muy largo tiempo pareció que con sobrada razón se tuvo por desconocida semejante maldad, porque nadie hubo en Roma que la cometiese en cerca de seiscientos años; siendo el primero de quien se cuenta haber sido parricida, ya después de la guerra de Aníbal, Lucio Hostio; mas baste de estas cosas.

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En el año quinto del reinado de Tacio algunos familiares y parientes suyos, encontrándose con ciertos mensajeros que de Laurento venían a Roma, se propusieron despojarlos violentamente de sus bienes en el camino, y porque no lo toleraron, sino que se defendieron, les dieron muerte. Cometida tan abominable acción, Rómulo fue de opinión que al punto debían ser castigados sus autores; pero Tacio la dejaba correr y daba largas; siendo éste el único motivo conocido de disensión que entre ellos hubo, pues por lo demás se llevaron muy bien, y con mucha concordia trataron en común los negocios. Entre tanto, los deudos de los que habían sido asesinados, desahuciados de que se impusiera la pena legítima, a causa de Tacio, dando sobre él en Lavinio en el acto de entender en cierto sacrificio, le quitaron la vida; y a Rómulo le fueron acompañando, alabándole de hombre justo. Cuidó éste de que se trasladase el cadáver de Tacio, y se le diese sepultura, el cual yace junto al llamado Armilustrio en el Aventino; mas no pensó en tomar satisfacción por su muerte, y algunos historiadores refieren que la ciudad de los Laurentanos por temor entregó los agresores, pero que Rómulo les dio libertad, diciendo que muerte con muerte se compensaba; lo que dio motivo para pensar y sospechar que no le había sido desagradable el que le hubiesen dejado sin colega en el mando. No por esto en cuanto a los negocios hicieron novedad o se inquietaron los Sabinos, sino que unos por amor a Rómulo, otros por miedo de su poder, y otros mirándole como cosa divina, le conservaron todos admiración y benevolencia. Aun muchos de los extranjeros miraban con veneración a Rómulo; y los más antiguos habitantes del Lacio se adelantaron a solicitar su amistad y alianza. Mas a Fidenas, ciudad circunvecina de Roma, la tomó por armas, según dicen algunos, mandando repentinamente caballería con orden de desquiciar las puertas; que de este modo se apareció allí cuando menos se esperaba; pero otros aseguran que los Fidenates fueron los primeros a hacer presas, y a talar la comarca y los arrabales de Roma, y que Rómulo, armándoles celadas, y haciéndoles perder mucha gente, tomó la ciudad. Con todo, no la incendió o devastó, sino que la hizo colonia de Romanos, haciendo pasar a ella dos mil y quinientos habitantes, en los idus de abril.

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Sobrevino peste en aquel tiempo, tal que sin enfermedad causaba en muchos muerte repentina, agregándose a ella esterilidad n los frutos e infecundidad en los ganados; en la ciudad, además, cayó lluvia de sangre; y a estos males, que eran de necesidad, se allegó también una grandísima superstición. Sobre todo, cuando los habitantes de Laurento experimentaron lo mismo, ya enteramente pareció que era la ira divina la que afligía a ambas ciudades por el abandono de la justicia en la muerte de Tacio y en la de los embajadores. Entregados, recíprocamente y castigados los delincuentes, manifiestamente cesaron las plagas; y Rómulo reconcilió las dos ciudades con expiaciones, que se dice practicarse todavía junto a la Puerta Ferentina. Antes de que cediese la peste insultaron los Camerios a los Romanos, y talaron sus tierras, como que no estaban en situación de defenderse por aquella calamidad; pero Rómulo marchó al punto en su busca, y venciólos en batalla, en la que murieron seis mil de ellos, y, tomando la ciudad, a la mitad de los que pelearon los trasladó a Roma, y de Roma mandó a Cameria doblados de la otra mitad en las Calendas Sextiles. ¡Tanto había crecido el número de los ciudadanos en diez y seis años escasos que habitaba en Roma! Entre los demás despojos, trajo de Cameria un carro con cuatro caballos de bronce: consagróle en el templo de Vulcano, poniendo en él su estatua, coronada por la Victoria.

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De este modo tomaba Roma consistencia, con lo que los vecinos débiles cedían, y con sólo no tener que temer, se daban por contentos: pero los de más fuerzas, parte por miedo y parte por envidia, creían que no debían estarse quietos, sino antes oponerse a tanto incremento y contener a Rómulo. Entre los Tirrenos fueron los Veyanos los primeros que, teniendo un extenso territorio, y habitando una ciudad populosa, tomaron por pretexto y principio de la guerra el reclamar a Fidenas, porque era pertenencia suya. Esto no sólo era injusto, sino aun ridículo, porque después de no haberla defendido en su riesgo y al tiempo de ser expugnada, dejando perecer a sus habitantes, venían ahora a reclamar las casas y el territorio cuando habían pasado a otro poder. Habiendo, pues, recibido de Rómulo desabrida respuesta, dividiéndose en dos cuerpos, opusieron el uno a las fuerzas que había en Fidenas, y con el otro se fueron en busca de Rómulo, y, vencedores sobre Fidenas, dieron cabo de dos mil Romanos; pero, vencidos por Rómulo, perdieron más de ocho mil hombres. Fuéronlo después de segunda sobre Fidenas; y es cosa en que todos convienen que Rómulo tuvo en esta acción la principal parte, reuniendo la osadía y prontitud con la pericia, y usando de un valor al parecer sobrehumano; pero es enteramente fabuloso, o, por mejor decir, de ningún modo creíble, lo que cuentan algunos de que habiendo sido los que perecieron catorce mil, más de la mitad fueron muertos por mano del mismo Rómulo; cuando aun parece que usan de exageración los Mesenios con su Aristómenes, diciendo que sacrificó trescientas víctimas por otros tantos Lacedemonios, a quienes dio muerte. Yendo en retirada, Rómulo dejó correr a los que así huían, y se encaminó a la ciudad de Veyes, donde no pudiendo resistir a tanta calamidad y empleando el ruego, hicieron paz y amistad por cien años, cediendo a los romanos su territorio, llamado siete pagos, como si dijésemos siete suertes, desistiéndose de las fuentes saladas que poseían junto al río, y entregando en rehenes cincuenta de los principales. Triunfó Rómulo de éstos en los idus de octubre, conduciendo muchos cautivos, y entre ellos al general de los Veyanos, hombre anciano, que no se condujo en la acción con el tino e inteligencia correspondientes a aquella edad; por esta causa aún ahora, cuando se hacen sacrificios sobre victoria conseguida, se guarda el rito de llevar desde la plaza al Capitolio a un anciano, al que visten de púrpura, y le ponen al cuello la bula pueril, y grita el heraldo: “Sardianos de venta”, porque los Tirrenos pasan por colonia de los Sardianos, y Veyes era ciudad del país Tirreno.

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Ésta fue la última guerra en que Rómulo intervino. En adelante no estuvo ya libre de incurrir en lo que acontece a muchos, o por mejor decir, fuera de muy pocos, a todos los que con grande y extraordinaria prosperidad son ensalzados en poder y fausto; porque, engreído con los sucesos, con ánimo altanero cambió la popularidad en un modo de reinar molesto y enojoso hasta por el ornato con que se transformó, pues empezó a vestir una túnica sobresaliente, adornó con púrpura la toga, y despachaba los negocios públicos reclinado bajo dosel. Asistíanle de continuo ciertos jóvenes llamados céleres por su prontitud en servir, y le precedían otros que con varas apartaban a la muchedumbre, e iban ceñidos de correas para atar a los que les mandase; y al atar los Latinos antiguamente le decían ligare, y ahora alligare, y por esta causa los que iban con las varas se dijeron lictores, y aquellas báculos, porque usaban entonces de las varas. Pero acaso se dicen lictores, interpuesta la letra c, y antes litores a la griega como liturgos o ministros públicos; porque aun ahora los griegos al pueblo le llaman leitos, y laos a la plebe.

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Cuando por muerte de su abuelo Numitor en Alba le correspondió a él el reino, comunicó con todos el mando, haciéndose popular, y cada año elegía un gobernador para los Albanos. Instruyó con esto a los principales entre los romanos para que procurasen establecer una autoridad distinta de la regia, y el gobierno propiamente de las leyes, mandando en parte y siendo mandados; pues que ni los llamados patricios tenían parte en la administración, y sólo gozaban de cierto aparato y nombre honorífico, juntándose en el Concilio o Senado más por formalidad que porque se desease su dictamen. Mandábaseles, y callando obedecían; no teniendo otra ventaja sobre los demás sino que, enterados primero que éstos de lo que se ejecutaba, aquí terminaban sus funciones. Y por todo lo demás pasaban; pero habiendo Rómulo repartido por sí solo a los soldados las tierras ganadas por las armas, y restituido a los Veyanos los rehenes, sin hablarles de ello y consultarlos, creyeron que aquello ya era burlarse enteramente del Senado; y de aquí nació contra éste la sospecha, habiendo Rómulo desaparecido imprevistamente de allí a poco tiempo. Fue, pues, su desaparecimiento en las Nonas Quintiles, como se decía entonces, o de Julio, como se dice ahora, sin que nada cierto y seguro haya quedado acerca de su muerte, sino, la época, como se deja expresado; porque todavía se ejecutan en aquel día muchos ritos y actos a imitación de lo que en él pasó. Y no hay que extrañar esta incertidumbre, cuando habiéndose encontrado muerto de sobrecena a Escipión Africano, nada hay acerca del modo de su muerte que merezca algún crédito o lleve camino; diciendo unos que, andando ya enfermizo, naturalmente falleció: otros que él mismo tomó hierbas para este efecto, y otros, que sus enemigos, echándose sobre él en aquella noche, le cortaron la respiración. Y al cabo Escipión estuvo de cuerpo presente para que todos le viesen, y su cadáver, registrado por todos, pudo dar alguna sospecha y conocimiento; pero Rómulo desapareció repentinamente, sin que se viese ni miembro de su cuerpo ni jirón de su vestido; habiendo conjeturado algunos que los Senadores cargaron sobre él en el templo de Vulcano, le despedazaron y repartieron entre sí el cuerpo, llevándose cada uno en el seno una partecita. Otros opinan que ni fue en el templo de Vulcano, ni se hallaban solos los Senadores cuando Rómulo fue quitado de en medio, sino que esto ocurrió fuera, junto al lago llamado de la Cabra o de la Cierva, donde aquel estaba celebrando una junta pública; y que en el aire sucedieron entonces de repente fenómenos maravillosos, superiores a cuanto puede ponderarse, y trastornos increíbles; que la luz del sol se eclipsó, y sobrevino una noche nada serena y tranquila, sino con terribles truenos y huracanes violentos, que de todas partes movían gran borrasca. En esto, lo que es la plebe se dispersó y dio a huir, y los principales se juntaron; cuando luego, desvanecida la tormenta y restituida la luz, volvió con esto a reunirse el pueblo, todos buscaban y deseaban ver al rey; pero los principales no se lo permitían, ni les daban lugar para hablar en ello, sino que los exhortaban a venerar a Rómulo, como arrebatado a la mansión de los Dioses, y convertido, de buen rey que había sido, en un dios benéfico para ellos. Creyólo la mayor parte, y se retiraron contentos, venerándolo con las más lisonjeras esperanzas; pero hubo algunos que reconvinieron agria y desabridamente a los patricios sobre este hecho, inquietándolos y acusándolos de que querían hacer creer al pueblo los mayores absurdos, después de haber ellos sido los matadores del rey.

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En este estado de turbación dicen que un ciudadano de la clase de los patricios, muy principal en linaje, de gran opinión en cuanto a su conducta, amigo además de la confianza de Rómulo, de los que vinieron de Alba, llamado Julio Proclo, se presentó en la plaza, y acercándose con juramento a las cosas más sagradas, refirió en público que yendo por la calle se le había aparecido de frente Rómulo, más bello en su presencia y más grande que lo había sido nunca, adornado de armas lustrosas y resplandecientes, a quien, pasmado con su vista, había dicho: “¿Qué te hemos hecho, oh rey, o qué te has propuesto para dejarnos a nosotros entre sospechas injustas y criminales. y a todo el pueblo en orfandad y general desconsuelo?” Y aquel le había respondido: “Los Dioses han dispuesto, oh Proclo, que sólo hayamos permanecido este tiempo entre los hombres, siendo de allá; y que habiendo fundado una ciudad grande en imperio y en gloria, volvamos a ser habitadores del cielo; regocíjate, pues, y di a los Romanos que si ejercitan la templanza y fortaleza, llegarán al colmo del humano poder; y yo, bajo el nombre de Quirino, seré siempre para vosotros un genio tutelar”. Pareció esta relación a los Romanos digna de crédito por la opinión del que la hacía y por el juramento; y además parece que inspiró una cosa parecida al entusiasmo, porque nadie hizo la menor oposición, y apartándose todos de sus sospechas y persecuciones, hicieron plegarias a Quirino y lo invocaron por Dios. Parécese esto a las fábulas que los Griegos nos cuentan sobre lo ocurrido con Aristeas Proconesio y Cleomedes Astupaleo; porque dicen que habiendo muerto Aristeas en un batán, al querer sus deudos recoger su cadáver se les marchó sin saber cómo, y luego dijeron unos que venían de viaje que se habían encontrado con Aristeas camino de Crotona. Cleomedes era un hombre de una corpulencia y una fuerza extraordinarias, pero como fanático y alocado: así hacía mil violencias, y últimamente en una escuela de niños, dando una puñada en la columna que sostenía la obra, la partió por medio, y echó abajo el tejado: perecieron, pues, los niños, y persiguiéndosele en juicio, dícese que se encerró en un arcón grande, llevándose tras sí la tapa, de la que tiraba por adentro, y aunque se juntaron muchos a hacer fuerza para abrirla, no les fue posible; y recurriendo al medio de hacer pedazos el arcón, no le hallaron ni vivo ni muerto; espantados de lo cual enviaron adivinos a Delfos, y la Pitia les dio por respuesta: Sabed que de los héroes el postrero es el Astupaleo Cleomedes. También se cuenta que el cadáver de Alcmena, al llevarla en el féretro, se desapareció, y en su lugar se encontró en aquel una piedra; y a este tenor otras fábulas, queriendo deificar contra toda razón a unos seres por naturaleza mortales, igualándolos con los Dioses. Y como el desconocer la divinidad de la virtud es abominable y feo, así lo más irracional de todo es mezclar el cielo con la tierra. Dejémoslo, pues, ateniéndonos con Píndaro a lo cierto: que el cuerpo de todos está sujeto, a la caduca muerte; pero queda viva una imagen de la eternidad: porque ella sola es de los Dioses; de allá viene, y allá torna, no con el cuerpo, sino cuanto más se aparta y distingue de él, haciéndose del todo pura, incorpórea e inocente, porque el alma seca es la más excelente, según Heráclito, lanzándose fuera del cuerpo como el rayo de la nube. La que se humedece en el cuerpo, y como que se abraza con él, es, a modo de vapor pesado y nebuloso, mala de inflamar y elevarse. Por tanto, no es cosa de que enviemos también al cielo los cuerpos de los buenos, sino que creamos más bien que las virtudes y las almas, por una naturaleza y justicia divina, de los hombres se trasladan a los héroes, de los héroes a los genios, y de éstos, si como en una iniciación se purifican y santifican enteramente, echando de sí todo lo mortal y pasible, no por ley de la ciudad, sino por una razón prudente, se trasladan a los Dioses, habiendo conseguido el fin más glorioso y bienaventurado.

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En cuanto a la denominación de Quirino dada a Rómulo, unos creen que equivale a Marcial; otros, que se le dio porque a los ciudadanos se les llamaba Quirites; otros, porque los antiguos a la punta o a la lanza le decían quiris, y había una estatua que se decía de Juno Quirítide, porque estaba sobre la punta de una lanza; y en la Regia o palacio, a la lanza allí puesta le llaman Marte; y con lanza se solía premiar en la guerra a los más esforzados: así que a Rómulo, como muy marcial o invicto, se le llamó Quirino; y hay un templo suyo en el monte que de su nombre se ha llamado Quirinal. El día en que mudó de vida se denomina la huída del pueblo, o las Norias Capratinas, porque bajan a sacrificar junto al lago de las Cabras, y a ésta la dicen capra. Cuando bajan al sacrificio pronuncian a gritos muchos de los nombres usados en el país, como Marco, Lucio, Gayo, representando la dispersión de entonces, y el llamarse unos a otros entre el miedo y la turbación. Otros dicen que esta representación no es de huída, sino de priesa y agitación, refiriéndolo a la siguiente causa: cuando después de la ocupación de Roma por los Galos fueron éstos arrojados por Camilo, la ciudad tardó mucho en volver sobre sí de su decadencia, y entonces muchos de los Latinos movieron sus armas contra ella, llevando por caudillo a Libio Postumio. Puso éste sus reales no lejos de Roma, y envió un heraldo con el mensaje de que los Latinos deseaban volver a avivar el deudo y parentesco, que ya iba decayendo, con nuevos matrimonios que se hiciesen entre ambas naciones; por tanto, que mandándoles copia de doncellas y otras mujeres no casadas, les guardarían paz y amistad, como la tuvieron ellos al principio con los Sabinos por igual medio. Oído por los Romanos, de una parte temían la guerra, y de otra consideraban que la entrega de las mujeres en nada era más llevadera que la esclavitud. En este conflicto, una esclava llamada Filotis, o, como quieren otros, Tutola, les sugirió que no hiciesen uno ni otro, sino que con cierto engaño evitasen la guerra y aquella entrega. Consistía el engaño en que a la misma Filotis y a otras esclavas se las ataviase decentemente como si fuesen libres, y en este concepto se las mandase al ejército enemigo; que luego, a la noche, ella cuidaría de poner en alto una antorcha para que los Romanos acudiesen armados y sobrecogiesen dormidos a los enemigos. Hízose todo así, cayendo en el engaño los enemigos; y la antorcha la levantó en alto Filotis desde un cabrahigo, habiendo puesto a la espalda ropas y otros estorbos para que los enemigos no percibiesen la luz, y quedase manifiesta a los Romanos. Luego que la vieron, salieron precipitadamente, y en el apresurarse, muchas veces se llamaban unos a otros: cogieron desprevenidos a los enemigos; venciéronlos, y en conmemoración de aquella victoria celebran esta fiesta; y las nonas se dicen Capratinas por el cabrahigo, al que llaman los Romanos caprifico. Convidan en esta fiesta a comer a las mujeres a la sombra de ramos de higuera; y las esclavas se congregan también, y andan en torno jugueteando, y a lo último se golpean unas a otras, y se tiran chinas, como entonces corrieron hacia los Romanos y pelearon en su ayuda. Mas esto, pocos de los historiadores lo admiten: y en verdad que el usar en aquel día del rito de pronunciar a gritos los nombres, y el bajar para el sacrificio al lago de la Cabra, tiene más conformidad con la relación primera; a no ser que ambos sucesos hubiesen tenido lugar en un mismo día en sus diversos tiempos. Dícese, finalmente, que Rómulo desapareció de entre los hombres a los cincuenta y cuatro años de edad, y a los treinta y ocho de su reinado.