Diferencia entre revisiones de «Las mil y una noches:0966»

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Línea 10:
Y se acercó a Maruf, y logró reunirse con él, a pesar de todo el aparato que le rodeaba, y le dijo, pero de manera que nadie más que él le oyese: "Bienvenido seas, ¡oh jeique de los pícaros afortunados y el más diestro de los trapaceros! ¿Qué es esto? Pero, por Alah, mereces todos los favores y todo el fausto que tienes, ¡oh amigo mío! ¡Ve contento y dilátate! ¡Y Alah aumente tus jugarretas y picardías!" Y Maruf se echó a reír de las palabras de su amigo, y se citó con él para el día siguiente.
 
Y a continuación Maruf llegó a palacio con el rey, y fué a sentarse en un trono erigido en el salón de audiencias. Y ordenó que empezaran a transportar al tesoro del rey las cajas llenas de oro, de joyas, de perlas y de pedrerías, llenando con ello los sacos de los armarios, y que le llevaran en seguida todo lo demás, así como los fardos que contenían las estofas preciosas y las sedas. Y se ejecutaron puntualmente sus órdenes. Y mandó abrir en su presencia las cajas y los fardos, uno tras otro, y se puso a distribuir a manos llenas, entre los grandes de palacio y sus esposas, las telas maravillosas, las perlas y las pedrerías, y a hacer muchas dádivas a los miembros del diwán, a los mercaderes que conocía, a los pobres y a los pequeños. Y sin reparar en las objeciones del rey, que veía desaparecer como agua en criba aquellas cosas preciosas, no se levantó Maruf hasta que hubo repartido toda la carga de la caravana. Porque lo menos que daba era un puñado o dos de oro, de esmeraldas, de perlas o rubíes. Y los tiraba a manos llenas, mientras el rey sufría horriblemente y hacía muecas de dolor, gritando a cada dádiva: "¡Basta, ¡oh hijo mío! No nos va a quedar nada!". Pero a cada vez contestaba Maruf, sonriendo: "¡Por tu vida! no temas. ¡Lo que tengo es inagotable!"
 
Entretanto, el visir fué a anunciar al rey que los armarios del tesoro estaban llenos ya hasta arriba, y que no se podía meter más allí. Y el rey le dijo: "Está bien ¡Abre otra sala, y llénala como la anterior!" Y le dijo Maruf, sin mirarle: "¡Bien puedes hacerlo!" Y añadió: "Y también hay que llenar otra sala y otra. Y si no se opusiera el rey, asimismo podría llenar yo todas las salas de palacio con esas cosas, que no tienen ningún valor para mí". Y el rey ya no sabía si todo aquello ocurría en sueños o en estado de vigilia. Y se hallaba en el límite extremo del asombro. Y salió el visir para llenar todavía una o dos salas más con los tesoros entregados por Maruf.
 
En cuanto Maruf, no bien terminaron estos preliminares, demostrando así que realizaba con creces todo lo que había anunciado, se apresuró a levantar la sesión de la distribución, y a presentarse a su joven esposa. Y en seguida que le vió la princesa, fué a él, con los ojos llenos de alegría, y le besó la mano, y le dijo: "Sin duda, ¡oh hijo del tío! has querido divertirte a costa mía y reírte de mí, o quizá poner a prueba mi afecto, contándome la historia de tu antigua pobreza y de tus desdichas con tu calamitosa esposa Fattumah, la Boñiga caliente. Pero doy gracias a Alah el Altísimo por haberme impedido conducirme contigo ¡oh mi señor! de otro modo que como lo he hecho". Y Maruf la abrazó, lale dió la respuesta oportuna, y le entregó un traje magnífico y un collar formado por diez sartas de cuarenta perlas huérfanas, gordas como huevos de paloma, y pulseras para las muñecas y para los tobillos, labradas por magos. Y al ver todos aquellos objetos tan hermosos, la princesa quedó muy complacida, y exclamó: "¡En verdad que reservaré solamente para los días de fiesta este hermoso traje y estos atavíos!" Y Maruf sonrió y le dijo: "¡Oh querida mía, no te preocupes de eso! Cada día te daré nuevos trajes y nuevos atavíos hasta que desborden tus armarios y tus cofres estén llenos hasta los bordes". Y a continuación se pusieron a hacer hasta por la mañana su cosa acostumbrada.
 
Pero aún no había salido él del mosquitero, cuando oyó la voz del rey, que quería entrar. Y se apresuró a abrirle, y le vió trastornado y con el rostro amarillo y en actitud aterrada. Y le hizo entrar con precaución y sentarse en el diván; y la princesa levantóse, muy emocionada por aquella visita inesperada y por el aspecto de su padre, y se apresuró a rociarle con agua de rosas para calmarle y hacerle recobrar la palabra. Y cuando por fin pudo expresarse el rey, dijo a Maruf: "¡Oh hijo mío! ¡soy portador de malas noticias! pero es preciso que te las diga para que estés advertido de la desgracia que sobreviene. ¡Ah! ¿debo hacerlo o no debo hacerlo?"