Rerum omnium perturbationem

​Rerum omnium perturbationem​ (1923) de Pío XI
Traducción por el equipo de Wikisource del original latino publicado en
Acta Apostolicae Sedis, vol. XV, pp.49-63


ENCÍCLICA
A LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS, Y OTROS ORDINARIOS EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA, EN EL TERCER CENTENARIO DE LA MUERTE DE SAN FRANCISCO DE SALES


PÍO XI
VENERABLES HERMANOS
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA


Examinando en nuestra reciente encíclica[a]datada el el modo de remediar la agitación en la que se encuentra el mundo, vimos su raíz en la misma alma de los hombres, y la única esperanza de curación en el recurso a a la medicina de Jesucristo al través de la santa Iglesia. De hecho, se trata de frenar la codicia desmesurada, primera causa de guerras y disputas, tanto en la vida común como en que las relaciones internacionales; de apartar los objetivos de los individuos de los bienes transitorios de aquí abajo para ponerlos en bienes imperecederos, demasiado descuidados por la mayoría de los hombres. Pues cuando todos tengan la intención de cumplir fielmente con sus deberes, la sociedad mejorará de inmediato. A todo esto aspira la Iglesia con su magisterio y con su ministerio, es decir, instruir a los hombres predicando las verdades divinamente reveladas y santificarlos con la infusión copiosa de la gracia divina; y así, a la misma sociedad civil, que una vez se conformó y desarrollo según el espíritu cristiano, procura llamarla a su primitivo estado. argumentando así llamar a la prosperidad primitiva a esta misma sociedad civil que una vez moldeó según el espíritu cristiano, cada vez que la ve desviarse del camino correcto.

La Iglesia conseguirá felizmente esta obra de santificación común, cuando, por el don benigno del Señor, pueda proponer a la imitación de los fieles aquellos de sus hijos más queridos, que se distinguieron en el ejercicio de todas las virtudes. Lo que hace, ciertamente según su propio carácter, constituida como está por Cristo su Fundador, santo en sí mismo y fuente de santidad; mientras que aquellos que se confían a la dirección de su magisterio deben, por voluntad de Dios, esforzarse vigorosamente por la santidad de la vida. Esta es la voluntad de Dios, dice San Pablo, vuestra santificación[1]; y cuál debería ser esta santificación, el mismo Señor declaró: Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto[2]. Tampoco se cree ya que la invitación se dirija sólo a unas pocas almas privilegiadas y que otras puedan quedar satisfechas con un grado menor de virtud. Por el contrario, como se desprende del tenor de las palabras, la ley es universal y no admite excepción; por otro lado, esa multitud de almas de todas las condiciones y edades que, como atestigua la historia, alcanzaron la cúspide de la perfección cristiana, tuvieron las mismas debilidades de nuestra naturaleza y tuvieron que vencer los mismos peligros. De hecho, como dice excelentemente san Agustín, Dios no manda lo imposible; pero cuando manda, nos advierte que hagamos lo que podamos y que pidamos lo que no podamos[3].

Por lo demás, Venerables Hermanos, la solemne conmemoración, celebrada el pasado año, del tercer centenario de la canonización de los cinco grandes santos: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Felipe Neri, Teresa de Jesús e Isidro Labrador, ayudó no poco a fortalecer en los fieles el amor por la vida cristiana. Nos llega ahora el anuncio del tercer centenario del nacimiento al cielo de otro gran santo, que brilló no solo por la excelencia de las virtudes que él ejerció, sino también por su habilidad para guiar a las almas en la escuela de la santidad: nos referimos a Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia; quien, como esas luminarias de perfección y sabiduría cristianas que acabamos de mencionar, parecía enviado por Dios, para oponerse a la herejía de los herejes innovadores[b], origen de esa apostasía de la sociedad de la Iglesia, cuyos efectos dolorosos y fatales deplora hoy toda mente honesta. Además de esto, parece que Francisco de Sales fue entregado por Dios a la Iglesia con un propósito particular: negar el prejuicio, ya arraigado en muchos y todavía hoy no erradicado, de que esa verdadera santidad, tal como propone la Iglesia, o no se puede lograr, o al menos es tan difícil alcanzarla que supera a la mayoría de los fieles y se reserva sólo para unos pocos magnánimos; además, implica tantas fatigas y molestias que en absoluto se adapta a quienes viven fuera del claustro. Por eso, nuestro venerable antepasado Benedicto XV, hablando de esos cinco santos y refiriéndose a la próxima conmemoración de la bienaventurada muerte de Francisco de Sales, expresó su deseo de dirigir con este propósito una encíclica a todo el mundo. Nosotros cumplimos con gusto este deseo como una querida herencia recibida de nuestro predecesor; impulsados también por la esperanza de que los frutos de estas fiestas recién celebradas sean cumplidos y coronados por los frutos de esta nueva conmemoración.

Cualquiera que estudie detenidamente la vida de Sales encontrará que, desde sus primeros años, fue un modelo de santidad que no era severo y triste, sino amable y accesible a todos, pudiendo decir con toda verdad sobre él: Su conversación no tiene nada de amargura, ni vivir con él da aburrimiento, sino alegría y alegría[4]. Aunque brillaba en todas lar virtudes, gozaba de un espíritu de mansedumbre tan excelso que podría decirse con razón que esta era su virtud propia y característica; dulzura, sin embargo, muy diferente de esa amabilidad artificial que consiste enteramente en el refinamiento de los modales y en el despliegue de una afabilidad ceremoniosa, y completamente ajena tanto a la apatía, que nada mueve, como a la timidez por la que, aunque sea necesario, no se atreve indignarse. Esta virtud, que brotó en el corazón de Sales como el fruto más dulce de la caridad, alimentada en él por el espíritu de la compasión y la condescendencia, atemperó la gravedad de su aspecto con su dulzura y suavizaba su voz y su gesto de modo que mostraba con todos la más afectuosa reverencia. Es bien conocida su facilidad para admitir y su bondad para recibir a todos, pero particularmente a los pecadores y apóstatas que acudían en masa a su casa para reconciliarse con Dios y enmendar su vida; su predilección por los reos encarcelados, a quienes buscaba consolar con mil iniciativas caritativas en sus frecuentes visitas; la gran indulgencia con la que solía tratar a sus criados, tolerando su lentitud y descuido con heroica longanimidad. Aquella dulzura de alma se mostraba en cualquier tiempo o circunstancias, tanto prósperas como adversas; ni los herejes mismos, por mucho que lo acosaran, lo experimentaron menos afable o menos accesible. Cuando, sacerdote desde hacía apenas un año, a pesar de la oposición de su padre, se ofreció espontáneamente para lograr la reconciliación de los moradores de Chablais[c] con la Iglesia y fue escuchado con alegría por Granier, obispo de Ginebra, ciertamente grande fue el celo que mostró, sin evitar el trabajo, ni huir del peligro, ni siquiera de muerte; pero para lograr la conversión de tantos miles de personas, más que su gran doctrina y su vigorosa elocuencia, le valió su inalterada dulzura en el cumplimiento de los diversos oficios del sagrado ministerio. Repitiendo habitualmente esa frase memorable, que los Apóstoles sólo luchan con los sufrimientos, triunfan sólo con la muerte, es difícil decir con qué vigor y perseverancia promovió la causa de Jesucristo en Chablais. Luego se le vio recorrer valles profundos y trepar por desfiladeros escarpados para llevar a esos pueblos la luz de la fe y el consuelo de la esperanza cristiana; llamar a los que huían de él; rechazado brutalmente, no darse por vencido; amenazado, reintentar la empresa; expulsado con frecuencia de la posada, pasar noches en la nieve y al aire libre; celebrar aunque nadie quiera asistir; continuar el sermón, incluso cuando los oyentes se marchasen, sin perder jamás nada de su serenidad de ánimo, de su afable caridad hacia los ingratos; y venciendo finalmente con esto la resistencia de los adversarios más obstinados.

Sin embargo, quienquiera que piense que esto en Sales fue un privilegio de una naturaleza dotada por la gracia de Dios con las bendiciones de la dulzura como leemos de otras almas afortunadas, estaría equivocado. De hecho, Francisco, por su misma complexión, era de carácter vivaz y dispuesto a enojarse. Pero, proponiéndose como modelo para imitar a aquel Jesús que había dicho: Aprende de mí que soy manso y humilde de corazón[5], a través de la constante vigilancia y violencia que se hacía a sí mismo, supo reprimir y contener los movimientos del alma, de tal manera que llego a ser un retrato vivo del Dios de paz y dulzura. Esto lo confirma el testimonio de los médicos, quienes, como leemos, al tratar el cuerpo para embalsamarlo, encontraron la hiel petrificada y reducida a diminutas piedras; de esta circunstancia dedujeron cuánta violencia deben debió exigirle contener su natural ira durante cincuenta años. Tanta dulzura era, pues, en Sales fruto de una gran fortaleza de alma, alimentada continuamente por el vigor de la fe y el fuego de la caridad divina; de modo que cuadra perfectamente el lema de la Sagrada Escritura: Del fuerte ha salido la dulzura[6]. No es de extrañar, por tanto, que la mansedumbre pastoral de la que estaba adornado -a la que, como dice el Crisóstomo, nada hace violencia[7]- gozase para atraer corazones, de la eficacia que Jesucristo prometió a los mansos: Bienaventurados los mansos porque poseerán la tierra[8]. Por otro lado, lo que también fue la fortaleza del alma en este ejemplo de mansedumbre, se manifestó claramente cuando tuvo que oponerse a los poderosos para proteger los intereses de la gloria de Dios, la dignidad de la Iglesia y la salud de las almas. Así que cuando tuvo que defender la inmunidad de jurisdicción eclesiástica frente al Senado de Chambéry[d]. Habiendo recibido una carta suya amenazándolo con quitarle parte de sus ingresos, no solo respondió al enviado de acuerdo con su dignidad, sino que no desistió de pedir reparación por el daño infligido hasta que tuvo plena satisfacción por parte del Senado. Con igual firmeza de ánimo sostuvo la indignación del soberano, a quien había sido injustamente acusado con sus hermanos; no menos vigorosamente resistió la injerencia de los optimates a la hora de conferir beneficios eclesiásticos; Asimismo, resultaron inútiles todos los demás medios, condenó a los morosos que se habían negado a pagar los diezmos en el Capítulo de Ginebra. Así con libertad evangélica solía reprobar los vicios públicos y desenmascarar la hipocresía, simuladores de virtud y piedad; y, aunque tan respetuoso como siempre, con los soberanos, nunca se inclinó para halagar sus pasiones ni para cumplir con sus excesivas exigencias.

Veamos ya, Venerables Hermanos, cómo Sales, para sí mismo modelo adorable de santidad, mostró a los demás, en sus escritos, el camino seguro y fácil de la perfección cristiana, incluso en este imitador de Jesucristo, que comenzó a hacer y a enseñar[9]. Muchas son las obras que publicó con esta misma intención; pero entre ellas cabe destacar sus dos libros más conocidos: la Filotea[e] y el Tratado del amor de Dios. En el primero, Sales, después distinguir la genuina piedad de aquella aspereza que desanima y atemoriza para el ejercicio de las virtudes, aunque esto no elimina la severidad propia de la moderación cristiana, quiere mostrar cómo la santidad es perfectamente compatible con todo oficio y condición de la vida civil, y cómo en medio del mundo todos pueden seguir un camino adecuado para la salvación del alma, siempre que se permanezca inmune al espíritu mundano. Por eso aprendemos de él a hacer lo que todos comúnmente hacen -excepto, por supuesto, la culpa-, pero junto a hacerlo santamente, lo que no todos hacen, y, precisamente, con la intención de agradar a Dios. Además, nos enseña a observar el decoro, que él llama elegante adorno de virtudes; no para destruir la naturaleza, sino para vencerla, y poco a poco elevarse con fácil esfuerzo al cielo, como palomas, si no se nos da el vuelo del águila; es decir, alcanzar la santidad de la vida por el camino común, cuando no estamos llamados a una perfección extraordinaria. Siempre con un estilo digno y fluido, pero también variado por la ingeniosa agudeza de su pensamiento y gracia sus palabras, con lo que hace más agradables sus enseñanzas a los que lo leen; después de haber explicado cómo debemos mantenernos alejados de la culpa, combatir las malas inclinaciones y evitar las cosas inútiles y nocivas, pasa a explicar cuáles son los ejercicios que nutren el espíritu y cuál es la manera de mantener el alma unida a Dios. Después de esto debemos elegir una particular virtud, para cultivarla constantemente hasta adquirirla; entonces trata de algunas virtudes, de la decencia, los discursos honestos e incorrectos, y de las diversiones lícitas y peligrosas, la fidelidad a Dios, los deberes de los esposos, viudas y vírgenes. Finalmente nos enseña, no solo a conocer sino también a superar, los peligros, tentaciones y atractivos de los placeres; y cómo cada año tenemos que renovar y reavivar el fervor del espíritu con las santas resoluciones. Y este libro, en su tiempo considerado sin igual entre de su tipo, ojala hoy volviese a ser leído por todos, tal como en aquel tiempo estaba en las manos de todos; de modo que reviviese la verdadera piedad cristiana de la gente, y la Iglesia de Dios se regocijaría con la común santidad de sus hijos. De mayor relieve e importancia es el Tratado del amor de Dios, en el que el santo Doctor casi llega a exponer la historia del amor de Dios, narra su orígen y progresos, y atmbién por qué puede comenzar a enfriarse y languidecer en el ánimo del hombre, enseñando después la forma de ejercitarse y progresar en él. Cuando surge la oportunidad, explica claramente las cuestiones más difíciles, como la gracia eficaz, la predestinación y la vocación a la fe; y no de manera árida, sino -conforme a su fértil y ágil ingenio-, adornando el tratado con tal agrado y al mismo tiempo dulzura de unción, e ilustrándolo con tal variedad de símiles, ejemplos y citas, en su mayoría extraídos de la Sagrada Escritura, que lo que escribe parece que surge no tanto de su mente, de como de sus mismas entrañas. Los principios de la vida espiritual, contenidos en estos dos volúmenes, los convirtió para beneficio de las almas, cuando los reflejó con su cotidiano ministerio en sus maravillosas Cartas[f]. Esos mismos principios los aplicó en el gobierno de las Hermanas de la Visitación, instituto que fundó y que aún conserva fielmente su espíritu. De hecho, todo, por así decirlo, respira moderación y dulzura en esta familia religiosa, que está destinada a acoger vírgenes, viudas y mujeres débiles o enfermas, o de edad avanzada, en las que la fuerza del cuerpo no es igual a fervor del espíritu. Pues no hay allí largas vigilias o cánticos, no hay dureza de penitencias y mortificaciones, sino sólo la observancia de reglas tan suaves y fáciles, que todos las religiosas, incluso los que tienen mala salud, pueden observarlas fácilmente. Sin embargo, tales facilidades y suavidad en la observancia deben estar animadas de tal fuego de amor a Dios, que las religiosas que se enorgullecen de ser hijas de las Sales, aparecen discretamente, esforzándose no en virtudes aparentes, sino sólidas, mueren para sí para vivir en Dios. Y en esto, ¿quién no reconoce esa singular unión de fuerza y dulzura que se admira en el Padre Legislador?

Si bien guardamos silencio sobre muchos de los escritos de Sales, de los cuales también su doctrina celestial, casi un río de agua viva, que irriga el campo de la Iglesia ... corría útil para la salud del pueblo de Dios[10], no podemos dejar de mencionar el libro de Controversias[g], que sin duda contienen "una demostración plena de la fe católica"[10]. Se sabe, Venerables Hermanos, en qué circunstancias Francisco emprendió la misión en Chablais. Cuando, según cuenta la historia, el duque de Saboya concluyó una tregua con los berneses y los ginebrinos a finales del año 1593, parecía que nada habría ayudado a reconciliar a los pueblos de Chablais con la Iglesia como enviar predicadores celosos y eruditos allí, empleando la persuasión, los atrajesen gradualmente a la fe. Como quien por primera vez fue a esa región había abandonado esa batalla, bien porque desesperaba de la enmienda de los herejes o porque los temía, Sales, quien, como se ha dicho, se había ofrecido misionero al obispo de Ginebra, en septiembre en 1594 a pie, sin comida ni provisiones, solo con la compañía de su primo, después de repetidos ayunos y oraciones a Dios, de quien solamente por su ayuda se prometía el feliz desenlace de la empresa, entró en la tierra de herejes. Pero como ellos evitaban sus sermones, resolvió refutar sus errores con folletos sueltos, que escribía entre sermón y sermón, ejemplares de escritos, pasando de mano en mano, acababan introduciéndose también entre los herejes. Este trabajo de hojas volantes disminuyó y cesó por completo cuando los habitantes comenzaron a asistir frecuentemente a los sermones; las hojas que habían sido escritas por la mano del santo Doctor, y que después de su muerte se habían dispersado, fueron recogidas mucho después en un volumen y entregada a nuestro predecesor Alejandro VII, quien después -¡él mismo!- tuvo la oportunidad de inscribió primero en el número de las beatos y luego de los santos[h]. Ahora bien, en estas Controversias, aunque el santo Doctor usa, con toda la amplitud los recursos polémicos de los siglos precedentes, sin embargo al disputar lo hace de un modo propio; ante todo el confirma que no puede pensarse que en Iglesia de Cristo pueda haber una autoridad que; no proceda de un mandato legítimo, del que los ministros heréticos carecen totalmente; por tanto, habiendo mostrado sus errores sobre la naturaleza de la Iglesia, define las notas propias de la Iglesia verdadera y muestra que se encuentran ciertamente en la Iglesia Católica, pero no en la reformada. Luego explica con precisión las Reglas de la fe y muestra que los herejes las violan, mientras que entre nosotros se conservan estrictamente; finalmente, añadió tratados especiales, de los cuales, sin embargo, solo quedan las cuestiones sobre los Sacramentos y el Purgatorio. Es verdaderamente admirable el copioso aparato de doctrina y los argumentos sabiamente dispuestos como en falange contra nuestros adversarios, como revela sus mentiras y falsedades, utilizando felizmente una ironía encubierta. Pues, si a veces sus palabras parecen vehementes, siempre alienta en ellas, como admitieron los propios adversarios, ese soplo de caridad, que era la virtud reguladora de todas sus disputas; ya que aun cuando sus hijos errantes son acusados de su deserción de la fe católica, se ve claramente que no parece esperar otra cosa sino construir un camino para pedirles afanosamente su retorno. También en el libro de controversias es fácil encontrar esa misma efusión de ánimo y el mismo espíritu, que abundan en las obras que compuso para aumentar la piedad. El estilo es tan elegante, tan delicado, tan bien compuesto para persuadir, que los mismos ministros de la herejía solían advertir a sus seguidores que no se dejaran tentar y vencer por las lisonjas del obispo de Ginebra.

Por eso, Venerables Hermanos, después de haber comentado las empresas y algunos de los escritos de Francisco de Sales, solo no queda exhortaros a celebrar su centenario en vuestras diócesis. De hecho, no quisiéramos que este solemne aniversario se redujera a una conmemoración estéril de cosas del pasado o se limitara a unos pocos días, sino que deseamos que durante este año hasta el 28 de diciembre, día en que marchó de la tierra al cielo, con procuréis con el mayor cuidado posible instruir a los fieles sobre las virtudes y enseñanzas del santo Doctor. Por tanto, será, ante todo, vuestro cuidado dar a conocer al clero y al pueblo que os han sido confiadas, las cosas que os hemos expuesto y explicárselas con toda diligencia. Pues nuestro más profundo deseo es que recordéis a los fieles al deber de practicar la santidad propia del estado de cada uno, cuando por desgracia es grande el número de los que o nunca piensan en la eternidad o descuidan por completo lo que concierne a la salud del alma. De hecho, hay algunos que, inmersos totalmente en los negocios, no hacen más que acumular dinero, mientras el espíritu permanece miserablemente vacío; otros, en cambio, dedicados a satisfacer sus pasiones, caen tan bajo que son incapaces de saborear lo que trasciende los sentidos; otros, finalmente, pasan a la vida política, pero tan asumidos por el gobierno de los asuntos públicos que se olvidan de sí mismos. Por tanto, Venerables Hermanos, siguiendo el ejemplo de Sales, hagan todo lo posible por hacer comprender a los fieles que la santidad de la vida no es un privilegio de unos pocos, con exclusión de los demás, sino suerte y deber común de todos; que la adquisición de las virtudes, aunque es trabajosa -encuentra también merecido premio en el consuelo del alma y en las comodidades de todo tipo que la acompañan-, también es posible para todos por ayuda de la gracia divina, que a nadie es negada. Proponed muy en especial la mansedumbre de Francisco a la imitación de los fieles; ¿Porque esta virtud, que recuerda y expresa tan bien la bondad de Jesucristo, y tiene tanta fuerza para atraer a las almas, no conducirá fácilmente, si se difunde entre los hombres, a zanjar todas las diferencias, públicas y privadas? Acaso con esta virtud, que con razón se diría que es ornato exterior de la divina caridad, no promete la suma concordia y tranquilidad en la convivencia doméstica y también en la misma sociedad. Y al llamado apostolado, tanto de los sacerdotes como de los laicos, ¿no se añadirá una fuerza poderosa para la mejora de la sociedad cuando se lleve a cabo con mansedumbre cristiana? Veis, por tanto, que importante es que el pueblo cristiano abrazar con su mente y ánimo los ejemplos santos de Francisco, y tome sus enseñanzas como regla de vida. Con este fin, difícilmente puede imaginar cuánto provecho producirán los libros y folletos ya mencionados si se difunden ampliamente posible entre la gente; pues estos escritos, fáciles de entender y agradables de leer, suscitarán en la mente de los fieles el cuidado de una piedad verdadera y sólida, que los sacerdotes favorecerán adecuadamente, si se convirtiese la doctrina de Sales en jugo y sangre, y fuese imitada su dulcísima elocuencia. En este sentido, Venerables Hermanos, se recuerda que nuestro predecesor Clemente VIII ya entonces había anunciado cuán maravillosa virtud y ganancias traerían al pueblo cristiano las palabras y los escritos de Francisco. Pues cuando el Pontífice, con la asistencia de cardenales y de doctos varones, examinó la pericia en ciencias sagradas de Sales, elegido para la dignidad episcopal, fue tanto su afecto y admiración que abrazándolo cariñosamente, le dirigió estas palabras: Ve Hijo, bebe el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo; se desbordarán por fuera tus arroyos y las corrientes de agua por las plazas[11]. En verdad, tal fue la manera utilizada por Francisco en sus sermones, que toda su predicación fue en la demostración del espíritu interior y la virtud, como la que, derivada de la Sagrada Escritura y de los Padres, no sólo se nutrió del alimento de una sana doctrina teológica, sino que con la suavidad de la caridad se hizo aún más agradable y dulce. Así que no es de extrañar que, a través de su obra, un tan gran número de herejes haya regresado a la Iglesia, y que del mismo modo, detrás de su enseñanza y guía tantos files, en el intervalo de tres siglos, hayan alcanzado un alto grado de perfección.

Pero ante todo deseamos que del fruto de esta celebración participen todos aquellos católicos que ilustran, promueven y defienden la doctrina cristiana con la publicación de periódicos u otros escritos. Interesa que, en las discusiones, imiten y mantengan ese vigor, unida con la moderación y la caridad, características de Francisco. De hecho, con su ejemplo, les enseña claramente la conducta a seguir: en primer lugar, deben estudiar con la mayor diligencia, y poseer según sus fuerzas, la doctrina católica; no faltar a la verdad, ni, con el pretexto de evitar la ofensa de sus adversarios, mitigarla u ocultarla; cuidar la misma forma y elegancia del decir, y tratar de expresar los pensamientos con la lucidez y belleza de las palabras, para que los lectores se deleiten con la verdad.; si se debe combatir a los adversarios, sepan refutar los errores y resistir la culpabilidad de los perversos, pero de tal manera que se manifieste que están animados por la rectitud y sobre todo movidos por la caridad. Y como no consta que Sales haya sido declarado como Patrón de los escritores católicos con un documento público y solemne de esta Sede Apostólica, Nosotros, aprovechando esta favorable ocasión, con un conocimiento cierto y tras madura deliberación, con Nuestra autoridad apostólica nombramos o confirmamos, y declaramos, a través de esta Encíclica, a San Francisco de Sales, obispo de Ginebra y Doctor de la Iglesia, Patrono celestial de todos ellos, sin que obste cualquier cssa en contrario.

Ahora, Venerables Hermanos, para que estas celebraciones centenarias sean más espléndidas y fecundas, conviene que no falten a vuestros fieles incentivos para la piedad, de modo que honren con la debida veneración a esta gran luminaria de la Iglesia, y por su intercesión, purificada su alma de los vestigios del pecado y alimentada en la mesa divina, en poco tiempo se dirijan fuerte y suavemente a conseguir la santidad. Por tanto, procurad que en vuestras ciudades episcopales y en todas las parroquias de vuestras diócesis, durante este año hasta el 28 de diciembre, se celebre un triduo o una novena de funciones sagradas, con la predicación de la palabra divina, ya ante todo que es importante que el pueblo enseñado diligentemente sobre en todas esas verdades que, con la guía de Sales, sean movidos hacia las cosas que son más altas. Queda además a vuestro cuidado conmemorar, con otros modos que os parezcan más oportunos, las empresas de este santo Obispo. Mientras tanto, con el fin de abrir para el bien de las almas el tesoro de las santas indulgencias que nos ha confiado Dios, concedemos, a quienes asistan piadosamente a las funciones mencionadas, la indulgencia de siete años y siete cuarentenas cada día, y el último día, o cualquier otro día que cada uno elija, la indulgencia plenaria en las condiciones acostumbradas. Pero, no queriendo que se queden sin alguna muestra particular de Nuestro afecto, ni el monasterio de la Visitación de Annecy, donde reposa Sales - ante cuyos restos tuvimos hace tiempo la oportunidad de celebrar la Santa Misa con inmensa alegría espiritual- ni el de Treviso donde se conserva su corazón, ni las demás casas de las religiosas de la Visitación, concedemos que durante los servicios mensuales que celebrarán este año en acción de gracias, y además, pero igualmente sólo por este año, el 28 de diciembre, todos aquellos quienes visitarán sus iglesias de la manera habitual y, habiendo recibido la Santa Confesión y la Comunión Eucarística, orasen por Nuestra intención, igualmente obtendrán una indulgencia plenaria.

Vosotros, Venerables Hermanos, exhortaréis vivamente a los fieles a vuestro cuidado, para que recen al Santo Doctor por nuestras intenciones: cuando ciertamente Dios ha querido que recibiésemos su Iglesia en tiempos tan difíciles; ojalá, con el favor de Sales, quien profesaba un gran amor y reverencia por la Sede Apostólica, y cuya autoridad y derecho defendió maravillosamente en sus Controversias, felizmente puede suceder que los que están lejos de la ley y de la caridad de Cristo, volviendo todos a los pastos de la vida eterna, nos sea dado abrazarlos en comunión y en el beso de la paz. Mientras tanto, como prenda de los dones celestiales y de nuestra paternal benevolencia, con todo afecto, os impartimos la Bendición Apostólica a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo vuestro clero y pueblo.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 26 de enero de 1923, primer año de Nuestro Pontificado.

PÍO XI

Notas de la traducción editar

  1. El papa se refiere a su encíclica Ubi arcano Dei consilio, publicada el 6 de febrero de 1922, tras su elevación al solio pontificio.
  2. En el original latino, Novatorum haeresi, se refiere a los Reforma protestante
  3. Chablais es el nombre que recibe una zona, actualmente repartida entre Francia y Suiza (cantones de Valais y Vaud), que bordea la orilla sur del lago de Ginebra y se extiende por ambas orillas del Ródano. En los años a los que se refieren estos hechos, esta zona, antiguo dominio de Saboya, había sido ocupada por desde Valais: cfr. Chablais, en Wikipedia en francés.
  4. Ciudad francesa, hasta 1563 capital del Ducado de Saboya.
  5. Más conocida también como Introducción de la vida devota, nombre con la que fue publicada en español por primera vez en 1618.
  6. Cartas espirituales de San Francisco de Sales, Barcelona, 1686.
  7. En 1672 santa Juana de Chantal publicó un libro con este nombre, Controversias, en el que recopilaba los folletos preparados por san Francisco de Sales para atraer a la Iglesia Católica a los vecinos de Chablais y refutar las ideas calvinistas.​
  8. Alejandro VI beatificó a Francisco de Sales el 8 de enero de 1662, y lo canonizó el 19 de abril de 1665.

Referencias editar

  1. 1 Ts 4, 3.
  2. Mt 5, 4.
  3. San Agustín I De natura et gratia, c. 43 n. 50.
  4. Sb 8, 16.
  5. Mt 11, 29.
  6. Jc 14, 14.
  7. San Juan Crisóstomo, Homilia 68 in Genesis.
  8. Mt 5, 4.
  9. Hch 1,1
  10. 10,0 10,1 Carta Apostólica, de Pío IX, del 16 de noviembre de 1877
  11. Pr 5, 15 y 16.