Diferencia entre revisiones de «Bondad de la plegaria»

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El boticario del lugar era un filósofo racistaracionalista y descreído. Apenas había acto piadoso que él no condenase como superstición o ridícula impertinencia. Contra lo que más declamaba, era contra el rezo en que se pide a Dios o a los santos que hagan alguna cosa para cumplir nuestro deseo. La censura del boticario subía de punto cuando trataba de plegarias que iban acompañadas de promesas.
 
Según es costumbre en los lugares, en la trastienda de nuestro boticario filósofo había tertulia diaria. Allí se jugaba al tresillo, a la malilla y al tute, se leían los periódicos y se hablaba de religión, de política y de cuanto hay que hablar.
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El boticario solía replicar al cura que era necedad pedir a Dios esto o aquello, y que todo era lo mismo. En apoyo de su opinión refirió un día la siguiente historia:
 
Un caballero anciano tenía dos hijos. Había el uno comprado muchísimo trigo y contaba con ganar grandes riquezas vendiéndole más caro porque fuese mala la futura cosecha. Para que esto se lograse recomendaba a su padre que en sus oraciones pidiese a Dios que no lloviera. El otro hijo era labrador, había sembrado muchísima tierra de pan llevar y deseaba y esperaba hacerse poderoso si aquel año había abundante cosecha. Recomendaba, pues, a su padre que en sus oraciones pidiese a Dios buenas y oportunas lluvias. Como el padre amaba por igual a sus hijos no sabía qué desear ni qué pedir. En tal estado de ánimo elevaba al cielo la única plegaria que me parece razonable, y que yo aplaudo . El padre decía:
 
 
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