Diferencia entre revisiones de «La emancipada: Capítulo 1»

Contenido eliminado Contenido añadido
Página creada con «{{cabecera | titulo = La emancipada |sección = Capítulo 1 | autor = Miguel Riofrío | anterior = Portada | siguiente…»
 
mSin resumen de edición
Línea 16:
 
{{brecha}}De qué hablaban, se puede adivinar fácilmente si se atiende a que el joven había estudiado las materias de enseñanza secundaria en la ciudad más cercana a la parroquia de que nos ocupamos, y que iba a pasar sus temporadas de recreo en casa de la joven. Se conocerá más claramente cual había sido su pensamiento dominante, cuando se sepa que después de terminado el curso de artes, había pasado a hacer sus estudios profesionales en la Capital, y había estudiado con todo tesón necesario para recibir la borla, dar media vuelta a la izquierda y volver a cierto lugar que sus condiscípulos deseaban conocer porque le había pintado muchas veces en los ensayos literarios que se le obligaba a escribir en la clase de Retórica. En uno de estos había dicho:
 
 
{{brecha}}''Quedaos vosotros, hijos de la corte, en la región de las Pandecetas, y el Digesto y las partidas. Yo de la jerarquía de doctor pasaré a la de aldeano, porque allí mora la felicidad.''
Línea 37 ⟶ 38:
 
{{brecha}}''Tal es el templo en que daré culto a una Deidad.''
 
 
{{brecha}}Cuando se le imponía el deber de escribir memorias geográficas de su provincia, hablaba a duras penas de todo lo que no era su parroquia predilecta, y cuando de ésta escribía mencionaba hasta los más insignificantes pormenores aunque estos quedaran fuera del tema que se le había señalado. En uno de los ensayos decía con referencia a su pueblo:
 
 
{{brecha}}''Desde el 24 de diciembre hasta mediados de enero mostraban esos campos sus escenas peculiares.''
Línea 49 ⟶ 52:
 
{{brecha}}''Como estos altares distan unos de otros por lo menos un kilómetro los paseos son siempre a caballo.''
 
 
{{brecha}}Así seguían las descripciones que los melindres de la crítica calificaban de pesadas y ridículas, sin atender a que el compositor nada podía encontrar de útil ni de bello fuera de su recinto predilecto.
 
{{brecha}}La joven por su parte, con menos reglas, pero con más corazón, había escrito sus memorias para presentarlas algún día a la única persona que podía ser su consuelo sobre la tierra: en esas memorias habrían hallado también los despreocupados mucho que despreciar, pues se reducían a pintar al natural, lo que había producido su madre, por haber recibido lecciones de un religioso ilustrado, llamado padre Mora, a quien comisionara el Libertador Bolívar para la fundación de las escuelas lancasterianas. Pintaba los tiernos sentimientos que esta madre así instruida sabía inspirar, y que después de referir las escenas que habían precedido al fallecimiento de esa buena madre, agregaba:
 
 
{{brecha}}''Una semana después de haber sepultado a mi madre cuando todavía estaban mis ojos hinchados por las lágrimas, recogió mi padre todos mis libros, el papel, la pizarra, las plumas, la vihuela y los pinceles: formó un lío de todo esto, lo fue a depositar en el convento y volvió para decirme: «Rosaura, ya tienes doce años cumplidos: es necesario que desde hoy en adelante vivas con temor de Dios; es necesario enderezar tu educación, aunque ya el arbolito está torcido por la moda; tu madre era muy porfiada y con sus novelerías ha dañado todos los planes que yo tenía para hacerte una buena hija; yo quiero que te eduques para señora y esta educación empezará desde hoy. Tú estarás siempre en la recámara y al oír que alguien llega pasarás inmediatamente al cuarto del traspatio; no más paseos ni visitas a nadie ni de nadie. Eduardo no volverá aquí. Lo que te diga tu padre lo oirás bajando los ojos y obedecerás sin responderle, sino cuando fueres preguntada» «¿Y no podré leer alguna cosa?» le pregunté: «Sí, me dijo, podrás leer estos libros» y me señaló Desiderio y Electo, los sermones del padre Barcia y los Cánones penitenciales.''
 
 
{{brecha}}Apuntados estos antecedentes y el de que el joven sabía bien que el padre de Rosaura nunca faltaba a los paseos de año nuevo, ni a la práctica de dejar a su hija encerrada cuando él salía a divertirse; y constándole además que los caminos estaban ocupados por hileras de hombres y mujeres que discurrían alegres haciendo la visita de los altares; que cada altar era una estación: que los patios estaban cuajados de caballos, bestias mulares y borricos en gran número, ya se puede deducir que el flamante doctor había penetrado hasta el jardín de Rosaura, sin temor de que nadie le sorprendiese, y puede también maliciarse que de sus prácticas sublimes resultaba el recíproco propósito de unir su suerte para siempre, en caso de que pudieran ser vencidas las tenaces resistencias que opondría el terco padre de la joven.