Diferencia entre revisiones de «El degüello»

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Nuestras buenas relaciones con la situación nos ponían a cubierto de todo riesgo. Quisimos indagar, darnos cuenta del espectáculo. Inútil. El pánico era tan intenso y contagioso, que no tardamos en optar por el discreto consejo del garçon.
 
A la mañana siguiente, el capitán Bernardino, un oficial tan chic y tan tenebroso como su hermano João Francisco, nos explicaba el caso: era la aplicación de una ley de Varela Ortiz, contra el juego. João Francisco hacía de cuando en cuando razzias semejantes, comenzando por los gritos, ¡con lo cual llenaba el doble objeto de remontar su regimiento y combatir clel cáncer del juego!...
 
A invitación del mismo capitán presenciamos poco después la partida para Caty de los reclutados aquella noche: unos ciento cincuenta hombres de toda condición social y pelaje. Se les hizo desfilar para escarnio público por las calles principales, arrebañados, bajo la custodia de unos veinticinco lanceros que iban azuzándolos con el silbido peculiar del arreador de haciendas y a veces hasta picaneaban a los remolones con el canto de la lanza.