Diferencia entre revisiones de «El camino hacia el sol»

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Cuando Sumaj dio la última paletada de tierra sobre el cuerpo de Inquill tuvo una extraña sensación. Ya no podría hablar. Nadie le escucharía. Entonces tuvo un impulso de enterrarse a sí mismo. Pero, ¿cómo se enterraría? Fue sobre la tumba de Inquill, su adorada, y lloró largamente. El Sol empezaba a caer. Entonces sintió una sensación que nunca había sentido. Por primera vez tuvo miedo. Le parecía que de las tumbas cerradas salían palabras y quejidos que se mezclaban con el rumor de las olas. El era el único sobreviviente de aquel pueblo abandonado por la generosidad divina. Quiso abrir la fosa de su amada para unirse a ella, pero el temor de interrumpir su sueño lo detuvo.
 
Entonces miró largamente al Sol. Vio cómo, indiferente y rojo, se iba acercando a las aguas, y cómo las sombras iban invadiendo la montaña. Un dolor, una inquietud inmensa y súbita enseñoreábanse en él. Las cosas se le presentaban transparentes y no sentía el peso de su cuerpo. Recordó que dos días hacía que no tomaba sino coca. Un adormecimiento quiso invadirlo. Se puso de pie. Bandadas de pájaros blancos cruzaron el cielo hacia regiones que él no podía imaginar y sus ideas, como las sombras, empezaron a confundirse. Un recuerdo tenaz, el recuerdo de su amada Inquill, persistía y él creía sentir su voz saliendo de la tierra, que lo llamaba. El Sol se ocultó. Y entonces tuvo la perfecta noción de su abandono. El temor de vivir sobre aquellos muertos le impresionaba hondamente, y echó a llorar de nuevo como un niño y a llamar al Sol. Insensiblemente se había echado sobre la tumba de Inquill y escarbaba y llamaba a gritos a la amada. Pero ahora ella no respondía; sus ideas se confundieron. Entonces le pareció ver que del fondo del mar surgía una luz y se apagaba. Enormes sombras, fantásticas desfilaban ante él en las olas rugientes. Y él se puso de pie y se acercó inconsciente hacia la orilla. Ya no se daba cuenta de las cosas. Entonces inarticuladamente empezó a llorar y a proferir lamentos llamando al Sol, hasta perder toda idea conexa. Avanzó entre las olas con inseguros pasos. Las primeras lo derribaron y él luchó un poco; envolviéronle otras y, en breve, sólo se oyeron palabras entrocortadasentrecortadas que ahogaban el ruido de las olas, mientras que el cuerpo del último quechua desaparecía.
 
La luna se enseñoreó azul sobre el pueblo sepulto y una ave blanca cruzó en dirección al horizonte vago, sobre la estela luminosa, en el aire tranquilo.