Los strigoi de Mihai Eminescu
I
...porque pasa esto como el humo sobre la tierra.

Como la flor enflorecieron, como la hierba se cortaron,

en tela se envolvieron, con tierra se cubrieron.

Bajo la alta bóveda de una vieja iglesia,
Entre antorchas de cera, ardiendo con grandes llamas,
Se queda estirada, en ropas blancas, la cara hacia el altar,
La novia de Arald, dueño de los ávaros;
Lenta, profundamente suenan los cantos de los clérigos.

Sobre el pecho de la muerta luce un rosario de piedras
Y su pelo de oro fluye desde el sepulcro hasta la tierra,
Caídos en si mismos son los ojos. Con una sonrisa triste y santa
Sobre sus labios juntados, que se han puesto morados,
Su cara hermosa es blanca como el estuco.

Y junto a ella, arrodillado, está el soberbio rey Arald,
Brille la desesperación en sus ojos crueles de sangre,
Y su pelo negro está revuelto... arruga sus labios;
Gritaría como los leones, pero, ¡ ay ! no puede llorar.
De hace tres días repite la historia de su vida :

"Era un mero niño. Desde viejos bosques de abeto
Rodando mis ojos hambrientos, yo consumía la tierra,
Yo trastornaba los imperios, los pueblos con mi pensamiento...
Soñando que todo el mundo obedecerá a mi palabra,
Pasaba con mi espada por las orillas del Volga.

Reinando soberbio y joven sobre las bandadas que enjambreaban,
Para los que mi ser parecía el de un semidios,
Sentía que el universo estremece a mi paso,
Y pueblos viajantes, empujados por el mío,
Llenaron asustados los vacíos hasta los polos.

Porque Odín había dejado su domo alto de hielo,
Sus pueblos entraban en zodíacos de sangre;
Con cabezas blancas, sacerdotes con pelo raro
Despertaban de los bosques eternos, de la paz secular
Miles de enjambres hablantes, fluyendo hacia la antigua Roma.

Había llegado al Nistru, para esclavizar a tu pueblo;
Con sirvientes ancianos te pusistes en mi camino,
Blanca como el mármol, con pelo de oro blando;
Bajé mis ojos frente a tu cara,
Quedando un obstinado - pero tímido niño.

A tus tiernos reproches sentía mi voz secándose
Buscaba responder, mas no sabía que;
Hubiera preferido hundirme en la tierra,
Con las dos manos tapé mi cara
Y por la primera vez me ahogó un llanto amargo.

Sonrieron entonces tus viejos amigos
Y nos dejaron solos... Al final te pregunté,
Mirándote a ti, mirando sin saber :
"¿ Para qué viniste, reina, aquí en el desierto ?
¿ Que quieres del bárbaro rodeado de abetos ?"

Con la voz llena de lágrimas, de cálida ternura,
Mirando con los ojos que escondían un cielo,
Me dijo : "Espero de tu parte, gran rey caballero,
Que me entregues a aquel que pido con humildad...
Quiero que me des al niño vagante - a Arald."

Y volviendo la cara, te entregué mi espada.
En tierras danubianas el pueblo terminó su andar,
Arald, el niño rey, olvidó del Universo,
Su oreja fue destinada a escuchar tu verso,
Desde entonces, vencedora, amaste al vencido.

Desde entonces, virgen rubia como la espiga del trigo,
Venías a mi por la noche, para que no te vea nadie,
Y cogiendo mi cuello con tus brazos nevados,
Me entregabas una boca abierta para mandar :
"Vengo a ti, rey, para pedir a mi Arald".

Si hubieras pedido la tierra con su antigua Roma,
Las coronas que los reyes ponen sobre sus frentes,
Y las estrellas que vagan eternamente por el cielo,
Les había puesto a tus pies a todas,
Pero ya no quieres a Arald, porque no quieres más nada.

¡ Ah ! ¿ dónde está ese tiempo, cuando yo seguía las orillas
Para llegar al ancho mundo... mejor hubiera sido
No verte nunca en mi vida -
Que humeasen delante de mi las ciudades en ruina,
¡ Que se cumpliera mi sueño del bosque de abetos !

Levantan las antorchas, se mueven en pasos decididos,
Llevando a la tumba el cuerpo de la reina danubiana,
Ascetas, conocedores de la vida del mundo,
Con sus barbas albas, con los ojos apagados,
Sacerdotes viejos como el invierno, con voces tiernas.

La llevan cantando por los santuarios, debajo de negras bóvedas
Bandas sombrías de la religión mística,
Por grandes cuerdas bajan el sepulcro debajo de la pared,
Sobre la piedra tumbada ponen la cruz como sello
Bajo el candelero que arde en la sombra de un rincón.

II

En el nombre del santo

Cállate, para oír ladrando
Al perro de la tierra

Debajo de la cruz de piedra.


Arald volaba sobre un caballo negro, y colinas, valles
A su alrededor corrían como sueños - por las nubes danzaba la luna -
Recoge las pliegas de su capa al pecho,
Colinas de hojas suenan disipadas en su galope,
Y la estrella polar le muestra el camino.

Llegó a los bosques de las montañas viejas,
Donde manantiales vivos saltan debajo de las piedras,
Ahí la gris ceniza queda en la casa abandonada,
En la profundidad del bosque el perro de la tierra ladra,
Ladrido con voz de uro suena en las orejas.

Sobre un trono cortado en roca, está rígido, pálido, erguido
Con la muleta en su mano, el sacerdote pagano;
Desde un siglo queda así, olvidado por la muerte, viejo,
En sus cabellos crece musgo, y musgo sobre su pecho,
Su barba llega a la tierra y sus cejas hasta el pecho...

Así, día y noche queda sentado y ciego,
Sus piernas parecen esculpidas en el mármol,
El cuenta en su pensamiento días sin número,
Y vuelan encima de él, dando círculos,
Con alas cansadas, un cuervo negro y un cuervo blanco.

Arald baja entonces de su caballo. Con una mano
Despierta de sus sueños al viejo petrificado :
- Oh, mago, eterno en tus días, vine a ti,
Devuélveme a la que me robó la muerte,
Y desde hoy dedicaré mi vida a tus dioses.

El viejo con su muleta, levanta sus cejas,
Lo mira largamente, su boca se queda cerrada,
Difícilmente saca sus piernas de la roca,
Baja de su trono, le hace un signo con la mano
Para que le siga arriba, por el camino de los bosques.

En la puerta sumergida que lleva dentro de la montaña,
Con su muleta vieja golpea el mago tres veces,
Con ruido la puerta salta de su quicio,
El viejo se inclina... el rey se estremece,
Una bandada de pensamientos ásperos pasó sobre su frente.

En domo de mármol negro entran ellos tranquilos
Y las puertas se cierran con ruido detrás de ellos.
El viejo enciende una vela - la llama larga
Se levanta azul al cielo, por una raya de luz
Brillan como un puchero negro los muros del alrededor.

Y en el cruel silencio ellos no saben que esperar...
Con la mano estirada el mago le hace signo de sentarse,
Arald, con la muerte en el alma, preso de los pensamientos,
Se sienta callado en la silla, el brazo derecho sobre su espada,
En un muro de mármol negro queda mirando cruel y rectamente.

Mágicamente parece crecer el viejo blanco y tierno;
En el aire levanta su varita para encantos
Y un soplo frío recorre el domo entero
Miles de voces débiles empiezan bajo la ancha bóveda
Un canto hermoso y dulce - que suena endurmeciendo.

El canto sigue creciendo en olas,
Parece que las voces levantan una tormenta,
Que el viento pasa asustado por la faz del mar,
Que en su alma la tierra lucha furiosamente -
Que todo lo vivo del mundo queda petrificado ahora.

Se estremece el domo, parece de ladrillo,
Se pueden ver rocas sacudidas de sus asientos,
Llantos profundos, cargados de maldiciones
Se siguen por las bóvedas, se llaman, centellean,
Y crecen tumultuosas en olas, filas, filas...

- Desde su corazón la tierra dará vida a los muertos,
En sus ojos fluirán chispes de la estrella suave,
El brillo del pelo vendrá de la luna llena,
Y espíritu dale tú, Zamolxis, semilla de luz,
Del espíritu de tu boca que puede arder o helar.

Cuatro vientos del mundo, obedeciendo a Arald,
Recorred la tierra y sus entrañas,
Haced oro de la piedra y llamarada del hielo,
Para que el agua se haga sangre, y de las piedras salte fuego,
Pero su corazón virgen alimentádlo con sangre caliente.

Entonces delante de Arald el muro desaparece;
El ve toda la Naturaleza mezclada en las afueras -
Nieve, rayos, hielo, viento ardiente de verano -
En la lejanía ve a la ciudad debajo de un arco de llamas,
Y el mundo se volvió loco, gimiendo con poder;

La iglesia cristiana, su iconostasio
Es partido en dos por un rayo,
Desde el santuario la tumba aparece,
Se parte en dos la piedra que la cubría,
Lentamente flotando se levanta su novia, una fantasma...

Su cuerpo dulce parece de nieve. Sobre su pecho una corona
De piedras raras... su pelo llega a los tobillos,
Sus ojos parecen caídos en si mismos y sus labios están morados;
Con manos como cera ella acaricia su sien
Pero su cara hermosa es blanca como el cal.

A través de vientos, a través de niebla viene - y las nubes se ponen
Corren los relámpagos, dejándole pasar,
La luna se vuelve negra y el cielo se inclina lentamente
Y las aguas corren asustadas dentro de la tierra, donde secan -
Parecía que en un sueño un ángel pasaba por el infierno.

La panorama desaparece. En el negro muro aparece,
Viniendo como en un sueño lunático, caminando suavemente, ella;
Arald mira como un loco - la tragaba con sus ojos,
Estiraba sus fuertes brazos hacia ella
Y cayó sin conciencia sobre el respaldo de su trono.

Sintió entonces su cuello abrazado por brazos fríos,
Sobre su pecho desnudo siente un largo beso helado,
Parecía que una punzada acaba con su soplo y su vida...
En sus brazos la siente cada vez más viva
Y sabe que en adelante será para siempre suya.

Y su alma dulce es cada vez más cálida...
¿ Realmente tiene en sus brazos a la que fue presa de la muerte ?
Ella encadena su cuello con sus brazos nevados,
Y le ofrece su boca, abierta para pelear :
- ¡ Rey, ha venido María y pide a su Arald !

- ¿ Arald, no quieres poner tu frente sobre mi pecho ?
Tú, dios con ojos negros... ¡ oh, que ojos hermosos tienes !
Déjame encadenar tu cuello con mi pelo largo y rubio,
Mi vida, mi juventud convertiste en paraíso,
Déjame mirar en tus ojos mortiferamente dulces.

Y tiernas, dulces voces se deshacen del retumbo,
Ahora suena en sus orejas una vieja canción,
Como murmullo de manantiales entre las hojas secas,
Ahora una armonía de amor y voluptuosidad,
Como la cadencia lenta de las ondas del lago.

                              III

"como muchas veces cuando mueren los hombres,

muchos de los muertos se dice que se levantan
para convertirse en strigoi..."

(Rectificación de la ley, 1652)


En los pueblos vacíos rojas luces de antorchas
Hieren a la oscuridad como manchas de ascua;
Arald camina solo, riendo, hablando salvajamente -
Arald, el joven rey, es un rey solitario -
El palacio parece que siempre espera la llegada de sus muertos.

Sobre espejos de mármoles negros, un negro velo
El brillo de las antorchas traviesa la fina tela
Resplandeciendo un doloroso luz que proviene de luz;
El edificio vacío parece lleno de amargura
Y parece que puedes ver la cara de la muerte en cualquier rincón.

Desde cuando cayó un relámpago en el domo... de entonces en el sueño
Como el plomo sordo y frío él duerme el día entero,
Desde entonces tiene una mancha negra en su corazón -
Pero por la noche se despierta y organiza un juicio
Y el pálido señor de la noche viste todo en negro.

Parecía que lleva un mejillero de cera,
Tan blanca era su cara, y tan inmóvil,
Pero sus ojos arden con fiebre y su labio sangra,
Desde entonces lleva en su corazón una mancha negra,
Y en su frente lleva una corona de acero.

Desde entonces vistió su vida en las ropas de la muerte,
Le gustan los cantos hondos, como voces de tormenta;
A menudo parte cavalgando en noches soberbias con luna,
Y, cuando regresa, sus ojos brillan de alegría,
Hasta que un estremecimiento de muerte lo sobrecoge en la mañana.

¿ Arald, qué significa tu traje negro
Y tu cara blanca como cera, sin cambiar ?
¿ Qúe te pasa, desde cuando llevas una mancha en tu pecho
Y te gustan antorchas de muerte, canciones sombrías ?
¡ Arald ! si mi mirada no me engaña, ¡ tú estás muerto !

Hoy también él salta sobre su caballo árabe,
Y su camino, como el de una flecha, lo lleva al desierto
Que bajo la luna llena brilla plateado -
Él ve en la lejanía a su soberbia María,
Y el viento suena en los bosques con voz tierna y débil.

En su pelo de oro, rubíes ardientes,
Y en sus ojos se junta la luz del santo mar -
Se encuentran prontamente, se juntan cabalgando,
Y uno hacia el otro se inclinan en caricias -
Pero sus labios rojos parecían sangrantes.

Ellos pasan como la tormenta con alas sin número,
Porque sus caballos corren, espumajeando,
Hablan sobre su amor - amor sin moderación -
Ella se dejaba dulce y pesadamente sobre su brazo
Apoyando su cabeza rubia sobre su hombro.

- ¿ Arald, no quieres sobre mi pecho apoyar tu frente ?
Tú, dios con ojos negros... ¡ Oh ! qué ojos hermosos tienes...
Déjame encadenar tu cuello con mi pelo rubio...
Mi vida, mi juventud convertiste en paraíso -
¡ Déjame mirar en tus ojos mortiferamente dulces !

De olores adormecientes está cargado el aire,
Porque el viento recogió montones de flores de tila,
Y les puso en el camino de la reina danubiana,
A través de las hojas suenan sus suspiros suaves,
Cuando las bocas sedientes se juntan en besos.

Como ellos andando juntos peleaban y se preguntaban,
No veían en el fondo de la noche una sombra de rojura,
Pero sentían que por sus almas pasó un estremecimiento frío,
Por la amarillez de la muerte sus caras parecen pálidas...
Ellos sienten que sus hablas se vuelven cada vez más débiles.

- ¡ Arald ! gritó la princesa - déjame esconder mi cara,
¿ No oyes en la lejanía al gallo enronquecido ?
Un horizonte de luz aparece al este,
Heriendo la vida efímera de mi pecho...
Los rayos rojos del día entran en mi corazón.

Arald quedó inmóvil sobre su caballo - una encina -
Tejidos son los ojos por la voz eterna de la muerte,
Corren los caballos asustados y empujados por el viento,
Como sombras transparentes salidas del infierno
Vuelan... El viento gime amargamente por los bosques.

Vuelan como una tormenta, pasan aguas sin puentes,
Delante de ellos se levantan fuertemente los viejos montes,
Ellos pasan rápidamente ríos enfurecidos,
Las coronas brillan sobre sus frentes,
Delante de ellos se mueven los bosques de abeto.

Desde su trono de piedra el viejo sacerdote ve
Y en los vientos levanta su honda voz de cobre,
Para parar al sol llama de nuevo a la noche,
Da vuelo a las tormentas, para deshacer la tierra...
¡ Tarde ! ¡ porque la luz del día aparece en toda su gloria !

El viento comienza su hondo canto doloroso,
Ellos llegan juntos petrificados sobre sus caballos,
Con las cejas caídas sobre los ojos tejidos -
Eran hermosos y así ennoviados por la muerte -
En dos lados el templo abrió sus portales.

Ellos entran cabalgando y las puertas vuelven a cerrarse;
Para siempre perecieron en la noche de la grandiosa tumba,
Con sonidos sombríos entra un canto en la cripta,
Plañiendo a la princesa con cara hermosa y santa,
Y a Arald, el niño rey de los bosques de abeto.

El viejo baja su ceja y vuelve a quedarse ciego,
Sus viejas piernas se juntan de nuevo con la piedra,
El cuenta en su mente y añade a sus años,
Como un cuento olvidado Arald suena en su cabeza,
Y sobre él vuelan un cuervo blanco y un cuervo negro.

Sobre su trono de piedra queda recto y petrificado,
Con su muleta vieja el sacerdote pagano,
Y siglos adelante queda olvidado y anciano,
En sus cabellos crece el musgo y musgo sobre su seno,
Su barba llega hasta la tierra y sus cejas hasta su pecho.

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