Diferencia entre revisiones de «Un historiador moderno de la tierra de Serena»

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Designado por el Excmo. Sr. Director para emitir informe acerca de las obras presentadas á la Academia por D. [[Nicolás Pérez Jiménez]], si bien una sola de ellas, sin duda, por omisión involuntaria, acompañaba al oficio de remisión, puedo emitirlo con tanta mayor facilidad cuanto que al presentarlas todas su autor, según debe constar en el acta, me favoreció también á mí, como á otros señores académicos, con las que por ahora (excepto algunos trabajos científicos), constituyen su modesta é interesante colección. Fórmanla los libros siguientes:
 
''Estudio físico, médico y social de la comarca de la Serena en general y de la villa de Cabeza del Buey en particular''; impreso en Badajoz, en 1888. En 4.º
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La biografía de Muñoz Torrero honra también mucho al Sr. Pérez Jiménez, aunque sus investigaciones históricas no alcancen la categoría de peregrinas. Verdad es que aquel ilustre patriarca de las Cortes de Cádiz, fué despojado en más de una ocasión de sus papeles, en las varias y encarnizadas persecuciones que sufrió, y que el fanatismo político del gobernador portugués de San Julian da Barra al enterrar su cadáver casi desnudo y fuera de sagrado, dió claro indicio de la desnudez é inanidad á que pretendía condenar su respetable memoria; pero quedan á pesar de todo para ilustrarla, además de los Diarios de las sesiones de Cortes y los periódicos de las dos primeras épocas constitucionales, otras huellas marcadas por él autor de la Constitución de 1812, que ha debido examinar con detenimiento un biógrafo y paisano suyo tan entusiasta é ilustrado como el Sr. Pérez Jiménez. Los nietos de sus íntimos amigos Alvarez Guerra y Luján, que conservan con amor las tradiciones de sus antepasados, y muy especialmente la familia, que aun existe en los pueblos ribereños del Guadiana, del capellán de las monjas de Góngora de Madrid D. Bernardo Miguel Romero, que le dió albergue en su casa conventual cuando era obispo electo de Guadix en 1822, ó sea en la última época relativamente próspera que gozó Muñoz Torrero antes de la emigración á Portugal, donde tan triste sepultura le esperaba, es verosímil que conserven recuerdos suyos más importantes que los que el biógrafo ha recogido de su propia familia en Cabeza del Buey, pues su sobrino D. Diego Fernández Torrero, á quien confiesa haber recurrido vanamente, es un anciano de 87 años, partícipe quizás de las calidades que toma en cuenta el Sr. Pérez Jiménez al decir en su última página: «vive en esta villa el apellido Muñoz Torrero; muchos pastores y algunos jornaleros de ella ostentan este venerando nombre, sin que la inmensa mayoría llegue á saber quién fué su ilustrísimo ascendiente.»
 
Nuevo el joven escritor extremeño en esta clase de investigaciones, tampoco ha puesto á contribución las memorias autobiográficas de los personajes de aquel tiempo, que aunque bastante escasas todavía, por no haber sido costumbre de los españoles escribirlas, empiezan ya á arrojar sobre la historia verdaderos torrentes de luz. En ''Mi viaje á las Cortes'', del canónigo Villanueva, y en los ''Recuerdos de un anciano'', de D. [[Antonio Alcalá Galiano]], hubiera encontrado quizá el Sr. Pérez Jiménez fuentes más depuradas y críticas que el Diario de las sesiones de Cortes y la balumba de los periódicos desde 1810 á 1823.
 
Mayores novedades encierra el tomo de biografías que contiene las de Quintana, Ayala, Moreno Nieto, Balmaseda y Jiménez, donde hay más de una página que aprovechará seguramente la historia literaria de nuestro tiempo. Los dos últimos nombres, desconocidos para la generalidad de los que me escuchan, pertenecen á dos celebridades locales que no alcanzaron los días necesarios para salir de los modestos límites de su provincia. Y aun no ofenderemos ciertamente la memoria del Sr. Balmaseda, diciendo que su reputación no llegó á salir de las tapias de Cabeza del Buey. Fué, sin embargo, un joven de mucho mérito, filósofo de la escuela de [[Juan Donoso Cortés|Donoso Cortés]], de quien quizás oyó lecciones en el Instituto de Cáceres y á quien procuró imitar en la cátedra de filosofía que desempeñó interinamente en Salamanca, y más tarde en una Academia que al retirarse á su pueblo natal herido de muerte, fundó su amor al estudio y al trabajo. Pondera el Sr. Pérez Jiménez los que dejó inéditos, y en efecto parecen notables, á juzgar por los párrafos que copia, los titulados Consideraciones sobre el origen, progreso y causas de la corrupción de la lengua latina, é Idea general de los conocimientos humanos y de sus tendencias á la unidad.
 
Mayor estela ha dejado en el mundo literario, así de luz como de sombra, el otro hijo de Cabeza del Buey, á quien este libro concede el último lugar, no porque literariamente como escritor lo merezca, sino quizás por su desastrosa vida y más desastrosa muerte, á impulsos de indomables pasiones precipitada. Llamábase D. Juan Leandro Jiménez, y era tío carnal del autor, circunstancia que explica el aspecto patológico y de medicina legal en que el joven médico y cronista de Cabeza del Buey le considera exclusivamente. Nosotros, sin el embarazo del parentesco y con datos que su biógrafo no ha podido examinar, le hemos calificado de otro modo en un trabajo que años atrás vió la luz pública en Barcelona, donde los actores de este drama contemporáneo aparecen por justos respetos disfrazados. Poseedores del secreto de los extravíos de Jiménez, merced al conocimiento de algunas personas que le trataron en Granada y en Madrid, de extractos auténticos de la causa criminal formada á consecuencia de su suicidio, donde existe un a parte y no la más escandalosa, ni la más interesante, por cierto, de las Memorias de su vida, que iba escribiendo día por día, cuyo último párrafo es anterior en una hora al doble crimen que desenlazó su tragedia, hemos podido pintar la figura del escritor de Cabeza del Buey con colores menos benévolos, y en nuestro concepto más exactos que los que su sobrino y biógrafo emplea. Las neurosis y los trastornos del cerebelo, que la medicina legal admite como explicación de ciertos actos criminosos, no puede admitirlos el moralista cuando otros actos paralelos del individuo, antes que neurosis y trastornos, revelan perfecta conciencia é intelectual equilibrio. No es irresponsable, no, el hombre que medita largo tiempo un doble crimen, lo prepara y lo ejecuta. Podrá no tener el corazón, pero tiene de seguro pervertido el entendimiento. Y este es el caso en que se hallaba el desgraciado Jiménez y en el cual no es oportuno insistir.
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Por lo demás, sus malogradas facultades de escritor hubieran sido orgullo de Cabeza del Buey, reverdeciendo los laureles de Gallardo, á cuya escuela pertenecía como humanista y lexicógrafo. Como poeta volaba quizás más alto que D. Bartolomé y ponía también su musa al servicio de asuntos escabrosos. Probablemente hubiera concluído por dedicarla en absoluto á los obscenos y á los impíos. La imitación de su condiscípulo Espronceda no acertaba á ahogar en él su erudición greco-latina, y si hombre moderno por la forma, era en el fondo un neo-pagano del Renacimiento. La única obra transcendental que nos ha dejado, el Lexicon de voces y frases que faltan á los Diccionarios de la Academia, gruesísimo volumen autógrafo que hoy posee nuestra hermana de la calle de Valverde, donde yo lo he copiado, no solo nos presenta al escritor de cuerpo entero, sino también al hombre. Emprender tarea tan colosal, llena de una erudición verdaderamente inmensa, como es un Diccionario crítico, alegando autoridades casi siempre bien elegidas ó interpretadas, un estudiante obscuro, pobre y andariego, en un pueblo como Cabeza del Buey, rodeado de circunstancias melodramáticas, juguete de pasiones antitéticas, alternando los más profundos estudios con las más rudas labores campesinas y los fáciles galanteos, es, en verdad, prueba de un carácter quijotesco ó inspira profunda compasión hacia la débil naturaleza humana. Hé aquí por qué hemos dicho que el Lexicon retrata juntamente al escritor y al hombre, hombre singular que se creía predestinado á grandes cosas al escribir sus Memorias íntimas, á par que se sacrificaba á la innoble empresa de convertir en Magdalena á una prostituta incorregible. No ha conocido el actual biógrafo la mayor parte de estos hondos misterios de la vida de su tío, que conocen pocos, en verdad, y por eso y por ser fogoso partidario de las teorías médicas modernas, pretende explicar por el neruosismo el desarreglo pasional del escritor de Cabeza del Buey. Es su trabajo, á esta luz visto, de verdadero mérito, aunque su doctrina científica ni nos convenza ni nos satisfaga.
 
Digamos ahora, para concluir en esta parte, que por haberle comprado el manuscrito la Real Academia Española poco antes de la catástrofe de Sigüenza, donde Jiménez asesinó á su querida suicidándose en el acto, hubo de intervenir en cierto modo la docta Corporación en la causa criminal, por medio de académicos tan ilustres como D. [[Juan Eugenio Hartzenbusch]] y D. [[Manuel Bretón de los Herreros]].
 
Por referirse á personalidades más altas, las tres restantes biografías de Quintana, Ayala y Moreno Nieto, son las principales de este tomo. Hijo adoptivo de Cabeza del Buey puede considerarse al primero sin duda alguna, pero no hijo natural como da a entender la lápida que en el salón de sesiones concejiles de aquella villa recuerda juntos á la posteridad los nombres de Quintana y Muñoz Torrero. El cantor de La vacuna y la Invención de la imprenta nació en Madrid, donde su padre, aunque extremeño, era relator del Consejo de Castilla, y no sabemos que ninguna tradición debilite la exactitud de este dato, á semejanza de la que, desmintiendo á Pedro de Cáceres, hace al famoso poeta Gregorio Silvestre nacer en Badajoz y no en Lisboa, hallándose su familia de paso para Portugal. Sensible es ciertamente que Extremadura se halle hoy tan desnuda y falta de hombres de primer orden como el autor lamenta en el sentido prólogo de su libro, pero es liviano lenitivo, no remedio viril á tal desgracia el falseamiento de la verdad histórica. Sentiríamos que formase escuela cierto librillo que anda por ahí, donde se hace paisano de Hernán-Cortés á cualquiera que ha tomado un billete en los ferrocarriles del Tajo ó el Guadiana.
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En Salamanca, y en las postrimerías del siglo XVIII, nos hubiera parecido el cuadro más verosímil, aunque también ofrecería dificultades respecto á Donoso Cortés, que, sobre haber nacido en este siglo el mismo día de la batalla de Medellín, abandonó los bancos de aquella Universidad á los once años, sin más estudios que el de la lógica para continuarlos en Cáceres y Sevilla. No es esto negar el filial afecto que le unió á Quintana, á quien llamaba maestro sin haberlo sido, lo cual presta verosimilitud a las noticias que hoy nos comunica el Sr. Pérez Jiménez y al hecho de haberle traspasado el Tirteo de la guerra de la independencia en 1829 la cátedra que le ofrecían en el colegio de humanidades que se fundaba, á la sazón en Cáceres. Es patriótico y oportuno el recuerdo que hace el biógrafo á sus olvidadizos conterráneos de las obras que escribió Quintana en Cabeza de Buey, principalmente las Cartas á lord Holland, cuyo espíritu analiza con un criterio tan imparcial y sensato que parece complacerse en copiar los párrafos más apropiados á la situación actual de los espíritus en aquel país. Las censuras de Quintana á la masonería y á Riego se encuentran en este caso.
 
Cuando el biógrafo vuelve los ojos á D. [[Adelardo López de Ayala]], no esperamos que se contente con la pintura de sus facultades oratorias que hizo el libro de Los oradores de 1869, porque siendo él médico distinguido y en tal concepto depositario de los temores de la familia acerca de la salud del gran poeta, á quien reconoció y asistió alguna vez en Cabeza del Buey, pudo y debió avalorar mejor que nadie «aquel esfuerzo profundo que le costaba la oratoria», según el libro citado, y la oportunidad de aquellas otras frases: «su estómago trabaja más que el pulmón». Tales frases no expresan bien el padecimiento interno que le imponía esfuerzos y precauciones dolorosas al hacer uso de la palabra. Hasta su proverbial pereza atribuye el Sr. Jiménez á su estado achacoso, sin explicarnos las causas que destruyeron aquella constitución verdaderamente atlética y aquella actividad de sus años juveniles que produjo tantas obras inestimables; explicación que de su pluma tomaría más valor científico y literario, haciéndonos patente cómo el abuso de una de sus cualidades físicas, que entre otras varias y por añadidura á sus dotes de altísimo poeta le concedió la naturaleza para marcar su descendencia en línea recta de los forzudos Monroyes y Paredes, le adelantó por vanidades de mozo y por gallardías semejantes á la de Alonso de Céspedes cuando levantó en alto la pila de una iglesia para ofrecer á su dama agua bendita, el fin de una carrera que solo Dios sabe adonde habría llegado.
 
Cuéntase, en efecto, que en sus días de galán y poeta más hermosos, paró, con solo aplicarle el esfuerzo de su mano férrea, el coche que conducía á dos apuestas damas de Madrid, comenzando á sentir desde entonces heridas misteriosas en lo más interesante y recóndito de su pecho. Los que le hayan visto, como nosotros, hacer todavía en sus últimos años alardes con su musculatura verdaderamente increíbles, hallarán muy en su lugar aquella especie de consulta médica que el autor describe en la pág. 77. Regresaba en 1879 S. M. D. Alfonso XII del viaje inaugural del ferrocarril directo del Guadiana, en que le había acompañado Ayala hasta Badajoz; pero no pudo menos de detenerse á la vuelta en Cabeza del Buey, abrumado por fatigas que en otro tiempo hubieran sido placeres para él.
 
Dice, pues, su médico y biógrafo, que después de reconocerle, para levantar su espíritu mortificado, más que por el mal, por la impaciencia en que le tenían los reiterados telegramas de Cánovas llamándole á la corte, «-Tiene V. un pecho muy desarrollado, le dijo, es la constitución de un atleta», y Ayala, con acento melancólico, le replicó:«-Sí, señor, de un elefante arruinado. No quieren algunos creer en mis males, porque me encuentran grueso y al parecer, robusto; pero desgraciadamente se equivocan; hace muchos años que estoy delicado y aun enfermo.»
 
A pesar de las breves dimensiones de esta biografía y de que no es el propósito del Sr. Jiménez presentarnos la figura del autor del Panegírico de la reina Mercedes en sus tres principales aspectos de poeta, orador y político, los toca y resume todos con oportunidad y acierto, principalmente el primero, donde ofrece á la historia literaria la novedad de seis composiciones inéditas del Sr. Ayala pertenecientes á su época estudiantil, si bien nosotros creemos que ha de ser muy posterior el soneto verdaderamente precioso, como todos los suyos, que se titula En su ausencia, y cuya inspiración es indudablemente hija del mismo amor á quien debemos aquel otro: