Diferencia entre revisiones de «El hombre mediocre (1926)/Capítulo II»

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{{encabezado|[[El hombre mediocre]]|[[José Ingenieros]]}}
 
{{c|'''<center>CAPÍTULO II </center>'''}}
 
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<center>{{c|[[El hombre mediocre: 3#I. EL HOMBRE RUTINARIO|I. El hombre rutinario.]] - [[El hombre mediocre: 3#II. LOS ESTIGMAS DE LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL|II. Los estigmas de la mediocridad intelectual.]] - [[El hombre mediocre: 3#III. LA MALEDICENCIA|III. La maledicencia: una alegoría de Botticelli.]] - [[El hombre mediocre: 3#IV. EL SENDERO DE LA GLORIA |IV. El sendero de la gloria.]] }}
 
<center>[[El hombre mediocre: 3#I. EL HOMBRE RUTINARIO|I. El hombre rutinario.]] - [[El hombre mediocre: 3#II. LOS ESTIGMAS DE LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL|II. Los estigmas de la mediocridad intelectual.]] - [[El hombre mediocre: 3#III. LA MALEDICENCIA|III. La maledicencia: una alegoría de Botticelli.]] - [[El hombre mediocre: 3#IV. EL SENDERO DE LA GLORIA |IV. El sendero de la gloria.]]
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__NOTOC__
 
===='''<center>I. EL HOMBRE RUTINARIO </center>'''====
 
La Rutina es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcoma de los siglos. No es hija de la experiencia; es su caricatura. La una es fecunda y engendra verdades; estéril la otra y las mata.
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En esos hombres, inmunes a la pasión de la verdad, supremo ideal a que sacrifican su vida pensadores y filósofos, no caben impulsos de perfección. Sus inteligencias son como las aguas muertas; se pueblan de gérmenes nocivos y acaban por descomponerse. El que no cultiva su mente, va derecho a la disgregación de su personalidad. No desbaratar la propia ignorancia es perecer en vida. Las tierras fértiles se enmalezan cuando no son cultivadas; los espíritus rutinarios se pueblan de prejuicios, que los esclavizan.
 
===='''<center>II. LOS ESTIGMAS DE LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL </center>'''====
 
En el verdadero hombre mediocre la cabeza es un simple adorno del cuerpo. Si nos oye decir que sirve para pensar, cree que estamos locos. Diría que lo estuvo Pascal si leyera sus palabras decisivas: "Puedo concebir un hombre sin manos, sin pies; llegaría hasta concebirlo sin cabeza, si la experiencia no me enseñara que por ella se piensa. Es el pensamiento lo que caracteriza al hombre; sin él no podemos concebirlo" (''Pensées''; XXIII). Si de esto dedujéramos que quien no piensa no existe, la conclusión le desternillaría de risa.
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===='''<center>III. LA MALEDICENCIA </center>'''====
 
Si se limitaran a vegetar, agobiados como cariátides bajo el peso de sus atributos, los hombres sin ideales escaparían a la reprobación y a la alabanza. Circunscritos a su órbita, serían tan respetables como los demás objetos que nos rodean. No hay culpa en nacer sin dotes excepcionales; no podría exigírseles que treparan las cuestas riscosas por donde ascienden los ingenios preclaros. Merecerían la indulgencia de los espíritus privilegiados, que no la rehúsan a los imbéciles inofensivos. Estos últimos, con ser más indigentes, pueden justificarse ante un optimismo risueño: zurdos en todo, rompen el tedio y hacen parecer la vida menos larga, divirtiendo a los ingeniosos y ayudándolos a andar el camino. Son buenos compañeros y depositan el., bazo durante la marcha: habría que agradecerles los servicios que prestan sin sospecharlo. Los mediocres, lo mismo que los imbéciles, serían acreedores a esa amable tolerancia mientras se mantuvieran a la capa; cuando renuncian a imponer sus rutinas son sencillos ejemplares del rebaño humano, siempre dispuestos a ofrecer su lana a los pastores.
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Diríase que empañan la reputación ajena para disminuir el contraste con la propia. Eso no excluye que existan casquivanos cuya culpa es inconsciente ; maldicen por ociosidad o por, diversión, sin sospechar donde conduce el camino en que se aventuran. Al contar una falta ajena ponen cierto amor propio en ser interesantes, aumentándola, adornándola, pasando insensiblemente de la verdad a la mentira, de la torpeza a la infamia, de la maledicencia a la calumnia. ¿Para qué evocar las palabras memorables de la comedia de Beaunlarchais?
 
===='''<center>IV. EL SENDERO DE LA GLORIA </center>'''====
 
El hombre mediocre que se aventura en la liza social tiene apetitos urgentes: el éxito. No sospecha que existe otra cosa, la gloria, ambicionada solamente por los caracteres superiores. Aquél es un triunfo efímero, al contado; ésta es definitiva, inmarcesible en los siglos. El uno se mendiga; la otra se conquista.