Diferencia entre revisiones de «Las nacionalidades :8»

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'''Capítulo VI'''
 
''El criterio histórico. Alemania.''
 
Fijémonos en la nación alemana. Por lo que leo en Tácito no son hoy sus límites los de la antigua Germania. Tenía ésta por fronteras: a Mediodía, el Rin y el Danubio; a Oriente, los montes Cárpatos y bosques sin nombre; a Norte y Occidente, el mar Báltico; baja hoy aquélla más acá del Danubio y del Rin y no llega de mucho a los montes Cárpatos. ¿Quién ocupaba la antigua Germania? Según el mismo Tácito, una raza autóctona, dividida en multitud de pueblos independientes, que se distinguían por la diversidad de sus instituciones, sus leyes y sus costumhres. Cita el grande historiador, entre otras gentes, a los bátavos, que poblaban en su tiempo la isla del Rin y una estrecha faja en las orillas del mismo río; a los callos, que estaban a la entrada de la selva Hircinia, y eran, entre los bárbaros, los únicos que sabían hacer la guerra; a los teucteros, que vivían en las riberas del Rin y eran los más diestros en montar y pelear a caballo; a los frisones, que se extendían a lo largo del mismo río hasta el mar del Norte; a los caucos, que desde la costa se metían tierra adentro hasta dar con las fronteras de los cattos; a los ceruscos, que lindaban con los cattos y los caucos y había hecho la paz flojos y cobardes; a los temidos cimbrios, que desde las playas del Océano, donde moraban, habían bajado hacía más de dos siglos a Italia y España, llevado el terror a Roma y engrandecido por sus derrotas el nombre de Mario; a los suevos, grupo de pueblos de la Germania central; unos, adoradores de Herta, la madre tierra; otros, de un dios a quien sacrificaban víctimas humanas en sagrados bosques; a los hermonduros, a los nariscos, a los marcomanos, a los cuados, que tenían su asiento en las márgenes del Danubio; a los marsignos, a los gotinos, a los osíos, a los burios, que estaban más al Norte y eran ya mezcla de otras naciones; a los ligios, otro grupo de ciudades donde predominaba la de los arios, que, por la ferocidad de su rostro y lo lúgubre de sus armaduras, ponían espanto al enemigo; a los suiones, por fin, que vivían, según él, en el mismo Océano, probablemente en las islas de la bahía de Pomerania. Allí, como en España, constituía casi cada ciudad, ya una República, ya un reino.