Diferencia entre revisiones de «Sinopsis de Berta Álvarez»

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Revisión del 12:54 9 feb 2018


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Mientras llueve sobre Bogotá como en las peores épocas de la literatura
colombiana, diviso el recuerdo de Berta Alvarez iluminado por lustrosa
meteorología. Berta Alvarez en su país tórrido aparece bajo el claro viento fluvial,
junto a las músicas de guitarra. Es una mujer morena con diciembre al fondo.

Evocar el verano equivale a trasladar estrictamente a su cuerpo todo un sistema
de símbolos estivales. Indudablemente sería preciso escribirle una carta de amor
para conocer la densidad de los crepúsculos o la altura de los almendros. Y en
virtud del mismo embaucamiento erótico resultaría ineludible usar una liviana
sintaxis vespertina para inquirir de sus canciones la posición de los planetas o
para averiguar en los hábiles revuelos de su falda la temperatura de los bailes
antillanos.

El recuerdo de Berta Alvarez comprende una extensa comarca: desde el río
erudito en estrellas hasta el límite de los más remotos acordeones. Allí,
naturalmente, las noches llevan sombra de hojas como los poemas de Aurelio
Arturo y los días extienden su cielo redactado en blanco y azul a la manera de los
mejores cuentos de Azorín.

Mi pueblo centraliza ese leve territorio de álbum. La torrecilla eclesiástica reparte
irónicamente su horario devoto y sus palomas. Y cuando los gallos, influidos por
Jules Renard, orquestan el avance del alba, todas las ventanas componen con los
pájaros y las trinitarias una escena de la más vistosa ortodoxia decembrina.

Entonces, en su patio lleno de vegetaciones pueriles, Berta Alvarez organiza la
coreografía de las palmas y hacia el vaivén de las altas rosas solariegas eleva sus
brazos en los que no se pone el sol.
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