Diferencia entre revisiones de «Los cuatro jinetes del Apocalipsis/Segunda parte/I»
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<p>La avalancha de entusiasmo y emociones acabó por arrastrar a Desnoyers. Como todos los que le rodeaban, vio minutos que eran horas y horas que parecían años. Los sucesos se atropellaban; el mundo parecía resarcirse en una semana del largo quietismo de la paz. </p>
<p>El viejo vivió en la calle, atraído por el espectáculo que ofrecía la muchedumbre civil saludando a la otra muchedumbre uniformada que partía para la guerra.</p>
<p>Por la noche presenció en los bulevares el paso de las manifestaciones. La bandera tricolor aleteaba sus colores bajo los faros eléctricos. Los cafés, desbordantes de público, lanzaban por las bocas inflamadas de sus puertas y ventanas el
<p>El pueblo de la revolución, legisladora de los Derechos del Hombre, recolectaba la gratitud de las muchedumbres. Empezó a sentirse cierto remordimiento ante el entusiasmo de los extranjeros que ofrecían su sangre a Francia. Muchos se lamentaban de que el Gobierno retardase veinte días la admisión de voluntarios, hasta que hubiesen terminado las operaciones de la movilización. ¡Y él, que había nacido francés, dudaba horas antes de su país!</p>
<p>Un día, la corriente popular le llevaba a la estación del este. Una masa humana se aglomeraba contra la verja, desbordándose en tentáculos por las calles inmediatas. La estación, que iba adquiriendo la importancia de un lugar histórico, parecía un túnel estrecho por el que intentaba deslizarse todo un río, con grandes choques y rebullimientos contra sus paredes. Una parte de la Francia en armas se lanzaba por esta salida de parís hacia los campos de batalla de la frontera.</p>
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