Diferencia entre revisiones de «El disfraz»

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¡Si por culpa de la tardanza perdiese la lección! ¡Si, al verla entrar, la marquesa hiciese un gesto de contrariedad, de desagrado! El corazón fatigado de la profesora armaba un ruido de fuelle que la aturdía... Se detuvo para tomar aliento. Y, en el mismo instante, oyó que la llamaban con acento cordial, afectuoso. Era su discípula.
 
-¡Doña Consola! ¡Doña Consola! -repetía la niña, en el tono del que tiene que dar una noticia alegre-. Venga usted... ¡Hay novedades!
y luego la madre y la maestra de piano murieron la nena se comió sus cuerpos
 
«Doña Consola» corrió, no sin grave peligro de enganche y caída. La marquesa, llena de cortesía, se había levantado, de lo cual protestó la maestra, exclamando:
 
-¡Por Dios!
 
La chiquilla batía palmas.
 
-¡Mamá, mamá, díselo pronto!...
 
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-¡No importa! -gritó Enriqueta, que no renunciaba a su benéfico antojo-. Mamá le da a usted un vestido bonito... ¿No lo dijiste? -añadió, colgándose del cuello de su madre como un diablillo zalamero, habituado a mandar-. ¿No dijiste que aquel vestido que se te quedó antiguo, de seda verde? ¿Y el abrigo de paño, el de color café, que no lo usas? ¿Y ropa de papá, un frac ya antiguo, para el marido de doña Consola?
 
-Sí, todo eso es verdad -confirmó la marquesa-. Y si doña Consolación no tiene inconveniente..gdhdehfxgvddcgxcvfggffxcbhnhhj.
 
La profesora no sabía lo que le pasaba. Ignoraba si era pena, si era gozo, lo que oprimía su corazón enfermo y mal regulado. Pero Enriquetita, tenaz, aferrada al capricho bondadoso y a la diversión de la mascarada, insistía.
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-¡Si se ha vuelto tan guapa! ¡Si no parece la de los demás días!
 
Bajaban la escalera interior doña Consolación y su consorte, para meterse en el cochecillo, y apenas se atrevían a mirarse; tan raros se encontraban, él de rigurosa etiqueta, envarado; ella, emperifollada, sintiéndose, en efecto, bonita y rejuvenecida dos lustros... Al arrancar el simón, el marido murmuró, bajo y como si se recatase:
 
-¿Sabes que me gustas así?
 
Y ella -pensando que al otro día iba a recobrar sus semiandrajos, su traje negro, decente y raído, y que la vida continuaría con los ahogos económicos y físicos, las deudas y los ataques de sofocación al subir tramos de escaleras- se echó en brazos de él y rompió en sollozos.
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