Ulalume (Torres tr.)

Nota: Traducción de Carlos Arturo Torres

ULALUME

I

Los cielos cenicientos y sombríos,
crespas las hojas, lívidas y mustias,
y era una noche del doliente octubre
del tiempo inmemorial entre las brumas,
era en las tristes márgenes del Auber,
el lago tenebroso de aguas mudas,
ante los bosques tétricos del Weir,
la región espectral de la pavura.

II

A solas con mi alma, recorría
avenida titánica y obscura
de fúnebres cipreses... con mi alma,
con Psiquis, alma que al misterio turba...
Era la edad del corazón volcánico
como las llamas del Yanek sulfúreas,
como las lavas del Yanek que brotan
allá del polo en la región nocturna.

III

Pocas palabras nos dijimos, era
como una confidencia íntima y muda;
palabras serias, pensamientos graves

que la memoria para siempre turban;
no recordamos que era el triste octubre,
que era la noche (¡noche infausta y única
no recordamos la región del Auber
que tanto conoció mi desventura,
ni el bosque fantasmático del Weir,
la región espectral de la pavura.

IV

Y cuando la noche ya avanza
de estrellas al vago tremer,
al fin de la obscura avenida
un lánguido rayo se ve,
fulgor diamantino que anuncia
de fúnebre velo al través,
que emerje de nube fantástica
la Luna, la blanca Astarté.

V

Y yo dije a mi alma: «Más que Diana
ardiente, aquella misteriosa Luna
rueda al través de un éter de suspiros;
lágrimas de su faz una por una
caen donde el gusano nunca muere.
Para mostrarnos la celeste ruta
y el alma imperio de la paz Letea
atrás dejó al león en las alturas,
del león las estrellas traspasando,
del león a despecho, ora nos busca
y sus miradas límpidas y dulces
son las miradas que el amor anuncian.»

VI

Mas Psiquis dijo señalando al Cielo:
«La palidez de ese astro me conturba;
pronto, huyamos de aquí, pronto, es preciso.»
Y de sus alas recogió las plumas
con intenso terror, y sollozando,
presa de pronto de invencible angustia
plegó las alas, hasta el polvo frío
lentas dejando descender las plumas.

VII

Y yo le dije: «Tu terror es vano,
sigamos esa luz trémula y pura,
que nos bañen sus rayos cristalinos,
sus rayos sibilinos que ya auguran
é irradian la belleza y la esperanza.
Mira: la senda de los cielos busca;
sigamos sin temor sus limpios rayos
que ellos a playa llevarán segura,
sigamos esa luz limpia y tranquila
a través de la bóveda cerúlea.

VIII

Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola,
de su mente aparté las inquietudes
y sus zozobras disipé profundas,
y convencerla que siguiera pude.
Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca
llegara! Al fin de la avenida lúgubre
nos detuvo la puerta de una tumba
(¡oh, triste noche del lejano octubre!
nos detuvo la losa de una tumba,
de legendario monumento fúnebre.

¡Oh, hermana!—dije—¿Qué inscripción confusa
en la sellada losa se descubre?
Respondióme: «Ulalume», esta es su tumba,
¡la tumba de tu pálida Ulalume!

IX

Quedó mi corazón como ese Cielo
ceniciento, como esas hojas mustias,
como esas hojas yertas y crispadas...
¡Ay! pensé: el mismo octubre fué, sin duda
fué en esa misma noche cuando vine
al través del horror y de la bruma
aquí trayendo mi doliente carga...
¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna!
¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo
a esta región fatal de la tristura?
Bien reconozco el mudo lago de Auber,
y esta comarca que el horror anubla,
y el bosque fantasmático de Weir,
la región espectral de la pavura!