Diferencia entre revisiones de «Los cuatro jinetes del Apocalipsis/Segunda parte/I»

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Línea 9:
<p>La avalancha de entusiasmo y emociones acab&oacute; por arrastrar a Desnoyers. Como todos los que le rodeaban, vio minutos que eran horas y horas que parec&iacute;an a&ntilde;os. Los sucesos se atropellaban; el mundo parec&iacute;a resarcirse en una semana del largo quietismo de la paz. </p>
<p>El viejo vivi&oacute; en la calle, atra&iacute;do por el espect&aacute;culo que ofrec&iacute;a la muchedumbre civil saludando a la otra muchedumbre uniformada que part&iacute;a para la guerra.</p>
<p>Por la noche presenci&oacute; en los bulevares el paso de las manifestaciones. La bandera tricolor aleteaba sus colores bajo los faros el&eacute;ctricos. Los caf&eacute;s, desbordantes de p&uacute;blico, lanzaban por las bocas inflamadas de sus puertas y ventanas el r&iacute;gidorugido musical de las canciones patri&oacute;ticas. De pronto se abr&iacute;a el gent&iacute;o en el centro de la calle, entre aplausos y vivas. Toda Europa pasaba por all&iacute;; toda Europa -menos los dos Imperios enemigos- saludaban espont&aacute;neamente con sus aclamaciones a la Francia en peligro. Iban desfilando las banderas de los diversos pueblos con todas las tintas del iris, y detr&aacute;s de ellas, los rusos, de ojos claros y m&iacute;sticos; los ingleses, con la cabeza descubierta, entonando c&aacute;nticos de religiosa gravedad; los griegos y rumanos, de perfil aquilino; los escandinavos, blancos y rojos; los americanos del Norte, con la ruidosidad de un entusiasmo algo pueril; los h&eacute;roes sin patria, amigos del pa&iacute;s de las revoluciones igualitarias; los italianos, arrogantes como un coro de tenores heroicos; los espa&ntilde;oles y sudamericanos, incansables en sus v&iacute;tores. Eran estudiantes y obreros que perfeccionaban sus conocimientos en escuelas y talleres; refugiados que se hab&iacute;an acogido a la hospitalaria playa de Par&iacute;s como n&aacute;ufragos de guerras y revoluciones. Sus gritos no ten&iacute;an significaci&oacute;n oficial. Todos estos hombres se mov&iacute;an con espont&aacute;neo impulso, deseosos de manifestar su amor a la Rep&uacute;blica. Y Desnoyers, conmovido por el espect&aacute;culo, pensaba Francia era todav&iacute;a algo en el mundo, que a&uacute;n ejerc&iacute;a una fuerza moral sobre los pueblos, y sus alegr&iacute;as o sus desgracias interesaban a la Humanidad. &laquo;En Berl&iacute;n y en Viena -se dijo- tambi&eacute;n gritar&aacute;n de entusiasmo en este momento... Pero los del pa&iacute;s nada m&aacute;s. De seguro que ning&uacute;n extranjero se une ostensiblemente a sus manifestaciones&raquo;.</p>
<p>El pueblo de la revoluci&oacute;n, legisladora de los Derechos del Hombre, recolectaba la gratitud de las muchedumbres. Empez&oacute; a sentirse cierto remordimiento ante el entusiasmo de los extranjeros que ofrec&iacute;an su sangre a Francia. Muchos se lamentaban de que el Gobierno retardase veinte d&iacute;as la admisi&oacute;n de voluntarios, hasta que hubiesen terminado las operaciones de la movilizaci&oacute;n. &iexcl;Y &eacute;l, que hab&iacute;a nacido franc&eacute;s, dudaba horas antes de su pa&iacute;s!</p>
<p>Un d&iacute;a, la corriente popular le llevaba a la estaci&oacute;n del este. Una masa humana se aglomeraba contra la verja, desbord&aacute;ndose en tent&aacute;culos por las calles inmediatas. La estaci&oacute;n, que iba adquiriendo la importancia de un lugar hist&oacute;rico, parec&iacute;a un t&uacute;nel estrecho por el que intentaba deslizarse todo un r&iacute;o, con grandes choques y rebullimientos contra sus paredes. Una parte de la Francia en armas se lanzaba por esta salida de par&iacute;s hacia los campos de batalla de la frontera.</p>