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Virgilio, Eneida III

Traducción de
Christian Gómez Salas (2018-)
Libro I - Libro II - Libro III - Libro IV - Libro V - Libro VI - Libro VII - Libro VIII - Libro IX - Libro X - Libro XI - Libro XII - Índice de los personajes


1. Después de que pareció bien a los altísimos demoler los estados de Asia
2. y a la gente de Príamo, que no lo merecía, y que cayó la soberbia
3. Ilión, y que, toda, por el suelo, humea la Neptunia Troya,
4. los augurios de los dioses nos llevan a diversos exilios
5. y a buscar tierras desiertas, y nos construimos una flota bajo la
6. propia ciudad de Antandro y en los montes del frigio Ida,
7. desconocedores de adónde nos lleven los hados, de dónde podremos asentarnos,
8. y reunimos a los hombres. Apenas había comenzado el verano,
9. y el padre Anquises ordenaba dar las velas a los hados,
10. cuando, llorando, abandono las costas de la patria y sus puertos
11. y los campos donde Troya fue. Soy arrastrado, exiliado, al mar
12. con mis compañeros y mi hijo, con los penates y los grandes dioses.
13. Se cultiva una tierra de Marte lejos, de vastos campos
14. (los Tracios la aran), gobernada en otro tiempo por el fiero Licurgo,
15. antiguo hospicio de Troya y Penates aliados,
16. mientras hubo fortuna. Me veo arrastrado allí, y en la curva playa
17. coloco las primeras murallas habiendo entrado por unos hados inicuos,
18. y forjo el nombre de Enéadas a partir del mío.
19. Llevaba sacrificios a mi madre, la hija de Dione, y a los dioses
20. auspiciadores de las obras emprendidas, e inmolaba en la playa
21. un toro brillante al supremo rey de los celestiales.
22. Por azar, se alzaba al lado un túmulo, y en lo alto había ramas
23. de cornejo y un mirto erizado de densas puntas.
24. Me acerqué intentando arrancar del suelo un verde
25. arbusto, para poder cubrir los altares con sus frondosas ramas,
26. y veo un extraño prodigio horrible de contar.
27. Pues en cuanto arranco del suelo, cortadas sus raíces, el primer tallo,
28. éste destila gotas de negra sangre, y ensucian
29. la tierra con su podre. Un frío horror
30. sacude mis miembros y se cuaja mi sangre helada de miedo.
31. De nuevo y por segunda vez intento arrancar una vara flexible
32. y buscar hasta el fondo las causas escondidas;
33. y otra vez mana negra sangre de la corteza.
34. Dando muchas vueltas en mi ánimo, veneraba a las Ninfas agrestes
35. y al padre Gradivo, el que preside en los campos de los Getas,
36. para que secundasen las visiones y aliviaran su presagio.
37. Pero cuando con mayor esfuerzo me acerco a una tercera asta,
38. y de rodillas lucho contra la adversa arena,
39. (¿debería seguir o callar?) se escucha desde el profundo túmulo,
40. un lastimero gemido y una voz, devuelta, llega a mis oídos:
41. “¿Por qué desgarras, Eneas, a un desgraciado? Deja en paz ya a un sepultado,
42. deja de profanar tus manos piadosas. No me crió Troya
43. extraño para ti, o no mana sangre de la madera.
44. Huye, ay, de estas tierras despiadadas, huye de una costa avara:
45. pues yo soy Polidoro. Aquí, atravesado, me sepultó una férrea
46. mies de lanzas y creció con agudas jabalinas”.
47. Entonces en verdad, oprimido en mi mente por un doble miedo,
48. quedé estupefacto y se erizaron mis cabellos y la voz se me clavó en la garganta.
49. En otro tiempo a este Polidoro, con un enorme peso de oro,
50. a escondidas, lo había mandado [su padre] el pobre Príamo al rey de Tracia
51. para que creciera allí, desconfiando ya de las armas
52. de Dardania y viendo que su ciudad era ceñida por el asedio.
53. El rey aquel, una vez que las quebradas fuerzas de los teucros y la Fortuna los abandonaron,
54. poniéndose de parte de Agamenón y de las armas vencedoras,
55. rompió todo lo sagrado: asesina a Polidoro y se apodera
56. del oro por la fuerza. ¡A qué no obligas a los pechos mortales,
57. abominable hambre de oro! Cuando el pavor abandonó mis huesos,
58. refiero a los próceres elegidos de mi pueblo y a mi padre el primero
59. los prodigios de los dioses, y les pregunto cuál sea su opinión.
60. Todos tenían el mismo ánimo, salir de una tierra criminal,
61. dejar un ultrajado refugio y dar Austros a la flota.
62. Así pues instituimos el funeral de Polidoro,
63. y se amontonó una inmensa tierra en un gran túmulo;
64. se alzan para sus Manes las tristes aras con cintas azules y negro ciprés,
65. y alrededor las Ilíades, con los cabellos sueltos, según la costumbre;
66. ofrendamos espumantes vasijas con tibia leche
67. y páteras de sagrada sangre, y entregamos su alma al sepulcro
68. y, por último, con fuerte voz, la invocamos.
69. Desde ahí, cuando el mar nos ofrece la primera confianza, y los vientos
70. nos dan mares aplacados y un Austro suave, crepitante, nos llama al mar,
71. mis compañeros bajan (de) las naves y llenan la playa;
72. avanzamos adelante, desde el puerto, y se alejan las tierras y las ciudades.
73. Se cultiva en medio del mar una sagrada tierra, gratísima
74. para la madre de las Nereidas y para el Neptuno Egeo,
75. a la cual, errante alrededor de costas y playas, el piadoso Arquero
76. la amarró desde la elevada Míconos y de Gíaros,
77. y ya inmóvil le concedió ser cultivada, y despreciar los vientos.
78. Allá me veo arrastrado, y ella, placidísima, nos acoge cansados en su seguro puerto;
79. desembarcados, veneramos la ciudad de Apolo.
80. El rey Anio, siendo él mismo rey de los hombres y sacerdote de Febo,
81. acude, ciñendo sus sienes con las ínfulas y el laurel sagrado;
82. reconoció a Anquises como a un viejo amigo.
83. Juntamos nuestras diestras en hospitalidad y entramos bajo techados.
84. Veneraba yo los templos del dios, erigidos en una vieja roca:
85. “Dónanos, Timbreo, una casa propia; da a estos hombres cansados unas murallas,
86. y una estirpe y una ciudad que haya de perdurar; salva a los nuevos Pérgamos
87. de Troya, reliquias de los dánaos y del cruel Aquiles.
88. ¿A quién seguimos? ¿O adónde ordenas ir? ¿Dónde establecernos?
89. Danos, Padre, un augurio y deslízate en nuestros ánimos”.
90. Apenas había acabado de hablar: me pareció que todo temblaba de pronto,
91. los umbrales y el laurel del dios, y el monte entero me pareció
92. que se movía alrededor y que el trípode mugía en el abierto santuario.
93. Sumisos nos echamos a tierra y una voz llega a nuestros oídos:
94. “Duros dárdanidas, la primera tierra que os llevó,
95. desde la raza de vuestros padres, esa misma con alegre seno
96. os acogerá al volver. Buscad a vuestra antigua madre.
97. Ahí la casa de Eneas dominará sobre todas las costas
98. y los hijos de sus hijos y los que nazcan de ellos”.
99. Esto dijo Febo; y, con el tumulto mezclado, nació una ingente
100. alegría, y todos preguntan cuáles sean esas murallas,
101. adónde nos llama Febo, errantes, y nos manda que volvamos.
102. Entonces mi padre [Anquises], revolviendo las memorias de los viejos hombres, dice
103. “Escuchad, oh próceres, y conoced vuestras esperanzas.
104. Creta, la isla del gran Júpiter, yace en medio del mar,
105. donde está el monte Ida, y las cunas de nuestro pueblo.
106. Habitan cien grandes ciudades, fertilísimos reinos,
107. de donde, si debidamente recuerdo lo oído, el máximo padre,
108. Teucro, arribó por primera vez a las costas reteas,
109. y deseó un lugar para su reino. Todavía no se habían levantado Ilión ni
110. las fortalezas de Pérgamo; habitaban en lo profundo de los valles.
111. De allí la veneradora madre del monte Cíbelo, y los bronces de los Coribantes,
112. y el bosque ideo; de allí los fieles silencios para sus misterios,
113. y los leones uncidos llevaron el carro de su dueña.
114. Así pues, animaos y sigamos por donde nos llevan las órdenes de los dioses:
115. aplaquemos los vientos y busquemos los reinos de Cnosos.
116. Y no distan en un largo trecho: sólo con que nos asista Júpiter,
117. la tercera luz establecerá nuestra flota en las costas de Creta”.
118. Así habló, y sacrificó a las aras sus merecidos honores,
119. un toro a Neptuno, un toro a ti, bello Apolo,
120. una oveja negra a la Mala Estación, y una blanca a los felices Céfiros.
121. Vuela la fama de que el rey Idomeneo ha sido expulsado de los reinos de su padre,
122. y de que estaban desiertas las playas de Creta,
123. de que su casa está libre del enemigo y que nos aguardan sus sedes abandonadas.
124. Abandonamos los puertos de Ortigia y volamos por el mar,
125. y la báquica Naxos con sus collados, y la verde Donusa,
126. y Oléaros y la nívea Paros, y esparcidas por las aguas
127. las Cícladas, y pasamos los mares encrespados de tierras numerosas.
128. El clamor de los marinos se levanta en reñida disputa:
129. piden los compañeros que busquemos Creta y a nuestros antepasados.
130. Nos empuja al avanzar un viento surgiendo de nuestra popa,
131. y finalmente nos deslizamos a las antiguas costas de los curetes.
132. Así pues, ansioso, levanto los muros de la ciudad deseada y la llamo
133. Pergámea, y a mi pueblo, contento con el nombre,
134. lo exhorto a amar sus hogares, y a elevar una fortaleza para sus tejados.
135. Y apenas ya las popas estaban varadas en una playa seca,
136. la juventud afanada en nuevos matrimonios y nuevos campos,
137. yo les daba leyes y casas, cuando de pronto nos vino
138. una plaga mórbida y miserable para los cuerpos y para los árboles y sembrados,
139. y un año mortífero, desde una envenenada región del cielo.
140. Abandonaban sus dulces almas o arrastraban sus cuerpos
141. enfermos; por entonces Sirio abrasaba los estériles campos,
142. se secaban las hierbas y una mies enferma nos negaba el sustento.
143. De nuevo, a recorrer el mar hacia el oráculo de Ortigia y a Febo
144. me exhorta mi padre, y a suplicar su venia,
145. qué fin dispone a estas agotadoras desgracias, de dónde nos ordena
146. buscar el remedio de nuestras fatigas, adónde dirigir nuestro rumbo.
147. Era la noche, y en las tierras el sueño se apoderaba de los vivientes:
148. las sagradas efigies de los dioses y los frigios Penates
149. que había traído conmigo desde Troya, y de entre los incendios de la ciudad,
150. se mostraron erguidos ante mis ojos, cuando yacía,
151. en sueños, iluminados con gran resplandor, por donde la luna
152. llena se derramaba por las ventanas abiertas;
153. entonces así hablaron y con estas palabras disminuyeron mis preocupaciones:
154. “Lo que Apolo te ha de decir, una vez devuelto a Ortigia,
155. aquí lo canta y además, he aquí, nos envía a tus umbrales.
156. Nosotros te seguimos, tras el incendio de Dardania, a ti y a tus armas,
157. nosotros bajo tu guía hemos medido el mar henchido con nuestra flota,
158. nosotros mismos llevaremos hasta a los astros a tus futuros
159. descendientes y daremos el imperio a la Ciudad. Tú prepara
160. grandes murallas para cosas y gentes grandiosas, y no abandones a la fuga esta enorme labor.
161. Las sedes han de ser cambiadas. No te aconsejó estas playas
162. el Delio, o no te ordenó Apolo establecerte en Creta.
163. Hay un lugar, los griegos lo llaman Hesperia por sobrenombre,
164. una tierra antigua, poderosa por sus armas y por la exuberancia de su tierra;
165. la cultivaron hombres de Enotria; ahora dice el rumor que sus
166. descendientes la han llamado Italia por el nombre de su líder.
167. Éstas son nuestras sedes propias, de aquí nació Dárdano
168. y el padre Jasio, príncipe desde el cual viene nuestra estirpe.
169. Vamos, levántate, y refiere alegre estas palabras que no se han de dudar
170. a tu longevo padre: que busque Córito y las tierras
171. ausonias; Júpiter te niega los campos dicteos”.
172. Atónito ante tales visiones y por la voz de los dioses
173. (y aquello no era un sueño, sino que me parecía reconocer cara a cara los rasgos
174. y las cabelleras veladas y los rostros presentes;
175. entonces manaba de todo mi cuerpo un sudor gélido)
176. lanzo mi cuerpo desde los cobertores y tiendo al cielo mis manos
177. levantadas junto con mi voz y libo en los fuegos
178. presentes sin mancha. Contento, terminado el honor,
179. cercioro a Anquises, y le expongo el asunto por su orden.
180. Reconoció la prole doble y los duplicados padres,
181. y que él mismo había sido engañado por el nuevo error de los antiguos lugares.
182. Entonces recuerda: “Hijo fatigado por los hados de Ilión,
183. Casandra sola me profetizaba tales sucesos.
184. Ahora recuerdo que, al presagiar las cosas que corresponderían a nuestro linaje
185. también mencionaba a menudo a Hesperia, a menudo los reinos ítalos.
186. Pero ¿quién podría creer que los teucros iban a llegar hacia las playas de
187. Hesperia? ¿O a quién entonces podría conmover la profetisa Casandra?
188. Cedamos a Febo y advertidos sigamos mejores señales”.
189. Así dice, y todos obedecemos su palabra con ovaciones.
190. Abandonamos también esta sede y, dejando a unos pocos,
191. damos velas, y en el cavo leño recorremos el vasto mar.
192. Después de que las naves ocuparon el mar y no aparecen ya
193. tierras ningunas, cielo por todos lados y por todos lados mar,
194. entonces se paró sobre mi cabeza una lluvia cerúlea,
195. portando noche y tormenta, y las olas se encresparon de tinieblas.
196. Al momento, los vientos revuelven el mar y surgen enormes
197. olas: somos lanzados dispersos por un vasto remolino;
198. los nimbos envolvieron el día y una noche húmeda arrebató el cielo,
199. se desdoblan los rayos entre las abruptas nubes,
200. somos expulsados de nuestro rumbo y vagamos entre las ciegas olas.
201. El propio Palinuro dice que no puede discernir el día y la noche en el cielo
202. y que no se acuerda del camino en medio de las olas.
203. En la ciega bruma vagamos así hasta tres inciertos soles
204. por el mar, y otras tantas noches sin estrella.
205. Al cuarto día por primera vez pareció que se levantaba
206. una tierra, que se abrían a los lejos los montes y se movía un humo.
207. Caen las velas, nos levantamos hacia a los remos; no hay demora, los esforzados navegantes
208. quiebran las espumas y barren los azules del mar.
209. Salvado de las olas, en primer lugar me acogen las costas de las Estrófades.
210. Se alzan las Estrófades, dichas con su nombre griego,
211. islas en el gran Jonio, que la siniestra Celeno
212. y las otras Harpías cultivan, después de que la casa de Fineo
213. les fue cerrada y por miedo dejaron las mesas anteriores.
214. No hay monstruo más triste que aquellas, ni ninguna
215. peste e ira de los dioses más cruel se levantó de las olas estigias.
216. De vírgenes los semblantes de esas voladoras, sucísima la emanación
217. de su vientre, y manos ganchudas y rostros
218. siempre pálidos por el hambre.
219. Cuando arrastrados aquí entramos en los puertos, he aquí
220. que vemos por todos lados en los campos alegres manadas de reses
221. y un rebaño de cabras sin custodio alguno por las hierbas.
222. Nos lanzamos a las espadas e invocamos a los dioses y al propio
223. Júpiter hacia nuestra parte y al botín; entonces en el curvo litoral
224. Preparamos los lechos y nos convidamos con ricos manjares.
225. Sin embargo, inesperadas, con espantoso salto se presentan desde los montes
226. las Harpías, y baten con grandes estridencias sus alas,
227. y desgarran los manjares y ensucian todo con su contacto
228. inmundo; después, una voz feroz entre el tétrico olor.
229. De nuevo, en un retiro lejano bajo una roca ahuecada
230. [cerrada a su alrededor por árboles y sombras horrendas]
231. preparamos las mesas y reponemos el fuego para los altares;
232. de nuevo, de la parte opuesta del cielo y en oscuros escondrijos
233. la sonora turba sobrevuela el botín con sus pies ganchudos,
234. ensucia con su boca los manjares. Entonces ordeno a mis
235. compañeros que empuñen
236. las armas, y que se ha de hacer la guerra con ese cruel linaje.
237. No de otro modo que como se les ordena actúan, y disponen sus espadas cubiertas
238. por la hierba y esconden sus escudos guardados.
239. Así que, cuando se deslizaron y emitieron su sonido por las curvadas
240. playas, da Miseno la señal desde la alta atalaya ya
241. con el cavo bronce. Mis compañeros acuden e intentan unas desconocidas luchas,
242. mancillar a espada a las obscenas aves del mar.
243. Pero ni golpe alguno en sus alas ni heridas en su espalda encajan,
244. y, deslizándose en rápida huida a las estrellas, abandonan
245. su presa a medio comer y sus sucios vestigios.
246. Una sola se posó en una muy alta roca, Celeno,
247. adivina infausta, y rompe desde su pecho este grito;
248. “¿Guerra, además, a cambio de vuestra matanza de bueyes y de los novillos muertos,
249. oh estirpe de Laomedonte, no preparáis acaso traernos la guerra
250. y expulsar a las inocentes Harpías del reino de su padre?
251. Recibid pues en vuestro ánimo y clavad estas palabras mías,
252. que a Febo el padre omnipotente y a mí Febo Apolo
253. me dijo antes, yo os despliego la mayor de las Furias.
254. Italia buscáis con vuestro curso y con vuestros invocados vientos:
255. iréis a Italia y se os permitirá entrar en los puertos.
256. Pero no ceñiréis de murallas la ciudad otorgada
257. antes de que un hambre terrible y la injuria de nuestra
258. matanza os obligue a morder alrededor y devorar con las mandíbulas las mesas".
259. Dijo, y, llevada por sus alas, huyó de nuevo al bosque.
260. Sin embargo, a mis compañeros del repentino espanto se les heló
261. la sangre: se abatieron sus ánimos, y ya no más por las armas, sino con votos y oraciones me ordenan pedir la paz,
262. bien sean diosas, bien crueles y obscenas aves.
263. Y el padre Anquises desde la playa con las palmas extendidas
264. invoca a los grandes númenes e indica sus honores merecidos:
265. “Prohibid, dioses, las amenazas; dioses, alejad tal desgracia
266. y preservad plácidos a los piadosos". Entonces de la playa
267. ordena arrancar la maroma y sacudir y soltar las amarras.
268. Inflan las velas los Notos: huimos por las espumeantes olas,
269. por donde el viento y el piloto llamaban al curso.
270. Ya aparece en medio del oleaje la nemorosa Zacintos
271. y Duliquio y Same y Nérito, ardua por sus piedras.
272. Rehuimos los escollos de Ítaca, reinos de Laertes,
273. y maldecimos la tierra alimenticia del cruel Ulises.
274. Pronto también las nimbosas cumbres del monte Leucata,
275. y se muestra el Apolo temido para los navegantes.
276. A él nos dirigimos cansados y entramos a la pequeña ciudad;
277. se lanza el ancla de proa, se yerguen las popas en la playa.
278. Así pues, finalmente, tomando posesión de una tierra inesperada,
279. nos purificamos para Júpiter y encendemos las aras para los votos,
280. y celebramos las costas de Actio con los juegos de Ilión.
281. Ejercitan las palestras patrias con resbaladizo aceite
282. los compañeros desnudos: nos alegra haber evitado tantas ciudades
283. argólicas y haber logrado la huida por entre los enemigos.
284. Entre tanto el sol da la vuelta a un largo año
285. y el glacial invierno pone ásperas las olas con los Aquilones.
286. Un escudo de cavo bronce, prenda del gran Abante,
287. cuelgo en las jambas de enfrente y lo firmo con un verso:
288. ENEAS, ESTAS ARMAS DE LOS DÁNAOS VENCEDORES;
289. entonces, ordeno abandonar los puertos y sentarse en los bancos.
290. Mis compañeros a porfía hieren el mar y barren las superficies:
291. en seguida perdemos de vista las aéreas ciudadelas de los feacios
292. y elegimos las costas del Epiro y entramos en el puerto
293. caonio y accedemos a la elevada ciudad de Butroto.
294. Aquí, un rumor increíble de la situación llena nuestros oídos,
295. que Héleno el Priámida reinaba por entre las ciudades griegas,
296. tras haberse apoderado del matrimonio y de los cetros del Eácida Pirro,
297. y que Andrómaca había pasado de nuevo a un marido de la patria.
298. Me quedé estupefacto, encendido mi pecho con un amor admirable
299. por interrogar al hombre y por conocer casos tan grandes.
300. Avanzo desde puerto abandonando flotas y litorales,
301. cuando, por fortuna, Andrómaca libaba manjares solemnes y tristes dones
302. ante la ciudad, en un bosque sagrado junto a la onda de un falso Simunte,
303. para la ceniza, e invocaba a sus Manes junto al
304. túmulo de Héctor, el cual, vacío, con verde hierba
305. había consagrado, y unos dobles altares, causa para las lágrimas.
306. Cuando me contempló al llegar yo, y vio las armas troyanas
307. a su alrededor, fuera de sí, aterrorizada por esos grandes portentos,
308. se quedó rígida en mitad de esa visión, el calor abandonó sus huesos,
309. desfallece y apenas dice finalmente después de largo tiempo:
310. “¿Tu verdadera imagen a ti..., tú a ti mismo te ofreces a mí como mensajero verdadero,
311. oh hijo de la diosa? ¿Vives? O, si la luz alimenticia se retiró de ti,
312. ¿Dónde está Héctor?”, dijo, y derramó lágrimas y llenó
313. todo el lugar con su clamor. Apenas unas pocas cosas a ella, enloquecida,
314. puedo ofrecerle, y turbado abro la boca con estas pocas palabras:
315. “Vivo yo ciertamente, y llevo mi vida por las cosas más extremas;
316. no dudes, pues son cosas verdaderas lo que ves.
317. ¡Ay!, ¿qué situación te tocó, arrancada de tan gran marido,
318. o qué fortuna suficientemente digna te ha visitado, Andrómaca de Héctor? ¿Le mantienes a Pirro el matrimonio?”
319. Bajó el rostro y habló con voz apagada:
320. “¡Oh, única doncella feliz por delante de las demás, hija de Príamo,
321. mandada a morir junto a un túmulo enemigo bajo las altas
322. murallas de Troya, que no sufrió sorteos ningunos
323. ni tocó como cautiva el lecho de un amo victorioso!
324. Nosotras, después de haber ardido la patria, llevadas por mares diversos,
325. obligadas a la esclavitud, hemos soportado
326. las arrogancias del hijo de Aquiles y a un joven
327. soberbio; el cual persiguió enseguida
328. a la ledea Hermíone y unas bodas lacedemonias,
329. y a mí, su sierva, me entregó al siervo Héleno para que él me tuviera.
330. A Neoptólemo, sin embargo, Orestes, que estaba inflamado de un gran amor por su esposa,
331. que le había sido arrebatada, y agitado por las Furias de los crímenes,
332. lo captura, al incauto, y lo degüella junto a los altares de su padre.
333. Con la muerte de Neoptólemo la parte entregada de sus reinos
334. pasó a Héleno, el cual puso por nombre a estos campos Caonios,
335. y también Caonia a todo el territorio, por el Caón troyano,
336. e impuso unos Pérgamos y esta fortaleza troyana a estos collados.
337. Pero a ti ¿qué vientos te dieron tu curso y qué hados?
338. ¿O es que algún dios te empujó, sin saberlo tú, hasta nuestras costas?
339. ¿Cómo está el niño Ascanio? ¿Vive y se alimenta del aura?
340. Al que a ti ya Troya...
341. Mas, ¿tiene el niño algún recuerdo de la madre que perdió?
342. ¿Acaso lo mueven hacia el antiguo valor y a los ánimos viriles
343. tanto su padre Eneas como su tío segundo Héctor?
344. Tales cosas vertía entre lágrimas y movía largos
345. llantos en vano, cuando desde las murallas se presenta
346. el héroe Héleno, el priámida, con muchos acompañantes,
347. y reconoce a los suyos y feliz los conduce a los umbrales,
348. y derrama muchas lágrimas entre unas palabras y otras.
349. Avanzo y reconozco una pequeña Troya y unos Pérgamos
350. que simulan a los grandes, y un riachuelo árido con el nombre de Janto,
...
...
...

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