Diferencia entre revisiones de «La Eneida (Wikisource tr.)/III»

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Línea 358:
350. que simulan a los grandes, y un riachuelo árido con el nombre de Janto,
351. y abrazo los umbrales de una puerta escea;
352. También los teucros disfrutan conmigo de una ciudad amiga.
...
353. El rey los recibía en amplios pórticos:
...
354. en el centro de la sala libaban las copas de Baco
...
355. con los manjares impuestos en oro y sostenían páteras.
356. Y ya pasó un día y otro, y las brisas
357. llaman a las velas y se infla el lino con el túmido Austro:
358. con estas palabras me acerco al vate y tales cosas le pregunto:
359. “Hijo de Troya, intérprete de los dioses que entiendes los númenes
360. de Febo, los trípodes del Clario y su laurel, tú que entiendes las estrellas
361. y las lenguas de las aves y los presagios de su vuelo,
362. habla, ea (pues todas las señales divinas prósperas se mostraron
363. a mi camino y todos los dioses me persuadieron con su numen
364. a buscar Italia y a probar tierras remotas;
365. sólo la Harpía Celeno nos canta un portento extraño
366. y que es impío de decir, y anuncia tristes iras
367. y un hambre infame), ¿qué peligros evito primero?
368. ¿O siguiendo qué podría yo superar fatigas tan grandes?”
369. Héleno entonces, después de matar primero a unos novillos según la costumbre,
370. implora la paz de los dioses y suelta las cintas
371. de su cabeza sagrada, y me conduce de la mano, Febo,
372. a tus umbrales, sobrecogido yo por un numen tan imponente,
373. y, después, canta estas cosas desde su divina boca el sacerdote:
374. “Hijo de diosa (pues es evidente la fe de que tú vas por el mar
375. con auspicios más grandes; así echa a suertes el rey de los dioses
376. los hados y cambia las tornas, y resulta este orden,
377. pocas cosas de muchas te voy a revelar con mis palabras, para que recorras
378. superficies hospitalarias más seguro y puedas asentarte en el puerto Ausonio;
379. pues las Parcas prohíben a Héleno conocer lo demás
380. y me veta hablar la Saturnia Juno.
381. Para comenzar, Italia, esa que tú ya piensas, ignorante,
382. que está cerca y te preparas a invadir sus puertos vecinos,
383. lejos la separa un largo e inviable camino por tierras extensas.
384. Antes debes combar tu remo en la ola trinacria
385. y recorrer con tus naves la superficie del salado mar ausonio
386. y los lagos del infierno y la isla de la oriental Circe,
387. antes de que puedas fundar tu ciudad en esta tierra segura.
388. Te diré las señales, tú deberás tenerlas guardadas en tu mente:
389. cuando, por ti, angustiado, junto a la ola de un río secreto
390. sea encontrada bajo las encinas de la orilla una enorme cerda
391. blanca se tenderá en el suelo, parida de treinta cabezas,
392. las blancas crías alrededor de sus ubres,
393. éste será el lugar de tu ciudad, éste el seguro descanso a tus fatigas.
394. Y que no te espantes de los mordiscos que daréis a las mesas:
395. Los hados encontrarán un camino y Apolo acudirá cuando lo convoques.
396. Sin embargo, estas tierras y esta playa del litoral itálico
397. que baña la marea de nuestro mar,
398. húyelas; todas las murallas están pobladas de malvados griegos.
399. Aquí pusieron también sus murallas los locrios de Naricio,
400. y cercó con soldados los campos salentinos
401. Idomeneo Lictio; aquí la pequeña Petelia del rey
402. Melibeo Filoctetes, la famosa apoyada en su muro.
403. Y cuando sin haberla cruzado al otro lado del mar se hayan detenido las flotas
404. y cumplas ya tus votos en los altares puestos en la playa,
405. cúbrete los cabellos, tapados con el velo purpúreo
406. para que entre los fuegos sagrados en honor de los dioses
407. no acuda algún rostro hostil y turbe los presagios.
408. Han de guardar esta costumbre en sus sacrificios tus compañeros y tú mismo;
409. que tus nietos permanezcan castos en esta religión.
410. Pero cuando tras tu partida el viento te haya acercado a la sícula costa
411. y se enrarezcan las barreras del angosto Peloro,
412. han de buscarse las tierras a tu izquierda y a tu izquierda los mares
413. en largo circuito; rehúye el litoral de la derecha y sus olas.
414. Estos lugares, asolados en otro tiempo por la violencia y por una vasta destrucción
415. (tan grandes cambios puede hacer la prolongada vejez del tiempo)
416. dicen que se separaron, aun cuando antes una y otra tierra
417. fueran una sola: el ponto vino con su fuerza y sus olas
418. la costa Hesperia se separó de la sícula, y campos y ciudades
419. separados por una estrecha playa, los cruzó con el mar tempestuoso.
420. El lado derecho Escila, y la no aplacada Caribdis el izquierdo
421. asedia, y del profundo abismo de su báratro tres veces
422. absorbe de pronto las vastas mareas hacia lo abrupto y de nuevo lanza otras tantas
423. a los aires, y azota las estrellas con el oleaje.
424. Sin embargo, a Escila la encierra una caverna con ciegos escondrijos
425. sacando ella el rostro y atrae las naves a las rocas.
426. Por arriba, un aspecto humano y es doncella de hermoso pecho
427. hasta la ingle, por debajo pisciforme de enorme y malvado cuerpo
428. con úteros de lobos terminada en colas de delfín.
429. Conviene pulir la línea del Paquino trinacrio en tu ruta
430. y dar largos rodeos antes de que haber contemplado una sola vez,
431. en su enorme antro a la informe Escila y las
432. rocas resonantes de cerúleos perros.
433. Además, si algo hay de providencia en Héleno el adivino,
434. si alguna fe, si llena su ánimo Apolo con verdades,
435. Una sola cosa te he de advertir, una sola por todas,
436. hijo de la diosa, y te aconsejaré repitiendo una y otra vez:
437. Adora lo primero el numen de Juno la grande con tus plegarias,
438. canta de buen grado votos a Juno y a la poderosa dueña
439. aplaca con dones de súplica: así, al fin vencedor,
440. serás enviado a las ítalas fronteras dejando atrás Trinacria.
441. Una vez allí habrás llegado a la ciudad de Cumas y
442. a los lagos divinos y al Averno resonante de bosques,
443. verás a la vidente enloquecida por la divinidad, que al fondo de una roca
444. canta los hados y confía a las hojas señales y nombres.
445. Cuantos poemas describió la virgen en las hojas
446. los ordena en pies métricos y los deja encerrados en la cueva:
447. Allí permanecen sin moverse en su lugar y no se cambian de orden.
448. Pero, cuando al girar los goznes, una suave ráfaga de viento
449. las empuja y la puerta agita las tiernas hojas,
450. después nunca, revolotean por el cavo peñasco y ya de recogerlas no se preocupa
451. ni de ponerlas en su lugar o juntar los poemas:
452. Se alejan sin respuesta y odian la sede de la Sibila.
453. No habrá de preocuparte entonces una demora tan grande,
454. aunque te increpen tus compañeros y tu curso llame con fuerza
455. las velas a alta mar y puedas llenar su seno de viento favorable,
456. hasta que veas a la adivina y reclames su oráculo con preces
457. y ella te cante y con gusto libere su voz y sus labios.
458. Ella te explicará los pueblos de Italia y las guerras venideras
459. y de qué modo evitar o soportar todas las fatigas, y,
460. Si la veneras, te dará caminos favorables.
461. Esto es lo que me está permitido que con mi voz te advierta.
462. Ponte en marcha y lleva la gran Troya con tus hazañas a las estrellas.”
463. Después de que el vate así hubo hablado con boca amiga,
464. ordena que sean llevados pesados regalos de oro y marfil labrado
465. a las naves, y amontona en las carenas
466. una gran cantidad de plata y calderos de Dodona,
467. una coraza tejida de triple malla con hilo de oro,
468. y el cono de un yelmo insigne con crestas crinadas,
469. armas de Neoptólemo. También hay presentes para mi padre.
470. Añade caballos y añade guías,
471. nos surte de remeros, a la vez provee de armas a mis compañeros.
472. Entretanto Anquises ordenaba disponer la flota con las velas,
473. que no se produjera demora si llegaba el viento.
474. A éste, se dirige el intérprete de Febo con mucho respeto:
475. “Anquises, hecho digno de noble matrimonio con Venus,
476. preocupación de los dioses, dos veces raptado de las ruinas de Pérgamo,
477. ahí tienes la tierra de Ausonia: atrápala con tus velas.
478. Y es necesario, sin embargo, que la rodees por mar:
479. Lejos está la parte de Ausonia, que Apolo te muestra.
480. “Ve”, dice, “feliz por la piedad de tu hijo. ¿A qué
481. continúo más allá y retraso con mis palabras el Austro naciente?”.
482. Andrómaca, a su vez, entristecida por el último adiós,
483. lleva vestidos con historias bordadas en hilos de oro
484. a Ascanio, y una clámide frigia (no cede en honor)
485. y lo carga con regalos tejidos, y tales cosas le dice:
486. “Recíbelos también, y que sean para ti recuerdos de mis manos,
487. niño, y testen el gran amor de Andrómaca,
488. esposa de Héctor. Recibe los últimos dones de los tuyos,
489. ¡Oh, única imagen superviviente para mí de mi Astianacte!
490. Aquél así sus ojos, así sus manos, así tenía la cara;
491. también ahora crecería contigo, iguales en edad”.
492. Así les hablaba yo al marcharme, brotadas las lágrimas:
493. “Vivid felices vosotros para quienes la fortuna se ha cumplido ya:
494. Nosotros somos convocados desde unos a otros hados.
495. A vosotros se os ha dado el descanso: no debéis surcar mar alguno,
496. ni debéis buscar los campos de Ausonia que están siempre más
497. lejos. Veis la efigie del Janto y una Troya
498. que hicieron vuestras manos, con mejores auspicios,
499. eso espero, y que estará menos al encuentro de los griegos.
500. Si me adentro alguna vez al Tíber y del Tíber a los campos vecinos
501. y contemplo las murallas concedidas a mi linaje,
502. las ciudades antaño conocidas y los pueblos cercanos,
503. del Epiro y Hesperia (Ambas [tienen] un mismo autor, Dárdano,
504. e igual fortuna), una haremos y ambas serán Troya
505. en nuestros ánimos: perdure esta tarea para nuestros nietos.”
506. Nos lanzamos al mar junto a los vecinos Ceraunios,
507. de donde el camino a Italia y la ruta es brevísima por las olas.
508. Se hunde el sol entre tanto y los montes se ensombrecen opacos;
509. nos tendemos en el regazo de una tierra deseada junto a la orilla
510. tras sortear los remos y por doquier en la costa seca
511. reponemos el cuerpo, y el sopor invade los miembros cansados.
512. Y aún la Noche guiada por las Horas no cubría la mitad de su
513. órbita; se alza ágil de su lecho Palinuro y todos
514. los vientos explora y capta las brisas con sus oídos;
515. nota todas las estrellas deslizándose por el cielo callado,
516. a Arturo y las lluviosas Híades y los gemelos Triones,
517. y a su alrededor contempla a Orión armado de oro.
518. Después de que lo ve todo en su sitio en el cielo sereno,
519. da clara señal desde la popa; nosotros levantamos el campamento,
520. nos arriesgamos al camino y desplegamos las alas de las velas.
521. Y ya con las estrellas fugadas se sonrojaba la Aurora
522. cuando a lo lejos vemos oscuras colinas y la humilde Italia.
523. ¡Italia! grita el primero Acates,
524. a Italia saludan con alegre clamor los compañeros.
525. Entonces el padre Anquises ciñe una enorme cratera
526. con una corona y la llenó de vino puro, e invocó a los dioses
527. poniéndose de pie en la alta popa:
528. “Dioses poderosos del mar, de la tierra y de las tempestades,
529. abrid un camino fácil con el viento y soplad favorables.”
530. Soplan las brisas deseadas y el puerto se muestra
531. ya más cerca, y el templo de Minerva aparece sobre la ciudadela;
532. mis compañeros arrían las velas y giran las proas hacia las costas.
533. Un puerto curvado en arco por las olas del levante,
534. rocas que se interponen salpican de salada espuma,
535. y él mismo se esconde: en doble muralla ofrecen sus brazos
536. escollos como torres y se aleja el templo de la costa.
537. Aquí, el primer augurio, vi cuatro caballos en el pasto
538. de nívea blancura, paciendo libremente el llano.
539. mi padre Anquises dice: “Traes guerra, tierra que nos acoges:
540. Los caballos se arman para la guerra, guerra amenazan estas bestias.
541. Pero desde hace tiempo están acostumbrados a ir uncidos al carro
542. esos mismos cuadrúpedos y a llevar unos frenos concordes con el yugo:
543. También dice “hay esperanza de paz”. Entonces suplicamos al numen sagrado
544. de Palas armisonante, la primera que recibe nuestros gritos de alegría,
545. y nos velamos las cabezas ante los altares con el frigio atuendo,
546. y, con los preceptos que más nos señalara Héleno, quemamos ritualmente
547. las ofrendas ordenadas a la argiva Juno.
548. Sin demora, acto seguido realizados por orden los votos,
549. giramos los pañoles de las vergas y entenas veladas y dejamos atrás
550. las moradas y los campos sospechosos de los griegos.
551. Desde aquí se divisa el golfo de la Tarento (si cierta es la fama)
552. de Hércules, enfrente se alza la divina Lacinia,
553. y las fortalezas caulonias y el Escileo que hace naufragios.
554. Entonces se divisa a lo lejos de entre el oleaje el Etna trinacrio,
555. y el ingente gemido del mar y las rocas batidas
556. escuchamos de lejos voces rotas hacia la costa,
557. y exultan los bajíos y las arenas se mezclan en el oleaje.
558. Y el padre Anquises: “No es asombroso que ésta sea aquella Caribdis:
559. Héleno cantaba estos escollos, estas horrendas rocas.
560. Escapad, oh compañeros y alzaos todos a una en los remos.”
561. Y no poco que lo hacen al ordenárselo, y Palinuro el primero
562. desvía la crujiente proa a las olas enemigas;
563. lo contrario buscó con vientos y con remos la cohorte entera.
564. Al cielo nos empuja el curvado remolino y al mismo tiempo,
565. al bajar la ola, nos hundimos hasta los manes más profundos.
566. Tres veces los escollos lanzaron su grito entre cavos peñascos,
567. tres veces vimos la espuma hecha pedazos y los astros rociándonos.
568. Entretanto, el viento con el sol nos abandonó agotados,
569. y desconocedores del rumbo arribamos a las costas de los Cíclopes.
570. (Es) este puerto grande y es inaccesible al acceso de los vientos:
571. pero a su lado retumba el Etna con sus horribles derrumbes,
572. y, si no, lanza hacia el cielo negra nube que humea
573. un torbellino de pez y candentes pavesas
574. unas veces, forma globos de llamas y lame las estrellas;
575. otras veces se levanta vomitando piedras y las vísceras
576. que desgajó del monte, y aglomera bajo los aires con estruendo
577. rocas líquidas y hace hervir el profundo abismo.
578. Es fama que el cuerpo de Encélado, medio abrasado por el rayo,
579. y que el ingente Etna, encima, acosado por esta mole,
580. espira fuego por sus quebradas chimeneas, y que
581. cuantas veces, cansado, gira el costado, tiembla entera
582. la Trinacria con ruido y el cielo se cubre de humo.
583. Ocultos en el bosque, aquella noche soportamos los horrendos portentos,
584. sin ver aún cuál es la causa del estruendo.
585. Pues ni había fuegos de astros ni el esplendor era lúcido
586. con su globo de estrellas; sino nubes en un cielo oscuro,
587. y una noche intempestiva retenía a la luna en un nimbo.
588. Y ya surgía el nuevo día con la primera estrella de Oriente
589. y la Aurora ya había desplazado la húmeda sombra por el cielo,
590. Cuando de pronto avanza desde el bosque consumida de hambre
591. la desconocida figura de un hombre desconocido de aspecto lastimoso
592. que se dirige a las playas y tiende sus manos suplicantes.
593. Lo observamos. Terrible suciedad y barba desgreñada,
594. sus harapos cosidos con espinas: sin embargo, por los demás, un griego
595. y de los que antaño [fue] enviado a Troya en el ejército de su patria.
596. Y él cuando vio desde lejos nuestros vestidos dardanios y las armas de Troya,
597. aterrado por la visión se queda clavado un momento
598. y contuvo su marcha; luego se lanzó de cabeza a las playas
599. con llanto y súplicas: “pongo por testigo las estrellas,
600. Por los dioses y esta luz respirable del cielo
601. cogedme y llevadme, Teucros, a cualesquiera tierras:
602. Eso será suficiente. Reconozco que fui uno de la flota de los dánaos
603. y confieso haber buscado los penates de Troya con guerra.
604. A cambio de lo cual, si es tan grande la ofensa de mi crimen,
605. arrojadme despedazado a las aguas y sumergidme en el vasto mar;
606. si perezco, me agradará haber muerto por mano de hombres”.
607. Había dicho, y abrazado a mis rodillas se queda postrado de rodillas.
608. Lo instamos a decir quién es, de qué sangre había nacido,
609. a que confesase después qué fortuna lo tocara.
610. El propio padre Anquises, sin demorarse a más cosas, ofrece la
611. diestra al joven y le reafirma el ánimo con este gesto benévolo.
612. Él, deponiendo finalmente su temor, dice esto:
613. “Soy de la patria de Ítaca, compañero del infeliz Ulises,
614. de nombre Aqueménides, que me marché a Troya por mi padre
615. Adamasto que era pobre (¡Y ojalá hubiera conservado esa fortuna!).
616. Aquí, mientras temblando dejan sus crueles umbrales,
617. me abandonaron mis compañeros, olvidados de mí, en la vasta caverna del
618. cíclope. Morada por la sangre corrompida y los manjares cruentos,
619. opaca por dentro, enorme. Y él, altísimo, toca las altas
620. estrellas (¡dioses apartad de las tierras tal peste!)
621. y a nadie resulta fácil verlo ni es fácil escucharlo;
622. se alimenta de las vísceras de los desgraciados y de su negra sangre.
623. Yo mismo lo vi cuando los cuerpos de dos del número de los nuestros
624. apresados en su enorme mano, tendido en medio de su cueva,
625. los machacó contra una roca y se inundaron sus umbrales con la sangre
626. derramada; lo vi cuando devoraba los miembros fluyendo con
627. negra sangre y temblaban tibios los miembros entre sus dientes.
628. Pero no sin embargo impunemente, ni Ulises permitió tales cosas,
629. ni en tan terrible situación se olvidó el de Ítaca de quién era.
630. Pues tan pronto como saciado de manjares y hundido en vino
631. apoyó en el suelo su cabeza doblada y yació a lo largo de toda la cueva
632. inmenso, vomitando los restos en sueños y bocados bañados
633. en vino sanguinolento, suplicando nosotros a los grandes númenes
634. y sorteando los turnos de cada cual, todos a una,
635. nos esparcimos a su alrededor, y con un arma aguda perforamos su ojo
636. enorme, el único que se escondía bajo su torva frente,
637. al modo de un escudo de Argos o la lámpara de Febo,
638. y finalmente vengamos, contentos, las sombras de nuestros compañeros.
640. Pero huid, desgraciados, huid y cortad la maroma de la orilla.
641. Pues tal como y tan grande como Polifemo el que en antro cavo
642. encierra lanígeras ovejas y ordeña sus ubres,
643. otros cien cíclopes terribles habitan estas curvadas playas
644. y vagan por las cimas de estos montes.
645. Ya los terceros cuernos de la luna se llenan de luz
646. desde que arrastro mi vida por bosques y desiertos entre
647. cubiles y guaridas de fieras; y desde una roca oteo a los
648. grandes Cíclopes y tiemblo al ruido de sus pasos y su voz.
649. Desgraciada vianda, bayas y cerezas silvestres de los roquedales
650. me dan las ramas, y las hierbas me alimentan con sus raíces arrancadas.
651. Mirándolo continuamente todo, vi, por vez primera, a vuestra flota
652. llegando a estas costas. Y, fuese cual fuese, a ella
653. me he rendido: es suficiente haber escapado de un pueblo sacrílego.
654. Vosotros, mejor, asumid esta vida con una muerte cualquiera que os plazca.”
655. Apenas hube dicho esto cuando en lo alto del monte vimos
656. al propio pastor Polifemo, entre sus ganados, moviéndose
657. con su vasta mole acudiendo a sus conocidas playas,
658. monstruo horrendo, deforme, gigantesco, al que le fue arrebatado
su ojo.
659. Un pino cortado rige su mano y reafirma sus pisadas;
660. le acompañan sus lanadas ovejas; éste era su único placer
661. y consuelo de su mal.
662. Después de que tocó las profundas aguas y llegó junto a los mares,
663. lavó de ahí la sangre que le fluía de su ojo descuajado
664. rechinando los dientes en un gemido, y camina ya en medio
665. del agua y la marea aún no le mojó sus altos costados.
666. Nosotros aceleramos la huida lejos de ahí, temblorosos, merecidamente
667. acogiendo al suplicante que así lo merecía, y callados cortamos la maroma
668. y nos lanzamos empeñados dando vueltas al mar en competición de remos.
669. Se dio cuenta, y volvió sus pasos hacia el sonido de la voz.
670. Pero cuando no le es posible alcanzarnos con su diestra
671. ni es capaz de igualar a las olas jonias siguiéndonos,
672. alza un bramido inmenso, con el que el mar y todas las
673. olas temblaron a la vez y la tierra aterrorizada de
674. Italia retumbó y mugió el Etna por sus corvas cavernas.
675. Sin embargo, la raza de los Cíclopes, excitada,
676. irrumpe desde los bosques y los altos montes a los puertos y llenan las playas.
677. Vemos a los hermanos del Etna allí de pie en vano,
678. con su torvo ojo, elevando sus altas cabezas al cielo,
679. horrendo concilio: cuales las encinas aéreas con la copa erguida
680. se yerguen o los coníferos cipreses, la alta espesura
681. de Júpiter o floresta de Diana.
682. Un agudo miedo nos lleva de cabeza a sacudir las maromas
683. hacia donde sea y a desplegar las velas a vientos favorables.
684. Por contra, los mandatos de Héleno advierten de que si entre Escila y Caribdis,
685. camino de muerte a uno y a otro lado en pequeño trecho,
686. no mantuviera mis cursos, lo certero sería dar las velas hacia atrás.
687. Pero he aquí que acude el Bóreas enviado de su angosta sede
688. del Peloro: dejo atrás los puertos de Pantagia en roca viva
689. y las bahías de Mégara y el tendido Tapso.
690. Tales cosas nos mostraba el compañero del infortunado Ulises,
691. Aqueménides, quien ya surcara las costas en sentido contrario.
692. En el golfo sicanio se alza una isla tendida
693. frente al agitado Plemirio; los antiguos la llamaron Ortigia.
694. Es fama que el Alfeo, río de la Élide
695. se abrió hasta aquí unas ocultas vías bajo el mar, y que ahora,
696. oh Aretusa, se funde con las olas sículas en tu boca.
697. Según se nos mandó, veneramos los grandes númenes del lugar, y desde allí
698. dejo atrás la ubérrima vega del pantanoso Heloro,
699. y desde aquí, los altos riscos y las prominentes rocas del Paquino
700. rasamos, y aquella a quien los hados no concedieron que se moviera nunca,
701. Camerina, aparece a lo lejos y los llanos geloos y
702. Gela, llamada por el nombre de un imponente río.
703. Luego muestra a lo lejos sus murallas la escarpada Agrigento,
704. antaño engendradora de valientes caballos;
705. y te dejo atrás, llevado por los vientos, Selinunte de palmares,
706. y paso los crueles bajíos de Lilibeo con sus ocultos escollos.
707. De aquí me acoge el puerto de Drépano y su infausta ribera.
708. Y aquí, sacudido por tantas tempestades del mar,
709. ¡ay! pierdo a padre Anquises, consuelo de todas mis cuitas y desgracias.
710. ¡Allí, me dejas solo en mis fatigas, padre óptimo,
711. ay, en vano arrancado de peligros tan grandes!
712. Ni el adivino Héleno, aunque me anunciara muchos horrendos trances,
713. me predijo estos lutos, ni la terrible Celeno.
714. Ésta fue mi última fatiga, ésta la meta de mis largos viajes,
715. al salir de allí el dios me impulsó a vuestras playas.”
716. Así el padre Eneas, solo, atentos todos, una vez más
717. narraba los hados de los dioses y explicaba sus cursos.
718. Calló finalmente y poniendo este fin, quedó en silencio.
 
 
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