Diferencia entre revisiones de «El ánima sola»
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|más info = <small>Revista ''[https://archive.org/details/elmontaes01mediuoft El Montañés. Revista de Literatura, Artes y Ciencia.'', Año 1, número 11, Medellín, julio de 1898], p.472-484.</small>
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▲. En aquel tiempo, como dicen los Santos Evangelios, hubo una estirpe que llenó el universo con su fama. Su nobleza fue la más alta y esclarecida; sus hombres todos, héroes y conquistadores; riquísimos sus feudos y regalías. Mas la muerte, envidiosa de esta raza, sólo dejó un vástago para propagarla. Con los títulos y privilegios que en él recayeron, vino á ser el castellano más poderoso de su época. Los reyes mismos le agasajaban, porque le temían.
En su ansia de perpetuarse, de restaurar la grandeza del apellido, pedía á Dios hijos varones por decenas, Como no se los diese bajó á dígitos y, por último, á la unidad. Pero Dios, o no estaba por excelsitudes de la tierra o quería mortificarle: á cada espera enviábale una hembra, cuando no dos.
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Rejuveneció el castellano con la dicha: de sombrío y sanguinario, tornóse regocijado y compasivo. Bajó á sus pecheros los impuestos; envió sus mesnadas en defensa de la cristiandad; dos galeras, costeadas á sus expensas, purgaban los mares de infieles; y las limosnas salían de sus arcas como de manantiales insecables. Colmó á las hijas y á la esposa, especialmente, de atenciones y finezas; hizo alianza con muchos caballeros, y grandes agasajos en su castillo.
Señores y vasallos, amigos y extraños competían en cariño al vástago precioso que trajo á la comarca tántas bendiciones. Timbre de Gloria confirmaba día por día el nombre que le dieron; en su persona pareció concentrarse el lustre y la grandeza de sus antepasados. El castillo, enantes tedioso y solitario, convirtiólo el infante en animada corte de placeres y discreteos. Tenía á perpetuidad un cuerpo de físicos que le velaban por turno, para extirpar, en cuanto asomase, el amago de la enfermedad; y todo por lujo solamente, porque Timbre de Gloria era la misma salud. Academias laicas y clericales lo instruían en matemática, humanidades y ciencias teológicas. Habilísimos maestros en artes bélicas, musicales y venatorias fueron llamados de lejanas tierras, para adiestrarlo en tan caballerescos ramos
No en balde: á los dieciséis años daba quince y raya á unos y otros. Abismados se quedan los frailes con las hondas cuestiones que á menudo les propone; con los silogismos, en la más castiza latinidad, de que se vale á cada paso. No menos se pasman los matemáticos, al ver cómo caben y se relacionan en tan juvenil cabeza lo mismo los ápices del número y de la fórmula que las abstracciones del plano y del sólido. Ninguno como Timbre para garbear en el potro más indómito; ninguno como él en el manejo de gerifaltes y halcones; ninguno, para disparar venablos y ballestas. A su flecha no se escapan las pajaritas del cielo y en cuanto echa la jauría por delante, no hay alimaña segura, á ver por qué no se enmadriguera en el mismo centro de la tierra. Traslada á grandes distancias pesos enormes, como si fueran copos de algodón; para trepar y dar saltos, sólo las corzas lo rivalizan; en canto y danza, parece hijo de Apolo y de Terpsícore; tañe, como él solo, desde el pastoril y caramillo hasta la cítara del poeta; y en cuanto á desatarse en improvisadas endechas, al compás de un laúd, es para el doncel lo mismo que conversar.
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