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Fragmenteo del Diario de don Manuel Antonio Talavera sobre el Motín de Figueroa (1 de abril de 1811)

El día lo de abril, señalado para la elección de diputados, ocurrieron los vocales del modo prevenido en la esquela a la votación desde las 7 de la mañana. Para hacer respetar el Congreso pusieron en la plazuela del Consulado (lugar señalado para aquel fin) 70 soldados de Penco con las centinelas necesarias, todos ellos al mando de los jefes u oficiales Don Miguel Benavente, Don Juan de Dios Vial y del Teniente Don Bernardo Vélez. Corno a cosa de las 9 de la mañana reprendió Don Miguel Benavente al Cabo lo Molina por cierta distracción de la tropa; este recibió mal la corrección y con descaro le contestó que no tenía que obedecer ni a él ni a ninguno de los que estaban allí, que quien lo debía mandar y a quien únicamente debía obedecer era a su Capitán, Comandante Don Tomás Figueroa; diciéndo esto con despecho, le amenazó con la bayoneta calada al pecho, diciéndole también que en aquel día había de acabar la maldita Junta; se había de poner Presidente y restablecer el Gobierno antiguo, porque para ello tenía esta capital oficiales de graduación, como eran el Excmo. Presidente Carras co, y los señores Coroneles Olaguer Feliú y Reina. Apenas profirió esto, cuando Benavente los hizo retirar al instante al cuartel de San Pablo.

Don Tomás de Figueroa, sabedor allí del suceso, inmediatamente se dirigió al mismo cuartel y tomando como 200 reclutas de la caballería que residían allí en la disciplina militar, también de la Infantería con el nombre de Húsares de Santiago, con sus correspondientes Cabos de los soldados veteranos de la tropa de Penco, surtiéndolos con 10 cartuchos de bala a cada uno, y bala en boca, se dirigió al Consulado, preguntó por la Junta y Cabildo y no habiéndolos encontrado en el Consulado, marchó con ellos a la Plaza Mayor, y puestos aquí, los dejó descansando sobre las armas y pasó en persona a la Real Audiencia a pedirle órdenes en defensa de la Patria.

Sorprendido el Tribunal con el suceso, tuvo a bien contestarle que las órdenes las debía exigir de la Junta, o de la Municipalidad; que el Tribunal era sólo para mediar sobre la paz y la tranquilidad de la Patria; que su facultad no se extendía a más, ni a otra protección. Con esta respuesta se retiró Figueroa, poniéndose al frente de su tropa, y el Tribunal tomó el arbitrio de dirigir un oficio a la Junta, diciéndole que respecto de notarse una grave convulsión popular, se dignara pasar al Tribunal a tratar los medios de pacificación, o que el Tribunal mismo pasaría donde se le ordenase. Ya para esto estaba el pueblo universalmente conmovido, y las gentes en desorden se introducían a la Plaza mayor en mucho número.

Con motivo de la contestación del sargento Molina, los tres oficiales, Vial, Benavente y Vélez, cayeron en cuenta de que allí había alguna secreta maquinación, y lo confirmaron mas con la retirada repentina de la tropa. Acudieron al Ayuntamiento (291) en la plaza Mayor, para que pasara la noticia a la Junta, y éste mismo fue nombrado para ir a la sala de armas del mismo cuartel de San Pablo, a sacar armas, cartuchos y demás pertrechos.

Puesto a la puerta de dicho cuartel, encontró guardia doble, y una total resistencia a su entrada y a la solicitud.

Ratificóse con este hecho la sospecha de la maquinación y ocurrió al cuartel de artillería, donde no sólo se surtió de tropa, sino también de cartuchos y de dos cañones de a 4, con los que en buen orden entró a la plaza, haciendo de jefe don Juan de Dios Vial, quien venia a caballo, armado de pistolas. Entró por la calle de la Compañía y desembocó en la esquina del portal del Palacio del obispado como a las 10 de la mañana, teniendo a su frente y cerca de la pila la tropa de mando de Don Tomás Figueroa. Inmediatamente pasó Vial con pistola en mano, y a caballo, y requirió a Figueroa diciéndole que cosa era aquello y que con que motivo había tomado el mando de aquella tropa. A lo que contestó: que a el le tocaba por oficial de mayor graduación. Sus soldados estaban descansando sobre las armas. Siguió la alteración con Vial mas acre y encendida; se vio romper el fuego repentinamente; unos dicen que primero por Vial otros que por Figueroa, sobre lo que hay un universal problema. Sea de lo dicho lo que fuese; lo que no tiene duda es que a la descarga de Figueroa no quedó un oficial de los de Vial en el puesto, porque todos se guarecieron detrás de los pilares del portal del Obispo y del de la Condesa, pero, rehaciéndose pronto, atacaron a Figueroa y sus soldados, de modo que a las dos o tres descargas de fusil y una de cañón, se siguió el desorden, muertes y las heridas de muchos, con lo que improvisadamente huyó Figueroa con todos sus soldados, sin dejar más que uno muerto de los del mando de Vial, cuatro o seis heridos, entre éstos, dos de sus oficiales. Figueroa siguió la fuga al convento de predicadores, y allí se ocultó con las voces: "¡Soy perdido, me han engañado!".

Bien podrá comprenderse la muchedumbre de desgracias a que estuvo expuesto el número considerable de gentes que ocupaba la plaza mayor a la expectación de un lance impremeditado; y, desde luego, habrían sido infinitos los desastres, si la lid repentina sigue con ardor y por más tiempo; pero la Providencia Divina quiso que en aquel acto sólo se observaran 10 muertos, entre ellos algunos paniculares inocentes, y sobre 30 heridos, algunos tan gravemente, que ese propio día murieron y otros después.

Este hecho despertó la Junta y comprendió. al punto ciertas miras insidiosas y revolucionarias; principalmente cuando supo que sobre 70 hombres de la tropa de Penco, marchaban a toda diligencia desde el cuartel de San Pablo, donde habían quedado a auxiliar y defender a su Capitán Figueroa, los mismos que se volvieron por la noticia de la fuga de éste y total dispersión de su soldados con el destino de hacerse fuertes en el propio cuartel.

Reunida la Junta en casa de Don Femando Márquez de la Plata, su primer vocal, empezó a dictar las providencias más prontas y ejecutivas a poner sobre las armas todas las tropas de la capital. Como a las 11 del día salió a ocupar la plaza mayor la compañía de Dragones de la Reina, el batallón de Infantería de Granaderos de Chile y se tocó la llamada acostumbrada al regimiento del Rey; enseguida se trajeron 6 cañones de tren volante, 2 se colocaron en cada esquina del portal, y uno en cada una de las del Palacio y Cárcel.

Don Pedro Prado, Coronel del Regimiento de Caballería del Príncipe, ocupó toda la Cañada, desde San Francisco hasta San Lázaro con la gente que se pudo aprontar en aquella hora, destacándose diferentes rondas para la guarda y custodia de las calles de la ciudad. Como a las 11 1/2 de la mañana montó a caballo el Dr. Juan Martínez de Rosas segundo vocal de la Junta, llamando tras si y en auxilio público a todos los patriotas, los que en número indecible le siguieron primeramente al cuartel de San Pablo a prender a los insurgentes soldados de Penco.

Por lo mismo de que el suceso tenía consternado demasiadamente el ánimo de los facciosos que, pálidos y turbados andaban hablando a solas por las calles, resolvió el Dr. Rosas, suponer la llegada del correo de Buenos Aires que se esperaba en este día, con la noticia de aquella capital vencedora y libre de la opresión o subyugación del señor Elío, había rendido la plaza de Montevideo, a quien había hecho obedecer y jurar su Junta. A efecto de hacer creíble un suceso de tanta gravedad, mandó dar un repique general de campanas, para entusiasmar, como decía, los ánimos oprimidos de sus facciosos; y además instruyó varios emisarios para que revistiéndose de testigos del hecho, afirmasen que ellos mismos habían visto el correo y leído aquellas noticias. Así a la letra se lo aseguró al autor de este "Diario" Don Juan José Concha, afirmando una y otra vez haber visto el correo y la carta donde se describían aquellos ventajosos triunfos de la inmortal Buenos Aires. Jactábase después el Dr. Rosas de la ocurrencia tan oportuna con que había sabido deprimir el espíritu de los sarracenos (así se llaman los buenos españoles) y rehacer el de los patriotas. No hay lugar, no se toma resolución o providencia que, directa o indirectamente no se abrigue o no se funde en alguna impostura, que es la base fundamental de ese sistema.

Inmediatamente el referido Dr. Don Juan Rosas, con la escolta de 12 hombres de la compañía de la Princesa se puso en la plaza Mayor, donde dio las órdenes corre.spondientes para apresar a Don Tomás de Figueroa, de quien ya tenía noticia se había refugiado en el convento de Santo Domingo. Tomó dos compañías, una de caballería y otra de infantería. La primera circuló al convento, y la segunda entró a registrarlo. Después del prolijo examen que se hizo sin habérsele encontrado y ya al tiempo de salir sin aquella esperanza, vino un muchacho del propio convento y delató que el había visto y sabía donde estaba el reo, sin duda por el aliciente de los 500 pesos que, a voz alta y en varias partes, prometió el Dr. Rosas al que descubriera al criminoso Figueroa. Lo cierto es que de contado se quitó una hebilla de oro y se la dió al muchacho, que tendría 30 castellanos de aquel metal.

Con la noticia antedicha, precedidos del denunciante, entraron nuevamente a la celda del padre González, y en el huertillo que tiene bajo un parral y cubierto con una estera, encontraron al reo, quien se rindió sin la menor resistencia. De allí le sacaron colocado en medio de la compañía de Granaderos y pasaron con el por la plaza mayor, con dirección al parque de artillería, frente de la Moneda.

Dos cuadras antes de llegar a este destino se resolvió por la Junta asegurarle uno de los calabozos de la cárcel pública. Así se practicó y por segunda vez atravesó el reo las calles que había andado y la plaza mayor, marchando en medio de las tropas con el denuedo y serenidad. Como a las 12 del día quedó en la cárcel y asegurado con prisiones y encerrado en el calabozo.

Al momento que se decretó la prisión de Figueroa, se ordenó igualmente la de su hijo Don Manuel Antonio Figueroa, vecino de esta ciudad y de su comercio. Se aseguró su persona en el cuartel de la artillería, en uno de sus calabozos, privándosele de toda comunicación.

En la misma hora se destacó otra compañía y se ordenó la prisión del Brigadier Don Francisco García Carrasco, y de Don Julián Zilleruelo, en cuya casa vivía cerca de la Recoleta Dominica y por consideración a la distancia, y la persona del primero, se les concedió venir en calesa, custodiada de la tropa. Así llegaron a la plaza Mayor, como a la una del día. El señor Brigadier Carrasco, quedó preso en el propio Palacio y en el mismo cuarto de despacho en que estuvo el Presidente, y a Don Julián Zilleruelo se le condujo a la cárcel y se le aseguró con un par de grillos en uno de sus calabozos.

Con motivo del ardimiento y prevención de los riesgos a que estaba expuesta la población y principalmente los adictos al sistema de la Junta que se conceptuaban perdidos, a las 11 1/2 de la mañana convocándose unos a otros y armándose de sables y pistolas, formaron varias divisiones y salieron a rondar el pueblo. Entre ellos se presentó como de General Don Nicolás Matorras, a caballo y Don Martín Larraín a pie, gritando por las calles: "Los que sois buenos patriotas, seguidme", y se dirigieron al cuartel de San Pablo.

En igual tiempo se presentó Fray Camilo Henríquez, natural de Valdivia, religioso de la Buena Muerte del convento de Lima, residente en esta capital, con su gran palo en la mano, sin capa, ni más que un gabán y sombrero y dando varias voces frente de Palacio a los patriotas, reunió mucha mocería y formando su división y cuadrilla, los capitaneaba dirigiéndose igualmente a San Pablo, donde era el punto de reunión contra los penquistas. Dicho fraile Camilo se asegura es memorable por sus hechos. Se dice que estuvo 6 años en la Inquisición de Lima por varias proposiciones heréticas; que en la revolución de Quito e instalación de su Junta, tuvo mucha parte; que por este motivo o iguales sospechas se le hizo salir de la capital de Lima. Lo cierto es que aquí se le tiene como oráculo del nuevo sistema, que come y vive con Matorras, que es uno de los corifeos de la Junta, y que entre todos los facciosos tiene el primer lugar.

Los soldados reunidos en San Pablo, de quienes se decía querían hacerse fuertes en aquel punto y que para el efecto se habían prevenido de varios cañones que allí existían, de las armas, cartuchos, etc., forzando la puerta de la sala de armas para sacarlas, luego que conocieron el crecido número de gentes que se dirigía a aquel puesto, y que por otra parte Figueroa era ya preso, resolvieron fugar, llevando consigo las armas necesarias para su defensa. A este fin sacaron fusiles, pistolas y sables en número de lo que cada uno podía cargar, y así desampararon el cuartel, tomando su derrota pcr el camino de Valparaíso, con miras de reunirse a los 300 hombres de su mismo cuerpo que habían llegado el 29 de marzo en la fragata "Begoña" a dicho puerto, con destino de auxiliar a Buenos Aires de quienes se decía estaban en camino para esta capital en el último alojamiento, en el lugar que llaman Pudahuel, a 4 leguas de distancia de esta ciudad, bien que todo ello salió falso, pues en aquella hora la tropa recién llegada de Talcahuano aún existía en Valparaíso.

A las 4 de la tarde del propio día se hizo la horca en medio de la plaza, y se colgaron en ella 5 soldados muertos de los de la facción de Figueroa, declarándose en el hecho ser traidores a la Patria. Para este espectáculo se puso sobre las armas todo el Regimiento de Caballería del Príncipe, el del Rey de Infantería y el Batallón de Granaderos en clase de veterano; ocupaban igualmente dos compañías de artilleros; de modo que se formó en la plaza casi un cuartel general de tropa, sin permitirse el paso al centro a persona alguna que no fuese oficial. Allí estuvieron los cadáveres aquella tarde y la noche. A las 4 1/2 de la misma tarde se puso preso al Coronel de Ingenieros Don Manuel Olaguer Feliú, trayéndole al propio Palacio, en el cuarto que cae a la sala al lado del patio, privándosele de toda comunicación, con centinela de vista.

La prisión del señor Brigadier Carrasco, la del señor Coronel Olaguer Feliú y la de Don Manuel Antonio Figueroa, hijo del referido Don Tomás, se dice tiene por motivo el que los primeros fueron designados por el Sargento Molina para Presidente del Reino, con cuyas ideas parece coincidían las operaciones de Don Tomás Figueroa; y la del hijo de éste, la de impedirle toda diligencia, así para libertar la vida de su padre, como la de oscurecer su hecho.

Como a las ocho de la noche, de orden de la Junta se comisionó a Don Juan de Dios Vial, con un capitán y un teniente, y guarnición de 12 hombres para que pasara a la casa del señor Coronel Olaguer Feliú a sorprender toda su correspondencia y papeles de cuyo escrutinio se encargó al Dr. Don Bernardo Vera, que iba en la propia comitiva, quién recibió todos ellos en un baúl, con prevención de expedir su comisión prontamente.

A las 5 de la tarde se prendió al teniente de milicias, y ayudante mayor del Regimiento de Caballería de Coquimbo Don Enrique Cardozo, quien, puesto en la cárcel y en uno de sus calabozos con un par de grillos, sufrió el despojo de dos onzas de oro, reloj y bastón, por el capitán de la guardia Don José Portales, hijo del Superintendente de Moneda, al pretexto de que aquellos despojos debían servir a los que en aquel día habían expuestos sus vidas por libertar la patria.

El motivo de la prisión de Cardozo fue el haber acogido en su casa y dádole de comer a un soldado que se dijo había servido en la facción de Figueroa en aquella mañana; pero todo salió falso. A las 9 1/2 de la noche pasó Don Francisco de la Lastra, teniente de fragata de la Real Armada, y principal atíante de la Junta, con 6 hombres a casa de Don Manuel Antonio Talavera, y le ordenó fuera preso de orden de aquella. Pasó con él a Palacio, y dando cuenta de su presencia allí al segundo vocal Dr. Don Juan Rosas, le condujo al gabinete del Secretario Dr. Don José Gregorio Argomedo, donde fue reconvenido y preguntado sobre qué gentes había tenido en su casa aquella mañana; contestó que con motivo del movimiento popular estragos originados e inmediación de su casa a la plaza, como situada en la propia esquina, frente del Palacio, se habían introducido sobre 60, ó 70 personas a refugiarse de los riesgos y peligros; nombró varios sujetos, y entre ellos a un soldado que con la misma gente se había incorporado, el que llevaba 3 heridas, dos en los muslos y una en la mano, todas ellas de bala, al que viéndole desangrar sobremanera y ya casi exámine le movió la conmiseración y mucho más la de su mujer, quien prontamente le suministró los auxilios de caldo, hilas, aguardiente, bálsamo de Copaiba y otros que le parecieron oportunos a libertar su vida y darle algún alivio. Hecha esta relación le rearguyó el Dr. Rosas, ¿que cómo había recibido a un soldado de la facción de Figueroa y contrario a la Patria y mucho más por qué no había dado cuenta de ello a la Junta? Contestó Talavera exponiendo que el soldado no era de Penco; que era de los reclutas de aquí; que en si no llevaba señal aguna de ser contrario a la Patria, y que cuanto se había practicado con él, era todo obra de una hospitalidad dictada por la razón y la humanidad y encargada por la religión; que tampoco de ello había dado aviso, porque no encontró en si principio alguno para comprenderle esta obligación, principalmente habiendo sido espectador del hecho don Pedro Quiroga, Capitán del Regimiento del Rey, a quién parece correspondía la diligencia.

Quiso el Dr. Rosas una y otra vez hacerle criminal por el hecho, y Talavera otras tantas alegó las mismas razones a su favor, y concluyó mudando de medio, haciéndole otros cargos, especialmente de ser anti-juntista; que sus operaciones al auxiliar a aquel partido eran muy criminales; que de ellas la Junta estaba muy sobreavisada; y que para él y otros de esta clase habían sogas y horcas. Sin más que haber contestado por tres veces a otras iguales reconvenciones con entereza, le hizo conducir preso a la cárcel, adonde pasó conduciéndole el capitán Don José Vigil con tres soldados de la guardia del propio Palacio.

Allí se le entregó al capitán de guardia Don José Portales, quien inmediatamente le destinó a un calabozo tan inmundo y fétido, que no cabe exageración, como que no tuvo lugar limpio más que en el que pudo estar sentado toda esa noche.

Al entrar no pudo menos que, para consolar y endulzar su vejamen y trabajos, traer a la memoria a su amado Rey Fernando y decir, no en el secreto de su corazón, sino en voz casi sensible: "¡Fernando mi Monarca, privado de su imperio y preso, despojado de su grandeza y de sus honores; qué muchos es que el último vasallo le imite en el trastorno de su fortuna y en la parte de sus padecimientos, en prueba y testimonio de su lealtad!"; lenguaje que realzó su espirítu sobre todos los trabajos que se le podían preparar.

A las 10 de la noche volvió el capitán de la Guardia, Portales, al propio calabozo con 6 hombres con fusil y bayoneta calada, quien le hizo registrar prolijamente, no habiéndole encontrado arma alguna, ni mas que un poco de dinero que a prevención se echó en el bolsillo al tiempo de caminar preso, le despojó de todo él, que serían como 14 ó 15 pesos, al pretexto de que aquellos se repartirían entre los que en este día habían expuesto su vida en defensa de la Patria. Talavera conoció el robo, y también el insulto, pero tuvo a bien callar, porque el silencio en el oprimido, es el mejor remedio para precaver nuevos ultrajes.

Los caminos de la Providencia son inescrutables a la prudencia humana. Talavera en esa noche fue preso por ser casi espectador de la trágica escena de Don Tomás Figueroa.

La puerta del calabozo donde estuvo caía al mismo cuerpo de guardia, era de reja y no impedía la vista. Desde allí observó todos los movimientos. A las 10 1/2 de la noche, hora en que se finalizó la causa de Figueroa, sin haber confesado éste cosa alguna, ni convencídosele de su delito, sino por presunciones, entró el Alférez Real Don Diego Larrain, llamó al carcelero, y le hizo poner otro par de grillos y esposas al reo. A las 11, concluida que fue esta operación, pasó el Capitán de la Guardia con el Teniente Don Bernardo Vélez y 12 hombres, llevando consigo al secretario Don José Gregorio Argomedo, y al religioso de la Buena Muerte Fray Camilo, de quien hemos hablado arriba; le intimó la sentencia de ser pasado por las armas a las 5 horas de aquella fecha, el mismo Figueroa la leyó, y en voz alta dijo que a la fuerza rendiría su vida, no a la sentencia que emanaba de una autoridad ilegítima; habiéndose ya anteriormente degradado de todos sus honores y grado de Teniente Coronel y Comandante del Cuerpo de Dragones de la Frontera de la Concepción, de Penco.

De primeras, resistió hacer su confesión con el antedicho religioso, acaso por ser declaradamente del sistema de la Junta, quien sabe que temería o que motivos le ocurrió para la resistencia, lo cierto es que pidió al padre Fray Blas Alonso de la orden de San Francisco y se le negó absolutamente, haciéndole entender no se le daba otro confesor que aquel que era el que estaba pronto; se resolvió a hacer con el su confesión, con bastantes demostraciones, segun dicen, de dolor y arrepentimiento. A las 3 1/2 de la mañana se puso toda la guardia sobre las armas, se le hizo reconocer sus fusiles y preparar la ceba, inmediatamente pasó el capitán Portales (292) con el teniente Vélez y 12 hombres a la ejecución de la sentencia en el propio calabozo. El mismo Portales, me aseguran, le amarró a una silla, y que al tiempo de hacerlo le dijo Figueroa: "Amarra fuerte, capitancito".

Que él mismo se vendó los ojos y a las 4 menos 5 minutos de la mañana se dio la descarga, y con ella la muerte a Figueroa para saciar el odio que le habían concebido los faccionistas