Diferencia entre revisiones de «El hombre mediocre (1926)/Capítulo III»

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{{encabezado|[[El hombre mediocre]]|[[José Ingenieros]]}}
 
'''<center>{{t2|CAPÍTULO III </center>}}
 
{{c|'''<center>LOS VALORES MORALES </center>'''}}
 
<center>{{c|[[El hombre mediocre: 4#I. LA MORAL DE TARTUFO|I. La moral de Tartufo.]] - [[El hombre mediocre: 4#II. EL HOMBRE HONESTO|II. El hombre honesto.]] - [[El hombre mediocre: 4#III. LOS TRÁNSFUGAS DE LA HONESTIDAD|III. Los tránsfugas de la honestidad.]] - [[El hombre mediocre: 4#IV. FUNCIÓN SOCIAL DE LA VIRTUD|IV. Función social de la virtud.]] - [[El hombre mediocre: 4#V. LA PEQUEÑA VIRTUD Y EL TALENTO MORAL|V. La pequeña virtud y el talento moral.]] - [[El hombre mediocre: 4#VI. EL GENIO MORAL: LA SANTIDAD|VI. El genio moral: la santidad.]]</center>}}
 
 
__NOTOC__
 
===='''<center>{{t3|I. LA MORAL DE TARTUFO </center>====}}
La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad; ella hace enmudecer los escrúpulos en los hombres incapaces de resistir la tentación del mal. Es falta de virtud para renunciar a éste y de coraje para asumir su responsabilidad. Es el guano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitiéndoles prosperar en la mentira: como esos árboles cuyo ramaje es más frondoso cuando crecen a inmediaciones de las ciénagas.
 
Línea 81:
El pudor de los hipócritas es la peluca de su calvicie moral.
 
===='''<center>{{t3|II. EL HOMBRE HONESTO </center>====}}
 
La mediocridad moral es impotencia para la virtud la cobardía para el vicio. Si hay mentes que parecen maniquíes articulados con rutinas, abundan corazones semejantes a mongolfieras infladas de prejuicios. El hombre honesto puede temer el crimen sin admirar la santidad: es incapaz de iniciativa para entrambos. La garra del pasado ásele el corazón, estrujándole en germen todo anhelo de perfeccionamiento futuro. Sus prejuicios son los documentos arqueológicos de la psicología social: residuos de virtudes crepusculares, supervivencias de morales extinguidas.
Línea 114:
abolengos y pergaminos; noble es el que revela en sus actos un respeto por su rango y no el que alega su alcurnia para justificar actos innobles. Por la virtud, nunca por la honestidad, se miden los valores de la aristocracia moral.
 
===='''<center>{{t3|III. LOS TRÁNSFUGAS DE LA HONESTIDAD </center>====}}
Mientras el hipócrita merodea en la penumbra, el inválido moral se refugia en la tiniebla. En el crepúsculo medra el vicio, que la mediocridad ampara; en la noche irrumpe el delito, reprimido por leyes que la sociedad forja. Desde la hipocresía consentida hasta el crimen castigado, la transición es insensible; la noche se incuba en el crepúsculo. De la honestidad convencional se pasa a la infamia gradualmente, por matices leves y concesiones sutiles. En eso está el peligro de la conducta acomodaticia y vacilante.
 
Línea 145:
Sea cual fuere, sin embargo, la orientación de su inferioridad biológica o social, encontramos una pincelada común en todos los hombres que están bajo el nivel de la mediocridad: la ineptitud constante para adaptarse a las condiciones que, en cada colectividad humana, limitan la lucha por la vida. Carecen de la aptitud que permite al hombre mediocre imitar los prejuicios y las hipocresías de la sociedad en que vegeta.
 
===='''<center>{{t3|IV. FUNCIÓN SOCIAL DE LA VIRTUD </center>====}}
 
La honestidad es una irritación; la virtud es una originalidad. Solamente los virtuosos poseen talento moral y es obra suya cualquier ascenso hacia la perfección; el rebaño se limita a seguir sus huellas, incorporando a la honestidad trivial lo que fue antes virtud de pocos. Y siempre rebajándola.
Línea 170:
 
 
===='''<center>{{t3|V. LA PEQUEÑA VIRTUD Y EL TALENTO MORAL </center>====}}
 
Así como hay una gama de intelectos, cuyos tonos fundamentales son la inferioridad, la mediocridad y el talento -aparte del idiotismo y el genio, que ocupan sus extremos-, hay también una jerarquía moral representada por términos equivalentes. En el fondo de esas desigualdades hay una profunda heterogeneidad de temperamentos. La conformación a los catecismos ajenos resulta fácil para los hombres débiles, crédulos, timoratos, sin grandes deseos, sin pasiones vehementes, sin necesidad de independencia, sin irradiación de su personalidad; es inconcebible, en cambio, en las naturalezas idealistas y fuertes, capaces de pasiones vivas, bastante intelectuales para no dejarse engañar por la mentira de los demás. Aquéllos no sufren por la coacción moral del rebaño, pues la hipocresía es su clima propicio; éstos sufren, luchando entre sus inclinaciones superiores y el falseado concepto del deber que impone la sociedad. Se ajustan a él los hombres honestos, pero nunca se le esclaviza el hombre moralmente superior. "Puede acordársele -dice Remy de Gourmont- el valor de una moda a la que uno se resigna por no llamar la atención, pero sin interesar el ser íntimo y sin hacerle ningún sacrificio profundo". En esa disconformidad con la hipocresía colectivamente organizada consiste la virtud, que es individual, a la contra de sus caricaturas colectivas: en la caridad y en la beneficencia mundanas la miseria de los corazones tristes alimenta la vanidad de los cerebros vacíos.
Línea 206:
Volvamos al sano concepto socrático, hermanando la virtud y el ingenio, aliados antes que adversarios. Una elevada inteligencia es siempre propicia al talento moral y éste es la condición misma de la virtud. Sólo hay una cosa más vasta, ejemplar, magnífica, el golpe de ala que eleva hacia lo desconocido hasta entonces, remontándonos a las cimas eternas de esta aristocracia moral: son los genios que enseñan virtudes no practicadas hasta la hora de sus profecías o que practican las conocidas con intensidad extraordinaria. Si un hombre encarrila en absoluto su vida hacia un ideal, eludiendo o constatando todas las contingencias materiales que contra él conspiran, ese hombre se eleva sobre el nivel mismo de las más altas virtudes. Entra en la santidad.
 
===='''<center>{{t3|VI. EL GENIO MORAL: LA SANTIDAD </center>====}}
 
La santidad existe: los genios morales son los santos de la humanidad. La evolución de los sentimientos colectivos, representados por los conceptos de bien y de virtud, se opera por intermedio de hombres extraordinarios. En ellos se resume o polariza alguna tendencia inmanente del continuo devenir moral. Algunos legislan y fundan religiones, como Manú, Confucio, Moisés y Buda, en civilizaciones primitivas, cuando los Estados son teocracias; otros predican y viven su moral, como Sócrates, Zenón o Cristo, confiando la suerte de sus nuevos valores a la eficacia del ejemplo; los hay, en fin, que transmutan racionalmente las doctrinas, como Antistenes, Epicuro o Spinoza. Sea cual fuere el juicio que a la posteridad merezcan sus enseñanzas, todos ellos son inventores, fuerzas originales en la evolución del bien y del mal, en la metamorfosis de las virtudes. Son siempre hombres de excepción, genios, los que la enseñan. Los talentos morales perfeccionan o practican de manera excelente esas virtudes por ellos creadas; los mediocres morales se concretan a imitarlas tímidamente.